Aterrizando

Ya estamos en casa.

Cuatro aviones y un montón de millas náuticas. Muchas fotos, muchas risas, y las pupilas contentas, porque las he entrenado para captar belleza allá donde se posen. De las mejores cosas de irse, es volver. Y qué maravilla volver al sitio elegido, al construido y al cuidado con mimo. Qué triunfo tener un sitio al que llamar casa. Que sea trinchera, refugio, abrigo. Sede de felicidad y punto de celebración.

Hubo un tiempo, chiquitito, en el que cualquier sitio me parecía buena idea, menos en el que estaba. Tenía la huida pegada a las suelas de los zapatos, y no hallaba tranquilidad para estar en ningún sitio. Entendí un tiempo después que no podía estar bien en ningún lado, porque la incomodidad me la estaba dando yo misma. Afortunadamente, eso pasó. La terapia y las montañas de libretas que escribí por esa época, ayudaron bastante.

Hoy estoy feliz de haber encontrado mi sitio. Esta tierra árida y rojiza que me recibe de la misma manera siempre. Este territorio que reconozco y me reconoce. Que me habla en el idioma del viento, y en el que encuentro parte de mi ADN en casi cualquier calle.

Pasearme por mis check points: Desayunar en El 36, caminar por la avenida, el paseo de los Hornos de Cal, MiNorte, La Paneteca, meter los pies en ElCharco, y parar a coger alguna florita en la carretera de La Oliva. Tomarme un vermú en El Muelle, y otro en La Puipana, con unas croquetas. Encargarle unos cupcakes a Repostería Encantada, y comérmelos con mi té de las cinco de la tarde. Sacar las agujas de la bolsa y tejer unas cuantas vueltas mientras veo Los Soprano. Esperar a que se hagan las 11 y que suene la llamada perdida como una alarma que indica el comienzo de un tiempo nuevo.

He encontrado mi lugar, mi gente, mi rutina y mi casa, y aunque me vaya, lo mejor siempre es volver.

Mi carta a los Reyes Magos

Creo que esta es mi carta número 7. Me estoy viciando, pero oye, es que tener la posibilidad de andar pidiendo deseos, sin límite, a mi me tiene como loca.

Sí, pido un montón de deseos a cada rato, ¿por qué no hacerlo? Me importa que se cumplan, claro, pero la realidad es que lo hago por revivir la ilusión y la magia del preciso instante de pensar qué deseo. Esa es la magia. Ese momento en el que cierro los ojos, y respiro profundo, y me visualizo imagino con el deseo hecho realidad. Creo que tengo cierta adicción a ese momento de desear.

En la carta que voy a escribir aquí, voy a concentrarme en revivir todos los momentos en los que he pisado un suelo diferente al mío durante este año, y que me ha hecho conocer sitios nuevos. Después de dos años teñidos por el coronavirus, hemos vuelto a coger la maleta. Hemos viajado lejos y también cerca. Y eso es lo que quiero seguir haciendo.

Armar una maleta, para unos días o para un fin de semana, y tirar para el aeropuerto. Quiero ir a sitios nuevos y viejos. Andar por calles que conozco, aunque ya no sean las mismas que pisaba antes. Quiero volver a reconocerme en rincones donde fui muy infeliz, y también donde me imaginé con otras personas. Quiero reconciliarme con el territorio. Deseo volver a descubrir plazas y avenidas; andarlas y bailarlas.

Quiero comer rico, y en sitios bonitos, y volver con la memoria del teléfono saturada de fotos preciosas, que me recordarán lo bien que lo habremos pasado en todos esos lugares que vamos a visitar.

En mi lista hay lugares diversos y variados, lejos y cerca.

Y… ahora, me da igual que mis pies no se muevan de aquí. Solo este ratito de imaginarme en el avión con MiMariposita, haciendo listas y leyendo curiosidades del sitio al que iremos, ha merecido la pena.

El día que me convertí en regalo de cumpleaños

Si me vienes leyendo por aquí desde hace rato, recordarás aquellos años en los que llegados a estos días, hacía un balance de lo que había sido el año. No creas que he dejado de hacerlo, nada que ver, lo que ahora me lo guardo para mi y mis libretas. Yo sin los balances ando un poco coja.

Desde hace unos meses, vengo dándole vueltas a la amistad. Tanto a lo que significa para mi, como a la importancia que tiene en mi vida.

He llegado a varias conclusiones. Algunas bastante dolorosas, para que te voy a mentir. La cuestión es que allá por octubre, me di cuenta de que tenía que volver a hacer una definición de lo que es la palabra amistad para mi, y con ella, cambiarle la etiqueta a ciertas personas. En algún caso, incluso asumir que lo que era ya fue, y que está todo bien. Con pena le he dicho adiós a algunas personas; con pena, pero sin ira. Todo está bien. Aunque todavía duela un poco. Sé que este corazón va a sanar, como cantaba Jorge Drexler.

