El tesoro

Unos cuantos posts atrás, te conté que muchas veces viajo con una excusa: la de dar gusto a mis hobbies. Visitar tiendas, ferias, o compartir espacios con otras señoras que tengan la misma pasión que yo, por mover las manos.

Mis hobbies no solo influyen en los destinos a los que viajo, también influyen en los souvenirs que me traigo de los sitios.

Antes siempre venía con un imán para la nevera y una taza. Hace algunos años que esos dos souvenirs se han visto desplazados por: materiales para mis hobbies, y productos típicos de la zona.

Por si no lo sabes, pertenezco a dos clubs: el de las Señoras que mueven las manos, y el club de los Gordapapas.

El primero lo he fundado yo, el segundo es obra de @aroa_aleman. Tenemos las inscripciones abiertas, por si te estabas preguntando. Y te advierto que ambas somos unas intensas que se toman todo muy en serio.

A lo que iba, que de mi última salida de la isla, me traje un tesoro. Creo que es el material con más valor que tengo ahora mismo en mi stash, y no solo porque son las madejas más caras que he comprado, sino porque las he anhelado mucho tiempo. Desde hace años que miraba con mucho deseo estas madejas en la red. No había llegado el momento en el que yo sintiera que podía traérmelas a casa. He tenido oportunidad de pedirlas on line, pero una lana como esta tenía que comprarla en directo, tocándolas y tomándome mi tiempo para elegir cuáles serían las agraciadas.

Al terminar el invierno y volver a la vida después de mi hibernación he decidido premiarme con un par de estas madejas.

Es curioso como deseo ciertas cosas, no sé si a ti te pasa igual. Hay cosas que siento que me encantan, pero casi siempre su precio hace que me lo piense mucho. No me había percatado de esto hasta hace bien poco, yo que he estudiado tanto y he trabajado tantísimo mis creencias, pues mira tu por donde, todavía me queda trabajo que hacer. El melón del merecimiento y el sustito de la escasez todavía tienen raíz por aquí. Cuando me di cuenta, me puse manos a la obra. Tengo un Excel con mis finanzas, y me da información certera y real. Llevo buena gestión de mi economía, y sin embargo, por ahí dentro de mi cerebro sigue habiendo una voz (que puedo identificar de quién es) repitiéndome que tengo un agujero en la mano, y que compro de manera caprichosa. Increíble que algo que alguien me dijo una vez siga teniendo tanto peso en las decisiones que tomo.

Obviamente, esta voz está silenciada a base de sacar la tarjeta. La compra de estas dos madejas de lana han supuesto activar el mute, al menos para esta creencia.

El tulipán del Retiro

Hace unas semanas estuve de paseo por Madrid. Este viaje tenía dos propósitos, uno elaborado y el otro mucho más simple. El elaborado consistía en pasar por el Teatro y ver el musical de Aladdin. Ser madrepantoja también es esto. Y la heredera y gen artístico requieren de estas visitas. Y yo le hago el gusto, porque también disfruto del espectáculo, la verdad, aunque para mí el mayor espectáculo es mirarla a ella de reojillo y ver cómo se emociona y cómo vive la obra.

La llevé siendo plenamente consciente de lo que me esperaba a la vuelta, porque ya lo viví con el Rey León. Poner en bucle la película, la de dibujos y la real, y escuchar la banda sonora a todas horas. No me importa, como digo, verla apasionada por algo, me lo compensa.

Me he dado cuenta según han ido pasando los años, que tenía un terror bien interno en cuanto a esto de las pasiones. Cuando fue creciendo y fue demostrando sus gustos, empecé a descubrir este terror. Me aterraba pensar en un futuro en el que ella no se apasionara por nada. Ese futuro en el que todo le diera igual, y que nada le entusiasmara lo suficiente como para hacerla mover del sitio, le brillaran los ojos pensándolo o viviéndolo. Me da infinita lástima que pase la vida y no te apasione algo. Lo que sea.

