Desincronizada

Voy a echarle toda la culpa al eclipse. A la luna llena, a Venus Star Point, a Urano, Plutón, y todos los planetas de la bóveda celeste. Porque por qué culpar a uno solo si ahora mismo hay una fiesta planetaria que flipas, y todos pueden tener responsabilidad en este desastre natural que ha tenido lugar en mi casa.

Pues resulta que estaba yo muy contenta, desafiando a todas las leyes de la naturaleza, reuniendo toda la valentía que fui capaz de juntar, y metiendo dos semillas de calabaza Curcubita pepo, que guardaba desde el pasado Halloween, en un algodón mojado. Ya me creí que este año iba a tener calabazas propias.

Fue un poco por hacer la gracia, y por ilustrar con Emma una de sus lecciones de ciencias. Pusimos cuatro semillas de calabaza debajo de un algodón húmedo. Esto fue allá por el 30 de abril. Cuatro días después teníamos los primeros brotes. Y yo tengo una tendencia natural a fliparme mucho.

Casi sin creérmelo, los pasamos a tierra, y a los pocos días teníamos ya una mata de lo más frondosa. Yo seguí osada y valiente, y coloqué la mata encima de la lavadora porque era el único sitio donde había más o menos espacio, y donde le daría buen sol. Estaba yo, más flipada todavía.

Cuál es mi sorpresa, porque yo estaba muy echada para adelante, pero fé tenía poca, cuando empiezo a ver flores. Bueno, brotes o promesas de futuras flores.

Ahí ya me dio por cultivarme un poco, mi cerebro digo, no la mata que ya estaba bastante cultivada. Y empiezo a aprender. Una mata de calabaza trae ya de fábrica flores hembras y machos. Y se polinizan con ayuda de las abejitas de la naturaleza, que yo en mi cuarto lavadero iba a ver poco. Así que me preparé para el delicado y minucioso trabajo de polinización manual. Ya ahí empecé a tener más confianza, chulería no me faltaba.

Y resulta que empieza a llenarse de flores, muchas flores. Y de pronto las flores empiezan a hacerse distintas. Por cada flor hembra, hay cuatro o cinco flores macho. Todo va estupendamente. Yo estaba ya confiadísima, pensando en poner una gavia entera dedicada al cultivo de la calabaza curcubita pepo, porque mira qué fácil es de cuidar. Y empieza a mascarse la tragedia, las flores hembras prosperan, crecen, les sale la promesa de calabaza, abultada y preciosísima, y las flores macho se estancan.

He podido comprobar que las flores duran abiertas unas horas, que serían las propicias para la polinización. Y nada, que las hembras ahí preparadas y maduras, y los machos, a por uvas. Es que ha sido tan gráfico y tan claro, que me ha parecido una burla. Hasta en las plantas el Universo ha aprovechado para reírse un poquito de mi persona. ¿Pero qué les pasa a estos seres masculinos? ¿Ni la mata de calabaza va a hacerme una demostración de madurez?.

Pues nada, que el momento propicio de las flores hembras ha pasado, y como diez días más tarde han florecido las flores macho. Con total despreocupación y cero interés. Esta mata no ha podido/sabido sincronizar sus necesidades. En serio, mother nature, are you kidding me??. En fin, una vez más, la historia de mi vida.

La pandemia de la culpa

Pues estamos ya como al principio de antes de todo esto, ¿no?

Esta semana ha sido la primera semana que hemos salido cada día. Yo he vuelto a caminar cuatro kilómetros diarios, y las dos habitantes de esta casa se han estado separando cuatro horas diarias.

¿Qué he aprendido esta semana?. Pues que la culpa es poderosa en mi. Muy poderosa, y que me siento como cuando Emma tenía tres años y empezó en el cole.

Esto es algo que me ha costado comprender, y con lo que sé que tengo que transitar en mi día a día, y que no por costumbre, se me hace más fácil. Cuando me reproduje, conocí  a la Señora Culpa. Y es Señora, porque no he sentido nunca una culpa como la que siento desde que soy madre.

