El poder de la reunión

Yo era una de esas personas que vivía en la creencia del “mejor sola”.

Me sigue pasando, quiero decir, mi hábitat natural y donde me encuentro bien, tiene pocos habitantes. Me gusta el silencio y la soledad de una casa vacía.

Me siento a gusto con mi compañía y las reuniones multitudinarias me ponen nerviosa. Y con multitudinarias me refiero a un conjunto de personas que ande por los 50 miembros, no necesito más.

Durante un montón de años, dije NO a cualquier plan que llevara implícito las reuniones de este tipo. Y me refiero a cosas como: verbenas, fiestas, reuniones, etc.

Y de pronto, hace unos años, a raíz de un programa de emprendimiento, descubrí que estar con gente no era tan terrible, que incluso podía pasármelo bien.

Y entonces este año, se nos ocurrió a Vanessa y a mi, no solo asistir a reuniones sino convocarlas. Y ya ahí destruí todas estas creencias del yo a solas.

Cada día disfruto más las reuniones con gente. A ver, los grupos muy numerosos me siguen causando desasosiego, pero grupitos de 20-25 personas, ya no solo me gustan, sino que me doy cuenta de que los voy buscando. He comprendido el bien que hace el grupo.

Por eso, lo del brunch de Adviento de ayer, y lo que vendrá.

En grupo, lo que quiera que traigas se comparte, y no me refiero a lo que nos podamos comer. Se comparte y se avanza de igual manera con las penas, las alegrías, el brillo o los conocimientos.

El grupo te da el espejo, y eso hace que sobre la marcha te ubiques y puedas avanzar.

Me acuerdo de la bola de cristal y aquello de: solo no puedes, pero con amigos sí. Pues tal cual amigas. Por eso, me he propuesto para el año 2024 seguir buscando grupos: uno que lea, otro que teja, otro que tenga ganas de mover las manos. Y que a todos les interese seguir brillando.

Todo lo que no se ve

Hace unos días vi un reel en Instagram, de Almudena Grandes, donde decía que la escritura a ella le ha dado oficio y disciplina. Empezó a escribir para otros, y eso hizo que se tomara en serio lo de venir a la mesa y sentarse cada día, un buen puñado de horas, como si fuera un trabajo de oficina.

Adquirió esa disciplina porque tenía que entregar aquello que escribía y que le habían encargado.

Lo mismo le oí decir a Isabel Allende. Cada día escribes, y durante un montón de días vas a tener un buen puñado de páginas, que probablemente no sirvan para mucho. Pero de pronto, el día 101 la página que has escrito, te parece que está bien, que tiene eso que buscas cuando escribes. Caes en la cuenta de que han tenido que pasar más de 100 días haciendo lo mismo, para llegar a algo que te guste.

Tengo claro que en esto de escribir, hay una historia romantizando el acto, pero que poco tiene que ver con la realidad de los que escribimos.

Todo lo que no se ve, es lo que está por allá del risco, que aunque no se vea, está.

Detrás del risco, hay muchas madrugadas de lectura, de escritura aparentemente vacía, de páginas arrugadas que has descartado, de un montón de mensajes de voz que te envías a un chat de whatsapp en el que solo estás tu; una pila interesante de libretas en las que has ido tomando notas random porque pensaste que alguna podía servirte. También hay un buen puñado de canciones, y unas cuantas películas. Muchos litros de café, té, o agua con gas. Algunos bailes con John y muchos suspiros contenidos.

Y lo que hay después de eso, es una historia que te ha salido de dentro, y que te apetece mucho compartir.

WWKINPD – Día internacional de tejer en público

Empecé a tejer cuando tuve al alcance unas agujas rectas. Lo primero que me tejí fue un top sin mangas de color azul celeste con tres rayas blancas.

Fue un aprendizaje curioso porque no me enseñó mi madre. Mi madre a tope con la costura, el calado y el ganchillo… las agujas rectas nunca le hicieron demasiada ilusión. Todo al revés que a mi.

