La reunión de Adviento

El año pasado, en un momento de descompensación de alguna de las cuestiones que me mantienen cuerda y a salvo, y que fabrica mi propio cuerpo; me vine arriba, y a finales de mes un grupo apañadísimo de mujeres me siguieron la corriente en esta locura transitoria que me dio, y nos celebramos en una merienda de Adviento.

Este año, que parece que la química de mi cerebro está más equilibrada, no contemplé en mi planificación organizar nada similar. Y entonces llegó octubre, y cumplí años, y presenté el Manual de Verano, y volví a reunirme con gente, y a romper otro puñadito de creencias que me quedaba por aquí.

Desde que se acabó toda la trabajera del Manual de Verano, y me senté a descansar, la química, otra vez volvió a hacer de las suyas. Igual no es la química y es la termodinámica. El caso es que me puse entrópica total y tendente al caos.

Me desequilibré, y en un par de horas, la idea de repetir la merienda se hizo una llamada poderosa en mi cabeza.

Quise despistarme, y quitarme la idea de donde quiera que hubiera surgido, pero… cuando una llama se me prende por dentro y empieza a calentarme, yo misma sé que no hay caso lucharla.

Unos días más tarde y unos pocos cafés también, todo estaba listo.

Habrá reunión de Adviento este año.

Las novedades son unas poquitas, no será merienda, será Brunch. Y vamos a mover las manos.

Ya saben que yo tengo una misión con esto de que nos convirtamos en señoras que mueven las manos. El año pasado las señoras que asistieron se fueron con las ganas de haber sacado las tijeras y la barra de pegamento y haber hecho su propio calendario allí mismo. Este año voy a dar respuesta a esas ganas, porque como dispondremos de más tiempo, podremos meternos en harina, como se suele decir.

No haremos un calendario, haremos otra cosita que de momento voy a dejar en suspense, para crear el hype, ya tu sabes.

Apúntate la fecha: 26 de noviembre, en Fuerteventura. Cerquita de muchos sitios, y en un lugar que inspira muchísimo.

¿Quieres más detalles?… está todo explicadito aquí.

El peto ahumado de La Puipana

Vengo de una casa de una familia de pescadores. En casa siempre ha habido pescados, variados y diferentes. Yo creo que he podido comer cualquier tipo de guiso con pescado.

Mi padre fue pescador. Y digo fue, porque está jubilado, y siempre concibió esta actividad como su trabajo. Una vez que dejó la mar, no ha salido a pescar más. No era su hobby que luego convirtió en empresa. No, era su actividad empresarial. Primero con un barco de 22 metros de eslora, y luego con otro de 12. Tenía un montón de gente a su cargo que capitaneaba como lo hacía con el barco: con firmeza, y mucha mano izquierda.

Mi padre se dedicaba a pescar atunes. Que dices atún y te crees que solo hay un tipo. A casa traía bonito, atún listado, medregal, patudo, melva, peto… Y de todos nos alimentábamos.

El peto era uno que venía poco a casa. Supongo que era porque es un pescado que se pesca distinto a los otros.

Dice la academia de la lengua canaria que el peto es un pez de la familia de los atunes, de cuerpo alargado y fusiforme, de color azul por el lomo y más pálido por el vientre, y que alcanza hasta los dos metros de longitud.

Como te digo, en casa se preparaba de cualquier forma, pero la más habitual era en filetes para luego pasarlo por la plancha. No necesita más, para que disfrutes de todo su sabor.

Ahora he descubierto otra forma de degustarlo que me tiene enganchada. Lo mejor es que lo tengo muy cerca y a la mano. Cuando tengo necesidad de un mimo de nutrición, de esos de alimentarme por dentro y cuidarme, siempre voy a la Puipana a comerme un plato de peto ahumado. Porque hay días que mereces mimarte por dentro, despertando tus sentidos. Nutrirte con bocados que te exploten en el paladar y que te pongan contenta desde el principio. Que no tengas que medir la cantidad, porque el plato está servido en la medida justa de placer y saciedad. Se sirve como si fuera un carpaccio, y se acompaña de una ensalada de mango y aguacate, aliñada con lima y AOVE, que consigue el equilibro perfecto de sabores.

Comer platos de colores

Hoy escribo desde el pasado. Me voy a escribir esto, a modo de recordatorio y de mensaje de tranquilidad.

Si todo va bien, yo estaré a bordo de un gran barco, que me irá llevando por los Emiratos Árabes Unidos. Espero estar bien, disfrutando muchísimo del viaje, la compañía y todo lo nuevo que estaré viendo.