Lidio con ella cada día, y aunque la reconozco y trato de aplacarla, no me resulta cómodo. Ayer hablando con MyGirlfriend, tuvimos a bien confesarnos, y las dos cortadas por la vergüenza y saturadas de nuestra propia incomprensión, aceptamos que nos sentimos culpables por todas las decisiones que tomamos respecto de nuestros hijos. Hemos llegado a la conclusión que hagamos lo que hagamos siempre va a haber una parte de nosotras que va a hacernos sentir culpables.

Y te pongo ejemplos prácticos: culpables por no prestarles toda la atención que reclaman, culpables por prestarles demasiada atención y que se de la posibilidad de convertirlos en hijos tiranos; culpables por ese trozo de chocolate que se le antoja; culpables por la media hora de Tablet, o la hora de televisión; culpables por no hacerles comer más fruta; culpables porque no quieren leer; culpables por reclamar nuestro espacio para sentirnos, al menos durante un rato, una persona sin apéndices; culpables por mandarlas a la cama pronto y por suspirar con decepción  cuando se despiertan antes de que amanezca; culpables por necesitar silencio; y así, podría seguir hasta el infinito.

En este confinamiento, donde todo ha sido nuevo, y donde todo parece que nos va a ocasionar un trauma de por vida, la culpa ha estado en su punto más álgido: no están tomando sol, no están comiendo cinco piezas de fruta al día, no están jugando con otros niños, no están haciendo ejercicio, …

Esta semana y después de lidiar con mucha culpa, con mi propio ego, con mis propias creencias limitantes, y también de intentar quitarme un poco de la psicosis de la pandemia, hemos empezado a salir. Tomando todas las precauciones del mundo, pero también volviendo a ser personas de rebaño que necesitan de esas otras ovejitas para seguir sintiendo que pertenecen al grupo. Y mientras hacíamos esa salida, miramos al cielo, y Emma alabó lo bonito del cielo de estos días. Y tiene razón. Estos días ha habido unos cielos espectaculares, y los árboles están frondosos, y los flamboyanos tienen muchas flores preciosas. La luna está llena, y esta noche habrá eclipse. Yo he decidido que voy a aprovechar esta energía, para coger toda esa culpa que amenaza con devorarme y empaquetarla entera. Asumir que estoy haciendo lo que mejor sé con lo mejor que tengo, y que junto a esa cuenta donde voy ahorrando para la ortodoncia futura, voy a ir poniendo también para la terapia, porque haga lo que haga, al final, siempre hay un trauma. Así que nada, yo lo asumo, pongo para la terapia y decido empezar a vivir un poco tranquila, disfrutando de estos cielos tan bonitos de finales de una primavera con pandemia.

La rosácea que me atacó

Hoy vamos a celebrar la canariedad y todas esas cosas, y mira qué relación de ideas, para que flipes y tal.

Esta noche vamos a hacer una verbena canaria en casa de mamá con  la familia. Todo el mundo tranquilo: estaremos en la azotea, un grupo de 11 personas, con distancias de seguridad y con la lista de spotify de las noches de fantasía. Un poco de queso, un poco de gofio, una sierra asada, unos tomates aliñados, y una maripepa; unos pocos quintillos, y espero que también alguna guitarra y timple, para cuando pongamos pause en la lista del spotify.

Con eso en mente, ayer me puse a sacar nuestras vestimentas canarias. Lo de Emma todo bien, lo mío.. un cuadro de arrugas. Me hice, yo by myself, una falda la mar de estupenda en el año 2016. Me la hice en dos mañanas y quedé satisfecha total. El día de la fiesta, Emma se puso con fiebre, así que no la estrené. Los años siguientes me ha dado un poco de pereza bajar a la verbena municipal. Total, que me hice una falda de esas de vuelo, toda plisada, que te la pones y pareces una mesa camilla, pero que no importa, porque puedes dar vueltas y vueltas y qué importa todo.

Pues eso, que la saqué, y me vine a mi Fototeca a ver cuándo fue que la cosí, y en medio, me encuentro con un montón de fotos. Fotos mías con el peor brote de rosácea que he tenido nunca.

