El Calendario de 2023

En mi día a día, recurro a muchas frases que funcionan para mi como mantras.

Una de ellas es: “La práctica hace al maestro”. La digo varias veces al día. Y soy tan pesada, que este verano en una de mis filípicas a mi hija y a mis sobrinas, paré un momento para ponerme más intensa de lo que ya estaba y soltarla, y ellas se me adelantaron.

Ahí fui consciente de que el mensaje había calado, y ya no era necesario que siguiera repitiéndome como un loro.

Pero hoy, se me hace necesario venir a dejarla aquí. Y sí, la práctica hace al maestro, y la confirmación de esta frase, la he vivido este año.

Ya sabes que soy una fanática del Adviento y de todo lo que organizo alrededor de su Calendario. Cada año, dedico unas buenas mañanas o tardes a organizar y pensar qué quiero hacer y con qué puedo sorprender a las personas que van a formar parte de él.

Este año, la cosa ha ido rodada. Me he dado cuenta de que tengo el ojo educado a ir encontrando todo lo que voy a necesitar para estas fiestas. En un par de salidas a comercios y sitios (que no voy a revelar por si alguno de los implicados me lee y se me pueda chafar la sorpresa) descubrí cosas que en otras ocasiones me han podido pasar desapercibidos, y que me van a facilitar muchísimo la tarea de lo que me propongo.

Parece ser que esto no solo es por práctica. Existe una cosa que se llama Sistema de Activación Reticular (SAR), y mantenerlo activado es lo que hace que de pronto detectemos aquello en lo que estamos pensando.

Como cuando piensas en embarazos, y solo ves embarazadas; o cuando estás evaluando un modelo de coche concreto, y te lo encuentras todo el rato. No es que haya más embarazadas en ese momento, o más coches de ese modelo… Es que tu SAR está activado y estás manteniendo el ojo en el foco que tienes en mente.

La cuestión es que como llegados a mitad de noviembre, en mi cabeza el foco está puesto en la organización del Calendario de Adviento, mi SAR está entrenado para ir encontrando cosas que me pueden facilitar el trabajo.

Por ejemplo, al llegar a Ikea, encontré sin problema las velas de la corona, la casa de jengibre, o los adornos para decorarla. Algo que otras veces he tenido que estar preguntando y preguntando.

Del viaje a Gran Canaria, pasé deprisa por la puerta de Tiger, y dos pasos más allá volví sobre ellos para meterme dentro de la tienda. De allí me traje material para resolver al menos, cuatro actividades.

Hasta en Mercadona, encontré casi de sopetón la caja de bombones que escogemos siempre para meter en los calcetines de Adviento.

Con mucha práctica y el SAR bien activado, este Adviento ha sido sencillísimo de preparar, y ya llevamos disfrutándolo cuatro días.

Espero que tu también estés disfrutando del tuyo.

12 años

Este sábado que acaba de pasar, hemos celebrado que mi heredera tiene 12 años, y que yo llevo siendo madre casi 13.

Me apropié de esa etiqueta desde el 20 de diciembre que recogí aquel positivo. Me faltaron 3 semanas para las 40 de gestación. Aun las ando reclamando.

Ya no siento vértigo por lo deprisa que pasa el tiempo, he aprendido a aceptarlo como es, y para no andar quejándome después, trato de aprovechar y ser consciente cada hora.

La vida con ella es un viajazo, y ahora que entramos en una etapa hormonal por ambas partes digamos que, interesante, la cosa se pone mejor por momentos.

Es casi de mi tamaño, algo que no tiene demasiado mérito, porque ya sabemos que para eso no hacía falta mucho. Es fina y derecha, y cuando quiere, parece una bailarina profesional. Es cabezota, obstinada, muy artista, y tiene un sentido del humor y una chispa algo payasa, que me sacan una carcajada a cada rato. Lo del orden lo llevamos regular, y el tema de acatar normas, también.

El arte de la negociación lo maneja con mano experta, y hace unas presentaciones para exponer sus motivos que me dejan boquiabierta. Cuando algo le interesa, lo respira, lo investiga, lo vive y la habla 24h al día. Y por supuesto, no se lo queda para ella. Su motivación en esos momentos es compartirlo con todo ser viviente que tenga alrededor. Creo que hasta a Roscoe le ha contado los entresijos del rodaje, del guion y las relaciones entre los personajes de Stranger Things, que es su última obsesión.

Sigue teniendo acentazo hablando inglés, algo que me llena de orgullo y me da un poco de envidia también. Y sigue teniendo una facilidad pasmosa para memorizar diálogos enteros. Poniendo entonación y toda la mímica. Es artista, aunque también le encanta enseñar. Los niños y los bebés, la vuelven loca.

