El peto ahumado de La Puipana

Vengo de una casa de una familia de pescadores. En casa siempre ha habido pescados, variados y diferentes. Yo creo que he podido comer cualquier tipo de guiso con pescado.

Mi padre fue pescador. Y digo fue, porque está jubilado, y siempre concibió esta actividad como su trabajo. Una vez que dejó la mar, no ha salido a pescar más. No era su hobby que luego convirtió en empresa. No, era su actividad empresarial. Primero con un barco de 22 metros de eslora, y luego con otro de 12. Tenía un montón de gente a su cargo que capitaneaba como lo hacía con el barco: con firmeza, y mucha mano izquierda.

Mi padre se dedicaba a pescar atunes. Que dices atún y te crees que solo hay un tipo. A casa traía bonito, atún listado, medregal, patudo, melva, peto… Y de todos nos alimentábamos.

El peto era uno que venía poco a casa. Supongo que era porque es un pescado que se pesca distinto a los otros.

Dice la academia de la lengua canaria que el peto es un pez de la familia de los atunes, de cuerpo alargado y fusiforme, de color azul por el lomo y más pálido por el vientre, y que alcanza hasta los dos metros de longitud.

Como te digo, en casa se preparaba de cualquier forma, pero la más habitual era en filetes para luego pasarlo por la plancha. No necesita más, para que disfrutes de todo su sabor.

Ahora he descubierto otra forma de degustarlo que me tiene enganchada. Lo mejor es que lo tengo muy cerca y a la mano. Cuando tengo necesidad de un mimo de nutrición, de esos de alimentarme por dentro y cuidarme, siempre voy a la Puipana a comerme un plato de peto ahumado. Porque hay días que mereces mimarte por dentro, despertando tus sentidos. Nutrirte con bocados que te exploten en el paladar y que te pongan contenta desde el principio. Que no tengas que medir la cantidad, porque el plato está servido en la medida justa de placer y saciedad. Se sirve como si fuera un carpaccio, y se acompaña de una ensalada de mango y aguacate, aliñada con lima y AOVE, que consigue el equilibro perfecto de sabores.

Traspasando mis límites

Una de las cosas que me he ido dando cuenta a medida que, yo he ido cumpliendo años, es de la cantidad de límites que me he ido poniendo. Han surgido una suerte de miedos e inseguridades, que hace unos años ni me planteaba.

Hace 17 años que tengo el coche que tengo. Me ha llevado y traído sana y salva por muchas carreteras. Y hasta hace unos años, conducir no era problema. De un tiempo acá, como canta Alejandro Fernández, no todo va tan bien. Resulta que conducir me ha empezado a dar como miedo, o angustia, o inseguridad… yo qué sé.

La cuestión es que he dejado de ir a sitios o actos porque tenía que llevar el coche yo, o porque el sitio estaba lejos. Y como el corto del perro que está acostado sobre una madera con un clavo, hasta que no te duele lo suficiente, no te levantas.

Hace un mes, me di cuenta de la cantidad de limitaciones que me había ido poniendo por el mero hecho de tener que conducir. Y fíjate que no he tenido ningún episodio traumático, accidente o evento, que haya hecho que tenga miedo. Nada que ver. Todo ha sido producto de mi privilegiado cerebro, que ha ido confeccionando una serie de películas e ideas terribles sobre viajes en carretera.

La cuestión es que ha llegado el momento de que la incomodidad del límite me haya puesto manos a la obra. Cuando fui consciente, tomé la decisión de traspasar todos estos límites. Con miedo y angustia, pero andando. Y como la gran hierbas que soy: cuando tu sabes qué quieres, el universo conspira a tu favor. Pues justo esto.

Según tomé la decisión de que esto de dejar de conducir tenía que parar, me salieron un chorro de eventos que requerían de mi movimiento por esos kilómetros para poder asistir. Todos eventos la mar de atractivos para mí.

En dos semanas he conducido más de 500km. Por carreteras conocidas, poco transitadas e incluso desconocidas. Todo ha merecido la pena, porque como te digo, los eventos a los que he asistido han sido todos pura energía para mí. Pero una de las mejores cosas de todo, al final, ha sido poder decir que he conseguido traspasar los límites que yo misma me había puesto.