Las primeras fotos son del año 2013. Se me puso la cara tan tan mal, que no quería ir a ningún lado, gracias que tenía la excusa de tener a Emma pequeña, y nuestras salidas éran las dos solas, sin gente. Fui a un dermatólogo, que si estaba lactando, que me aguantara. Fui a otro dermatólogo, que si tampoco era para tanto, un jabón y una cremita. Tanto el jabón como la cremita me sentaron tan mal que me puse peor. A finales de ese año la cara me ardía, literal. Cada noche después de la ducha me brotaba, sentía el calor latente en la cara, y me ponía como un tomate. Era una sensación horrible. Me empecé a desesperar un poco bastante. Y entonces llegó el tercer dermatólogo. Joven, empático, simpático y guapo a más no poder. Me sentí avergonzadícima en consulta, y él se mostró tan comprensivo que creo que ahí me enamoré un poquito de él. Me explicó que tenía rosácea y que me acompañaría para siempre, por temporadas la sentiría brotar, y que a raíz de esto, tenía una sobreinfección. Me mandó un tratamiento paliativo, porque seguía lactando, y esta infección solo podría combatirla con antibióticos que eran incompatibles con la lactancia. Ya en aquel momento yo contemplaba el desteste, así que llegamos a un acuerdo, en seis meses volvería a consulta preparada para la batería de antibióticos.

Así fue. Allí volví, y antibióticos que tomé. En solo tres meses después, era otra. En ese momento volví a consulta, porque este dermatólogo preocupado y profesional quería vigilarme de cerca. Estaba mucho mejor, era harto notable, pero tenía que seguir en tratamiento. Pasé a otro tipo de antibióticos, que lograron eliminar totalmente el acné y la infección. Un año después podía incluso maquillarme y me quería mirar en todos los espejos. En ese momento se acabaron los antibióticos y empecé al tratamiento tópico. Protección solar 50 siempre, aunque ni salga de casa. De noche bien de serum, y lavar cara de día y de noche.

Este dermatólogo al que le debo mucho más que el cuidado y atención que me propició durante ese año y medio que me vigiló, me dio el alta, y yo empecé a probar otros productos, con cuidado y precaución, tal como él me recomendé hacerlo. Después de eso conocí a @bloganaalbiol, a @saramakup, a @aparichi y unas cuantas maquilladoras más, que me animaron muchísimo a la hora de probar y probar. Conocer a Ana Albiol y vivir la Make up experience fue algo que no voy a olvidar nunca, y que en 2014 hubiera sido impensable.

La última foto es de este año, de enero, cuando éramos libres y no sabíamos de lo que venía. Mi rutina facial es de día y de noche, ahora sigo usando protección solar 50, aunque no salga de casa, y he empezado a usar retinoides. Y he podido comprobar sus efectos. Me maquillo cada día porque me encanta verme la cara “jugosa”. Se me ha calmado la rosácea, y se eliminó el acné, me han salido arrugas líneas de expresión, y tengo bastantes marcas que luzco con orgullo, porque para mí, fue como vencer una minibatalla. Ya sabemos que la belleza está en el interior, pero mirarse en el espejo y gustarse, coño mira que es importante también.

Mishima y el girasol

El domingo estuve un buen rato hablando con MiGurú, ahora hablamos por facetime, y nos parece lo más natural del mundo, algo que no se nos había ocurrido hacer hasta que llegó la pandemia. No hay nada como que nos prohíban una cosa, como que queramos hacerla.

Yo a MiGurú lo veo con frecuencia, pero también es cierto que mas que vernos, hablamos. Hablamos mucho, varias veces al día. Hablamos de todo, trabajo, noticias, hijas, pan, pelis, series no, que él no ve… libros.

Este domingo después de hacer un repaso a la albañilería doméstica y a los estiramientos apropiados después de una buena caminata, hablamos de samuráis.

Empezó a hablarme de un samurái “loco” que se hizo un seppuku famosísimo y que terminó siendo una carnicería. En cuánto me contó esto, me vine arriba. “Espera espera.. ese es Mishima”.

