De un quilt a cojines, la reinvención

Este fin de semana, que fue de tres días, saqué la máquina de coser. Siempre, pero siempre ¿eh?, me pasa lo mismo. Antes de sacarla voy renegando de la tarea durante días, es posible que semanas.  Sacar la máquina de coser, me supone una logística importante de invasión de zonas comunes, además de la obligación de tener que terminar lo que empiece porque sí o sí ha de estar todo recogido a la hora de las comidas. Efectivamente, coso en la mesa de la cocina.

No hay otro espacio más apropiado.

Así que lo que tengo que coser a máquina, lo voy juntando en una cajita, hasta que se alinean los astros y el día es propicio para hacerlo.

En este caso fue el viernes, aprovechando el día de fiesta. Según terminó el desayuno, empecé con el despliegue.

Lo que cosí el viernes fueron unos cojines. Ha sido como una reinvención, de quilla a cojines, como la vida, que a veces de una cosa se pasa a otra, por necesidad, y por cojines.

Estos bloques llevan en una bolsa de labores desde principios de siglo, literal. Conformaba un quilt que debió de ser de los primeros que se lanzaron online. Es probable que hasta en los primeros años de este blog, allá por el 2004 (eso sí lo tengo claro) tenga alguna entrada haciendo referencia a ellos.

Me acuerdo de dónde empecé a coser estos bloques, me acuerdo de las telas, y de la sensación de empezar a coser por mi cuenta, con las nuevas cosas que iba pillando por aquel grupo de yahoo que tanto conocimiento me dio.

Estos bloques son los primeros que apliqué con puntada escondida y de los que me siento bastante orgullosa, la verdad. Cuando me vine de vuelta a mi casa, con Emma siendo una monjeta en mi barriga, hice una ordenación al más puro estilo MariKondo, y todos estos bloques quedaron bien guardados en una bolsa. Cuando los reencontré, años mas tarde, me di cuenta de que aunque me faltaban pocos bloques para terminar el quilt, ya no tenía mucho que ver conmigo, y que sería mejor darle otro uso, porque como quilt, no iba a terminarlo.

En ese momento, me puse manos a la obra y les cosí el borde granate a todos, en uno de esos momentos de furia costurera. Y seguramente, por alguna necesidad mayor como que había que despejar la mesa para comer, los volvía a guardar.

Como saben, esta cuarentena, que ya se está acabando, ha hecho que yo saque todo para afuera, lo que es basura, lo que es antiguo, y lo que es maravilloso… todo, para la luz.

Si hay una sensación que me gusta por encima de casi todo es la de decir: lo acabé. Terminar y cerrar ciclos, me da la vida.

Así que la semana pasada acolché los seis bloques, a mano, y haciendo callo. Y el fin de semana los cosí. Hoy ya lucen en nuestro sofá. Justo inaugurando mayo y el mes de las flores.

Para premiarme, que ya saben que yo lo del premio no me lo salto nunca, me enganché al directo de Ainara, y nos marcamos unos bollycaos caseros que nos han puesto los ojos en blanco. Otra receta directa a la libreta.

Curso acelerado de confianza, fé y magia

Entre la primea foto y la segunda de esta entrada, han pasado prácticamente dos meses. De los cuales, casi la mitad de ese tiempo, lo hemos pasado encerradas en casa. Como si no estuviera pasando nada.

En febrero, me traje de casa de mamá, esas tres raíces de Alocasia amazónica, que agonizaban en una maceta. Con mucho atrevimiento por mi parte y sin la confianza de nadie, las puse en agua. La sorpresa ha sido mayúscula cuando estos días he visto como las pocas raíces viejas que traían se le caían pero empezaron a brotar nuevas. Y ya el éxtasis vino cuando vi que prometía una hoja. Esta es una sola de las tres. De otra brotó una hoja acuática, que ya está separada de la planta madre y a la que le hablo y le recito afirmaciones positivas, para que siga creciendo. A la tercera raíz, le han empezado a salir raíces nuevas. Quiero pensar que hará lo mismo que esta primera y que brotará igualmente.

Es difícil explicar lo que supone esto. Pero para mi es como un curso acelerado de confianza, fé y magia.

El domingo, pudimos salir a la calle. Un pequeño paseo alrededor de casa, a las tres de la tarde para asegurarnos que no nos tropezaríamos con muchas personas. Así fue. Dimos un paseo de poco más de media hora. Pudimos comprobar cómo los árboles que plantaron no hace mucho, han cogido fuerza y se han puesto bien frondosos.

Por alguna extraña razón, al llevar tanto tiempo encerradas, mi cabeza me hacía creer que fuera estaba todo como en pausa. Nada más lejos de la realidad. La naturaleza sigue su curso y se abre camino. Segundo curso acelerado de confianza, fé y magia.

Al llegar a casa, me dio por comprobar la hoja rota de un ficus que se desprendió de forma espontanea al pasar una pelota cerca de ella. Hay una niña aquí que dice que mágicamente esta hoja se cayó. Que ella nada tuvo que ver con que se partiera ni con que justamente estuviera jugando con una pelota al lado. La cosa es que yo, reacia a tirar a la basura una hoja viva, la metí en agua. El domingo, me fui a cambiarle el agua, y ¡oh sorpresa! Ha echado una raíz. Tercer curso acelerado de confianza, fé y magia.

