La vida está llena de contrastes

Vuelvo del fin de semana llena de vivencias, anécdotas y un montón de ideas.

Ayer conduje hasta el final de la isla. Yo vivo bajo el influjo dominante del efecto isla, o cabaña o no sé cómo decirle, pero vamos, que me cuesta un mundo moverme. Sobre todo, si el movimiento conlleva un viaje por carretera en la que conduzca yo. Se me hace cuesta arriba. Yo creo que es que en el fondo lo que necesito es un chófer, que me lleve y me traiga, y que además se haga cargo de revisar si el coche tiene bien los niveles de aceite, aire en las ruedas, y líquido en el limpiaparabrisas. Todas estas cosas que hay que tener en cuenta y que son de vital importancia. Yo quiero que me lo hagan. Por eso, el sur de la isla para mi, es lo mismo que el extranjero, como si me exigieran visado y pasaporte.

Pues ayer, mandé a la porra todas estas excusas y puse rumbo al sur, como Ana Belén. Y me llevé un montón de libros conmigo.

Allí en la calle, y gracias a dos mujeres activas y entusiastas, firmé y vendí libros. Hablé de letras, recogí abrazos y conocí a un montón de gente nueva que se mueve por los libros y las palabras. Estuve en una de las tiendas más bonitas que he visto nunca, y me prometí que no va a pasar tanto tiempo sin que vuelva al sur y a sus calles.

Salir de mi burbuja me da perspectiva y me hace señalar la cantidad de contrastes que me circundan. Me gustan los contrastes, y me gusta que la vida esté llena de ellos, como las construcciones de piedra y los rascacielos; como las rayas y los lunares; como Ludovico y Quevedo… ¿Por qué voy a tener que elegir?

Me quedo con todo lo que haga que el gris de los días se evapore y que me haga resaltar todo lo que tengo y vivo.

Tres años de aquella primavera

Hace tres años, acuérdate, estábamos todavía encerrados.

En aquellos días, me sentía segura dentro de toda la incertidumbre que nos rodeaba. Aprendí y entendí en aquellas semanas, que pese a lo que pasara por fuera de mi, podía conseguir tranquilidad y paz a base de estar bien donde estaba. Pudimos hacer de nuestro pequeño piso una gran trinchera, donde estábamos a salvo.

Como casi todos, consumí bastante Instagram en aquel tiempo. A mi me encanta Instagram. No me genera ansiedad, tampoco estrés, y por el contrario me llena de belleza, ideas, inspiración y aprendizaje. Supongo que tiene mucho que ver con mi forma de ver, como lo de hacer de mi casa mi trinchera. Es una especie de posición elegida que va a mi favor.

Recuerdo no perderme un directo de Sol Aguirre, algunos los vi más de una vez. También los de Ana Albiol, los de La Forte. Aprendí de las hermanas Zubi, de las Papiroga y de Marina Condesa. Las mañanas de los domingos con Máximo Huerta y Laura de Amapolas. Tengo libretas enteras llenas de las notas que tomé aquellos meses.

Todo aquello dejó una semilla clara en mi cabeza: primero escribir, segundo, nunca parar de aprender, tercero: el mundo está lleno de gente interesante.

De esos días salió el Manual de Adviento, y un año después el Manual de Primavera. Cada tanto tiempo me gusta volver atrás y hacer moviola de recuerdos para refrescar de donde vengo. Y sigo dejándome deslumbrar por la cantidad de cosas que en aquel momento me parecían increíbles, y que hoy me están pasando.

Como ver el Manual de Primavera en mis tiendas locales de referencia, esos lugares en los que me siento “segura” y en los que me encanta parar. Recibir el mensaje de gente que no conozco que me dice que vio un cuervo y que el día les cambió. Hablar con personas que quieren que les cuente un poquito más de cómo va Sonia y Tía Enriqueta. ¿Te cuento un secreto? Todavía siento cierta incredulidad con todo lo que está pasando esta Primavera. Este domingo celebramos el Mercadillo de Primavera, donde vas a poder respirar un poquito de mi primavera personal.

No te imaginas las ganas que tengo de ver, dentro de otros tres años, donde me llevará la semilla que estoy plantando hoy.

Aterrizando

Ya estamos en casa.

Cuatro aviones y un montón de millas náuticas. Muchas fotos, muchas risas, y las pupilas contentas, porque las he entrenado para captar belleza allá donde se posen. De las mejores cosas de irse, es volver. Y qué maravilla volver al sitio elegido, al construido y al cuidado con mimo. Qué triunfo tener un sitio al que llamar casa. Que sea trinchera, refugio, abrigo. Sede de felicidad y punto de celebración.