“¿Tú conoces a Misima?”. “Pues claro, y lo he leído también”.

Aquí tengo que hacer un inciso, MiGurú no es MiGurú porque a mi me parezca que le va bien el nombre. No. Es que es un Gurú de verdad. Él siempre va por delante. Siempre. Y siempre de forma acertada. Así que esta vez, me vine un poco arriba. Por primera vez en los 42 años que él tiene, yo sabía algo que él no sabía. Este momento era para recordarlo forever.

La cosa es que después de hablar un rato de Mishima, me quedé pensando en lo mucho que me impactó su libro cuando lo leí. Claro que tampoco estaba yo en mi mejor momento, allá por el 2008. Sin pensarlo mucho, busqué el libro, y me dispuse a leerlo nuevamente.

Leo con otros ojos, pero hay partes que siguen siendo para subrayar:

“Entre las condiciones de los samuráis, menciona Yamamoto (en el libro Hagakure), en primer lugar la devoción y después la necesidad de cultivar la inteligencia, la compasión y la valentía. La inteligencia no es más que saber conversar con los demás. La compasión consiste en actuar bien con los demás comparándose con ellos y dándoles la preferencia (maltratar a alguien es una conducta diga de un lacayo), y la valentía es saber apretar los dientes”.

Al leer este párrafo lo recordé. Lo escribí un montón de veces en aquella época, y tengo unas cuantas libretas con este texto. Me parece tan perfecto que me lo he llegado a aprender de memoria. Ahora la nueva tarea que me autoencomiendo, es leerme el Hagakure, como habrás intuído.

Apretar los dientes. ¿Cuántas veces me lo habré repetido?

Es uno de mis mantras. “Aprieta los dientes y tira”, porque uno de mis principales valores es la valentía, junto con la libertad. Libertad para ser valiente. Otro de mis mantras.

Yo tiendo a considerarme poca cosa, mi altura y tamaño, siempre me han confinado a pasar desapercibida, haciendo poco ruido, siendo poca cosa. Tengo un montón de miedos, y un chorro de creencias limitantes. Cuando memoricé el texto de Yamamoto, me sentía mejor. Esos cuatro valores, que desarrollaba cada día, eran valores de samuráis… igual ya no era tan poca cosa.

A día de hoy, y pese a saberme samurái durante muchos días, la mayor parte del tiempo sigo luchando con mi impostora. En esto no hay descanso. Pero yo, tengo otra condición más: tenacidad o cabezonería, como prefieras.

Estos días, cuando dudo de mi valentía o de mi capacidad, miro el girasol que plantamos al principio de la pandemia, y en el que yo no tenía fé ninguna. Y él ahí, con su tallo infinito y desafiando todas las leyes de la física, no solo se mantiene erguido, sino que encima florece. Estos días, mi inspiración es el girasol de la pandemia.

El quinto de la cuarentena y un camino nuevo

Todo apunta a que la próxima semana estaremos en Fase 2, o por lo menos todo de fuera de mí, estará en Fase 2. No sé si me contenta o me asusta. Como casi todo en este tiempo, estoy mitad fascinada, mitad horrorizada.

Durante este encierro he llegado a muchas conclusiones, todas intrascendentes para el resto, de vital importancia para mí. La primera es que odio las palabras: conciliar, reinvención, empoderamiento, normalidad.

Todas me dan náuseas a estas alturas, y mira que antes las usaba con mucha frecuencia porque formaban parte de mi vocabulario. Ahora son como el amor de la Jurado, se nos rompieron de tanto usarlas. Porque mira que se les ha dado uso. ¡Qué fatiga!.

Han sido como los directos de Instagram. Cada vez que entraba en la aplicación, y veía 18 directos a la vez, me daban ganas de salir corriendo. Me daba por pensar, pero tanto a la vez, todo junto. Como los cursos, webinares, reuniones… Pero qué estrés. No te voy a engañar, he visto directos, y también he hecho y comprado cursos, algunos sigo cursándolos, y de algunos estoy verdaderamente satisfecha y agradecida. Pero un poco de mesura pordios.

