Hace un mes que no me paso por aquí. Una vez más, que me arrolla la vida, o las obligaciones, o tal vez, y pueda que sea la única realidad, es que no he tenido ordenadas mis prioridades.
Ya no me cuento cuentos, ni me digo mentiras, porque me conozco bien, y aunque de entrada parece que da resultado, termino pillándome. Y en ese momento no me gusto nada. El momento en el que me pillo la trola, me refiero. Porque ahí ya quedo yo sola, frente a la montaña de mentiras que me conté y el otro montón de culpa por todo el proceso.
Ahora me ahorro todo este mal trago, y me doy de frente con la realidad. No he venido por aquí, porque la tarea de hacerlo, ha ido bajando puestos en la lista de cosas que hacer cada día, hasta quedarse en la hora 25 del día. Esa que no existe. Ese cajón donde van a parar las cosas que no son prioritarias. Los debo que se comen los quieros.
Y entonces, llega el momento de revisar la caja, y de reordenar. No es un momento fácil. Reordenar, es poner en valor lo que me interesa realmente, y como ya sabemos: 24h. Lo que no está ahí, no cabe y por lo tanto, no se hace.
Me doy cuenta de que escribir, se queda por detrás de hacer la compra, y también de limpiar. ¿Desde cuando me importa más cualquiera de estas dos cosas que escribir? ¿En qué momento? Sigo revisando lo que se ha quedado en el cajón, y me encuentro también la Miracle Morning, y la caminata diaria.. Espera, que también está lo de leer tomándome el té de la tarde.
Y no lo termino de entender, porque a mi, escribir, me importa mucho. Muchísimo. Y no es que no lo haya hecho, lo he hecho, pero como a escondidas, en múltiples libretas que he ido arrastrando entre aeropuertos, barco y guaguas. Con letra ilegible, pero con muchas ganas.
Hace apenas un mes que estuve en Noruega. Visité un pequeño pueblo: Fläm. Desde que me bajé del barco, divisé un pequeño hotel, y lo único que podía pensar es que quería sentarme en alguno de sus balcones con mi portátil y dedicarme sin controlar ni el tiempo ni el espacio, a juntar letras. Lo anoté en la libreta en cuanto la tuve de nuevo en las manos: venir a Noruega a escribir.
Soy consciente de que estas actividades que me ayudan tanto a estar centrada y contenta, porque más que nada me proporcionan calma, se van quedando relegadas al olvido de no agendarlas, porque el tiempo se lo va comiendo esas otras tareas que me reportan mucha menos alegría pero que son impepinables para seguir viviendo. Limpiar, hacer la compra, ordenar la casa… Y me doy de frente con la palabra: delegar.
¿Por qué se me hace tan difícil soltar el control y la obligación de tener que hacerlo todo yo? ¿Si dejo de hacerlo me van a quitar alguna acreditación? ¿Dejaré de ser la persona que soy? ¿Qué me pasa con todo este asunto?
Llevo un mes alargando el momento de ponerle fecha al asunto de delegar. Hasta hoy. Hoy he armado mi lista de delegados, y también he escogido a las personas que lo harán por mí. Supervisé también todo el asunto económico y listo. Tengo las patitas flojas, con un tembleque considerable, pero prefiero esto, a la sensación de dejarme siempre para después. Entro en fase de pruebas. Deséame suerte.