Hubo un tiempo, chiquitito, en el que cualquier sitio me parecía buena idea, menos en el que estaba. Tenía la huida pegada a las suelas de los zapatos, y no hallaba tranquilidad para estar en ningún sitio. Entendí un tiempo después que no podía estar bien en ningún lado, porque la incomodidad me la estaba dando yo misma. Afortunadamente, eso pasó. La terapia y las montañas de libretas que escribí por esa época, ayudaron bastante.

Hoy estoy feliz de haber encontrado mi sitio. Esta tierra árida y rojiza que me recibe de la misma manera siempre. Este territorio que reconozco y me reconoce. Que me habla en el idioma del viento, y en el que encuentro parte de mi ADN en casi cualquier calle.

Pasearme por mis check points: Desayunar en El 36, caminar por la avenida, el paseo de los Hornos de Cal, MiNorte, La Paneteca, meter los pies en ElCharco, y parar a coger alguna florita en la carretera de La Oliva. Tomarme un vermú en El Muelle, y otro en La Puipana, con unas croquetas. Encargarle unos cupcakes a Repostería Encantada, y comérmelos con mi té de las cinco de la tarde. Sacar las agujas de la bolsa y tejer unas cuantas vueltas mientras veo Los Soprano. Esperar a que se hagan las 11 y que suene la llamada perdida como una alarma que indica el comienzo de un tiempo nuevo.

He encontrado mi lugar, mi gente, mi rutina y mi casa, y aunque me vaya, lo mejor siempre es volver.

Comer platos de colores

Hoy escribo desde el pasado. Me voy a escribir esto, a modo de recordatorio y de mensaje de tranquilidad.

Si todo va bien, yo estaré a bordo de un gran barco, que me irá llevando por los Emiratos Árabes Unidos. Espero estar bien, disfrutando muchísimo del viaje, la compañía y todo lo nuevo que estaré viendo.

Pero… siempre hay un pero.

Con el bagaje que traigo de la comida, es harto probable que esté incómoda, un poco contrariada y a ratos molesta. Ya sé lo que es y por qué. Ya no me mortifico. Sé que es algo que aparece, que me dura un ratito y que luego se pasa.

Y lo que me va a aliviar en medio de todo ese trance, es pensar en mis platos de colores. De cosas con cosas, como dice Diana. Y que lo bueno de llegar de vuelta a casa, entre otras cosas, va a ser mi comida.

De un tiempo a esta parte, mi estómago cada vez es más sibarita o más delicado, no sé bien. La cuestión es que hay muchas cosas que ya ni siquiera me apetece comer. Y que durante un tiempo fueron algo fijo en mi mesa. La cocacola por ejemplo, que aunque no fui muy adicta a esta bebida, si es cierto que un par de latas a la semana me bebía. Lo mismo que la pasta con salsas y natas, o los revueltos con bien de ajo.

El ajo en mi casa es que ya ni entra. La cocacola hace que no la pruebo más de diez años, y las natas para las salsas van bastante comedidas.

Ahora, que empieza a hacer más calorcito, y voy dejando la cuchara de lado,  mis comidas son platos combinados de un montón de cosas variadas. Plato en cantidad moderada pero con mucha pimienta y bien de color. Legumbre, cereal, verdura y algo de atún, carne, marisco.

Seguro que me lo estaré pasando bien, pero que alivio me hace pensar que dejé un montón de legumbre guisada congelada, que la despensa está bien llena de latas, y que la vecina seguro que me comprará el sábado en el mercado, tomates y hojas verdes.

Las galletas de corazón y las tortitas de Carnaval

Tu sabes que tengo una especie de TOC con lo de crear recuerdos y tradiciones. Cada mes en mi calendario doméstico tiene una comida o celebración típica.  Porque según yo, la manera más firme de crear una tradición, es con la comida.

He hablado un montón sobre la definición de anclaje de la PNL, y doy fe de que son algo que se queda en la cabeza. Dime si a ti no se te vienen recuerdos o vivencias, al saborear un plato, o cuando te llega el olor del mismo.

Yo no recuerdo ninguna comida hecha por mi abuela Eulogia, sin embargo, las Torrijas, y las tortitas, que es como le decía ella a las tortillas de Carnaval, me la traen a la mente en un segundo.