Yo he seguido entreteniéndome con mis agujas. Y ya esta doblado y guardado el último. El quinto de la cuarentena. El Tecumesh. Se nota muchísimo que lo hice pensando en otra cosa, porque tiene un chorro de fallos. Ahora tu dirás que no ves ninguno, pero sí, ahí están, yo los veo. Pero me dan igual. Este ha sido mi curso acelerado a “mejor hecho que perfecto”. Creo que después de este confinamiento, ha quedado cristalino que lo del colorwork a mi me mola. Es más, me mola muchísimo. El sexto, que ya no será de la cuarentena, será del año, ya está en las agujas.

Y ¿por qué estaba pensando en otra cosa mientras tejía este jersey?, pues porque durante este año sabático (aún no se ha cumplido el año, pero apenas falta un mes), yo he estado pensando, imaginando, ideando y también trabajando en otros asuntos. Desde hace tiempo vengo dándole vueltas a empezar algo. Algo que me represente, y que te represente a ti. Algo que yo haga con mis manos, y que tú lo puedas disfrutar. Y algo que sin complementarte, porque por si nadie te lo ha dicho, tu ya estás completa, te acompañe.

Mi nuevo proyecto está entre hilos, telas, letras y muchas risas, y pronto va a abrir los ojos y ver la luz. De momento, lo que tiene es cara, y nombre:

petricoreta

La última Noche de Fantasía

Cada viernes desde que empezó el confinamiento me he dado un salto a la plasssita, de la mano de Víctor y de Nacho, he bailado al menos una pieza.

Me he reencontrado con Edwin Rivera, Carlos Baute, Ráfaga, y hasta Pepe Benavente.

Que puede que no te parezca gran cosa, pero que para mi ha sido otra piedra que he sacado de la mochila. En esta vida mía, he encontrado mucha gente que se ha quitado un peso de encima echándomelo a mí, y yo, mira tú por dónde, lo he cogido sin rechistar. Así he llenado mi mochila de piedras inservibles pero muy pesadas.

He ido dejando de hacer un montón de cosas divertidas a lo largo de este camino. Cuando llegó Emma, no me quedó más remedio que sacar muchas piedras de la mochila, porque primero tenía que hacer hueco para las que vendrían, y segundo porque he sido plenamente consciente de que todas mis piedras, de alguna u otra manera, ella las iba a tener que cargar en algún momento.

De un plumazo saqué muchas de ellas, algunas con resultados la mar de satisfactorios, como disfrazarnos en Carnaval, nadar hasta donde ella no haga pie, ir a más asaderos y reuniones de las que he ido nunca, y bailar. Esa es una gran piedra que saqué casi casi desde que llegó. Desde que era muy pequeñita, y en la soledad de nuestra casa, la cogía en brazos y me hinchaba a bailar por el pasillo con ella.

Esa costumbre la hemos mantenido hasta ahora.

Me negué al Despacito todo lo que pude, hasta que un día no pude más, y nos descubrí gosssándola desde el principio hasta el final, también en nuestro pasillo.

Con Noches de Fantasía, le he enseñado las canciones de mis verbenas. Aquellas de hace más de veinte años. ¿por qué dejé de ir a las verbenas?. ¿por qué dejé de reirme bailando y saltando?. Cada viernes, bailamos alguna canción más. Hasta que Emma daba por finalizada la verbena particular, y tocaba el cine.

Este viernes, el primero después de 9 viernes, dormí sola.

Ni me lo pensé. Me abrí un quinto, me puse un picoteo y puse a cargar el teléfono. Bailé de todo lo que Víctor y Nacho pincharon. Vi por allí a un montón de gente conocida, a la que saludé de lejos. Encima fue la última Noche de Fantasía.

No te cuento lo bien que me lo pasé, tanto, que sobre la marcha, quedé con mis hermanas en montar una verbena. Es casi seguro que este año no habrá verbenas, pero a nosotras la verbena de la Vírgen del Buen Viaje no nos la quita nada. Así que habrá verbena en la azotea, con cholas y quintillos, y un montón de marejada marejada.. Es una cita.