Comienzos y limpiezas

Estamos estrenando mes, si me conoces un poquito o me lees hace rato, sabes que esto de estrenar y los comienzos, son cosas que me ponen a tono. Me ilusionan y me entusiasman a partes iguales. Facilidades que tengo, ya ves.

Siempre he visto esta cualidad, que otros desechan por creer que no tiene importancia, como una gran virtud.

En la vida, lo único que te hace seguir adelante es la ilusión, y eso, lo tengo más que comprobado. Quítate las ilusiones, y verás qué rápido entras en la mazmorra.

Poder ilusionarme con casi todo, entonces, es una gran capacidad. Tengo la creencia de que mientras tenga ilusión, seguiré encontrando las ganas para seguir bregando con la vida.

Me hace ilusión que empiece mayo, que hoy sea día de fiesta y pueda irme a bañarme en el Atlántico, que ya sabes que el agua salada vale para todo. Hoy voy a utilizarla para limpiarme yo. Renovarme la energía, las ganas y las ilusiones. Como si fueran votos.

Voy a celebrar su comienzo también, con mi libro, con otros libros, con café, con tostadas, y con la certeza de que tener estos placeres al alcance de la mano, hacen que me sienta confiada y segura.

Me ilusionaré con mi próximo viaje a la isla picuda, con la celebración del día de la madre, y con todo lo nuevo que traerá mayo, que todavía no sé lo que será.

Como dice Aroa, busca una ilusión, una chiquitita, pero que te ponga los ojos contentos. Te hago el plan rápido: mete en un tuper una mezcla de ingredientes frescos, que pueda llamarse ensalada. Pon rumbo al Atlántico. Métete en el agua, y deja que te seque el Alisio leyendo un buen libro. Puede ser el Manual de Primavera, si no lo has leído ya.

 

La vida está llena de contrastes

Vuelvo del fin de semana llena de vivencias, anécdotas y un montón de ideas.

Ayer conduje hasta el final de la isla. Yo vivo bajo el influjo dominante del efecto isla, o cabaña o no sé cómo decirle, pero vamos, que me cuesta un mundo moverme. Sobre todo, si el movimiento conlleva un viaje por carretera en la que conduzca yo. Se me hace cuesta arriba. Yo creo que es que en el fondo lo que necesito es un chófer, que me lleve y me traiga, y que además se haga cargo de revisar si el coche tiene bien los niveles de aceite, aire en las ruedas, y líquido en el limpiaparabrisas. Todas estas cosas que hay que tener en cuenta y que son de vital importancia. Yo quiero que me lo hagan. Por eso, el sur de la isla para mi, es lo mismo que el extranjero, como si me exigieran visado y pasaporte.

Pues ayer, mandé a la porra todas estas excusas y puse rumbo al sur, como Ana Belén. Y me llevé un montón de libros conmigo.

Allí en la calle, y gracias a dos mujeres activas y entusiastas, firmé y vendí libros. Hablé de letras, recogí abrazos y conocí a un montón de gente nueva que se mueve por los libros y las palabras. Estuve en una de las tiendas más bonitas que he visto nunca, y me prometí que no va a pasar tanto tiempo sin que vuelva al sur y a sus calles.

Salir de mi burbuja me da perspectiva y me hace señalar la cantidad de contrastes que me circundan. Me gustan los contrastes, y me gusta que la vida esté llena de ellos, como las construcciones de piedra y los rascacielos; como las rayas y los lunares; como Ludovico y Quevedo… ¿Por qué voy a tener que elegir?

Me quedo con todo lo que haga que el gris de los días se evapore y que me haga resaltar todo lo que tengo y vivo.