Hemos construido una relación sin dobleces, sin superficialidad, y basada en la verdad, aunque a veces ésta, no sea la que queremos oír. También tiene la madurez necesaria como para decidir cuándo es el momento de escuchar esa verdad.

Seguimos día a día, aprendiéndonos, compartiéndonos, bailando los domingos por la noche en la cocina, y peleándonos por las galletas del príncipe y el último nigiri de la bandeja.

Pasan los días, y la canción “Antes” de Jorge Drexler, sigue vigente y con mucha fuerza.

La pajarita se echa a volar

Hace doce años, por estas fechas, tenía una barriga considerable que me imposibilitaba la libertad de movimiento. Me hacía tremenda ilusión aquella barriga, tanta que por momentos pensé que la química de mi cerebro se había alterado y yo estaba bajo los efectos de alguna sustancia. Ciertamente lo estaba. La sustancia era la cantidad hormonal propia de un embarazo de 30 semanas.

Han pasado doce años. Todavía no tengo claro cómo lo he hecho realmente, pero aquí estamos. Sanas y cuerdas las dos.

Yo ya soy una señora de las cuatro décadas, como canta Ricardo Arjona. Bueno, casi cinco, no pretendo ni siquiera ocultarlo. Y ella… ella ya no es una niñita, anymore. Tampoco es una chica. Es esa cosa intermedia, niña-chica-adolescente, que parece estar en una montaña rusa la mayor parte del tiempo. Hay días que son de subida, y todos son risas y fiestas. Otros son de bajada, y hay un pero para todo.

Pero como escribo, aquí estamos las dos. Y estamos bien. Durante todos estos años, aunque no hemos estado pegadas como dos siamesas, si que he tenido pleno control de cómo y dónde estaba. En muchos círculos me han tachado de madre superprotectora, de criar con dependencia, de no asumir que tenía la edad que tiene. Sinceramente, y como diría Diego Dreyfuss, me vale madres… Por si no estás familiarizada con la jerga mexicana, te traduzco. “Me importa un pimiento”. Nunca me ha afectado lo más mínimo lo que otros/otras han pensado u opinado de mi crianza. Ni siquiera he dado una explicación de las normas o acuerdos se implantan en casa. Antes de tomar cualquier decisión que le afecte, ahora o dentro de diez años, he meditado concienzudamente qué camino tomar. Después de valorar todos los factores, he decidido, y punto.

Y yo estoy supervisando una maleta porque es la primera vez que la pajarita abandona el nido. Ella está nerviosa e ilusionada. Se va de vieje de fin de curso, con los compañeros con los que lleva desde los tres años. Aunque está acostumbrada a viajar, visitará un sitio que no conoce y lo hará de otra mano que no es la mia. Yo estoy también nerviosa e ilusionada.

Para ella es la primera vez de sentirse “mayor” y hacer cosas de persona con cierta independencia. Para mi es el test de todos estos años. Y no me refiero al test de saber si ella lo pasará bien, y no se meterá en líos, y no dará problemas. No, el test es otro. El test es para mi, para saber si realmente yo he construido una relación con apego seguro. Hemos hecho varios simulacros y los hemos superado satisfactoriamente, espero que apruebe este test también. Confío en mis recursos y en ella, y en todo el fokin trabajo que hemos hecho estos doce años.

Brindo por mí

El trece de marzo tiene un hueco importante en mi historia.

El trece de marzo de 2011, con 41 bultos, dos orquídeas, un bocadillo de salami, y una barriguita de 13 semanas, pusimos rumbo a casa. Después de casi dos años de montaña rusa, de cosas de las que afortunadamente ya no me acuerdo, y de otras de las que aún no he logrado olvidarme.

El trece de marzo puse fin a una vida y empecé otra. Llevo tiempo celebrándolo, unas veces en silencio, otras alzando la copa. Pero siempre celebro, ya lo sabes.

Hoy le quiero dar las gracias a aquella Violeta decidida, que cargó sola el coche. Con libros, lanas, ropa y plantas. A la misma que después de llenar el coche se hizo un bocadillo de salami, por si el viaje se le hacía pesado y le daba hambre, y a la misma que se hizo los 100km de coche hasta llegar a casa. Luego deshizo bolsos, y bajó cajas. Y se empleó en el piso en que hacía dos años que no vivía. Hizo un MariKondo antes de que llegara la furia del método de esta japonesa que hoy ha bajado los brazos.

Hoy le doy las gracias por haberse puesto al mando, por haber dejado de lado la incertidumbre, la inseguridad, y la necesidad. Pensó en sobrevivir, se volvió en la adulta funcional y responsable que nos ha proporcionado nido, refugio, alimento y seguridad.

