Compra con cabeza

Pues ya estamos aquí. Ya, yo tampoco sé cómo ha sido, que casi no me ha dado tiempo a peinarme bien, y de la revolcada estamos en diciembre… again. Supongo que todos los que pasamos los 30 tenemos la sensación de que esto cada vez va más rápido. No te creas que no me quita el sueño.

Y ya puestas aquí, llega el momento en el que hay que sacar la libreta y las cartas, y empezar a hacer cuentas.

La Navidad también es esto y aunque todo el tiempo esté pensando en alejarme todo lo posible del consumismo loco y masivo, también es divertido regalar.

¿Tú eres de las que prefiere regalar o que te regalen?

A mí me mola mucho lo primero, lo que no me motiva nada es meterme en los centros comerciales por esta época. Me agobio y me frustro. Por eso procuro ir, porque todavía no he encontrado la forma de salvarme, con una lista armada, cerrada, estudiada y medida. Ir a tiro hecho y como si estuviera participando en un concurso y salir lo más rápido posible de allí.

Regalar es divertido, intentar poner orden en un montón de cosas que llegan de repente y con las que tienes que compartir espacio, no lo es tanto. Y no hablemos de los agujeros que hacemos en las carteras. Por eso, siempre y más en estas fechas, consumo con cabeza.

Desde hace unos años, la mayoría de los regalos que hago son de disfrute en lugar de cosas. Quiero decir, que me gusta más regalar una comida, un masaje o una excursión, que una ropa, un perfume o cualquier objeto.

Me gusta regalar libros. No los que me gustaron a mí, sino los que creo que le van a gustar al regalado.

Y también me gusta mucho regalar detalles hechos con amor: cualquier artesanía útil me vale. Figuritas y demás objetos inútiles, no por favor.

Marie Kondo ya renunció a mantener el orden, ya lo leímos, sin embargo, sus enseñanzas sí que he decidido conservarlas y acumulo lo menos posible.

A ver, esto tiene un pero, claramente: acumulo lanas, papel para scrapbooking y telas. Pero eso no es acumular, es invertir en mi jubilación.

Regala con el corazón, pero compra con la cabeza.

El Calendario de 2023

En mi día a día, recurro a muchas frases que funcionan para mi como mantras.

Una de ellas es: “La práctica hace al maestro”. La digo varias veces al día. Y soy tan pesada, que este verano en una de mis filípicas a mi hija y a mis sobrinas, paré un momento para ponerme más intensa de lo que ya estaba y soltarla, y ellas se me adelantaron.

Ahí fui consciente de que el mensaje había calado, y ya no era necesario que siguiera repitiéndome como un loro.

Pero hoy, se me hace necesario venir a dejarla aquí. Y sí, la práctica hace al maestro, y la confirmación de esta frase, la he vivido este año.

Ya sabes que soy una fanática del Adviento y de todo lo que organizo alrededor de su Calendario. Cada año, dedico unas buenas mañanas o tardes a organizar y pensar qué quiero hacer y con qué puedo sorprender a las personas que van a formar parte de él.

Este año, la cosa ha ido rodada. Me he dado cuenta de que tengo el ojo educado a ir encontrando todo lo que voy a necesitar para estas fiestas. En un par de salidas a comercios y sitios (que no voy a revelar por si alguno de los implicados me lee y se me pueda chafar la sorpresa) descubrí cosas que en otras ocasiones me han podido pasar desapercibidos, y que me van a facilitar muchísimo la tarea de lo que me propongo.

Parece ser que esto no solo es por práctica. Existe una cosa que se llama Sistema de Activación Reticular (SAR), y mantenerlo activado es lo que hace que de pronto detectemos aquello en lo que estamos pensando.

Como cuando piensas en embarazos, y solo ves embarazadas; o cuando estás evaluando un modelo de coche concreto, y te lo encuentras todo el rato. No es que haya más embarazadas en ese momento, o más coches de ese modelo… Es que tu SAR está activado y estás manteniendo el ojo en el foco que tienes en mente.