Yo he ido reuniendo un recetario en función de las tradiciones y celebraciones. Muchas de estas recetas son de mi madre, o de mis abuelas. Y otras muchas han sido gracias a la red, y son sabores y platos que yo he decidido hacer tradición.

En Febrero, la receta fija son las galletas de corazones, y si los Carnavales caen en este mes, pues también tocan las tortillas de Carnaval.

Creo que llevo haciendo las galletas de corazones, desde que Ainara las publicó en su blog. Son la galleta perfecta. Las hago básicamente para poder metérselas a Emma en el tuper del cole. Aprovecho también y le pongo una notita de lo mucho que la quiero, que antes le encantaba y que ahora la avergüenza. ¿En qué momento llegamos a esto? Quiero una hoja de reclamaciones al señor que guarda el reloj del tiempo.

Las tortillas de Carnaval, o tortitas como le decía mi abuela, las hago con una receta de esas de: lo que vaya pidiendo. Menos mal que he ido aprendiendo a manejar cantidades, porque antes me dejaba llevar por lo que pedía, y la cosa se desmadraba infinito… y terminaba aburrida de freir tortillas. En la red hay un montón de recetas, como esta, pero la mía va más o menos así: un huevo, un vaso de leche, un chupito de anís, ralladura de limón y naranja, un poquito de levadura en polvo y  harina mientras vas removiendo. Hasta que se hace una masa que tiene cierta consistencia. Se fríen en aceite caliente y luego se espolvorean con azúcar y canela en polvo. Con un chocolate, no te voy a decir como entran.

Carnaval y sus fases

Me ha costado aceptar un poco, que esto de vivir va de cambiar. Ser constante en el cambio, como le decía su abuela a Ana Albiol.

Yo antes entraba en cortocircuito cuando pensaba esto. ¿Cambio? ¿Qué cambio? ¿Por qué cambiar? Una control freak como yo necesita de pilares firmes, que estén siempre ahí para que me den sensación de tranquilidad y control.

Te hago un recuento. De pequeña en el cole, me disfracé alguna vez. Con la carroza que armaban en el cole y tal. En el instituto, también, recuerdo pasarlo siempre mejor armando el disfraz que luciéndolo, pero aún así, también tengo en la memoria, noches bien divertidas. Luego llegué a la carrera y ahí me apagué. La sensación de ridículo, de incomodidad y todo lo que había que estudiar, hicieron trinchera en mi. Y me negué a vivir el Carnaval y todo su pifostio. Me limitaba a disfrutar de la gala Drag con devoción, y listo.

Luego llegó la Mariposita, y entonces, tuve excusa para ir despojándome de las armaduras que me había puesto en todos los años anteriores, y volver a coser disfraces. ¡Cómo he disfrutado estos últimos años de los disfraces! Uno solo, para la cabalgata, con otras madres y niñas, con las que haces tribu, porque todas pasamos por lo mismo, y el grupo es siempre una mejor idea.

El año pasado, un resfriado nos dejó en casa, después de haber preparado todo el atuendo. Y llegó el momento de la transformación y de cambiar de fase. Ya es mayor para andar disfrazándose con la mamá. Y aunque el corazón se te encoja un poco, afrontas la nueva etapa con estoicismo, porque la vida es así.

Volveré a disfrutar de la Gala Drag, y a ver la cabalgata desde la trinchera.

Seguimos transformándonos, y sigo aceptando que a mi mariposita le han salido alas, que las está empezando a desplegar, y quiere ir explorando. A mi me toca ser siempreviva, para darle la seguridad de que aquí siempre tiene flor a la que volver.

Tanto que lo busqué

Durante un montón de tiempo estuve buscando el amor.

Así en negrita. El amor de los libros, de las películas, y hasta el de algunas telenovelas. Entendía el amor como momentos de romanticismo máximo, con pupilas en forma de corazón y música de violines, envuelto en un montón de drama y canciones cortavenas.

Y claro, con esa idea en la cabeza, buscaba el amor. Y eso era lo que encontraba.

Luego me lamentaba de lo mal que me iba, pero de lo que años después me di cuenta, es que soy realmente experta no solo en orden, también en manifestar. El amor tal y como yo lo concebía, con esa definición del principio, me llegaba. Manifestaba exactamente eso: un momento bonito, entre montón de momentos de angustia, ansiedad, y tristeza. No me daba cuenta de que la idea de base era la errónea. Y no fui consciente hasta que vino otro acontecimiento a mi vida que, me hizo cuestionarme lo anterior, a base de vivir el amor, en neón y mayúsculas, de forma muy diferente.