Afortunadamente, y corriendo el riesgo de que la revolución hormonal cambie algunas de estas pasiones, puedo respirar medio tranquila. La Mariposita ha demostrado unos índices de pasión bien elevados. Antes estas pasiones eran diversas, ahora quiero pensar que se van conectando, o por lo menos afinando. Le apasionan los espectáculos, los libros y todo lo que tenga que ver con Japón, desde la comida hasta los mangas, y todo lo que pase por el medio.

El propósito simple de ir a Madrid era ver el Retiro y la explosión de la primavera. Aquí ni otoño ni primavera, para eso hay que salir fuera, así que para allá que fuimos.

El Retiro estaba florecido, y me hizo el gusto. Y yo fui dejando salir una de mis pasiones: las flores. Verlas, acercarme, reconocerlas, apreciarlas… Encontrar tulipanes que eran la primera vez que veía en directo, porque ya te imaginas que por aquí, pues de forma natural muchos no hay. Cada año planto bulbos de tulipanes, con la ilusión de verlos florecer, pero nada, aquí aunque hay frío, no es el suficiente. Me pregunto si la epigenética también afecta a los bulbos. Las flores me despiertan tantas cosas que terminaré aprendiendo a trabajar con ellas, a entenderlas y a conocerlas. Seguro.

Mientras paseábamos, le hice esta reflexión a LaMariposita, cómo se apasionaba ella con el musical, y como me apasionaba yo con las flores. Y le eché la filípica de la gran importancia que sentía yo que era tener una pasión, aunque fueran cosas que solo le interesan a una. Ella muy juiciosa me dijo que al final nuestras dos pasiones eran la misma, las dos disfrutábamos de un espectáculo. Me tuve que quedar callada y darle la razón, claramente.

Viajar por un hobby

La primera vez que crucé el charco, fue por un hobby.

Hace casi 20 años de ese primer viaje, y todavía lo recuerdo como uno de los mejores de mi vida. Luego está Dubai, pero eso es otra historia.

Toda la vida crecí con el sueño de ir a EEUU, ya sabes de qué generación soy, y Hollywood hizo muy bien su trabajo conmigo. Crecí fascinada por los rascacielos, los taxis amarillos, y el glamour de ir con un vaso bebiendo por la calle. No me juzgues.

La vida pasó y yo tenía ya un cuarto de siglo y no encontraba ni la excusa ni la compañía adecuada para montarme en un avión enorme y cruzar el Atlántico, pero, la cosa cambió con una película, ¿cómo no?

A finales de los 90 se estrenó en España la película de Winona Ryder: Donde reside el amor, y la película bien y bla bla bla… pero lo importante de esa película era aquella tremenda colcha hecha de un montón de trocitos  por un grupo de mujeres. Si hace tiempo que me lees, sabes que muevo las manos cada día, y que me flipan casi todas las manualidades, pero en mi corazón, mi amor eterno es el patchwork. Desde ese primer momento que lo ví en aquella película. Afortunadamente, internet estaba ya empezando a formar parte de nuestras vidas, y la información llegaba con cierta facilidad.

Mi amiga MaryCarmen me acompañó en este delirio que me dio por los retales y el acolchado. Nos pusimos como locas a buscar materiales, técnicas, incluso clases. Y las encontramos. De esos meses hicimos la rutina de juntarnos los viernes por la tarde con nuestros cachitos de telas. Y con esto como excusa nos fuimos a Chicago, unos cuantos años más tarde.

Ese fue el primer viaje de patchwork que hicimos. ¡Cómo lo disfrutamos! Llegar a aquella feria enorme llena de telas, técnicas, muestras… era el paraíso. Cuatro años seguidos nos subimos al avión para irnos a nuestra Disneylandia particular.

Desde esos años, cada vez que viajo, procuro visitar una tienda de patchwork o de lanas. Algo que no es fácil, porque nada tiene que ver viajar con personas que tienen los mismos intereses que tu, a hacerlo con gente que todo lo que a ti te emociona le suena a chino.