Habiendo llegado ya a tercer curso, no me ha quedado otra que confiar y tener fé, y pensar que la magia está haciendo su trabajo, y que a mí también me están saliendo hojas nuevas, raíces más fuertes, y que pronto voy a florecer. De momento me ha dado por hacer inventario de todo lo que tengo empezado e inacabado desde que tengo memoria. Rebuscando, saqué unos bloques que hice en mis primeros años de patch, a mitad de los años 90, echa cuentas. Esta semana, si sigo creyéndome que soy capaz de multiplicar el tiempo y reducir las tareas, se convertirán en los nuevos cojines de nuestro sofá. Si lo consigo, habré llegado a cuarto curso acelerado de confianza, fé y magia.

Centennial, presbicia y energías perezosas

Hoy es el cuarto viernes que tengo bloqueada la tarde. Y ya lo tengo todo listo. Tengo previsto hacer un queque, para la merienda y el último capítulo de Néboa para amenizarme la tarea.

Desde hace un poco más de un mes, los viernes por la tarde los dedico al Centennial, que estarás aburrida de leerme hablar de él. Pero tranquila, este año es el definitivo, porque me estoy enfocando en terminarlo a como de lugar. La semana pasada contabilicé la tercera bobina de hilo gastado. ¿Cuántas puntadas habré dado ya?.

Es un proyecto titánico, porque ahora cuando termine de unir todos los bloques que conforman el centro del top, tendré que unir el primer borde. Que va todo con motivos aplicados. Y digo primer por que sí, justamente tiene más de uno.

Yo no sé si es por las ganas que tengo de llegar a esa parte o porque mi subconsciente está tratando de animarme para cuando llegue. Pero tengo unas ganas imperiosas de ponerme a aplicar. No sé desde cuándo no lo hago. Y mira que es algo que me gusta mucho, amén de que queda espectacular.

Es de esas cosas que te encantan, pero que no tiene explicación el por qué desaparecen de tu vida. Lo pienso y lo repienso, y no doy con la respuesta. Sii es algo que me gusta tanto, ¿por qué no lo hago más a menudo?.

Eso me pasa con algunas personas, por ejemplo, lo paso estupendamente cuando hablo con ellas, o cuando salimos, sin embargo, hay una barrera invisible que me mantiene alejada de la energía necesaria para llamar y quedar. Seguro que hay algún estudio por ahí que ya ha dado con la respuesta de este misterio.

Este último viernes, cuando tenía esas ganas tremendas de buscar algo que aplicar, me puse a revolver en mis cajones. Hay algunos de ellos que no los abro en meses, y cuando vuelvo a ellos, es como si estuviera revolviendo en las pertenencias de otra persona. Me viene a la mente el vago recuerdo del momento en que llegó a mis manos, pero de pronto son todo un descubrimiento, como si fuera algo que has visto en Instagram y que querías mucho, y de pronto… ahí está. Solo que ya era mío y ya me pertenecía. Da mucho vértigo esto. La capacidad de acumulación que me hace perder la noción de lo que realmente guardo. Esto me da rabia y vergüenza, no sé en qué proporción cada una.

La explicación que me doy a mi misma, es que son como una parte de mi plan de jubilación. Ahora puedo pagar por materiales, patrones, y diversas herramientas, quién sabe si podré cuando tenga todo el tiempo del mundo, pero una pensión miserable, como ya nos auguran algunos visionarios.

Y hablando de jubilación, que nada tiene que ver, o sí, no lo sé.

En ese afán por comprar cosas por histeria colectiva, ya sabes, si las demás compran, yo también, compré este enhebrador de agujas. Te cuento. La primera vez que fui a una feria americana de Patchwork, lo hice en un grupo de 11 mujeres, de las cuales yo era la más joven. Fue en el 2005, así que yo justamente estaba por cumplir los 30. De esta edad éramos dos, mi amiga LaAbogada y yo. La siguiente más joven tenía ya 45 cumplidos, y creo que la mayor, estaba muy cerca de los 70. Cuando llegamos al stand de clover, se volvieron todas locas con el enhebrador. No recuerdo cuánto costaba, ni tampoco qué me impulsó a comprarlo. Pero ahí fui yo, con mi visa quemándome en las manos a pagar el enhebrador. Desde entonces estaba durmiendo el sueño de los justos en uno de esos cajones que permanecen cerrados la mayor parte del año. Este viernes, en ese trasteo que hacía, lo encontré y me dije, voy a ponérmelo un poco más a mano. Y ¡Oh maravella!, porque aunque no quisiera asumirlo, ya soy una señora que acusa cierta presbicia, y este aparatito me ha ahorrado un montón de frustración y sufrimiento.

Hazlo bien, o no lo hagas

 

Ha vuelto a cambiar el tiempo, y de los días de plata que teníamos la semana pasada, hemos pasado a tener  unos días más frescos a primera hora, pero con una luz cegadora, como cantaba Silvio. Y la canción, que siempre me movió por dentro encontrando fuerza en una ira que no lograba dominar, ahora me sirve para encontrar energía, pero de movimiento, no de ira.