El 14 de febrero de 2011, fui a la primera ecografía. Los momentos previos a entrar a la consulta, estuvieron bien aderezados de esos momentos ansiosos, angustiosos, llenos de narcisismo perverso y tóxico.

Pero entré a la consulta, y me tumbé en aquella camilla donde te quedas a merced de la doctora y su enfermera, con bastante poquita dignidad y muchísima vergüenza. Después de una entrevista y recopilación de datos, lo escuché. Un corazón latiendo muy rápido, que me dejó como en trance. En aquel instante todo se fundió a la pantalla del ecógrafo donde era capaz de distinguir una cabeza muy grande, y un cuerpo de renacuajo. Ya no era solo un positivo en un papel. Aquello era real.

Salí de la consulta, deshaciéndome de todos los pensamientos tóxicos que me infundaron al entrar. Recuerdo ir caminando por toda Triana, rememorando el latido de aquel corazón. Llegué a casa. Cogí el coche y me fui al trabajo. Recogí mis cosas. Y firmé mi finiquito.

Durante los meses siguientes, me di cuenta de que todo lo que había vivido con anterioridad creyendo que era amor, era otra cosa, aún no sé qué fue realmente, lo que tengo claro, es que, al amor, con todas sus letras, lo conocí aquel 14 de febrero. Y esto me sirvió para definir de verdad qué era el amor para mí. Me atrevo a decir que, desde ese momento, quiero mejor a mi familia y a mis amigas, y a otras personas que van apareciendo y que me apetece que se queden, porque me siguen enseñando a querer bien.

Desde entonces lo vivo. Con todo lo que tiene, que a ver, hay momentos de violines, pero también muchos momentos de límites, de conversaciones incómodas, de bajada de muros, y de construcción de confianza. Hasta que no fui consciente de qué amor quería vivir, no pude realmente sentirlo. Y gracias a ello, hoy vivo con amor. Con muchos tipos de amor. Más del que nunca pensé.

Organización nivel experta

Hace tiempo que vengo pensando en la cantidad de cosas que damos por supuesto, según los acontecimientos que nos pasen. Por ejemplo, damos por supuesto que tener un hijo, te aboga inequívocamente a andar desquiciada; o que si decides opositar, has de poner tu vida en pausa mientras te dedicas de lleno al proceso. Y en ambos casos, siento a mis pobres neuronas intentar una apoptosis.

Me viene a la mente aquello de andar en misa y repicando, y caigo en la cuenta de que es cierto. En muchas cosas, todo no se puede… o espera un segundo… todo no se puede a la vez. Esto es.

Todo no se puede a la vez.

Por partes, igual sí.

Creo que cuando me di cuenta de esto, y empecé a aplicarlo, vi luz.

Cuando empezaron a pasar aquellas primeras semanas, después de reproducirme, y me di cuenta de que muchas veces me despertaba a media noche y no sabía si era lunes o sábado, o si me tocaba cenar o desayunar, me di cuenta de que algo no estaba bien. Estaba yendo por la vida como bombero apagando fuegos. Y se me estaba escapando todo lo demás, sin mencionar los niveles de cortisol que manejaba.

Recuerdo el día en que me dije: enough (suelo hablarme en inglés, la mayoría de las veces… mira no sé, una tara más).

Tengo una maestría en organizar. Me viene de serie. Cuando estaba en el instituto y en la carrera, me profesionalicé en hacer planes de estudio, para no dejar un cabo suelto y garantizarte no solo el aprobado sino también los honores.

Con ese método, hice auditoría de mi casa, y de mi vida. Y lo que salió de aquel momento no fue un plan de estudio, fue una rutina que se convirtió en un plan de vida, y que a día de hoy tengo profesionalizada.

Cada día, tenemos que tomar demasiadas decisiones, y muchas de ellas me quitan tiempo. Un tiempo que puedo recuperar con solo haberme anticipado un poco.

Ejemplo: es lunes, he pasado toda la mañana trabajando, son las doce y media del medio día; la niña sale en apenas una hora y:

  • ¿qué comemos?: lentejas, en el congelador hay lentejas
  • Toca ballet ¿y la ropa?: en el cajón, se lava los viernes, se plancha los domingos.

Y esto es solo un mini ejemplo. Todo eso que hacía que fuera como pollo sin cabeza ha desaparecido, y con ello, la sensación de estar siempre ahogada por las tareas que hay que resolver diariamente.