La cuestión es que como llegados a mitad de noviembre, en mi cabeza el foco está puesto en la organización del Calendario de Adviento, mi SAR está entrenado para ir encontrando cosas que me pueden facilitar el trabajo.

Por ejemplo, al llegar a Ikea, encontré sin problema las velas de la corona, la casa de jengibre, o los adornos para decorarla. Algo que otras veces he tenido que estar preguntando y preguntando.

Del viaje a Gran Canaria, pasé deprisa por la puerta de Tiger, y dos pasos más allá volví sobre ellos para meterme dentro de la tienda. De allí me traje material para resolver al menos, cuatro actividades.

Hasta en Mercadona, encontré casi de sopetón la caja de bombones que escogemos siempre para meter en los calcetines de Adviento.

Con mucha práctica y el SAR bien activado, este Adviento ha sido sencillísimo de preparar, y ya llevamos disfrutándolo cuatro días.

Espero que tu también estés disfrutando del tuyo.

El poder de la reunión

Yo era una de esas personas que vivía en la creencia del “mejor sola”.

Me sigue pasando, quiero decir, mi hábitat natural y donde me encuentro bien, tiene pocos habitantes. Me gusta el silencio y la soledad de una casa vacía.

Me siento a gusto con mi compañía y las reuniones multitudinarias me ponen nerviosa. Y con multitudinarias me refiero a un conjunto de personas que ande por los 50 miembros, no necesito más.

Durante un montón de años, dije NO a cualquier plan que llevara implícito las reuniones de este tipo. Y me refiero a cosas como: verbenas, fiestas, reuniones, etc.

Y de pronto, hace unos años, a raíz de un programa de emprendimiento, descubrí que estar con gente no era tan terrible, que incluso podía pasármelo bien.

Y entonces este año, se nos ocurrió a Vanessa y a mi, no solo asistir a reuniones sino convocarlas. Y ya ahí destruí todas estas creencias del yo a solas.

Cada día disfruto más las reuniones con gente. A ver, los grupos muy numerosos me siguen causando desasosiego, pero grupitos de 20-25 personas, ya no solo me gustan, sino que me doy cuenta de que los voy buscando. He comprendido el bien que hace el grupo.

Por eso, lo del brunch de Adviento de ayer, y lo que vendrá.

En grupo, lo que quiera que traigas se comparte, y no me refiero a lo que nos podamos comer. Se comparte y se avanza de igual manera con las penas, las alegrías, el brillo o los conocimientos.

El grupo te da el espejo, y eso hace que sobre la marcha te ubiques y puedas avanzar.

Me acuerdo de la bola de cristal y aquello de: solo no puedes, pero con amigos sí. Pues tal cual amigas. Por eso, me he propuesto para el año 2024 seguir buscando grupos: uno que lea, otro que teja, otro que tenga ganas de mover las manos. Y que a todos les interese seguir brillando.

Prepárate para el Adviento

Si te digo la verdad, yo no sé cómo hemos llegado aquí.

Mira que tengo un expertise en estar presente, en disfrutar cada minuto, y en concentrarme en el aquí y ahora. Y se supone que lo llevo a la práctica, y entonces debería ser consciente de cómo han pasado estos 10 meses.

Pero no, se me escapa. Es como si todo este tiempo me hubiera volado por encima. Como una ola que te revuelca y te bota en la arena. Tengo la misma sensación. Esa que no me termina de gustar, y que me lleva a pensar que se me está escapando la vida por todas las costuras.

Cada vez que me asaltan estos pensamientos, voy a la galería de fotos, y trato de hacer recuento, y convencerme de que realmente estos meses los he vivido de verdad, no solo me han pasado por encima.

Cuando veo las fotos, y luego miro el calendario, la sensación es agridulce. No sé todavía como compensar esto.

De momento, sigo pendiente del tiempo que falta para terminar el año, y buscando las formas de hacer que se me quede la sensación de vivencia, no solo de atropello de días.

Pensando así, y aprovechando lo que viene, me ha dado por pensar que lo mejor es ir arranchando el barco.