Es rara esta luz, porque no es propia del invierno. Recuerdo cuando leí Los Días iguales de molinos, me llamó la atención lo que le afectaba el azul brillante del cielo de Madrid. Primero no lo entendí, y hasta me pareció mal, porque ¿qué hay de malo en el cielo azul, brillante y claro?. Luego me bajé del pedestal de mi ego, y me di cuenta de la realidad. Este libro me dio varias galletas, de esas de las que se dan sin manos. También asumí con él, de que lo que yo he vivido años atrás, se llamaba depresión, aunque no le dieran ese nombre.

Cuando terminé el libro y me acordaba de lo del cielo, pensaba: No hay nada mal en el cielo azul y cristalino, como mismo no hay nada malo en esta luz de estos días, es tan solo que no conjuga con el estado de ánimo de quien mira. A esta conclusión llegué yo. La luz de estos días me parece obscena, me dan ganas de gritarle: pero oye, que estamos en invierno, en febrero, que tenemos a medio pueblo en cama por gripe, y tu estás ahí, brillando y luciéndote como si fuera agosto… ubícate chica!

El fin de semana me empeño en resguardarme en casa, y dedicarme a mis placeres ya no secretos, pero esta maldita luz me dice: tira para la calle, que parece que el mundo se va a acabar hoy mismo.

Y salgo, me dejo llevar por la prisa y la urgencia de aprovechar cada segundo de esta claridad.

Aún así, vuelvo a mi sitio, y me enredo en los pensamientos que se me cruzan mientras entretengo mis manos, primero en la cocina, para alimentar el cuerpo, y luego en el estudio, para alimentar el espíritu. ¿Qué tendrán las tardes de domingo que siempre te apetece algo dulce y si es con chocolate mejor? Este banana bread es un clásico total en casa. A la que sobran dos plátanos pochos, el horno se va calentando. La receta que uso es la de Alma Obregón del libro: ¿Hacemos pan?.

Este año estoy retomando el patchwork. A finales del año pasado, me apunté a un curso con una técnica totalmente distinta a la que suelo realizar yo. Pero eso es cuento de otra entrada. La cuestión es que saqué varias conclusiones claras de qué es lo que me gusta hacer a mí realmente con esta técnica, y todo lo que encierra empezar y para mí, sobre todo terminar algo.

Empezar un proyecto es algo que crea adicción, lo tengo claro. Elegir el material, elegir la técnica, dar los primeros pasos y verlo crecer. Lo difícil una vez que crece y ya tiene un tamaño considerable es quedarte ahí, mantener el interés y la constancia y llevarlo a término.

Esto me pasa con el patchwork, el punto, incluso con el scrapbooking. Hace no tantos años, cuando me di cuenta de la cantidad desvergonzada de proyectos empezados que tenía, me decidí a cambiar este hábito. Empezar sí, acabar también.

Con el punto me ha sido mucho más fácil, y así llegué a 2020 sin nada en las agujas. Ahora mismo, solo tengo un jersey, y eso amarillo de la foto. Que calculo que para cuando publique esto, estará terminado.

Con el patchwork es otra historia. Este fin de semana volví a sacar mi Centennial. Un quilt maravilloso que lleva más tiempo del que quiero recordar entre mis manos. Ha estado años completos sin salir de su caja. Cada vez que lo saco me emociono, porque es absolutamente precioso, a  mí al menos me lo parece. Y estos días me emociona más porque ya voy viendo el final. Todavía queda bastante, pero yo diría que tiene más de la mitad del trabajo hecho. El domingo corté las últimas piezas del sashing que me faltaban, y con dos filas más, tendré en centro del top totalmente terminado.

Este quilt es además algo especial, porque tiene un diario. He ido anotando las circunstancias en las que he ido cosiendo cada bloque, y espero que una vez pasado a limpio, me traiga a la mente la de cosas y sitios que he vivido estos últimos 10 años.

Por eso sigo tomándome mi tiempo. Está bien terminar las cosas, es fantástico ver el resultado de tantas horas de trabajo dedicada, y de la calidad de los materiales empleados. Pero lo mejor es ver la dedicación. Hacer las cosas con atención, con entrega, y centrándote siempre en hacer un buen trabajo, para mí es más importante que terminar.

Me declaro en guerra total con la chapuza. No puedo con ella. No entiendo que se prefiera hacer las cosas rápido y mal, por terminar, obteniendo un producto de dudosa calidad, a hacerlo con conciencia y bien. No lo entenderé nunca. Las chapuzas, siempre cuestan el doble, en tiempo y en material. No todo me sale bien a la primera, la maestría lleva aparejada mucha práctica, lo que sí te digo es que cada vez que intento algo, lo hago con toda la atención, procurando hacerlo lo mejor que pueda.

Dice Sergio Fernández, que como haces una cosa, así lo haces todo. Y hay tanta verdad en esto, que te deja con los ojos abiertos como huevos fritos.