Quise aprender porque mis vecinas, que por aquel entonces tendrían entre 17-19 años, tejían sus propios jerseys, y yo quería imitarlas completamente.

Tejí con agujas rectas hasta casi los 15 años. Con acrílico de colores imposibles, y casi de incógnito. Por aquellos años, entre el 85-90, tejer era cosa de abuelas. Era mi hobby oculto, que solo aireaba en casa de mis abuelas, precisamente.

Más tarde, el punto tuvo un amago de hacerse muy popular, y algunas revistas se modernizaron y en los escaparates empezaron a verse muchas prendas tejidas. En ese momento, aproveché para volver a sacar al aire mis agujas. Coincidió ese momento con que heredé un buen conjunto de agujas, todas rectas por cierto, y que se me puso muy a la mano una profe que me enseñó mucho.

El tema de la materia prima seguía siendo una limitación, pero ahí me puse, a tejer todo lo que pude.

En el año 2000 las americanas decidieron salir a la calle con las agujas, y darle al punto el espacio y la importancia que tenía. En ese momento, me liberé, y ya paseaba mis agujas por cualquier sitio. Siempre recibía alguna mirada curiosa o arrogante. No le eché cuentas en absoluto, porque lo que mis agujas me daban, estaba muy por encima de complejos y de la necesidad de dar explicaciones.

Fue en el año 2004 fue cuando encontré una tribu. Un grupo tejedoras liberadas como yo. Ahí si que aprendí, y me divertí, y me uní a un montón de mujeres que tenían la misma pasión por la lana que yo.  De allí saqué una esposa, y un puñado de amigas que me vitaminan los días.

De todo lo que aprendí, saqué material para enseñar yo. Para hacer otra tribu con la que comparto desde el ADN hasta el día a día, las risas y las preocupaciones. Al final las agujas, me han dado una red en la que sustentarme.

Este mes se celebra el día internacional de tejer en público. Hace demasiado tiempo que no salgo a gozarme este día, y ya sabes, si me has leído este año, que mi propósito es celebrarlo todo. Así que el sábado día 10 voy a coger mis agujas y me voy a poner a tejer en el 36 de Las Salinas. Allí tienen un riquísimo café, además de otras cosas deliciosas. Pero lo que más me gusta de allí, es que es un sitio perfecto para tejer y compartir. Coge tus agujas y vente. Te esperamos.

 

 

Traspasando mis límites

Una de las cosas que me he ido dando cuenta a medida que, yo he ido cumpliendo años, es de la cantidad de límites que me he ido poniendo. Han surgido una suerte de miedos e inseguridades, que hace unos años ni me planteaba.

Hace 17 años que tengo el coche que tengo. Me ha llevado y traído sana y salva por muchas carreteras. Y hasta hace unos años, conducir no era problema. De un tiempo acá, como canta Alejandro Fernández, no todo va tan bien. Resulta que conducir me ha empezado a dar como miedo, o angustia, o inseguridad… yo qué sé.

La cuestión es que he dejado de ir a sitios o actos porque tenía que llevar el coche yo, o porque el sitio estaba lejos. Y como el corto del perro que está acostado sobre una madera con un clavo, hasta que no te duele lo suficiente, no te levantas.

Hace un mes, me di cuenta de la cantidad de limitaciones que me había ido poniendo por el mero hecho de tener que conducir. Y fíjate que no he tenido ningún episodio traumático, accidente o evento, que haya hecho que tenga miedo. Nada que ver. Todo ha sido producto de mi privilegiado cerebro, que ha ido confeccionando una serie de películas e ideas terribles sobre viajes en carretera.

La cuestión es que ha llegado el momento de que la incomodidad del límite me haya puesto manos a la obra. Cuando fui consciente, tomé la decisión de traspasar todos estos límites. Con miedo y angustia, pero andando. Y como la gran hierbas que soy: cuando tu sabes qué quieres, el universo conspira a tu favor. Pues justo esto.

Según tomé la decisión de que esto de dejar de conducir tenía que parar, me salieron un chorro de eventos que requerían de mi movimiento por esos kilómetros para poder asistir. Todos eventos la mar de atractivos para mí.