El momento de la presbicia

Llevo toda mi vida entre telas e hilos.

Mis abuelas tejían, y mi madre siempre cosió. Me cuenta que se hizo su primer vestido como a los 16 años, y que de ahí nunca paró. En todas las casas que hemos vivido, su máquina de coser tuvo siempre un sitio preferente. Recuerdo cuando se compró su máquina de coser Singer, que tenía un montón de puntadas decorativas. En cuanto salió de casa, el señor que la traía, ella apañó un trozo de tela e hizo un muestrario con todas aquellas puntadas. Con eso le hizo un vestido a LaBajista.

Mi madre nos hizo ropa siempre, y también se hizo para ella. Luego yo entré en ese momento en el que entramos las hijas de todo en contra de nuestra madre, y ella decidió avanzar su vida por otros derroteros que estaban lejos de la máquina de coser, como hacerse empresaria o ponerse a estudiar. Luego me pregunta que de donde me viene la inquietud por aprender y por no estarme quieta. Cada día tengo más claro que eso, se mama.

Cuando tenía 16 o 17 años, me apunté con mi amiga Bélgica a un curso de costura. Me hice unas bermudas, y un mono de verano. Creo que ahí fue cuando descubrí la pasión de ponerte algo que ha salido de tus manos. Vestirte con algo que has visto en tu cabeza, y que has materializado es algo que no se define fácilmente. Pero que creo que me ha ayudado tanto como ir a terapia.

Con mi primer sueldo importante, allá por el 2000, me fui a ElCorteInglés y me compré una máquina de coser. Una buena, con muchas prestaciones, además de un montón de puntadas decorativas, que creo que no he usado nunca. En ese momento ya hacía patchwork, aunque lo hacía a  mano. En mi cabeza y en mi lista de pendientes para aprender en algún momento de la vida, siempre ha estado el coser ropa para mí. Por eso, y durante un montón de años he ido acumulando telas, libros y patrones de ropa.

Creo que ya llegado el momento. Esta pandemia se ha empeñado en llevarse gente, en llevarse momentos, y en llevarse nuestra rutina. Yo, que siempre voy en contra, me he volcado en sumar cosas. Más que nada porque se me antoja imposible de soportar el sufrimiento real de todo lo que esta época nos está dando y lo que aún nos queda por descubrir que nos falta.

Esta semana saqué mis telas para vestimenta, y también mis revistas y libros. Y me he puesto a hojearlas con suma atención. Mucha atención. Fijo los ojos, y no me aclaro con los números. Durante algunos días le he echado la culpa a la luz, que no tengo buena luz donde estoy escogiendo diseño. Pero ayer y por distraerme saqué el punto de cruz, y ¡coño! Que tampoco lo veo. Me he descubierto también alejándome el móvil de los ojos para poder ver algún mensaje.

Anoche, caí en la cuenta. Me falla la vista. Es eso… Mis abuelas me dejaron buena genética, porque a mis 45 aún me cuento las canas, y gracias a la piel que he heredado (y al pastizal que me dejo en retinol y protección solar) tampoco me siento con muchas arrugas líneas de expresión, pero lo de la vista,.. eso es otra cosa. Tengo miopía desde la adolescencia, y ahora por lo visto: presbicia. Esta mañana me fui a la farmacia, y le pedí a la farmacéutica unas gafas de leer, me llevé allí mi muestra de punto de cruz y ¡oh maravella!. Casi salgo de allí con ellas puestas.

Esto también se lo voy a tener que agradecer a este tiempo, que estoy convencida que no tiene que ver con la edad, sino con el gran esfuerzo al que estoy sometiendo a mis ojos, por leer, coser, bordar y fijarme tanto. Que yo sé que la edad no tiene nada que ver.

La música que me salva, las flores que me calman

Estamos en Fase I.. Eso significa que hoy he podido ir a ver a mis padres, y a mis hermanas. Y que ha sido difícil y emocionante. Y que por momentos parece que todo ha quedado atrás.. Pero no, ver las mascarillas, los guantes, y las botellas de gel en la puerta, te recuerda dónde y cómo estamos. Y de unos días para acá, empieza esto a enredárseme como una bola que no me deja tragar.

