Esta mañana, bien temprano, sonó el despertador. A las 5:00 am, exactamente. A la misma hora que en los últimos 5 años. Y no salí de la cama. Lo mismo que toda la semana pasada.
Dentro de mi cabeza hay una bronca monumental, porque esta no para de mandar señales, órdenes y dictámenes, pero mi cuerpo no obedece. No se activa. Sigue remoloneando en la cama un rato más, como si todo ese conjunto de señales que le manda el cerebro llegaran sin ninguna autoridad.
Y no me levanto. Y me rindo. Mi cerebro se rinde.
No quiere asumir el cambio, no quiere entender el ciclo, y no termina de encontrar la forma de recalcular.
Y yo, que soy la dueña del cuerpo y el cerebro, estoy como un tercer espectador. Sin saber bien qué está pasando, y por qué lo que hasta hace una semana funcionaba, ha dejado de hacerlo.
Cuando mi cuerpo ha creído conveniente, se ha activado, y ahora que estamos aquí: cuerpo, cerebro y espíritu, me he puesto al mando para intentar dilucidar qué está pasando y qué vamos a hacer.
La cuestión es clara, el cerebro quiere seguir con unas directrices que sabe que funcionan, y el cuerpo se pone en huelga porque ese ya no es su ritmo.
Entonces viene a mi mente, la primera sesión del ritmico de primavera donde el cuerpo me habló claramente. Quiere florecer, va a hacerlo, siempre y cuando respete su ritmo. Que es justamente lo que ahora nos estamos saltando mente y espíritu.
Mi cuerpo es otro. Uno muy distinto al de hace apenas cinco años, y lo que antes me funcionaba, pues ya no lo hace. Y he de explicarle al cerebro, ese que le encanta trazar un protocolo y seguirlo hasta la muerte, porque así se salva de tener que estar decidiendo todo el rato, que hay que evolucionar. El cuerpo nos pide evolucionar. Y aquí entra mi espíritu, o yo, whatever, que sigue teniendo objetivos y metas, y que quiere cumplir; y por ello no queda otra que intermediar entre cuerpo y cerebro. Al primero bajarle el ritmo y al segundo mimarlo sobremanera.
Y ahora que lo veo, no es difícil de entender. No estoy poniendo la energía donde debo, que es en cuidar y respetar el cuerpo. A veces me pienso que soy incombustible, y que puedo seguir consumiendo madera, que yo voy a seguir quemándola. Y no, ahora entiendo que no.
De la misma forma que el patrón del permafrost, lleva igual seis meses, porque no he sacado las agujas de la bolsa y no le he puesto atención ninguna, mi cuerpo no está descansado y enérgico porque tampoco le he puesto atención. Lo que dice Tony Robbins, where focus goes, energy flows… si no saco las agujas, el tejido no aumenta (no soy la señora Weasly) y si impongo un ritmo al cuerpo que no es el suyo, no se va a mover, o lo que es peor, se va a quemar.
Así las cosas, he quitado la alarma del despertador. Y me rindo a una nueva etapa.
Bajar revoluciones, ralentizar el ritmo no es negativo, es necesario; el cuerpo es sabio