Mi técnica estos meses está siendo la del 50/50. A mi compañera de viaje, a.k.a. mi heredera, le interesa el manga y todo lo que lleva aparejado, así que el trato es: una tienda manga, una tienda de lanas. Por el momento bien. Veremos si pongo en práctica la segunda fase de mi misión, que es engancharla a mover las manos, para poder ir juntas a las ferias, que es lo que mola de verdad. Ahora me aguanta una tienda, para soportar una feria de varios días, necesita de más pasión.

De momento, le enseño patrones que sé que le van a gustar, y que me pide que le teja, o le cosa… en un par de meses le propondré que lo haga ella misma. A ver cómo me va. Me voy a emplear a fondo con ello, porque las ganas que tengo yo de ir a una feria de mis pasiones, se me están acumulando.

La página en blanco

Uno de los momentos más estresantes para mí a la hora de escribir es enfrentarme a la hoja en blanco. Me pasa desde que era chica.

Me encantaba comprar libretas, me sigue encantando, de hecho creo que tengo un ligero problemita con esto, porque ahora mismo tengo libretas para escribir dos o tres años seguidos. Charuca puede dar buena cuenta de ello, que llevo un par de años pagándole las vacaciones en Bali. Todo bien con eso. Sus libretas bien lo valen.

Pues a lo que iba, libreta nueva, hoja en blanco. Y terror.

Siento una parálisis importante en el momento de empezar a escribir. Porque temo estropear ese folio en blanco tan perfecto con alguna de mis letras. Sobre todo a estas alturas en las que me caligrafía se ha visto tan perjudicada. Yo escribía bonito, lo juro. Pero no sé que ha pasado. Bueno sí, lo mismo que con mis músculos o mis pieles… Yo estaba firme y prieta, y llenita de colágeno, y ahora pues mira. Estoy sudando la gota gorda todos los días, haciendo ejercicio de fuerza y toda la pesca para seguir estando prieta y firme… la gravedad no me lo está poniendo fácil, los años, tampoco. Por yo ahí sigo.

Con la caligrafía me ha pasado lo mismo, en algún momento entre los veinte y los treinta, entre los apuntes de mecánica de fluidos, y los de cinemática de máquinas… la perdí. Ahora escribo, sigo escribiendo, pero mi letra ha perdido toda o la mayoría de su belleza. Ha perdido incluso su claridad, y ahora hay que hacer cierto esfuerzo para seguir entendiéndome. Fíjate, esto es extensible a mi personalidad. Así de entrada, pues igual no me entiendes, ni a mí ni a mi letra.

Y con estos ingredientes, pues claro, la página en blanco me intimida.

Quise cortar por lo sano, y eliminé mi caligrafía. De la libreta al archivo de Word. Y yo que me creía que esto iba a ser más fácil. Nada, que es lo mismo. Me impone igual la página en blanco. Esas primeras frases que escribo en una página nueva, van y vienen varias veces.

Es oficial, la página en blanco me aterra. No lograba amigarme con ella. Hasta hace unos meses.

Durante la Semana Literaria de Puerto del Rosario, el pasado diciembre, se dio la representación teatral de la Biblioteca de Noche. Una obra de teatro entretenida y emocionante. Uno de los personajes, vestida de blanco al completo, era mi página temida. Y a partir de ese momento todo cambió.

Le saqué una foto, y ahora mi página en blanco no es algo abstracto que me despierta a la impostora que tengo por aquí adentro y que cada vez hace más ruido. Ahora cuando me pongo a escribir, miro la foto de mi página en blanco, que es guapa y lista, y que me mira con cara amigable. Me invita a relajarme y a que le esparza por encima todas mis letras, sin miedo, sin terror, sin pánico.

Esta obra de teatro ha cambiado mi relación con la página en blanco, tan solo poniéndole cara y nombre. Ahora somos amigas, y me da la mano cada vez que empiezo a escribir.

Los bollos de Cuaresma

No sé a tu pero yo he llegado aquí derrapando. Mira que me lo curro, y me mentalizo y me organizo, y al final siempre me queda un poso de sensación de estrés y agobio. Siento que la vida empieza a pasar muy deprisa y aunque hago lo que quiero, me voy a la cama con cierta sensación de no haber aprovechado estas 24 horas que me regalan cada día de la mejor manera.