Y en medio de toda esta revoltura estaba, cuando llegó la lección que me dio pie a afirmar que estaba en el buen camino.

La pareja de una gran amiga me pedía ayuda para convertirme en cómplice de una sorpresa. Dije sí antes de que terminara de contarme qué tenía pensado. Y así, me convertí en regalo de cumpleaños.

El artífice de esta idea, la subió al binter, y la trajo a la hora acordada al restaurante punto de encuentro. Y allí estaba yo, detrás de dos globos enormes. La cara de mi amiga al descubrirme allí, no la voy a olvidar nunca. Creo que ella, ese momento, tampoco.

La noche la pasamos sin parar de hablar, beber buen vino, y comer.

Y yo aún estoy dándole vueltas a lo que sí es la amistad. Es eso que te hace subirte a un binter para dar un abrazo. O coger un teléfono a las 12:00 para echarte unas risas, o para soltar unas lágrimas. La que te manda un mensaje porque vio algo que le recordó a ti; la que te pregunta por un libro, receta, o canción. A la que le mandas un meme porque es una foto de algún momento vivido juntas. A la que le das una abrazo y sientes que te recolocaste. A la que le mandas un mensaje con un simple: ¡Ay no sé!. La que te manda un whatsapp para hacerte un cumplido que sale del corazón. La que está. La que siempre está.

Tengo grandes amigas. Tengo también amigos. Muchos los tengo cerca. Otros están por allá del Atlántico. Pero todos, en realidad… están a corta distancia.

Halloween

Después de la noche de Reyes, creo que la de esta noche es mi segunda noche favorita.

Hay una frase por ahí que dice: “y dices bruja y piensas que es algo malo”

Yo llevo lo de bruja como estandarte y con mucho orgullo, por eso esta noche es una noche especial. Hago magia todo el año, pero esta noche con más intención. Las piedras, el palo santo, y las velas, esta noche tienen protagonismo. También las flores, y el pensamiento de todos aquellos que no están para celebrar, pero que los tenemos presentes en nuestro día a día.

El mes ha sido de aquella manera, y no me he podido meter a fondo con la decoración y demás parafernalias para meterme bien en el papel, pero todo se andará. Y aunque sea en último minuto colgaré mis piernas de bruja de la puerta como cada año, y mi cartel de la bruja está dentro, para que no haya pérdida para visitas y allegados.

Hoy me he ido a buscar cuervos, porque para mi es uno de mis animales mensajeros. Cada vez que veo un cuervo, ya lo he contado muchas veces, es una señal de calma y tranquilidad. Es un mensaje del mas allá que me dice que esté tranquila, que todo está bien. Después de este mes de infarto, y siendo hoy día de brujas, necesitaba ver cuervos. Suerte que tengo más de una pareja localizada, y si ellos no vienen a verme a mí, pues Mahoma va a la montaña. Y la bruja se vuelve a casa de lo más tranquila.

Esta noche volveremos a ver Hocus Pocus, la 1 y la 2, y dejaré a la madre estricta durmiendo para llenar la mesa de picoteo y porquerías. Nos acostaremos tarde, y me levantaré temprano para amasar un pan de muerto, que nos merendaremos con un pumpkin spice latte mañana.

Estoy de gira

Después de lo que te conté la semana pasada de lo que significa la promoción de un libro, leer que estoy de gira, tampoco te va a sorprender mucho.

La verdad es que la gira es pequeña, pero ambiciosa.

Después de la presentación, algunos medios me han hecho hueco en sus espacios, y me han ayudado a darle visibilidad a esta, mi primera novela.

Se me hace rarísimo verme impresa, de volver a oírme en la radio o verme en video, ni hablamos. Pero la verdad, qué contenta estoy.

Y así, sin casi darme cuenta, hago un envío a Gran Canaria, y mis amigas laneras pueden leerme en papel; y mis otras amigas chicharreras también, porque el Manual de Primavera ha cruzado la Provincia, y ahora está en la Clínica de Psicología y Nutrición  “Nutriestrategic”

Y al dar la posibilidad de que mi Manual esté en una clínica de psicología siento que se cierra el círculo, porque no voy a hacer spoiler, pero tiene todo que ver que Sonia vuelva a la sala de espera donde pudo haber hecho terapia.

Me paro y dejo que todo esto que está pasando se me asiente, para poder creérmelo, porque de verdad todo está siendo mucho mejor de lo que me lo imaginé, y yo amigas, tengo una imaginación tremenda. Se me salen las  gracias por todos los poros.

Y casi me lo pierdo… gracias gracias gracias

La pila cargada

Se me acabó el mes de fiesta. No puedo decir que no lo haya gozado, porque una no tiene más que tener un límite al despiporre para que el poco que haya lo exprimas al máximo.