Pero… siempre hay un pero.

Con el bagaje que traigo de la comida, es harto probable que esté incómoda, un poco contrariada y a ratos molesta. Ya sé lo que es y por qué. Ya no me mortifico. Sé que es algo que aparece, que me dura un ratito y que luego se pasa.

Y lo que me va a aliviar en medio de todo ese trance, es pensar en mis platos de colores. De cosas con cosas, como dice Diana. Y que lo bueno de llegar de vuelta a casa, entre otras cosas, va a ser mi comida.

De un tiempo a esta parte, mi estómago cada vez es más sibarita o más delicado, no sé bien. La cuestión es que hay muchas cosas que ya ni siquiera me apetece comer. Y que durante un tiempo fueron algo fijo en mi mesa. La cocacola por ejemplo, que aunque no fui muy adicta a esta bebida, si es cierto que un par de latas a la semana me bebía. Lo mismo que la pasta con salsas y natas, o los revueltos con bien de ajo.

El ajo en mi casa es que ya ni entra. La cocacola hace que no la pruebo más de diez años, y las natas para las salsas van bastante comedidas.

Ahora, que empieza a hacer más calorcito, y voy dejando la cuchara de lado,  mis comidas son platos combinados de un montón de cosas variadas. Plato en cantidad moderada pero con mucha pimienta y bien de color. Legumbre, cereal, verdura y algo de atún, carne, marisco.

Seguro que me lo estaré pasando bien, pero que alivio me hace pensar que dejé un montón de legumbre guisada congelada, que la despensa está bien llena de latas, y que la vecina seguro que me comprará el sábado en el mercado, tomates y hojas verdes.

Las galletas de corazón y las tortitas de Carnaval

Tu sabes que tengo una especie de TOC con lo de crear recuerdos y tradiciones. Cada mes en mi calendario doméstico tiene una comida o celebración típica.  Porque según yo, la manera más firme de crear una tradición, es con la comida.

He hablado un montón sobre la definición de anclaje de la PNL, y doy fe de que son algo que se queda en la cabeza. Dime si a ti no se te vienen recuerdos o vivencias, al saborear un plato, o cuando te llega el olor del mismo.

Yo no recuerdo ninguna comida hecha por mi abuela Eulogia, sin embargo, las Torrijas, y las tortitas, que es como le decía ella a las tortillas de Carnaval, me la traen a la mente en un segundo.

Yo he ido reuniendo un recetario en función de las tradiciones y celebraciones. Muchas de estas recetas son de mi madre, o de mis abuelas. Y otras muchas han sido gracias a la red, y son sabores y platos que yo he decidido hacer tradición.

En Febrero, la receta fija son las galletas de corazones, y si los Carnavales caen en este mes, pues también tocan las tortillas de Carnaval.

Creo que llevo haciendo las galletas de corazones, desde que Ainara las publicó en su blog. Son la galleta perfecta. Las hago básicamente para poder metérselas a Emma en el tuper del cole. Aprovecho también y le pongo una notita de lo mucho que la quiero, que antes le encantaba y que ahora la avergüenza. ¿En qué momento llegamos a esto? Quiero una hoja de reclamaciones al señor que guarda el reloj del tiempo.

Las tortillas de Carnaval, o tortitas como le decía mi abuela, las hago con una receta de esas de: lo que vaya pidiendo. Menos mal que he ido aprendiendo a manejar cantidades, porque antes me dejaba llevar por lo que pedía, y la cosa se desmadraba infinito… y terminaba aburrida de freir tortillas. En la red hay un montón de recetas, como esta, pero la mía va más o menos así: un huevo, un vaso de leche, un chupito de anís, ralladura de limón y naranja, un poquito de levadura en polvo y  harina mientras vas removiendo. Hasta que se hace una masa que tiene cierta consistencia. Se fríen en aceite caliente y luego se espolvorean con azúcar y canela en polvo. Con un chocolate, no te voy a decir como entran.

La Primera Merienda de Adviento

Ya conté hace unas semanas, como vine a dar con la idea de hacer una merienda de Adviento. Pues resulta que no se quedó en la idea, ni en las anotaciones en mi libreta de ideas, sí, también tengo una libreta para las ideas.

El jueves pasado, mientras en EEUU estaban preparando su Thanksgiving, nosotras estábamos preparando nuestra merienda.

El día anterior, me fui al local, con el coche cargado hasta la baca, de todo lo que encontré de Navidad en casa. Todo lo que he ido acumulando desde que me hice fan total de estas fechas, que no es poco.