Es una sensación agridulce porque de verdad que durante el día estoy a tope, con lo que tengo y quiero hacer. ¿Por qué esta sensación cuando llega la noche, de vaso medio vacío?

Probablemente tenga que ver con lo que venía contando a primeros de mes, ¿ya ha pasado el mes? ¿ves lo que te digo? ¿Va todo tan deprisa o es solo una sensación mía?

No puedo olvidarme del hecho de que probablemente ya voy a la mitad de las 4.000 semanas que me tocan. No sé si ya leíste o has oído hablar de este libro. Una persona normal que viva 80 años tiene una media de 4.000 semanas de vida. Yo ya voy acercándome a los 50, eso quiere decir que la mitad de mis semanas, ya me las comí.  Y no es que hayan pasado sin pena ni gloria, tengo la sensación de haberlas vivido, pero en el momento en que están pasando, quiero que vayan más despacio. Ojalá existiera la posibilidad de bajarle la velocidad al asunto, como a un video de youtube.

Ahora que ya estamos a final de mes, me es muy útil irme a la fototeca y ver. Porque la cabeza ya no me da tampoco para almacenar tanto. Pero las fotos me refrescan el recuerdo rápido.

Lo mismo me pasa con los platos. Miro atrás y veo el roscón, y las tortitas de Carnaval, y ahora los bollos de Cuaresma. Sé que cuando llegue diciembre y haga mi auditoria anual, me va a gustar ver esas fotos, y recordar qué pasaba en el momento en que degustaba todos estos platos que salieron de mis manos y mi cocina.

Por eso sigo preprando los bollos de Cuaresma. No hay pereza. La recompensa es inmediata, porque quien el dice que no a un bollo atorrijado; pero también hay gratificación a largo plazo, porque cuando vuelva aquí, y vea las fotos voy a recordar esta Semana Santa. Que va a ser un poco diferente a la última, porque nunca es lo mismo, aunque lo que hagas se le parezca bastante. Yo no soy la misma que la del año pasado, y eso, aunque de entrada me cause cierta confrontación, también está bien.

Estoy muy pesada con esto del paso del tiempo, y qué quieres que te diga, creo que la mejor manera que tengo hoy de sobrellevarlo va a ser deshacer las maletas y mezclar harinas y cosas, y pasar la tarde metiendo la cuchara en un semlor atorrijado.

Todo es un ritual para mí

Hace unas semanas, no recuerdo bien dónde, escucho y leo tantas cosas al día, que se me hace imposible en muchos casos recordar la fuente. Que me perdone el creador.

Esto que escuché venía a decir algo así como que la rutina y el ritual son cosas completamente diferentes, aunque en muchas ocasiones empleamos ambas palabras para referirnos a lo mismo. Después de escuchar esta idea, me quedó clarísimo.

Una rutina es algo que haces de forma constante en el tiempo. Por las mañanas, las tardes o las noches. Una unión de actividades de forma mecánica. Lavarte los dientes después de comer; leer en determinados momentos del día; salir a entrenar; ponerte el desodorante después de la ducha… La acción se convierte en rutina cuando las haces en piloto automático. Tu cabeza puede estar resolviendo integrales triples, o redactando la lista de la compra mientras las ejecutas, por ejemplo.

Un ritual no tiene nada que ver con la rutina. Para realizar un ritual, tu cabeza está 100% presente en lo que estás haciendo. Centrada en cada una de los pequeños movimientos o acciones que se realizan para completarlo.

Cuando entendí esta diferencia, llegué a la conclusión de que muchas de las cosas que hago cada día, las he ido convirtiendo en ritual. Y aunque llevo diciéndome mucho tiempo que yo soy una persona rutinaria, a lo que estoy totalmente enganchada es al ritual. Yo todo lo convierto en un ritual.

