Los recuerdos y los sentimientos

Ha salido mi segundo artículo. Esta vez hablo de mi abuela Teresa, que este año hará 8 años que ya no está. Con ella viví muchísimas cosas, y mi artículo son solo unos pocos de mis recuerdos más tempranos con ella.

Los artículos que irán saliendo en El Enfoque, son extractos de escritos mas largos que no sé si en algún momento verán la luz. De momento me contento con sacarlos de mi cabeza, al estilo pensadero de Dumbledore.

Lo que voy escribiendo es lo que recuerdo, mis vivencias, o puede que mis invenciones. Una vez leí que Gabriel García Márquez, decía que la vida no es lo que te pasó sino lo que recuerdas que pasó. En otro sitio, no recuerdo quién lo dijo, ni dónde; igual fue Punset, en Redes… Decía algo así como que el cerebro solo almacena ciertas cosas, y la mente rellena para no tener espacios en blanco. Entonces, es posible que recuerdes cosas que no pasaron, o que tal vez tus recuerdos no sean copias fidedignas de lo que fue. Esto me genera mucha ansiedad. Tengo, siempre la he tenido, una gran tendencia a la fantasía. Antes, ahora menos, lo que pasaba en mi cabeza siempre era más divertido y brillante, de lo que pasaba en la realidad. Por eso, cuando echo mano a mi copia de seguridad mental, me entra la duda de cuánto de realidad habrá ahí.

Esta angustia se ha instalado tan profundamente en mi persona, que ahora que todo esto está siendo publicado, y que no solo yo lo estoy leyendo, siento unos nervios terribles hasta que alguien lo valida. Normalmente mis primas mayores, que deben tener más recuerdos y seguro que más reales que los míos, sobre estas mujeres que formaron nuestra familia.

Y ayer mismo, cayendo en la cuenta de esto, me di un par de tortas. Aquí está de nuevo la impostora. ¿Por qué son más válidos los recuerdos de otras personas que los míos?. ¿Por qué he de buscar soporte y apoyo siempre para creerme lo que pienso, lo que recuerdo, o simplemente lo que me pasa?. No le encuentro demasiada explicación, pero supongo que cada uno siempre tiene su propia perspectiva de lo que pasó en función de cómo se sintió, y ahí nadie puede decir si es correcto o no, porque en cómo te sientes sólo mandas tu. Que no validen nuestros sentimientos, a día de hoy, me parece el mayor de los maltratos. Te dicen que lo que sientes no es correcto, como si hubiera una forma correcta de sentir. En función de lo que a los demás les venga bien. Todo esto me ha traído de cabeza durante tanto tanto tiempo que es probable que me recuerde haber estado contradiciendo mis sentimientos toda mi vida.

A base de sentir, que sentía mal, fui anulando lo que sentía. Parece un trabalenguas, pero es justamente así. Hasta hace unos años, todo parte del mismo momento. De escuchar a Emma, de prestarle atención en sus sentimientos, y en cómo los expresaba. Empecé a reconocerme, y como con casi todo lo que me pasa, me puse a buscar información. Pues la encontré, porque lanzada la pregunta, siempre hay respuesta, solo hay que encontrarla.

Hay una etiqueta, como para casi todo, que da explicación a esto que nos pasa. Personas altamente sensibles. Y aunque las etiquetas tienen tanta mala prensa, porque pueden condicionar, si te digo que en este caso, lo que ha hecho es darme mucho alivio. Todo esto que muchos no entienden tiene una explicación, y no es un invento que ha hecho mi cerebro para rellenar un hueco en blanco que por un fallo, mi mente no almacenó.

No es que ahora por saberlo todo se haya resuelto, pero lo que sí pasa es que ya no voy en contra de lo que siento, y estoy mucho más pendiente de lo que Emma siente también. Esta vez, la etiqueta nos ha dado mucho alivio.

Cada día más tierra

 

¿Sabes eso que se dice que los animales domésticos, que se tienen como mascota, se van mimetizando con sus dueños, hasta el punto que se parecen físicamente?

Creo que me está pasando lo mismo, a fuerza de habitar este trozo de tierra, que cada día me hace parecerme más a ella.

Me reconozco en cada recoveco, en cada trozo de piedra, y en cada orilla.

De norte a sur esta tierra es ella. Una tierra que parece hostil al visitante que llega por primera vez, o al que lleva aquí tiempo, y tiene tanto ruido interior que no es capaz de apreciar la belleza del silencio atronador que esta isla emana.

Aquí hay que venir sin corazas, sin capas, y con sumisión. La isla te va a quitar de un plumazo toda esa ropa que te pones para no ver lo que de verdad tienes dentro, y que según pasan los años, cada vez pesa más.

Esta isla va a absorberte la energía y te va a dar viento y calima. Arena volando, y vegetación cero. Y si ahí no te ves, no te vas a ver en ningún sitio.

Dicen que la isla es desértica, árida y salvaje. Sí, probablemente lo sea. Y en muchos sitios sigue siendo el destierro de Unamuno.

Y yo, voy siendo cada vez más viento, y cada vez más calima. Mi silencio no deja que oiga el ruido de aquel que no es capaz de callarse. Hace que por mis grietas, las mismas que las de la costa oeste, se pierda la inconsciencia de aquel que viene pensando que sabe tanto, y despreciando lo que aquí conocemos. Y como la gruesa arena de MiNorte, borro las huellas de aquel que se creyó con el derecho de molestarme hasta dolerme.

Y me viene a la mente la canción de Jamiroquai, o la de LaBajista, y el libro de Gioconda Belli.. ellos sintieron lo mismo que yo.

Esta isla no es para todos, pero sin lugar a dudas, es mi lugar en el mundo.