Hoy brindo por ella, que me trajo hasta aquí. Hoy brindo por mi.

Las galletas de corazón y las tortitas de Carnaval

Tu sabes que tengo una especie de TOC con lo de crear recuerdos y tradiciones. Cada mes en mi calendario doméstico tiene una comida o celebración típica.  Porque según yo, la manera más firme de crear una tradición, es con la comida.

He hablado un montón sobre la definición de anclaje de la PNL, y doy fe de que son algo que se queda en la cabeza. Dime si a ti no se te vienen recuerdos o vivencias, al saborear un plato, o cuando te llega el olor del mismo.

Yo no recuerdo ninguna comida hecha por mi abuela Eulogia, sin embargo, las Torrijas, y las tortitas, que es como le decía ella a las tortillas de Carnaval, me la traen a la mente en un segundo.

Yo he ido reuniendo un recetario en función de las tradiciones y celebraciones. Muchas de estas recetas son de mi madre, o de mis abuelas. Y otras muchas han sido gracias a la red, y son sabores y platos que yo he decidido hacer tradición.

En Febrero, la receta fija son las galletas de corazones, y si los Carnavales caen en este mes, pues también tocan las tortillas de Carnaval.

Creo que llevo haciendo las galletas de corazones, desde que Ainara las publicó en su blog. Son la galleta perfecta. Las hago básicamente para poder metérselas a Emma en el tuper del cole. Aprovecho también y le pongo una notita de lo mucho que la quiero, que antes le encantaba y que ahora la avergüenza. ¿En qué momento llegamos a esto? Quiero una hoja de reclamaciones al señor que guarda el reloj del tiempo.

Las tortillas de Carnaval, o tortitas como le decía mi abuela, las hago con una receta de esas de: lo que vaya pidiendo. Menos mal que he ido aprendiendo a manejar cantidades, porque antes me dejaba llevar por lo que pedía, y la cosa se desmadraba infinito… y terminaba aburrida de freir tortillas. En la red hay un montón de recetas, como esta, pero la mía va más o menos así: un huevo, un vaso de leche, un chupito de anís, ralladura de limón y naranja, un poquito de levadura en polvo y  harina mientras vas removiendo. Hasta que se hace una masa que tiene cierta consistencia. Se fríen en aceite caliente y luego se espolvorean con azúcar y canela en polvo. Con un chocolate, no te voy a decir como entran.

Carnaval y sus fases

Me ha costado aceptar un poco, que esto de vivir va de cambiar. Ser constante en el cambio, como le decía su abuela a Ana Albiol.

Yo antes entraba en cortocircuito cuando pensaba esto. ¿Cambio? ¿Qué cambio? ¿Por qué cambiar? Una control freak como yo necesita de pilares firmes, que estén siempre ahí para que me den sensación de tranquilidad y control.

Te hago un recuento. De pequeña en el cole, me disfracé alguna vez. Con la carroza que armaban en el cole y tal. En el instituto, también, recuerdo pasarlo siempre mejor armando el disfraz que luciéndolo, pero aún así, también tengo en la memoria, noches bien divertidas. Luego llegué a la carrera y ahí me apagué. La sensación de ridículo, de incomodidad y todo lo que había que estudiar, hicieron trinchera en mi. Y me negué a vivir el Carnaval y todo su pifostio. Me limitaba a disfrutar de la gala Drag con devoción, y listo.

Luego llegó la Mariposita, y entonces, tuve excusa para ir despojándome de las armaduras que me había puesto en todos los años anteriores, y volver a coser disfraces. ¡Cómo he disfrutado estos últimos años de los disfraces! Uno solo, para la cabalgata, con otras madres y niñas, con las que haces tribu, porque todas pasamos por lo mismo, y el grupo es siempre una mejor idea.

El año pasado, un resfriado nos dejó en casa, después de haber preparado todo el atuendo. Y llegó el momento de la transformación y de cambiar de fase. Ya es mayor para andar disfrazándose con la mamá. Y aunque el corazón se te encoja un poco, afrontas la nueva etapa con estoicismo, porque la vida es así.

Volveré a disfrutar de la Gala Drag, y a ver la cabalgata desde la trinchera.

Seguimos transformándonos, y sigo aceptando que a mi mariposita le han salido alas, que las está empezando a desplegar, y quiere ir explorando. A mi me toca ser siempreviva, para darle la seguridad de que aquí siempre tiene flor a la que volver.

Tanto que lo busqué

Durante un montón de tiempo estuve buscando el amor.