Las rutinas básicas de funcionamiento de esta casa están tan establecidas, que casi van solas. Es una máquina bien engrasada que, al día, me da un montón de minutos para estar tranquila y tener el cortisol a raya, y poder pasear descubriendo rosales, por ejemplo.

A esta casa, solo le falta que se autolimpie, que se convierta en pirolítica… Eso ya sería la caña.

Hoja en blanco

Here I go again.

2023 entero delante de mi, de nosotras. La agenda nueva lista para ir rellenándola.

Como una promesa, como una hoja en blanco. De verdad que he escrito sobre esto un chorro de veces, pero siempre llegada a este punto siento la misma emoción. Ahora miro para atrás, cuando la hoja en blanco me producía una angustia considerable, y lo único que necesitaba es que alguien me dijera que había visto el trailer del año, y todo en general, estaría bien. Siento bastante compasión y ternura por la Violeta de aquellos años. Seguramente sin toda esa angustia, hoy no estaría pudiendo escribir esto con sentimientos totalmente contrarios.

La hoja en blanco es para mi un regalo. La posibilidad de rellenarla con las cosas que más me apetezcan y me gusten. He aprendido con el tiempo también, a poner tinta borrable, y a ser bastante flexible para ir recalculando rumbo, cuando las cosas no son muy parecidas a lo que de entrada quise poner en esa hoja en blanco.

Lo mismo con la agenda. Me pone contentísima la posibilidad de empezar de cero. De poner toda la energía e intención en querer hacer más deporte, o comer más fruta. Estar más sana, en definitiva. Porque todo parte de la decisión de querer hacerlo, luego suelto el látigo, y si me voy resbalando por los terrenos de la desidia no me castigo, pero me obligo a darme una vuelta por los primeros días del año, y por todas esas libretas que ya tengo listas para empezar a rellenar. Volver a ellas me conectará con el momento de ahora, donde tengo la energía a tope y recién estrenada.

Como buena discípula de los comienzos y los propósitos de año nuevo, aquí tengo los míos. Unos son nuevos y brillantes; otros se repiten, porque el año pasado o los anteriores, ya pude comprobar que me sientan muy bien.

Repito madrugar y estirarme haciendo yoga. Repito salir a andar cada mañana. Estreno rato de estudio, y estreno también nuevas formas de organizarme en casa. No sé cómo me irá con esto último, porque lo de cambiar rutinas a mi se me hace ciertamente complicado. Pero como lo hemos hecho hasta ahora no nos estaba dando el resultado más óptimo, así que probaré otra opción. Si no nos da los resultados que espero, volveré a recalcular. Porque esto también lo tengo claro, y forma parte de mis propósitos de año nuevo: ser flexible, tanto como elastic girl.

Se acabó el Adviento

Hace ya unos días que se nos acabó el Adviento. Y también pasó ya la Navidad. Puede que te dure incluso la resaca, si es que te pasaste en la cena y en la fiesta.

Yo tengo resaca emocional. Últimamente me ataca con cierta frecuencia, la verdad.

La cosa es que ya se me acabó el Adviento, y con él todo lo que organicé para este año.

Hemos hecho un montón de cosas. Hemos comido de lo lindo, y lo hemos compartido con los que nos aguantan día a día a lo largo del año. Es nuestra forma de devolverles un poquito de todo lo que ellos hacen con nosotras. Desayuno con las tías, merienda con los padrinos, almuerzo con los abuelos, y noche de primas. Así honramos uno de los valores de nuestro Adviento.

Hemos puesto la casa bonita, con todo lo que tenemos de Navidad, incluso hemos hecho algunos adornos nuevos con nuestras manitas, y así de paso seguimos perpetuando las tradiciones que más me gustan de estas fechas. Hemos comido truchas, galletas y bollos de Santa Lucía.

También nos hemos dado al goce y al disfrute, con conciertos, viajes y encuentros insulares con esas personas a las que queremos mucho y que vemos poco.

Algunas tardes las hemos dedicado a ver películas, haciendo maratones con palomitas y chocolate caliente. Yo le he dado vacaciones a la mamá vigila hábitos, y nos hemos dedicado a vivir, sin más, con flexibilidad y laxitud. Las conversaciones que se dan en estos ratos son oro puro.

Ahora me queda imprimir todas las fotos que he ido sacando día a día, y ponerlas bien bonitas dentro del álbum de scrap que tengo a medias. Para si en algún momento se me cruza el pensamiento de pensar que todo esto es una trabajera enorme, darme cuenta de lo mucho que merece la pena.