Escribir para vivir dos veces

Nací en el ’75. Y eso hizo que no fuera al cole antes de los 5 años. Tuve un breve momento, bastante traumático por cierto, en el que fui a lo que hoy sería una escuela infantil, y que en aquel momento se le decía Guardería. Traumatiquísimo. Nunca voy a entender cómo se podía tratar a unos niños como éramos nosotros (2 y 3 años) de forma tan brusca y salvaje. Y encima cobraba por ello. Quiero olvidarme, pero cada tanto, me viene el recuerdo de aquel baño oscuro y apestoso en el que aquella señora nos encerraba.

Cuando llegué al colegio, todo cambió. La profe era amorosa, simpática, y nos enseñaba con cariño. Y descubrí el abecedario, y poder poner por escrito lo que llevaba alegando desde casi la cuna.

No sé cuándo hice mi primera redacción. Sé que escribo desde que me acuerdo prácticamente.

Muchas veces me han preguntado por qué escribo, y la respuesta siempre ha sido la misma: necesito escribir para pensar. Cuando escribo, mis pensamientos se desenredan y soy capaz de entenderlos con facilidad. Muchos de los nudos que por momentos siento que me ahogan, se desatan y el aire vuelve a fluir libre y constante por todo mi cuerpo.

Escribo también para sentir, porque cuando lo que tengo en mi cabeza pasa a mi mano, revivo y resiento cada historia que estoy dejando fijada en papel. No tengo la menor duda de que mi vida sería otra si no la hubiera escrito. Mucho de lo que escribo es solo para mi, y la mayoría de las veces ni vuelvo a esas libretas. Escribir no solo me hace repetir la vivencia, también me sirve de vía de escape y de validación de sentimientos.

Hace tres semanas, mientras navegaba de Arabia Saudí a Qatar, recibí un mensaje para invitarme a contar la historia de cómo escribo, y de por qué. Y también para inspirar a que otras tomen este camino y lo exploren. Estoy convencida de que a todo el que se adentra en esta práctica, le va bien.

Mañana, estaré contándolo en el Cotillo. Te contaré por qué empecé a escribir, para qué seguí, cómo me organizo, y hasta donde pretendo llevarme escribiendo.

Si te apetece, en el cartel tienes toda la info.

Tres años de aquella primavera

Hace tres años, acuérdate, estábamos todavía encerrados.

En aquellos días, me sentía segura dentro de toda la incertidumbre que nos rodeaba. Aprendí y entendí en aquellas semanas, que pese a lo que pasara por fuera de mi, podía conseguir tranquilidad y paz a base de estar bien donde estaba. Pudimos hacer de nuestro pequeño piso una gran trinchera, donde estábamos a salvo.

Como casi todos, consumí bastante Instagram en aquel tiempo. A mi me encanta Instagram. No me genera ansiedad, tampoco estrés, y por el contrario me llena de belleza, ideas, inspiración y aprendizaje. Supongo que tiene mucho que ver con mi forma de ver, como lo de hacer de mi casa mi trinchera. Es una especie de posición elegida que va a mi favor.

Recuerdo no perderme un directo de Sol Aguirre, algunos los vi más de una vez. También los de Ana Albiol, los de La Forte. Aprendí de las hermanas Zubi, de las Papiroga y de Marina Condesa. Las mañanas de los domingos con Máximo Huerta y Laura de Amapolas. Tengo libretas enteras llenas de las notas que tomé aquellos meses.

Todo aquello dejó una semilla clara en mi cabeza: primero escribir, segundo, nunca parar de aprender, tercero: el mundo está lleno de gente interesante.

De esos días salió el Manual de Adviento, y un año después el Manual de Primavera. Cada tanto tiempo me gusta volver atrás y hacer moviola de recuerdos para refrescar de donde vengo. Y sigo dejándome deslumbrar por la cantidad de cosas que en aquel momento me parecían increíbles, y que hoy me están pasando.

Como ver el Manual de Primavera en mis tiendas locales de referencia, esos lugares en los que me siento “segura” y en los que me encanta parar. Recibir el mensaje de gente que no conozco que me dice que vio un cuervo y que el día les cambió. Hablar con personas que quieren que les cuente un poquito más de cómo va Sonia y Tía Enriqueta. ¿Te cuento un secreto? Todavía siento cierta incredulidad con todo lo que está pasando esta Primavera. Este domingo celebramos el Mercadillo de Primavera, donde vas a poder respirar un poquito de mi primavera personal.