En dos semanas he conducido más de 500km. Por carreteras conocidas, poco transitadas e incluso desconocidas. Todo ha merecido la pena, porque como te digo, los eventos a los que he asistido han sido todos pura energía para mí. Pero una de las mejores cosas de todo, al final, ha sido poder decir que he conseguido traspasar los límites que yo misma me había puesto.

Comienzos y limpiezas

Estamos estrenando mes, si me conoces un poquito o me lees hace rato, sabes que esto de estrenar y los comienzos, son cosas que me ponen a tono. Me ilusionan y me entusiasman a partes iguales. Facilidades que tengo, ya ves.

Siempre he visto esta cualidad, que otros desechan por creer que no tiene importancia, como una gran virtud.

En la vida, lo único que te hace seguir adelante es la ilusión, y eso, lo tengo más que comprobado. Quítate las ilusiones, y verás qué rápido entras en la mazmorra.

Poder ilusionarme con casi todo, entonces, es una gran capacidad. Tengo la creencia de que mientras tenga ilusión, seguiré encontrando las ganas para seguir bregando con la vida.

Me hace ilusión que empiece mayo, que hoy sea día de fiesta y pueda irme a bañarme en el Atlántico, que ya sabes que el agua salada vale para todo. Hoy voy a utilizarla para limpiarme yo. Renovarme la energía, las ganas y las ilusiones. Como si fueran votos.

Voy a celebrar su comienzo también, con mi libro, con otros libros, con café, con tostadas, y con la certeza de que tener estos placeres al alcance de la mano, hacen que me sienta confiada y segura.

Me ilusionaré con mi próximo viaje a la isla picuda, con la celebración del día de la madre, y con todo lo nuevo que traerá mayo, que todavía no sé lo que será.

Como dice Aroa, busca una ilusión, una chiquitita, pero que te ponga los ojos contentos. Te hago el plan rápido: mete en un tuper una mezcla de ingredientes frescos, que pueda llamarse ensalada. Pon rumbo al Atlántico. Métete en el agua, y deja que te seque el Alisio leyendo un buen libro. Puede ser el Manual de Primavera, si no lo has leído ya.

 

La vida está llena de contrastes

Vuelvo del fin de semana llena de vivencias, anécdotas y un montón de ideas.

Ayer conduje hasta el final de la isla. Yo vivo bajo el influjo dominante del efecto isla, o cabaña o no sé cómo decirle, pero vamos, que me cuesta un mundo moverme. Sobre todo, si el movimiento conlleva un viaje por carretera en la que conduzca yo. Se me hace cuesta arriba. Yo creo que es que en el fondo lo que necesito es un chófer, que me lleve y me traiga, y que además se haga cargo de revisar si el coche tiene bien los niveles de aceite, aire en las ruedas, y líquido en el limpiaparabrisas. Todas estas cosas que hay que tener en cuenta y que son de vital importancia. Yo quiero que me lo hagan. Por eso, el sur de la isla para mi, es lo mismo que el extranjero, como si me exigieran visado y pasaporte.

Pues ayer, mandé a la porra todas estas excusas y puse rumbo al sur, como Ana Belén. Y me llevé un montón de libros conmigo.

Allí en la calle, y gracias a dos mujeres activas y entusiastas, firmé y vendí libros. Hablé de letras, recogí abrazos y conocí a un montón de gente nueva que se mueve por los libros y las palabras. Estuve en una de las tiendas más bonitas que he visto nunca, y me prometí que no va a pasar tanto tiempo sin que vuelva al sur y a sus calles.

Salir de mi burbuja me da perspectiva y me hace señalar la cantidad de contrastes que me circundan. Me gustan los contrastes, y me gusta que la vida esté llena de ellos, como las construcciones de piedra y los rascacielos; como las rayas y los lunares; como Ludovico y Quevedo… ¿Por qué voy a tener que elegir?

Me quedo con todo lo que haga que el gris de los días se evapore y que me haga resaltar todo lo que tengo y vivo.

Aterrizando

Ya estamos en casa.