Me llevé a MiMariposita de ayudante, y también para que fuera viendo en las cosas en las que me estoy metiendo. Aún no sé por qué sé que esto es importante, aun no he conectado los puntos, pero sé que lo es.

Entre las dos pusimos el local bonito, más bonito de lo que es ya de por sí. En menos tiempo del que pensaba, estaba todo colocadito y bien.

Y llegó el jueves, y las sillas. Y a media tarde llegó Elena con todo lo necesario para preparar una mesa preciosa.

A las 17:00 con puntualidad inglesa, tenía a las chicas en la puerta.

La mayoría venía sola, aunque entre ellas había muchas que se conocían, y que sabían que se encontrarían allí. Me puso muy contenta percibir las ganas que traían todas, y también la predisposición a dejarse sorprender y a pasar la tarde conmigo.

Al entrar, les conté lo del Thanskgiving americano, y les pedí que colocaran su gracias en el panel que estaba en la puerta. Cada una dio su gracias, y yo también. Me voy a guardar estas gracias siempre.

Comimos todo lo que nos trajo Elena, y también los cupcakes de Amparo. Alina estaba por allí sacándonos fotos. Alina es tan sutil y tan cuidadosa, que no te enteras que están capturando todo el momento. El resultado del reportaje fotográfico da buena cuenta de ello, es pura naturalidad.

Luego nos sentamos y yo eché el rollo de cómo organizo yo mi Adviento. Y de último, abrimos las cajas. En cada silla, había una caja para cada una. Dentro estaba todo lo necesario para poder fabricar un calendario de Adviento. Fue pura magia verlas abrir las cajas. Si hubiera sacado las tijeras y la barra de pegamento, hubieran armado el calendario allí mismo.

Fue una tarde preciosa, en la que yo disfruté infinito. Creo que hice alguna conversión, y hoy, ya hay más de una que está colocando su calendario con la misma ilusión que esperaba a los Reyes Magos el 5 de enero. Y pues eso… como canta René… esto lo hago, pa’diveltime!

El año que viene… más.

Merienda de Adviento

Hace justo un año, descubrí que me gustaba estar en grupo. De toda la vida me coloqué la etiqueta de que soy una introvertida y de que los grupos de gente me agobiaban. Y sí esto también es cierto, pero claro, lo que no había reparado en que el error estaba en la generalización, como casi siempre. No me gustan todos los grupos, pero he descubierto a unos ciertos grupos de personas con los que me lo paso muy bien. Con los que siento que nos interesan las mismas cosas, aunque no pensemos lo mismo siempre, y gente con la que puedo sentir como crezco con cada conversación, porque con cada afirmación me hacen aprender.

En este último año han llegado unas ciertas personas a mi vida, que me ponen las pilas y que me ayudan a bajarme a tierra y no quedarme nadando en mis pensamientos, haciendo lo que tengo por costumbre hacer: pensar, idear, dejar que se diluya.

En medio de esto, y sacando pecho, se me ocurrió una tarde organizar una merienda. Como las que hago en Navidad, pero para estas personas que viven el Adviento como yo, y que les gustaría echar un rato juntas para comer, reir, bailar y salir inspiradas. Ríete, pero la energía que se mueve en este tipo de encuentros es brutal.

Con ese pensamiento de imaginar lo divertido que sería organizar algo así, me fui a un almuerzo con mis enraizadas. Lo dije así como de pasada, como cuando dices algo en voz alta pero que no le estás dando bola ninguna, porque ya estábamos a finales de octubre, aquello solo era un pensamiento que daba vueltas circulares por mi cerebelo.

Para mi sorpresa, en menos de 15 minutos, me habían encontrado el sitio, la hora, la gente, y si me descuido, hasta la playlist.. Total, que esta semana tenemos nuestra primera Merienda de Adviento.

Dice mi madre, que la suerte de un loco es dar con otro… y seguramente sea así. Y por eso también doy gracias, porque yo no encontré una, sino unas 15 locas más, a las que yo les parezco cuerda.

Cuando ya veo que todo está medio organizado y caminando, no me creo que esté montada en este burro, pero sí, aquí voy, y ¿sabes que? Que me lo estoy gozando. Que ahora mismo, es lo único que me importa.

La fiesta de MiNorte

Ayer celebramos el día más importante del verano. La fiesta de MiNorte. La patrona de MiNorte es la Vírgen del Buen Viaje.

En este pueblo, la fiesta es algo que uno se toma muy en serio. Y desde principios del mes se constituye la comisión de fiestas que será la encargada de planificar y organizar todo el programa de la semana de celebraciones y festejos. Desde hace unos años, esta tarea recae sobre la asociación Cotillo Joven, que además de ser jóvenes, son gente con muchas muchas ganas, y que casi sin recursos sacan cada año una fiesta para adelante con un montón de cosas.