El desayuno, la postducha, o incluso la manera en que me pongo a trabajar o a escribir. Mis rituales están diseñados a mi medida, pensados al detalle en función del objetivo que persigo con cada uno de ellos. Y dada como soy a este tipo de actividades y la facilidad que tengo para anclarme a los momentos, me resultan super efectivos.

Por ejemplo, para ponerme a escribir, tengo un ritual concreto. Necesito cero distracciones, por eso escribo al alba; necesito una música que me transporte a un estado anímico concreto (el que precise según lo que esté escribiendo), que escucho con auriculares, para aislarme completamente del exterior. Me enciendo una vela aromática, y a mi derecha tengo siempre una botella de agua con gas y una taza de té con leche. Siempre me envuelvo en un chal que me hice cuando estaba pasando mi dulce espera, y que reconforta con solo verlo. Es el chal de gestar. Y me da igual si hace frío o calor, pero los hombros los tengo siempre envueltos en mi chal. Delante del teclado tengo la libreta de notas donde me apoyo mientras dejo que se me vayan hilando las palabras.

Y hasta que todas estas cuestiones no estén dispuestas como las preciso, soy incapaz de colocar mi cabeza para la escritura. No me sale escribir en otro sitio. Puedo releer o corregir, pero escribir, no.

Todo esto es trasladable a casi todas las actividades que hago en el día. Hasta el momento en el que me pongo a tejer. Para casi todo, me preparo antes. Me predispongo al ritual, y no sé si será esto o no, pero desde luego, estoy convencida que es la preparación del ritual la que dispara mi capacidad de presencia y disfrute.

Quiero tener un jardín

Quiero tener un jardín, y lo repito y me lo repito varias veces al día, como si fuera un mantra que a base de repetición fuera a materializarse.

Me gustan las flores, y sueño con tener flores frescas en casa de forma regular. Parece que esto sí que lo voy a ver hecho realidad muy pronto, aunque las flores no vengan de mi jardín, todavía.

Pero hay otra cosa que va más allá de tener flores en los jarrones de casa. Yo lo que quiero es llenarme las manos de tierra, pelear con bichos y plagas, y sobre todo, recolectar semillas para verlas crecer. Deleitarme con observar el paso lento del proceso que hace que una semilla se acomode en la tierra, y se tome todo el tiempo necesario para germinar, crecer y florecer.

Aprender cuáles son los mejores momentos para cultivar según qué cosas, y observar. Sobre todo, observar el proceso. Me encanta el proceso, ya eso lo sabes.

Ya no recuerdo desde cuando sueño con esto. Luego me puse a leer a May Sarton y a Pía Pera, y ya entonces lo tuve clarinete. La mayoría de las mujeres que me causan admiración, cultivan un jardín o un huerto.

Antes me contaba la historia de que cuando fuera algo más mayor, y tuviera próxima mi jubilación, la jardinería sería una de mis grandes ocupaciones. Y de ahí me di de frente con la cuestión de que ¿quién me está garantizando que yo voy a ese momento? ¿quién me asegura que voy a llegar a los 65 (si es que esa es la edad con la que me jubile, que desde ya te digo que estoy currando a tope para reducirla considerablemente).

Nadie me lo asegura, y nadie me lo garantiza. Así que ¿por qué esperar?

Me he puesto manos a la obra. Esto no es el jardín con el que sueño, pero desde luego me hace el apaño para ir satisfaciendo algunos de mis deseos. Es como ir haciendo prácticas.

Tengo un balcón grande que uso muy poco. Así que allí he dispuesto unas buenas jardineras y he plantado bulbos. Hace ya un mes que me asomo diariamente a mi balcón. Observo la tierra, riego, y tomo notas. El momento en el que vi brotar estos primeros bulbos, lo tengo guardado en el recuerdo y vuelvo a él cada vez que tengo ganas de recrear un instante de felicidad a base de sorpresa, recompensa, y satisfacción. El día en que vea salir la flor va a ser un día de trompetas y fanfarrias.