Solo una semana en mi pueblo me ha bastado para dormir como una ceporra, leer muchísimo y estar ensalitrada la mayor parte del tiempo.

Con los años me doy cuenta de que realmente cuando la batería está comprometida, solo tengo que poner rumbo norte.

Hace unos años, muchos, estaba yo un poco regular. Vivía en GranCanaria, y fue uno de esos momentos en el que no pude coger la semana entera de vacaciones para poder estar en mi pueblo con los míos. El viernes de la fiesta, pillé el binter, y me vine a casa. Recuerdo que mi hermana LaBajista vino a buscarme al aeropuerto. Fuimos hablando todo el camino, poniéndonos al día, y según dejamos atrás la rotonda de Lajares, y encaminamos La Costilla, tuve el regalo de ir viendo como se ponía el Sol. En ese momento tuve la certeza de poder respirar perfectamente a pleno pulmón. Como si hasta ese momento lo estuviera haciendo a medias. Supe, sin lugar a dudas, que ese era mi lugar en el mundo.

Tengo ese recuerdo anclado a la memoria, y siempre recurro a él cuando siento que las circunstancias se me hacen bola. Si creo que la cosa se pone demasiado seria, sé que solo tengo que subirme al coche, y terminar en MiNorte.

Ensalitrarme, llenarme los pies de arena, y reencontrarme con la que fui y seré.

Siento que allí soy yo en cualquier grano de arena, o en los riscos, es como si estuviera mimetizada con el entorno. Y también siento que allí, la energía se me repone, sin necesidad de hacer gran cosa, solo estar. Solo ser.

La fiesta de MiNorte

Ayer celebramos el día más importante del verano. La fiesta de MiNorte. La patrona de MiNorte es la Vírgen del Buen Viaje.

En este pueblo, la fiesta es algo que uno se toma muy en serio. Y desde principios del mes se constituye la comisión de fiestas que será la encargada de planificar y organizar todo el programa de la semana de celebraciones y festejos. Desde hace unos años, esta tarea recae sobre la asociación Cotillo Joven, que además de ser jóvenes, son gente con muchas muchas ganas, y que casi sin recursos sacan cada año una fiesta para adelante con un montón de cosas.

Las calles se llenan de banderas, que llevan cosiéndose semanas, y luego todo el mundo se predispone a pasarlo lo mejor posible.

Cada casa prepara su puchero típico, y se degusta con su sopa de primero, y su vasito de vino. El postre suelen ser tunos o fruta (aquí se le dice fruta al higo de la higuera) y todo está acompañado de un montón de conversaciones cruzadas. En cada casa se junta un chorro de gente, familia lejana, y amigos varios. También se descuelgan los resacados que vinieron a la verbena y que amanecieron en el pueblo. Siempre encuentran un amigo con un caldero de puchero al fuego.

En mi casa creo que el record de gente a la mesa fueron 32. Después de eso nos hemos quedado en la media de 20.

Cuando el caldero ya está apartado del fuego, una se pone un traje fresco y se acerca al muelle a ver cómo embarcan a la Vírgen. Fíjate que yo no entiendo bien qué me pasa, pero en ese momento me embarga una emoción que no soy capaz de controlar, y se me saltan las lágrimas. Y tengo de promesa conmigo ir cada año a hacer lo mismo: ir a verla embarcar mientras se me salta la emoción por los ojos.

Este año ha sido más o menos así, como los anteriores, y los otros 45 años que los llevo viviendo, y sin embargo siempre distintos.

Cuando llega la noche, se sienta una en el sofá y hace recuento de invitados y de cómo estuvo la comida, y suelta eso de: ay que cansera, pero qué bien lo hemos pasado, no?

Manual de Supervivencia

Si llevas tiempo por aquí, sabes que mi expertise, a parte de meterme en mazmorras, es hacer manuales. Llevo 20 años confeccionando manuales de uso y servicio de forma ininterrumpida.

Cuando Mónica, del Enfoque, me propuso seguir con una columna mensual en el periódico, lo tuve claro: voy a darle forma de columna a mi Manual de Supervivencia. Porque a mí, me ha costado lo mío llegar a esa suerte de manual.

Que nos colocan aquí, de niñas nos ayudan a vivir nuestros padres, las amigas… y creces, y se supone que ya eres trabajadora y que tienes más de 30 años, y entonces te das cuenta de que “emos sido engañado”… La vida no es fácil, y eso te lleva de cabeza a la Mazmorra.

Por eso hace unos años, y para hacerle el camino fácil a cualquier que se pudiera encontrar en las mismas mazmorras oscuras en las que he estado yo, fui escribiendo pequeñas indicaciones para vivir.

Con esa filosofía, fui componiendo pequeños pasos, sencillos y al alcance de la mano de cualquiera para que, aún estando en la mazmorra, fueras teniendo luz.