Cuatro aviones y un montón de millas náuticas. Muchas fotos, muchas risas, y las pupilas contentas, porque las he entrenado para captar belleza allá donde se posen. De las mejores cosas de irse, es volver. Y qué maravilla volver al sitio elegido, al construido y al cuidado con mimo. Qué triunfo tener un sitio al que llamar casa. Que sea trinchera, refugio, abrigo. Sede de felicidad y punto de celebración.

Hubo un tiempo, chiquitito, en el que cualquier sitio me parecía buena idea, menos en el que estaba. Tenía la huida pegada a las suelas de los zapatos, y no hallaba tranquilidad para estar en ningún sitio. Entendí un tiempo después que no podía estar bien en ningún lado, porque la incomodidad me la estaba dando yo misma. Afortunadamente, eso pasó. La terapia y las montañas de libretas que escribí por esa época, ayudaron bastante.

Hoy estoy feliz de haber encontrado mi sitio. Esta tierra árida y rojiza que me recibe de la misma manera siempre. Este territorio que reconozco y me reconoce. Que me habla en el idioma del viento, y en el que encuentro parte de mi ADN en casi cualquier calle.

Pasearme por mis check points: Desayunar en El 36, caminar por la avenida, el paseo de los Hornos de Cal, MiNorte, La Paneteca, meter los pies en ElCharco, y parar a coger alguna florita en la carretera de La Oliva. Tomarme un vermú en El Muelle, y otro en La Puipana, con unas croquetas. Encargarle unos cupcakes a Repostería Encantada, y comérmelos con mi té de las cinco de la tarde. Sacar las agujas de la bolsa y tejer unas cuantas vueltas mientras veo Los Soprano. Esperar a que se hagan las 11 y que suene la llamada perdida como una alarma que indica el comienzo de un tiempo nuevo.

He encontrado mi lugar, mi gente, mi rutina y mi casa, y aunque me vaya, lo mejor siempre es volver.

Mi carta a los Reyes Magos

Creo que esta es mi carta número 7. Me estoy viciando, pero oye, es que tener la posibilidad de andar pidiendo deseos, sin límite, a mi me tiene como loca.

Sí, pido un montón de deseos a cada rato, ¿por qué no hacerlo? Me importa que se cumplan, claro, pero la realidad es que lo hago por revivir la ilusión y la magia del preciso instante de pensar qué deseo. Esa es la magia. Ese momento en el que cierro los ojos, y respiro profundo, y me visualizo imagino con el deseo hecho realidad. Creo que tengo cierta adicción a ese momento de desear.

En la carta que voy a escribir aquí, voy a concentrarme en revivir todos los momentos en los que he pisado un suelo diferente al mío durante este año, y que me ha hecho conocer sitios nuevos. Después de dos años teñidos por el coronavirus, hemos vuelto a coger la maleta. Hemos viajado lejos y también cerca. Y eso es lo que quiero seguir haciendo.

Armar una maleta, para unos días o para un fin de semana, y tirar para el aeropuerto. Quiero ir a sitios nuevos y viejos. Andar por calles que conozco, aunque ya no sean las mismas que pisaba antes. Quiero volver a reconocerme en rincones donde fui muy infeliz, y también donde me imaginé con otras personas. Quiero reconciliarme con el territorio. Deseo volver a descubrir plazas y avenidas; andarlas y bailarlas.

Quiero comer rico, y en sitios bonitos, y volver con la memoria del teléfono saturada de fotos preciosas, que me recordarán lo bien que lo habremos pasado en todos esos lugares que vamos a visitar.

En mi lista hay lugares diversos y variados, lejos y cerca.

Y… ahora, me da igual que mis pies no se muevan de aquí. Solo este ratito de imaginarme en el avión con MiMariposita, haciendo listas y leyendo curiosidades del sitio al que iremos, ha merecido la pena.

El día que me convertí en regalo de cumpleaños

Si me vienes leyendo por aquí desde hace rato, recordarás aquellos años en los que llegados a estos días, hacía un balance de lo que había sido el año. No creas que he dejado de hacerlo, nada que ver, lo que ahora me lo guardo para mi y mis libretas. Yo sin los balances ando un poco coja.