No te imaginas las ganas que tengo de ver, dentro de otros tres años, donde me llevará la semilla que estoy plantando hoy.

Mercadillo de Primavera

Hace como un mes, Diana y yo quedamos a desayunar, en nuestra cafetería de referencia, ya sabes, el36cafe.

Como siempre, nos pusimos al día de nuestras cosas, los últimos libros leídos, los últimos posts escuchados. Luego, repasamos nuestra facturación, y expusimos nuestras conclusiones. Sí, Diana y yo compartimos nuestros datos económicos de nuestros propios emprendimientos, porque hemos visto que hacer esto, nos ayuda a aprender casi tanto como los cursos que hacemos.

En medio de todo este repaso, Diana me expuso su idea de organizar algo para poder enseñar sus juegos de aprendizaje, así como sus libros. A mi, en cuanto oigo la palabra “organizar” se me sube el pulso, y empiezo a salivar como un depredador frente a su presa.

Para cuando nos terminamos el café, ya teníamos, fecha, hora, lugar y demás cooperadoras para montar un nuevo sarao. En el cartel tienes todos los datos. Y ahora te cuento en qué va a consistir todo, pero antes deja que me pare en el momento entorno, y la importancia que tiene.

A Diana la conocí a través del Grupete de Ana Albiol, fue ésta la que nos hizo match. Desde entonces, hemos compartido casi nuestro día a día. A nuestro dúo se unió Alba, un poco más tarde, y desde principios de este año tenemos una Mastermind. Nos reunimos cada 15 días por zoom. El poder de este grupo es inmesurable, ya te lo digo. Y me ha hecho reafirmarme en la importancia de las relaciones, para crecer, expandirte, disfrutarte o hundirte. Solo tú decides en compañía de quien estás.

Sin miedo a equivocarme, puedo decir que de lo mejor que ha ido pasando este año (y mira que la cosa ha venido muy bien) ha sido compartir con estas dos mujeres, a las que por cierto, les llevo 20 años y de las que aprendo cada día.

Y ahora sí, el eventazo.

Te proponemos una mañana de domingo diferente, en un Mercadillo de Primavera, y favoreceremos ese entorno del que te estoy hablando. Tendremos a tu disposición: libros, juegos, un poquito de merchandising, flores, (por supuesto) y también la posibilidad de tomarte un café con una cookie. Guárdate la fecha. Márcatelo en la agenta, y vente a vernos el domingo 16 de abril, en Puerto del Rosario.

Aterrizando

Ya estamos en casa.

Cuatro aviones y un montón de millas náuticas. Muchas fotos, muchas risas, y las pupilas contentas, porque las he entrenado para captar belleza allá donde se posen. De las mejores cosas de irse, es volver. Y qué maravilla volver al sitio elegido, al construido y al cuidado con mimo. Qué triunfo tener un sitio al que llamar casa. Que sea trinchera, refugio, abrigo. Sede de felicidad y punto de celebración.

Hubo un tiempo, chiquitito, en el que cualquier sitio me parecía buena idea, menos en el que estaba. Tenía la huida pegada a las suelas de los zapatos, y no hallaba tranquilidad para estar en ningún sitio. Entendí un tiempo después que no podía estar bien en ningún lado, porque la incomodidad me la estaba dando yo misma. Afortunadamente, eso pasó. La terapia y las montañas de libretas que escribí por esa época, ayudaron bastante.

Hoy estoy feliz de haber encontrado mi sitio. Esta tierra árida y rojiza que me recibe de la misma manera siempre. Este territorio que reconozco y me reconoce. Que me habla en el idioma del viento, y en el que encuentro parte de mi ADN en casi cualquier calle.

