Comer platos de colores

Hoy escribo desde el pasado. Me voy a escribir esto, a modo de recordatorio y de mensaje de tranquilidad.

Si todo va bien, yo estaré a bordo de un gran barco, que me irá llevando por los Emiratos Árabes Unidos. Espero estar bien, disfrutando muchísimo del viaje, la compañía y todo lo nuevo que estaré viendo.

Pero… siempre hay un pero.

Con el bagaje que traigo de la comida, es harto probable que esté incómoda, un poco contrariada y a ratos molesta. Ya sé lo que es y por qué. Ya no me mortifico. Sé que es algo que aparece, que me dura un ratito y que luego se pasa.

Y lo que me va a aliviar en medio de todo ese trance, es pensar en mis platos de colores. De cosas con cosas, como dice Diana. Y que lo bueno de llegar de vuelta a casa, entre otras cosas, va a ser mi comida.

De un tiempo a esta parte, mi estómago cada vez es más sibarita o más delicado, no sé bien. La cuestión es que hay muchas cosas que ya ni siquiera me apetece comer. Y que durante un tiempo fueron algo fijo en mi mesa. La cocacola por ejemplo, que aunque no fui muy adicta a esta bebida, si es cierto que un par de latas a la semana me bebía. Lo mismo que la pasta con salsas y natas, o los revueltos con bien de ajo.

El ajo en mi casa es que ya ni entra. La cocacola hace que no la pruebo más de diez años, y las natas para las salsas van bastante comedidas.

Ahora, que empieza a hacer más calorcito, y voy dejando la cuchara de lado,  mis comidas son platos combinados de un montón de cosas variadas. Plato en cantidad moderada pero con mucha pimienta y bien de color. Legumbre, cereal, verdura y algo de atún, carne, marisco.

Seguro que me lo estaré pasando bien, pero que alivio me hace pensar que dejé un montón de legumbre guisada congelada, que la despensa está bien llena de latas, y que la vecina seguro que me comprará el sábado en el mercado, tomates y hojas verdes.

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