Así en negrita. El amor de los libros, de las películas, y hasta el de algunas telenovelas. Entendía el amor como momentos de romanticismo máximo, con pupilas en forma de corazón y música de violines, envuelto en un montón de drama y canciones cortavenas.

Y claro, con esa idea en la cabeza, buscaba el amor. Y eso era lo que encontraba.

Luego me lamentaba de lo mal que me iba, pero de lo que años después me di cuenta, es que soy realmente experta no solo en orden, también en manifestar. El amor tal y como yo lo concebía, con esa definición del principio, me llegaba. Manifestaba exactamente eso: un momento bonito, entre montón de momentos de angustia, ansiedad, y tristeza. No me daba cuenta de que la idea de base era la errónea. Y no fui consciente hasta que vino otro acontecimiento a mi vida que, me hizo cuestionarme lo anterior, a base de vivir el amor, en neón y mayúsculas, de forma muy diferente.

El 14 de febrero de 2011, fui a la primera ecografía. Los momentos previos a entrar a la consulta, estuvieron bien aderezados de esos momentos ansiosos, angustiosos, llenos de narcisismo perverso y tóxico.

Pero entré a la consulta, y me tumbé en aquella camilla donde te quedas a merced de la doctora y su enfermera, con bastante poquita dignidad y muchísima vergüenza. Después de una entrevista y recopilación de datos, lo escuché. Un corazón latiendo muy rápido, que me dejó como en trance. En aquel instante todo se fundió a la pantalla del ecógrafo donde era capaz de distinguir una cabeza muy grande, y un cuerpo de renacuajo. Ya no era solo un positivo en un papel. Aquello era real.

Salí de la consulta, deshaciéndome de todos los pensamientos tóxicos que me infundaron al entrar. Recuerdo ir caminando por toda Triana, rememorando el latido de aquel corazón. Llegué a casa. Cogí el coche y me fui al trabajo. Recogí mis cosas. Y firmé mi finiquito.

Durante los meses siguientes, me di cuenta de que todo lo que había vivido con anterioridad creyendo que era amor, era otra cosa, aún no sé qué fue realmente, lo que tengo claro, es que, al amor, con todas sus letras, lo conocí aquel 14 de febrero. Y esto me sirvió para definir de verdad qué era el amor para mí. Me atrevo a decir que, desde ese momento, quiero mejor a mi familia y a mis amigas, y a otras personas que van apareciendo y que me apetece que se queden, porque me siguen enseñando a querer bien.

Desde entonces lo vivo. Con todo lo que tiene, que a ver, hay momentos de violines, pero también muchos momentos de límites, de conversaciones incómodas, de bajada de muros, y de construcción de confianza. Hasta que no fui consciente de qué amor quería vivir, no pude realmente sentirlo. Y gracias a ello, hoy vivo con amor. Con muchos tipos de amor. Más del que nunca pensé.

Mi carta a los Reyes Magos

Creo que esta es mi carta número 7. Me estoy viciando, pero oye, es que tener la posibilidad de andar pidiendo deseos, sin límite, a mi me tiene como loca.

Sí, pido un montón de deseos a cada rato, ¿por qué no hacerlo? Me importa que se cumplan, claro, pero la realidad es que lo hago por revivir la ilusión y la magia del preciso instante de pensar qué deseo. Esa es la magia. Ese momento en el que cierro los ojos, y respiro profundo, y me visualizo imagino con el deseo hecho realidad. Creo que tengo cierta adicción a ese momento de desear.

En la carta que voy a escribir aquí, voy a concentrarme en revivir todos los momentos en los que he pisado un suelo diferente al mío durante este año, y que me ha hecho conocer sitios nuevos. Después de dos años teñidos por el coronavirus, hemos vuelto a coger la maleta. Hemos viajado lejos y también cerca. Y eso es lo que quiero seguir haciendo.

Armar una maleta, para unos días o para un fin de semana, y tirar para el aeropuerto. Quiero ir a sitios nuevos y viejos. Andar por calles que conozco, aunque ya no sean las mismas que pisaba antes. Quiero volver a reconocerme en rincones donde fui muy infeliz, y también donde me imaginé con otras personas. Quiero reconciliarme con el territorio. Deseo volver a descubrir plazas y avenidas; andarlas y bailarlas.

Quiero comer rico, y en sitios bonitos, y volver con la memoria del teléfono saturada de fotos preciosas, que me recordarán lo bien que lo habremos pasado en todos esos lugares que vamos a visitar.

En mi lista hay lugares diversos y variados, lejos y cerca.