He hablado de escribir, de alimentarse, del silencio, del mar, de la belleza y de leer. Estoy en el ecuador de mi Manual de Supervivencia, y creo que estos son los puntos clave para que el estrés diario y a veces la apatía, no hagan fuerte en tu vida, y te pases los días intentando encontrar la rendijita por la que pueda colarse la luz. Para mí seguir estos mínimos me asegura irme a la cama con satisfacción y con la pila medianamente cargada.

Agosto

Todos los meses del año tienen algo anclado en mi cabeza. En enero es cuando tengo el folio en blanco y me dedico a ponerme objetivos como una descerebrada; en febrero los Carnavales; en marzo el Equinoccio… y así con los 12 meses. Y en ¿Agosto?.

Agosto siempre fue el mes del despiporre, desde que era chica. Estar sin ninguna preocupación más allá de saber a qué hora va a subir la marea para ir a la playa, o a qué íbamos a jugar. Cada día un juego nuevo, con risas y conflictos, porque eso es estar en grupo. Un grupo con un mismo apellido, y con una buena cantidad de genes repetidos.

Y claro, cuando vives esta libertad y esta felicidad desde chica, asocias sin remedio al mes de agosto con la fiesta y el despiporre.

Me hice mayor, y no he sido capaz de perderme un agosto en MiNorte, cuando las cosas se dan bien, paso el mes entero; cuando están medio bien, medio mes; y si el curro no me da tregua, paso al menos una semana. Pero que no esté allí de forma permanente, no me quita del cuerpo la sensación de que agosto es el mes de quedadas y reuniones. De charlas y verbenas, de playa y siestas. De tomar mojitos o quintillos, y de partir un poco de queso con bizcocho en cualquier momento del día.

Esos agostos, están clavados en mi memoria con una calidad de tinta imborrable que me dan la alegría suficiente para soportar los meses en los que no puedo sentir esa despreocupación que dan las “vacaciones”.

Mis recuerdos están llenos de primos, tíos, mi abuela; el silbo en el risco, las lapas a la plancha; las tardes sin hora; los pies llenos de arena todo el día… Me di cuenta hace mucho que esta mochila me proporciona un cable a tierra, y un remanso de felicidad y seguridad, porque cada año, llega agosto.

Me hace inmensamente feliz que mi hija esté viviendo lo mismo; 35 años después, con menos primos, pero con la misma libertad y alegría. Su mochila se va a parecer mucho a la mía, y no sé cómo explicártelo, pero eso me da seguridad, porque como yo, ella tendrá un sitio al que volver, siempre. Porque agosto y MiNorte llegarán cada año.

Agosto es la promesa de que hay una ventana en el año donde todo da igual, y donde no hay que preocuparse más allá de que el bikini esté seco y que hayan quintillos en la nevera, o que las chicas estén listas para tomarnos un mojito.

Lo que me llevo

Hace tiempo que me di cuenta de que lo único que me importa es lo que me llevo. Lo que me llevo vivido, que no puesto, ni acumulado.

La experiencia es lo que me importa. Cuando la agenda se me desborda, y me sale trabajo más del que creo que puedo manejar, vuelvo a las fotos, y a recordar por qué merece la pena el apuro, y ajustarme el cinturón.

Hacía tres años que no salíamos de la isla. Y lo hemos hecho por todo lo alto.

Desde enero se me planteó la posibilidad, y no lo pensé: Sí. Nos vamos.

El destino: Los Fiordos. El medio: un barco.

Si te digo la verdad, hasta que no me vi finalmente en el barco, no me lo terminé de creer.

Visitamos: Copenhague, Geiranger, Alesund, y Fläm. Y de vuelta Hamburgo.

Quedé sobrecogida por la geografía del lugar. Por los pueblos a pie del agua, que todos parecían Arendel. Por las casas. Las cascadas. El verde. La quietud del fiordo, y el brillo de la nieve.

El paisaje es espectacular, pero lo que hizo que el viaje fuera del todo inolvidable, fue la compañía. Viajar con la familia no tiene precio.

Quiero volver a Dinamarca. También a Noruega. Y a Alemania. Quiero seguir poniendo chinchetas en mi mapa del mundo. Quiero seguir llevándome experiencias. Y recordar que en Noruega nunca vi la noche. Que volvimos a juntarnos todos después de la pandemia. Que bailamos y reímos cada día, durante una semana. Que en proa, es donde más se nota el movimiento del barco; que una piña colada cada tarde podría convertirse en una norma de obligado cumplimiento; que en Noruega la luz te hace una piel espectacular; y que aunque veas el sol a toda hora, hace una rasca importante.

No sé hacer crónicas de viajes. Pero sí sé pasármelo muy bien. Porque tengo cristalino, que eso, es lo que me voy a llevar.