No sé si todo el mundo conoce esta expresión. En mi casa es muy común.

Supongo que sabes que vengo de familia marinera, y tengo integrado en el ADN la responsabilidad de estar siempre arranchando el barco, que no es otra cosa que hacer el mantenimiento y preparación para la travesía. El trabajo en un barco es inacabable. Siempre hay cosas que hacer.

En nada estaremos celebrando la Navidad, el Final de año, y los Reyes. Ya sabes que yo celebro también el Adviento. Y que me ayuda de alguna manera a que todo esto de las fiestas y los días, no se me pasen tan deprisa, y que me deje la sensación de que les he sacado el jugo; y que los días, los he vivido con intención e intensidad.

Fíjate cómo de obsesionada estaré con estas cosas, que escribí el Manual de Adviento, pensando mucho en ello. Y ahora ha llegado el momento de sacarlo de la estantería y darle una leída. Organizarte, planificarte y prepararte para vivir un Adviento del que te vayas a acordar siempre, y que te deje sensaciones de vivido, no de pasado por encima.

Presentación del Manual de Verano

El próximo sábado, después de desayunar y de pasar la media mañana con calma, será un buen momento para que te alistes, y te dirijas a la Feria del Libro.

Sobre las 11:30, allí estaré yo, acompañada de mi amiga Maru. Con unos pocos de nervios, y la ilusión desmedida.

Durante media hora charlaremos sobre este nuevo Manual, del que como podrás intuir voy a hablar bastante de aquí a final de año.

Va a ser un buen momento para que nos veamos las caras, nos saludemos, y si quieres te puedes llevar los libros firmados. No me quiero poner en plan pedigüeña, pero a ver, que me lo he hecho yo solita, el libro digo, y tengo que venderlos todos, que ocupan un buen espacio en mi casa.

La feria de este año, que empieza el 18, tiene un programa sin desperdicio. También te convoco a venir a la mesa redonda que tendrá lugar el viernes 20 a las 18:00. En la que estaré moderando una charla entre cuatro escritores que usan Fuerteventura como inspiración para sus obras.

Que trabajas, estás ocupada, o tienes otras citas (que no sé qué puede ser de más interés que esto, ya tu me dirás), tienes una última oportunidad. El domingo por la mañana estaré en el stand de la librería Tagoror, firmando lo que me lleves. Cheques, contratos o escrituras no firmo, ya te lo digo. De resto, lo que quieras.

Así que allí te espero, en cualquiera de estos momentos del fin de semana.

Venirse venirse.

Todo lo que no se ve

Hace unos días vi un reel en Instagram, de Almudena Grandes, donde decía que la escritura a ella le ha dado oficio y disciplina. Empezó a escribir para otros, y eso hizo que se tomara en serio lo de venir a la mesa y sentarse cada día, un buen puñado de horas, como si fuera un trabajo de oficina.

Adquirió esa disciplina porque tenía que entregar aquello que escribía y que le habían encargado.

Lo mismo le oí decir a Isabel Allende. Cada día escribes, y durante un montón de días vas a tener un buen puñado de páginas, que probablemente no sirvan para mucho. Pero de pronto, el día 101 la página que has escrito, te parece que está bien, que tiene eso que buscas cuando escribes. Caes en la cuenta de que han tenido que pasar más de 100 días haciendo lo mismo, para llegar a algo que te guste.

Tengo claro que en esto de escribir, hay una historia romantizando el acto, pero que poco tiene que ver con la realidad de los que escribimos.

Todo lo que no se ve, es lo que está por allá del risco, que aunque no se vea, está.

Detrás del risco, hay muchas madrugadas de lectura, de escritura aparentemente vacía, de páginas arrugadas que has descartado, de un montón de mensajes de voz que te envías a un chat de whatsapp en el que solo estás tu; una pila interesante de libretas en las que has ido tomando notas random porque pensaste que alguna podía servirte. También hay un buen puñado de canciones, y unas cuantas películas. Muchos litros de café, té, o agua con gas. Algunos bailes con John y muchos suspiros contenidos.