Y quiero gritar, y quiero volver a la seguridad que tenía antes, a andar sola cada mañana. A que los deberes los corrijan quienes los deben poner, a no tener que volver a saber por qué se pone la “v” en lugar de la “b”, que a esta edad y altura de palabras escritas, ya no recuerdo por qué va una u otra.. lo hago de forma automática. Quiero ver amanecer sin los ruidos de la vecina de arriba a la que tengo bastantes ganas de sentar en una silla y hablarle como la adulta que no es, pero a la que hay que someter a un correctivo como si lo fuera. Y me doy cuenta de que sin casi darme cuenta voy entrando en ese oscuro y pantanoso terreno de la queja, y de querer pegarle fuego a todo.

Ahí me paro, y me estiro, y respiro. Me voy al salón y veo la luz tan bonita que entra por la tarde en mi salón pequeño. Y veo mis ramos de lavanda y de siemprevivas. Esos tres ramos, son un anclaje que no sé ni cuándo ni cómo hice, pero los miro y me ponen zen. Y de ahí, también me acuerdo de Jake. ¿Tu has visto a Jake?. En serio, mira a Jake, te doy unos minutos para que lo veas dos veces.

Ahora ¿Has visto a Jake?. Te puedo asegurar sin miedo a equivocarme que el 80% de las reproducciones de este IGTV las he hecho yo. Estoy enamorada. Así. En plan flechazo y sin duda.

Quiero que mi ventana de a la suya, across the way, y quiero oírle cantar cada mañana. Qué peligro tengo. A mi que me canten, y luego lo demás ya lo vamos viendo. Y así no se puede, la verdad. Que qué buenas noches, pero que de cuerdas rotas.

Parece que, ahora mismo, lo único que me evade un poco de todo, es la música. Hace un montón de tiempo que en LaCafetera nombraron a Guitarrica  de la Fuente. Y desde ese momento me declaré fan. Cuál fue mi sorpresa, que en la BSO de Valeria está incluido. Que no te voy a descubrir nada, si te digo que me la tragué entera entre el sábado y el domingo. Que bueno las opiniones son como el trasero  culo (a estas alturas ¿voy a hacerme la fina?) dicen, que todo el mundo tiene una, y yo no voy a ser menos. A mí me ha encantado. Y Maxi Iglesias como Víctor me parece un acierto total. Que sí, que el libro no era esto, pero chiquita novedad, búscame un libro que se parezca a la serie o película. Me da lo mismo, me lo pasé muy bien leyendo la saga, y me lo he pasado muy bien viendo la serie. Yo por mí, estoy pagada.

Estoy mal, dos enamoramientos en menos de 48h, voy entrando en espiral descendente y se me ha acabado el chocolate. Suerteh!

De cuando te callas y escuchas

Cuando todo esto pasó, yo escuché, leí, y también opiné, porque ya saben que para opinar no se necesita permiso, y bocachancla pues también soy un poquito.

Nos metimos en casa, y nos limitamos a seguir las normas.

Hemos salido muy muy poco, lo mínimamente indispensable. Y ahí me topé con el tema mascarilla.

Desde el principio me quedó claro que la mascarilla buena, no la había, y que la que había no ME protegía del contagio, así que esas mínimas salidas que hice, las hice sin mascarilla. Y ahí seguí, enrocada en esa conclusión durante un tiempo. Mirándome el ombligo, y centrándome en mi ego de desarrollo personal, espiritual o simple pedantería, escoge tu que me lees.

Me prima me decía, pero con lo que tu coses, hazte una para ti y para Emma, que las haces en un momentito. Yo le discutía que no NOS protegía de nada, que no nos hacía nada. Mi prima, sanitaria desde hace más de 20 años, me decía: pero previene, pero mitiga… Yo seguí mirándome el ombligo de mi conocimiento.