Desde hace unos meses, vengo dándole vueltas a la amistad. Tanto a lo que significa para mi, como a la importancia que tiene en mi vida.

He llegado a varias conclusiones. Algunas bastante dolorosas, para que te voy a mentir. La cuestión es que allá por octubre, me di cuenta de que tenía que volver a hacer una definición de lo que es la palabra amistad para mi, y con ella, cambiarle la etiqueta a ciertas personas. En algún caso, incluso asumir que lo que era ya fue, y que está todo bien. Con pena le he dicho adiós a algunas personas; con pena, pero sin ira. Todo está bien. Aunque todavía duela un poco. Sé que este corazón va a sanar, como cantaba Jorge Drexler.

Y en medio de toda esta revoltura estaba, cuando llegó la lección que me dio pie a afirmar que estaba en el buen camino.

La pareja de una gran amiga me pedía ayuda para convertirme en cómplice de una sorpresa. Dije sí antes de que terminara de contarme qué tenía pensado. Y así, me convertí en regalo de cumpleaños.

El artífice de esta idea, la subió al binter, y la trajo a la hora acordada al restaurante punto de encuentro. Y allí estaba yo, detrás de dos globos enormes. La cara de mi amiga al descubrirme allí, no la voy a olvidar nunca. Creo que ella, ese momento, tampoco.

La noche la pasamos sin parar de hablar, beber buen vino, y comer.

Y yo aún estoy dándole vueltas a lo que sí es la amistad. Es eso que te hace subirte a un binter para dar un abrazo. O coger un teléfono a las 12:00 para echarte unas risas, o para soltar unas lágrimas. La que te manda un mensaje porque vio algo que le recordó a ti; la que te pregunta por un libro, receta, o canción. A la que le mandas un meme porque es una foto de algún momento vivido juntas. A la que le das una abrazo y sientes que te recolocaste. A la que le mandas un mensaje con un simple: ¡Ay no sé!. La que te manda un whatsapp para hacerte un cumplido que sale del corazón. La que está. La que siempre está.

Tengo grandes amigas. Tengo también amigos. Muchos los tengo cerca. Otros están por allá del Atlántico. Pero todos, en realidad… están a corta distancia.

Halloween

Después de la noche de Reyes, creo que la de esta noche es mi segunda noche favorita.

Hay una frase por ahí que dice: “y dices bruja y piensas que es algo malo”

Yo llevo lo de bruja como estandarte y con mucho orgullo, por eso esta noche es una noche especial. Hago magia todo el año, pero esta noche con más intención. Las piedras, el palo santo, y las velas, esta noche tienen protagonismo. También las flores, y el pensamiento de todos aquellos que no están para celebrar, pero que los tenemos presentes en nuestro día a día.

El mes ha sido de aquella manera, y no me he podido meter a fondo con la decoración y demás parafernalias para meterme bien en el papel, pero todo se andará. Y aunque sea en último minuto colgaré mis piernas de bruja de la puerta como cada año, y mi cartel de la bruja está dentro, para que no haya pérdida para visitas y allegados.

Hoy me he ido a buscar cuervos, porque para mi es uno de mis animales mensajeros. Cada vez que veo un cuervo, ya lo he contado muchas veces, es una señal de calma y tranquilidad. Es un mensaje del mas allá que me dice que esté tranquila, que todo está bien. Después de este mes de infarto, y siendo hoy día de brujas, necesitaba ver cuervos. Suerte que tengo más de una pareja localizada, y si ellos no vienen a verme a mí, pues Mahoma va a la montaña. Y la bruja se vuelve a casa de lo más tranquila.

Esta noche volveremos a ver Hocus Pocus, la 1 y la 2, y dejaré a la madre estricta durmiendo para llenar la mesa de picoteo y porquerías. Nos acostaremos tarde, y me levantaré temprano para amasar un pan de muerto, que nos merendaremos con un pumpkin spice latte mañana.