Y lo que hay después de eso, es una historia que te ha salido de dentro, y que te apetece mucho compartir.

Chance and choice

La oportunidad y la opción, que lo pongo en inglés, porque estoy a fondo con el tema. Pero eso forma parte de un plan de acción con cierto retorcimiento, que prefiero no contarte o hacerlo en otro momento.

A priori, igual te parece que es lo mismo. Tener una oportunidad o una opción. A mí me lo parecía también. Hasta que rasqué. Ya sabes que rascar aunque no pique es de mis tareas favoritas en la vida.

La oportunidad, para mí, surge. Es como una ventana que te muestra algo. Puedes tener la oportunidad de conocer a alguien, de hacer algo por ti, de hacer algo por otros. Una oportunidad es una circunstancia. Que se de, puede depender de ti o no. Lo que depende de ti es lo que harás con esa oportunidad. Una vez la tienes delante, tu tienes la opción de aprovecharla o no. De tomarla o de dejarla pasar.

Una opción, es la posibilidad de elegir. Si no tienes opciones, no puedes elegir.

Por esto, me he volcado en generar opciones, que es de lo que yo puedo ser responsable. Buscarlas, conocerlas, o incluso fabricarlas. Cada día me entreno un poquito en tener varias opciones sobre lo que quiera que esté haciendo o viviendo.

Este mes, que me he centrado en cuidar mis telómeros y ser valiente, he tomado las opciones pertinentes con las oportunidades que se me presentaron.

Hace unas semanas se hizo público una jornada cuyos ponentes son un chute al cuidado de mis telómeros. Siendo valiente, y teniendo en cuenta una serie de cuestiones logísticas, he estudiado la oportunidad que tenía de aprovechar esta jornada. Y una vez hecho el estudio, he optado por no perdérmela.

La oportunidad se dio, yo dije sí. Aquí está bien clara la diferencia.

Talitá kum

La expresión aramea Talitá kum se encuentra en el Evangelio de Marcos, capítulo 5, versículo 41. Traducida significa: «Niña, yo te digo, levántate». Jesús dirige estas palabras a la hija de Jairo, una pequeña de doce años yacente a la espera de sus funerales. Pronunciadas estas palabras, Jesús tomó su mano y ella inmediatamente se levantó y caminó.

No es que ahora me haya dado por leer la Biblia, aunque todo se andará. Escuché esto en un reel en IG, y me dio curiosidad. Lo he buscado y lo he adaptado mi cuestión.

Aplicado a mi rollo, equivale a mi Keepgoing. O: ¡Camina!

Ahora mismo, no creo que venga ningún Mesías a darme la mano, ni a decirme el Talitá kum, así que seré yo misma, o tu mismo que lees, el que deberá darse la mano, el empujón o la patada en el culo. Yo (tu) veré lo que me hace más falta según el momento. Lo que tengo claro es que hay que levantarse, seguir, caminar.

Durante algún tiempo esperé. Esperé porque creía que ese empujón debía venir de afuera. Aprendí a base de esperar más de la cuenta que la mano en la que debía apoyarme para levantarme, era la mía.

Como la mar. Ir y volver, con olas o sin ellas, con mar de fondo o en calma. Seguir. Continuar. Levantarte y seguir.

Me doy cuenta de que de todo lo que aplico cada día, de todos los consejos que me doy, y de todas las cosas que he ido aprendiendo, esto, es lo que llevo en el ADN. Durante las vacaciones, hablé mucho de todo esto, porque sorpresa: vivo rodeada de gente tan intensa como yo, que reflexiona y va a lo profundo; ya dicen que de casta le viene al galgo…

La filosofía o enseñanza de cualquiera de estos tres mantras, porque para mi ya son mantras, es el pilar de mi día a día. Seguir, siempre seguir. Levantarme. Caminar. Con pena o con alegría, pero seguir.

Cuidando los telómeros

Los telómeros son la parte final de los cromosomas, algo así como la parte de plástico de los cordones de nuestros zapatos.