Entonces me veo a mi madre, con su mascarilla puesta, que había cosido ella misma. Y yo le echo la gran arenga.. ella me la cortó en un momento diciéndome, me da lo mismo, yo me siento más tranquila.

Y ya para rematar, me vi el directo de Sol con Eduardo López Collazo, y ahí el ego se me empezó a derrumbar un poco. Y entonces me puse a leer, con ojos sociales y menos personales. Y caí en la cuenta, de que me estaba centrando solo en mi, y en protegerme a mí. Y ahí fue cuando todo se me cayó al suelo. Esto todo no va de uno solo. De ser un único individuo que se concentra en salir adelante solo. Ahí fue cuando me di cuenta de que yo lo tengo que hacer por todos los demás, y que los demás lo hagan por mí. Hoy Sol vuelve a hablar de esto.

Así que me quité todos mis prejuicios y mis pensamientos obtusos y saqué la máquina de coser. Ciertamente en un ratito, las tenía hechas las dos. Ahora ya salimos con ellas.

Ahora creo que voy entendiendo de qué va esto.

De un quilt a cojines, la reinvención

Este fin de semana, que fue de tres días, saqué la máquina de coser. Siempre, pero siempre ¿eh?, me pasa lo mismo. Antes de sacarla voy renegando de la tarea durante días, es posible que semanas.  Sacar la máquina de coser, me supone una logística importante de invasión de zonas comunes, además de la obligación de tener que terminar lo que empiece porque sí o sí ha de estar todo recogido a la hora de las comidas. Efectivamente, coso en la mesa de la cocina.

No hay otro espacio más apropiado.

Así que lo que tengo que coser a máquina, lo voy juntando en una cajita, hasta que se alinean los astros y el día es propicio para hacerlo.

En este caso fue el viernes, aprovechando el día de fiesta. Según terminó el desayuno, empecé con el despliegue.

Lo que cosí el viernes fueron unos cojines. Ha sido como una reinvención, de quilla a cojines, como la vida, que a veces de una cosa se pasa a otra, por necesidad, y por cojines.

Estos bloques llevan en una bolsa de labores desde principios de siglo, literal. Conformaba un quilt que debió de ser de los primeros que se lanzaron online. Es probable que hasta en los primeros años de este blog, allá por el 2004 (eso sí lo tengo claro) tenga alguna entrada haciendo referencia a ellos.

Me acuerdo de dónde empecé a coser estos bloques, me acuerdo de las telas, y de la sensación de empezar a coser por mi cuenta, con las nuevas cosas que iba pillando por aquel grupo de yahoo que tanto conocimiento me dio.

Estos bloques son los primeros que apliqué con puntada escondida y de los que me siento bastante orgullosa, la verdad. Cuando me vine de vuelta a mi casa, con Emma siendo una monjeta en mi barriga, hice una ordenación al más puro estilo MariKondo, y todos estos bloques quedaron bien guardados en una bolsa. Cuando los reencontré, años mas tarde, me di cuenta de que aunque me faltaban pocos bloques para terminar el quilt, ya no tenía mucho que ver conmigo, y que sería mejor darle otro uso, porque como quilt, no iba a terminarlo.

En ese momento, me puse manos a la obra y les cosí el borde granate a todos, en uno de esos momentos de furia costurera. Y seguramente, por alguna necesidad mayor como que había que despejar la mesa para comer, los volvía a guardar.

Como saben, esta cuarentena, que ya se está acabando, ha hecho que yo saque todo para afuera, lo que es basura, lo que es antiguo, y lo que es maravilloso… todo, para la luz.

Si hay una sensación que me gusta por encima de casi todo es la de decir: lo acabé. Terminar y cerrar ciclos, me da la vida.

Así que la semana pasada acolché los seis bloques, a mano, y haciendo callo. Y el fin de semana los cosí. Hoy ya lucen en nuestro sofá. Justo inaugurando mayo y el mes de las flores.

Para premiarme, que ya saben que yo lo del premio no me lo salto nunca, me enganché al directo de Ainara, y nos marcamos unos bollycaos caseros que nos han puesto los ojos en blanco. Otra receta directa a la libreta.