También me estoy preparando para que no salga nada: ¿tulipanes en Fuerteventura? Ya sabes. Y esta preparación sé que me está dando herramientas y aprendizajes para gestionar la frustración, la desilusión, y no caer en la trampa de la pataleta.

Solo hace un mes que tengo mi jardín en maceta y ya soy consciente de cuántas cosas he aprendido. El día que tenga un jardín en tierra de unos cuantos metros cuadrados de matas y flores, voy a parecer una biblioteca de sabiduría andante.

La limpieza de Primavera

Cada año por esta época me pongo en plan Mr.Propper… acabo de delatarme. Este señor calvo (¿se puede seguir diciendo calvo?) que luego cambió de nombre me sitúa en una época clara. Sí, señoras, me estoy despidiendo de la cuarta planta. Algo que me tortura y me persigue por días. No pensé que fuera a verme aquí, de nuevo.

Y digo de nuevo, porque se me está pareciendo lo que voy sintiendo, con lo que viví cuando pasé de la segunda a la tercera planta. Y no lo gestioné muy bien, para qué decir otra cosa. Lo llevé como el c**o. Espero que estos veinte años que han pasado y toda la terapia que me he pagado hagan su trabajo, y en esta ocasión, el tránsito no sea tan traumático.

Para no perder las costumbres que adquirí en esta última década ya me estoy preparando para la nueva estación.

Se acerca la primavera y como no quiero que me altere mucho, me anclo a las rutinas y tradiciones que he ido desarrollando en estos años.

Este año me he propuesto hacer la organización definitiva, (lo puedes ir leyendo aquí), ahora que lo pienso, igual tiene que ver también con lo de cumplir años que te contaba al principio. Siento una necesidad importante de deshacerme de cosas, y de tener pleno conocimiento de lo que tengo y guardo. Igual es que quiero entrar en el quinto piso ligera de equipaje. A ver, que me organizo con tiempo, que puede parecer que los cincuenta los cumplo mañana y todavía me queda año y medio, pero ya sabes, yo con anticipación y planificación. Que lo último que quiero es subirme el cortisol a base de estrés.

Para esta marikongada que es la organización de primavera, yo la planifico en 21 días, que no tienen que ser seguidos, ni tampoco en el orden en que los tengo en la tabla. Son 21 días durante la primavera, destinados a un concepto puntual en cada uno de los días.

Me imprimo la hojita y la pongo en la agenda, luego me toca arremangarme y meterme en los rincones que no suelo entrar.  Esto es lo que llevo haciendo estos últimos años. No se trata de limpiar ni de ordenar, es más bien auditar. Coger un cajón y ver qué hay dentro, mirar fechas de caducidad, usos, utilidades, y ver que se hace con el artículo en concreto, si llevarlo a la basura, ponerlo en el grupo de whatsapp de la familia o dejarlo en el cajón.

La limpieza y organización de los espacios durante la primavera, se han vuelto tan típicos de mi vida como los bollos de cuaresma o el roscón de reyes. Y como dicen por ahí, cuando uno se enfoca, el entorno le colabora. O algo así. Me explico. Nunca sé bien cuándo es el día propicio para empezar. Me pongo a ver los resúmenes astrológicos por si me arrojan algo de luz, pero como no tengo conocimientos suficientes, no me dan información que yo sienta definitiva. He seguido esperando, hasta que ha llegado el temporal. Toda la semana pasada hemos tenido un auténtico temporal de viento y poca lluvia (con la falta que nos hace) que lo ha revuelto todo. Hasta a mí. Y esto era justo lo que necesitaba, un buen temporal que me alborotara por dentro y por fuera, para sentir que con la calma, es el momento oportuno para empezar con el decluttering de primavera.

Tú sabes cómo

 Hace un par de semanas, hablando con una persona, me dijo algo así como que yo no meditaba demasiado las decisiones que tomaba. En ese momento exacto me di cuenta de que esa misma persona de mí sabía mi nombre y poco más. Todo bien, sin acritud.

Probablemente solo estuviera viendo de mí y mi vida, la parte de afuera del iceberg, lo que queda a la luz. Solo se ve el movimiento, la decisión y la ejecución.