Pasearme por mis check points: Desayunar en El 36, caminar por la avenida, el paseo de los Hornos de Cal, MiNorte, La Paneteca, meter los pies en ElCharco, y parar a coger alguna florita en la carretera de La Oliva. Tomarme un vermú en El Muelle, y otro en La Puipana, con unas croquetas. Encargarle unos cupcakes a Repostería Encantada, y comérmelos con mi té de las cinco de la tarde. Sacar las agujas de la bolsa y tejer unas cuantas vueltas mientras veo Los Soprano. Esperar a que se hagan las 11 y que suene la llamada perdida como una alarma que indica el comienzo de un tiempo nuevo.

He encontrado mi lugar, mi gente, mi rutina y mi casa, y aunque me vaya, lo mejor siempre es volver.

Comer platos de colores

Hoy escribo desde el pasado. Me voy a escribir esto, a modo de recordatorio y de mensaje de tranquilidad.

Si todo va bien, yo estaré a bordo de un gran barco, que me irá llevando por los Emiratos Árabes Unidos. Espero estar bien, disfrutando muchísimo del viaje, la compañía y todo lo nuevo que estaré viendo.

Pero… siempre hay un pero.

Con el bagaje que traigo de la comida, es harto probable que esté incómoda, un poco contrariada y a ratos molesta. Ya sé lo que es y por qué. Ya no me mortifico. Sé que es algo que aparece, que me dura un ratito y que luego se pasa.

Y lo que me va a aliviar en medio de todo ese trance, es pensar en mis platos de colores. De cosas con cosas, como dice Diana. Y que lo bueno de llegar de vuelta a casa, entre otras cosas, va a ser mi comida.

De un tiempo a esta parte, mi estómago cada vez es más sibarita o más delicado, no sé bien. La cuestión es que hay muchas cosas que ya ni siquiera me apetece comer. Y que durante un tiempo fueron algo fijo en mi mesa. La cocacola por ejemplo, que aunque no fui muy adicta a esta bebida, si es cierto que un par de latas a la semana me bebía. Lo mismo que la pasta con salsas y natas, o los revueltos con bien de ajo.

El ajo en mi casa es que ya ni entra. La cocacola hace que no la pruebo más de diez años, y las natas para las salsas van bastante comedidas.

Ahora, que empieza a hacer más calorcito, y voy dejando la cuchara de lado,  mis comidas son platos combinados de un montón de cosas variadas. Plato en cantidad moderada pero con mucha pimienta y bien de color. Legumbre, cereal, verdura y algo de atún, carne, marisco.

Seguro que me lo estaré pasando bien, pero que alivio me hace pensar que dejé un montón de legumbre guisada congelada, que la despensa está bien llena de latas, y que la vecina seguro que me comprará el sábado en el mercado, tomates y hojas verdes.

Brindo por mí

El trece de marzo tiene un hueco importante en mi historia.

El trece de marzo de 2011, con 41 bultos, dos orquídeas, un bocadillo de salami, y una barriguita de 13 semanas, pusimos rumbo a casa. Después de casi dos años de montaña rusa, de cosas de las que afortunadamente ya no me acuerdo, y de otras de las que aún no he logrado olvidarme.

El trece de marzo puse fin a una vida y empecé otra. Llevo tiempo celebrándolo, unas veces en silencio, otras alzando la copa. Pero siempre celebro, ya lo sabes.

Hoy le quiero dar las gracias a aquella Violeta decidida, que cargó sola el coche. Con libros, lanas, ropa y plantas. A la misma que después de llenar el coche se hizo un bocadillo de salami, por si el viaje se le hacía pesado y le daba hambre, y a la misma que se hizo los 100km de coche hasta llegar a casa. Luego deshizo bolsos, y bajó cajas. Y se empleó en el piso en que hacía dos años que no vivía. Hizo un MariKondo antes de que llegara la furia del método de esta japonesa que hoy ha bajado los brazos.

Hoy le doy las gracias por haberse puesto al mando, por haber dejado de lado la incertidumbre, la inseguridad, y la necesidad. Pensó en sobrevivir, se volvió en la adulta funcional y responsable que nos ha proporcionado nido, refugio, alimento y seguridad.

Hoy brindo por ella, que me trajo hasta aquí. Hoy brindo por mi.