Las calles se llenan de banderas, que llevan cosiéndose semanas, y luego todo el mundo se predispone a pasarlo lo mejor posible.

Cada casa prepara su puchero típico, y se degusta con su sopa de primero, y su vasito de vino. El postre suelen ser tunos o fruta (aquí se le dice fruta al higo de la higuera) y todo está acompañado de un montón de conversaciones cruzadas. En cada casa se junta un chorro de gente, familia lejana, y amigos varios. También se descuelgan los resacados que vinieron a la verbena y que amanecieron en el pueblo. Siempre encuentran un amigo con un caldero de puchero al fuego.

En mi casa creo que el record de gente a la mesa fueron 32. Después de eso nos hemos quedado en la media de 20.

Cuando el caldero ya está apartado del fuego, una se pone un traje fresco y se acerca al muelle a ver cómo embarcan a la Vírgen. Fíjate que yo no entiendo bien qué me pasa, pero en ese momento me embarga una emoción que no soy capaz de controlar, y se me saltan las lágrimas. Y tengo de promesa conmigo ir cada año a hacer lo mismo: ir a verla embarcar mientras se me salta la emoción por los ojos.

Este año ha sido más o menos así, como los anteriores, y los otros 45 años que los llevo viviendo, y sin embargo siempre distintos.

Cuando llega la noche, se sienta una en el sofá y hace recuento de invitados y de cómo estuvo la comida, y suelta eso de: ay que cansera, pero qué bien lo hemos pasado, no?

El caldo como un abrazo

Desde que me hice madre, me enfoqué en una idea clara y fija: hacer de todo un anclaje. He hablado un montón de veces de esto. Quería que Emma sintiera que nuestra casa, era el refugio más seguro del mundo para ella, en cualquier momento. Para eso, fui llenando de cosas fijas la nevera, los armarios, y algunas paredes.

Llevo utilizando el mismo suavizante desde que nació (gracias Mercadona), las mismas recetas de galletas y de queques, y también haciendo caldo.

¿Se come Emma el caldo? No. Pero eso es lo de menos, en mi casa siempre hay un taper de caldo. O más de uno, para ser exactos. Soy esa madre de la canción de Rigoberta Bandini.

Cada quince días hago caldo. De diversos ingredientes, y para cosas distintas. Pero siempre caldo. Empecé a hacerlos en un caldero normal, a fuego bajito, y con una carcasa de pollo y verduras. Luego me pasé a la olla a presión. Y finalmente a la crockpot. Ahora hago caldo de huesos, y verduras. De verduras solas. De hueso de jamón. O de pollo. Si es de pollo, la carcasa va primero asada.

Hacer caldo, es algo en lo que no me complico mucho. Las verduras que utilizo siempre son: puerro, zanahorias y apio; si hay alguna cosa más por la nevera, se la pongo también. Una hoja de laurel, un poco de sal, y unas pimientas de Jamaica. Y listo, todo dentro de la crokpot, con  un buen chorro de vinagre. Y de ahí 12, 14, o hasta 20 horas hirviendo en baja temperatura. Lo que sale, es oro líquido a mi parecer.

Un caldo sienta bien en cualquier momento, y casi con cualquier cosa. Es como un abrazo.

Llegas tarde, después de estar todo el día corre corre, sacas el taper y lo pones a hervir, y en un buen bowl, troceas todo lo que te parezca que tengas en la nevera. Cuando te lo terminas, estás reconfortada, rehecha. Como si hubieras juntado todos tus trocitos.

Aunque como digo, Emma no pasa de comerse un par de cucharadas. Da lo mismo, yo sigo insistiéndole, porque sé que un día, más pronto que tarde, ella pedirá un tazón de caldo.

El anclaje de Semana Santa

 

Cada Semana Santa, desde hace unos cuantos años, vengo por aquí y echo el cuento de lo mucho que me gusta hornear bollos. No unos bollos cualquiera, sino estos bollos suecos, típicos de la Cuaresma.

Tengo como misión en la vida, la de crear firmes raíces de anclaje para MiMariposita. Y los Semlor en Semana Santa es una de esas raíces. Podría haber escogido algo más nuestro, yo que sé, algo Canario, pero mira, este es mi cuento, y yo me lo monto como mejor me parece. Porque digamos que hacer un sancocho está bien, pero lo de meter las manos en harina es otro nivel.