Siguió argumentando en que mis decisiones son rápidas, y que eso era solo posible porque no estaban muy pensadas. Y ahí hizo silencio para que yo alegara lo que se suponía que tenía que ser una defensa.

Ningún interés tengo en defenderme, mucho menos en justificarme. Pero en este afán que tengo de compartir lo que a mí me hace bien, me pareció oportuno señalar que yo no es que decida muy rápido, es que tengo cristalino qué y cómo quiero vivir. Y cuando lo que tengo delante no se ajusta a lo que quiero, me cuesta cero quitarme del medio. Ojo, que yo no decido por otros, ni tampoco quito a nadie. Ni mucho menos. Me quito yo, que es sobre quien tengo responsabilidad.

Me ha costado mucho tiempo y buenos euros, llegar aquí. Saber qué quiero, y cómo quiero vivir. Tengo muy detectados los lugares y actitudes que me drenan y por eso me pongo a salvo. También reconozco de un solo vistazo qué lugares y actitudes me llenan por dentro, y ahí me quedo todo el tiempo que puedo.

Por estas cosas, dejé de escuchar noticias allá en marzo de 2020. Y ¿sabes qué? No te aíslas, te sigues enterando de casi todo, pero desde otro lugar mucho más amoroso para mí. Uno que no me genera ansiedad ni estrés. He cambiado las salidas sociales a desayunos o almuerzos. A cenar fuera no me apunto porque el día siguiente es un amasijo de dolor de barriga y nubosidad cerebral, y no me renta (como dicen ahora los jóvenes). Y esto solo dos ejemplos.

He tenido que hacer un trabajo fino de detección y análisis para poder saber dónde sí y dónde no. He hecho una criba que flipas. Ni MariKondo.

Y lo tengo claro, cuando te estudias un poco, lo tienes claro. Un café, un rayito de sol, John en los auriculares y unos libros. Mi momento nutritivo solo depende de mí y de estos cuatro accesorios.

Tenerlo claro

Hace dos años que me compré estas gafas.

Me las pongo poco, porque realmente no veo bien con ellas. Hasta hace esos dos años, yo tenía miopía, una cantidad considerable, pero todo dentro del rango en el que me vengo moviendo desde que me puse gafas por primera vez, allá por finales de los ’80.

Noté, hace un tiempo que las gafas que usaba ya necesitaban renovación, porque empecé no tener una visión muy nítida.

Cuando la optometrista se puso a ponerme y quitarme cristales y a preguntar: ¿mejor o peor? me di cuenta de que no es no tuviera visión nítida, es que no veía un pimiento. Y aquí llegó el desastre. Tengo tantas dioptrías que ya no me cubren la presbicia. Hay una movida aquí que una afección compensa la otra. Hasta que es imposible compensar. Un disgusto y un inconveniente importante.

Resulta que ahora tengo lentillas para ver de lejos, a las que les tengo que añadir las gafas para ver de cerca. Y así voy tirando.

Lo malo es cuando me quito las lentillas y me pongo estas gafas negras, que por si te lo estás preguntando, pues no, no son progresivas. Así que ahora soy esa que se pone las gafas para mirar la tele y se las quita para ver el móvil.

Usar estas gafas es un sindios, y por eso en las próximas semanas les diré adiós a estos cristales y me pondré unos progresivos. Ya seré oficialmente una señora, por si había alguna duda.

Meanwhile, no puedo evitar hacer la reflexión de que cuando peor he visto en mi vida, ha sido cuando más claro lo que tenido todo. No sé si ha tenido que ver que no veo con los ojos, para dedicarme a ver con lo que no son los ojos. Que esto me ha quedado un poco trabalenguas y muy del Principito, pero ha sido así. Sin ver bien, he tenido una claridad meridiana para ver dónde tenía que quedarme y de donde tenía que irme. No me voy a quedar donde tenga que estar empujando para que nos movamos, y tampoco me voy a quedar donde no haya flores. Y esto lo he visto sin ver, y con unas gafas que no me sirven.