Los telómeros protegen el material genético que aporta el resto del cromosoma. Que ese plástico, es decir que el telómero, se mantenga en buen estado, es lo que nos dará un buen estado a nuestros cromosomas, y de ahí a todo lo que somos nosotros.

De forma natural, con el paso del tiempo, los telómeros se acortan. De forma que al final estos telómeros se quedan tan chicos que ya no pueden proteger el ADN, y las células dejan de reproducirse. Ya sabes lo que viene después.

Elizabeth Blackburn fue una de las investigadoras sobre todo esto.

Mira tú por donde, se ha demostrado científicamente que una de las cosas que acorta los telómeros es el estrés. Con lo que podemos deducir que manteniendo el estrés a raya, nuestros telómeros estarán manteniendo también su longitud, algo que a mi personalmente me interesa muchísimo. Si ya no pueden crecer más, por lo menos que no se encojan.

Teniendo esto en la mente, me ha costado poquísimo ponerme manos a la obra a identificar cuáles son mis estresores y alejarme todo lo posible de ellos. Así como las actividades que me mantienen en calma, y que me reportan gran felicidad. Con esto claro, mis movimientos se inclinan siempre hacia los sitios que me dan paz y tranquilidad. Cada día me guardo un ratito, esté donde esté, para tomarme un té. No solo tomarlo, sino hacerme el ritual completo.

Huyo de los sitios que no me parecen bonitos, de los cafés deprisa con los que me quemo la lengua, de los tés de sobre, de los telediarios, de las tertulias de noticias y de las personas que se quejan antes de abrir la boca. Y no es egoísmo ni ombliguismo, es que me he tomado muy en serio el cuidado de mis telómeros.

 

La valentía

Dice la RAE que la valentía es un hecho o hazaña heroica ejecutada con valor.

Tendría ahora que buscar que es una hazaña heroica, y aquí es donde viene la cosa, porque me temo que esto es subjetivo y personal. Lo que para mí puede ser una heroicidad, para otro puede ser su día a día.

Desde hace años, me ronda la idea de ser valiente. De hecho, “valentía” fue mi palabra faro desde el 2017. Decidí que sería valiente, dentro de lo que para mí serían hazañas heroicas. Ese año dije NO a unas cuantas personas, a unos cuantos trabajos, a unas cuantas obligaciones… Para mi fueron hazañas heroicas, y me entrenaron en lo que yo considero que me dio valentía. Dije SI a baños en playas con olas, a paseos donde habían gatos, a intervenciones en público, y a colaboraciones con gente que no conocía. Dije SI a no tener todo bajo control, a fluir con lo que iba viniendo, a soñar con cosas que me daban dolor de barriga.

Ese año fue un gran entrenamiento para mí. Desde entonces, sigo entrenando mi valentía, a tal punto que ahora sin ser una kamikaze hago muchas cosas a las que antes les tenía miedo. Y esto, me ha servido para entrenar el ojo en ver la valentía del otro. Soy capaz de ver cuando se dejan las cosas sin hacer o lo que es peor, sin vivir, por pura ausencia de valentía. Y no quisiera, (me estoy entrenando en ello) pero me da lástima. Sobre todo, cuando las cosas que se quedan sin vivir tienen que ver conmigo, porque en algún momento, la cobardía del otro se choca con tu valentía, y ahí se acabó la vivencia.

Antes, me quedaba expectante, impulsante. Albergando siempre la esperanza de ver el momento en el que la cobardía dejaba paso a la valentía y de ahí: fuegos artificiales. Pero ya no. Cuando detecto la inmovilidad que da la cobardía ante un evento, me voy. Esto también ha sido un momento valiente para mí. Darme cuenta de que cada uno decide qué, cómo y cuándo va a enfrentar una hazaña heroica, que puede que me afecte, ha sido un momento de iluminación. Ser valiente para irme sin esperar más es mi forma de vivir la valentía.

Ya no espero. Ya no impulso. Mi mayor hazaña heroica ha sido aprender a irme. Desde entonces, sin vergüenza ni falsa humildad, cojo camino sabiéndome valiente.