Y… ahora, me da igual que mis pies no se muevan de aquí. Solo este ratito de imaginarme en el avión con MiMariposita, haciendo listas y leyendo curiosidades del sitio al que iremos, ha merecido la pena.

Te doy las gracias, noviembre

Empecé el mes con el firme propósito de poner el altavoz en dar las gracias. Creo que lo he conseguido. Esto no es magia, esto es ciencia, allí donde pones tu atención expandes la intención.

Cada noche antes de irnos a dormir, hemos escrito nuestro agradecimiento. Y me doy cuenta de realmente MiMariposita ya no necesita ninguna instrucción ni lección. Sabe apreciar cada momento y sabe darle el valor justo a cada cosa. Igual ahora ella no lo ve, pero estoy convencida de que esto es un aprendizaje para la vida. Casi como saber poner la lavadora o hacer unas lentejas. Si eres capaz de dar gracias por la mayoría de las cosas que te pasan, tienes ya mucho camino fuera de la mazmorra andado.

La mazmorra va a venir, es parte de la vida, pero si estas entrenada para ver las gracias, vas a saber encontrar las rendijas por las que entra la luz, y eso va a hacer tu tiempo en mazmorra más llevadero.

Yo me fijé en qué cosas me hacen sentir agradecida, y he podido comprobar que son muchas más de las que a priori me parecían. Esto me asombra cada vez. Cuando empecé a hacer este ejercicio diario, había día que me quedaba en blanco. Hoy, siento que doy gracias por todo. Y aún así, hay días que siento que me quedo corta.

Este mes he podido disfrutar de cielos increíbles. He brindado por la vida, por la salud, y por la magia. He dado gracias por los besos, los abrazos, y las risas por whatsapp. He dado gracias por todas esas personas que siempre están a la distancia de un click del botón verde del teléfono. He dado gracias por esas otras personas que se fueron de mi día a día, porque entendí que el tiempo ya fue.

Me he bebido la culpa en buenos vermús, y he agradecido el momento con risas y conversación. He saboreado el dulce y el salado en compañía de un montón de mujeres que me resultan totalmente inspiradoras, y de las que quiero coger un poquito de cada una para quedármelo para mí.

Otro mes que he ido diligente y enfocada para poder llegar a todo. Doy gracias también por mis libretas, mis ratos de planoly,  el pomodoro y el toggl, que me ayudan a enfocarme para poder seguir agradeciendo el tiempo que me agendo para tejer, escribir o escucharme pensar.

Ha sido un gran mes para agradecer. ¿Tu ya diste las gracias?

Merienda de Adviento

Hace justo un año, descubrí que me gustaba estar en grupo. De toda la vida me coloqué la etiqueta de que soy una introvertida y de que los grupos de gente me agobiaban. Y sí esto también es cierto, pero claro, lo que no había reparado en que el error estaba en la generalización, como casi siempre. No me gustan todos los grupos, pero he descubierto a unos ciertos grupos de personas con los que me lo paso muy bien. Con los que siento que nos interesan las mismas cosas, aunque no pensemos lo mismo siempre, y gente con la que puedo sentir como crezco con cada conversación, porque con cada afirmación me hacen aprender.

En este último año han llegado unas ciertas personas a mi vida, que me ponen las pilas y que me ayudan a bajarme a tierra y no quedarme nadando en mis pensamientos, haciendo lo que tengo por costumbre hacer: pensar, idear, dejar que se diluya.

En medio de esto, y sacando pecho, se me ocurrió una tarde organizar una merienda. Como las que hago en Navidad, pero para estas personas que viven el Adviento como yo, y que les gustaría echar un rato juntas para comer, reir, bailar y salir inspiradas. Ríete, pero la energía que se mueve en este tipo de encuentros es brutal.

Con ese pensamiento de imaginar lo divertido que sería organizar algo así, me fui a un almuerzo con mis enraizadas. Lo dije así como de pasada, como cuando dices algo en voz alta pero que no le estás dando bola ninguna, porque ya estábamos a finales de octubre, aquello solo era un pensamiento que daba vueltas circulares por mi cerebelo.

Para mi sorpresa, en menos de 15 minutos, me habían encontrado el sitio, la hora, la gente, y si me descuido, hasta la playlist.. Total, que esta semana tenemos nuestra primera Merienda de Adviento.

Dice mi madre, que la suerte de un loco es dar con otro… y seguramente sea así. Y por eso también doy gracias, porque yo no encontré una, sino unas 15 locas más, a las que yo les parezco cuerda.

Cuando ya veo que todo está medio organizado y caminando, no me creo que esté montada en este burro, pero sí, aquí voy, y ¿sabes que? Que me lo estoy gozando. Que ahora mismo, es lo único que me importa.