Un anclaje para que sea bueno, tiene que ponerte a funcionar los cinco sentidos. Primero el tacto, lo que sientes en las manos mientras estás amasando todos los ingredientes y cómo la masa va quedándose lisita y muy agradable al tacto. Luego  el sonido que hace la masa contra la encimera a medida que vas boleándola. Después el olfato, todo huele a cardamomo. Pasada la primera hora de levado, ves como los bollos han aumentado su tamaño y lo brillantes que se han puesto. Finalmente, y casi el sentido que juega un papel fundamental en este anclaje, es el gusto. El bollo atorrijado en leche caliente, con todos esos sabores juntos del mazapán, la nata, y la miga suave y poco dulce.

Nuestra Semana Santa, sabe a estos bollos desde hace muchos años, y ya, desde que se acercan los días libres, Emma pregunta cuándo los vamos a hornear.

Por otro lado, estas cosas, estas pequeñas tradiciones que he ido incluyendo en mi vida, en nuestra vida, me sirven como termómetro de cómo estoy.

No fue hasta hace unos años que leí el libro de Ana Ribera, sobre la depresión, que me di cuenta que yo había estado allí. Estuve muchos años en una mazmorra, llevando una vida aparentemente normal, y sin embargo, cada día estaba más inactiva y con menos energía para vivir.

Cuando llega una de estas fechas, que tienen aparejadas alguna actividad concreta, y me siento inapetente, y con ganas de saltármela, hago sonar las alarmas. Me someto a estudio y evalúo si es algo transitorio o es algo a lo que le tengo que prestar atención.

De momento, mis tradiciones siguen ancladas a mis ganas, y ya tenemos todo listo para hornear nuestros bollos de Semana Santa. Anímate y mete las manos en harina.

Anclada a las torrijas y a los semlor

Hace un par de semanas, en un directo de IG de Sol Aguirre con Ana Pola, me dieron droga de la mía.

Hablaron de anclajes, de cómo crearlos, de cómo cambiarlos, de cómo identificarlos.

No creo que nada me entusiasme más que los anclajes. Es lo que llevo haciendo con este blog desde que lo abrí. Te voy a dar un dato que igual te da un poco de vértigo. La primera vez que escribí en esta ventana, fue el 18 de junio de 2004. Parece increíble. Cuando leo u oigo algunas bloggers que hablan de sus blogs, y del tiempo que llevan escribiendo en ellos, y dicen: desde el 2013, 2014, 2016… pienso: aficionadas.

La relación más larga de mi vida es con este blog. Lo he dicho muchas veces. También ha sido la más sincera.

Así que el blog para mí está lleno de anclajes. Es mi constante.

Y como no puede ser de otra forma, qué crees que he hecho estos días, durante la semana santa. Está claro: torrijas y semlor.

¿Tu concibes el Carnaval sin la canción de Celia Cruz?

¿Decir hay marejada, sin que oigas la canción?

¿O las Navidades sin polvorones?

Pues todo eso son anclajes, y por eso mismo, las torrijas y lo semlor son indispensables en esta semana.

¿Tengo siempre ganas de hacerlo? Pues claramente, no.

De comérmelo sí. De eso siempre tengo ganas, la verdad.

A veces me gusta mirarme el ombligo, y pensar: ¡coño! estaría muy bien llegar a casa y que estuvieran hechos, con la casa oliendo y la baba cayéndoseme pensando en el festín del plato. Pero de momento, esto no pasa, así que espanto la pereza y me pongo manos a la obra.

Si llevas tiempo por aquí, sabes de lo mucho que me gustan los procesos. Y las cosas que no son de hoy para dentro de un rato.

Me gusta el tiempo de fermentado, de macerado, de cocción lenta.

Esto es una contradicción total con mi naturaleza, en la que la impaciencia es una de mis principales características. Pero ¿qué crees? Utilizo la magia de los tiempos para ir rompiendo esta creencia limitante sobre mi impaciencia.

A principios de semana, hice el pan para las torrijas. Y a mitad de semana los semlor. Ahora mismo tengo el congelador a topísimo de estas delicias.

Me quiero mucho cuando tengo ganas de algo rico y  que me abrigue y tengo de estas cosas en el congelador. Este pensamiento me ayuda mucho a luchar contra la pereza, por si te sirve.

Cuando me como uno de estos bollos, habiendo pasado ya la semana santa, me reconforto. Me traigo al presente la vivencia del momento en el que los horneé.. a Fredi Leis cantándome en la cocina y a esa luz de media tarde que se cuela por la cristalera del salón. Ese breve instante en el que soy feliz, porque estoy en calma. Un gran anclaje. Misión completada.