El séptimo del año

Después de perder (o ganar) un montón de horas hoy, he conseguido poner un poco de orden en mis fotos. Saco muchas fotos, y las voy pasando al ordenador así, automáticamente. Sin elegirlas, sin borrar las que no quiero, .. nada, todo para adentro, hasta que hoy el ordenador y el teléfono dijeron: INTERVENTION.

Y sin poner una palabra, me llamaron a capítulo para que pusiera un ojo aquí, e hiciera un decluttering en toda regla. MiGurú me ha diagnosticado un Diógenes tecnológico, y quien soy yo para decirle que está equivocado.

Hoy he puesto un poco de claridad aquí, entre tanto archivo, pero sé que voy a tener que dedicarle mucho más tiempo, que tengo fotos duplicadas y triplicadas desde que Emma era un gameto. Será cuestión de que lo ponga en la agenda y de que ese día estén los astros alineados para que yo mire la agenda y para que pueda dedicarle el día.

Una vez que he logrado pasar algunas de las últimas fotos que tenía en mi teléfono, me di cuenta de que no había traído por aquí el último jersey que me he hecho. Es el 7º del año.

Está hecho con una lana de calcetines de Mi Planeta de Lanas, teñida por ella misma y que me tocó en un sorteo que hizo por Instagram hace unos cuantos años. La tenía guardada a la espera del patrón adecuado, y cuando quise hacer este jersey, no tuve dudas. El resto del jersey, es Flora de Drops, ¿he dicho ya que es mi nueva lana favorita?.

Como digo este es mi 7º jersey del año, y no va a ser el último, porque todavía me quedan muchas madejas por gastar. El placer que estoy encontrando en tejer colorwork, no es ni medio normal. Diría más bien que en este punto del año, está siendo casi una adicción. Y como te estás imaginando, el 8º usa la misma técnica.

Después de haber sido valiente como para ponérmelo en plena ola de calor, he pensado que bien me merecía una merienda con té helado y un buen bizcocho de limón y almendra, que ya te he dejado por aquí, pero que la repito, porque es un acierto absoluto.

Pues así se me pasó la semana, entre el calor de un jersey y el del horno encendido, y en la calle más de 35º, pero yo soy una valiente, que rima con inconsciente, para qué nos vamos a engañar. No puedo decir a estas alturas que mi cerebelo no haya sufrido un calentón.

 

Las etiquetas

Llegó la calima y se fue el alisio, ¿no querías verano?. Aquí lo tienes.

No sé que pasa con los extremos, que aquí parece que o calvo o con tres pelucas. Y así, no puedo. Que a mi lo que me gusta es el equilibrio, hombreya.

Ahora mismo estamos en casa atrincheradas, con las ventanas cerradas para que no entre la tierra esta, y luego a la noche, todo sean estornudos y ojos hinchados.

No tengo ganas de hacer nada, me cuesta hasta pensar, supongo que el calor se está mezclando con la edad, y yo no sé si esto van a ser sofocos o simplemente es que hace un calor considerable.

En estas circunstancias solo hay dos cosas que me apetece hacer: beber té helado y comer salmorejo. Que bueno, que lo que yo hago no es salmorejo, al parecer.

Durante la cuarentena, cogimos la manía de irnos cantando el menú por el grupo de whatsapp, para que los que no lo tenían planificado tuvieran alguna inspiración. De ese tiempo se nos quedó la costumbre, y ya, fuera de confinamientos, nos lo vamos diciendo igual. Almuerzos y cenas, y de paso nos mandamos alguna foto también.

Uno de esos días, yo dije que cenaba salmorejo. Me pidieron la receta, y en cuanto dije que yo no le ponía ajo, y le ponía zanahoria, me quisieron amonestar por usar un nombre que no aplicaba.

Puede que sea cierto, que a veces nos ponemos muy puristas, y ensalzamos eso de: ahhhhh noooo, eso no es salmorejo. Que yo lo entiendo, no te vayas a creer. Entiendo que quien conoce bien un plato, reclame la originalidad del mismo, y se moleste cuando se le pone cualquier cosa que el cocinero, que ese día se siente inspirado, le añada, sin contar con nadie, y basándose solo en su gusto, y no ateniéndose a la rigurosidad de la receta tradicional.

Si te digo la verdad, yo soy un poco anárquica con esto, porque yo en la cocina hago un poco lo que me da la gana. Quiero decir, sé que el salmorejo lleva ajo y yo no le pongo, porque me sienta fatal. Y además cometo el sacrilegio de hacer salmorejo de cualquier cosa: tomate, tomate y zanahoria, remolacha, melón, sandía… Si viene un cordobés igual le da un parraque oyéndome o mejor dicho leyéndome, escribir esto. Tal vez la culpa es mía, por usar una etiqueta que no aplica. Así que me he propuesto no usar esos sustantivos tan complejos que se asocian a platos muy específicos: salmorejo, gazpacho, paella, mojo.. A partir de ahora, mis menús serán como los de esos restaurante de renombre. Cambiaré el salmorejo por: sopa fría de lo que sea; el gazpacho por: licuado de verdura fresca; paella por arroz con cosas, y el mojo por salsa para acompañar papas o pescado. A ver quien me va a decir ahora que estoy usando mal las etiquetas.

 

Mi estación favorita

Ha llegado el tiempo por el que más he suspirado en todo lo que va de año. Ha habido momentos durante este primer semestre en los que se me encogía el corazón pensando que este verano sería distinto. Y probablemente lo será, pero de momento vamos a poder disfrutar de nuestros placeres veraniegos cotidianos. Yo no quiero un verano de vacaciones de todo incluido, que por cierto, no hay vacaciones que me horroricen más que esas. No entiendo cómo alguien puede venir aquí, siendo foráneo, y encerrarse en un complejo con pulsera y no mover el culo del bar de la piscina. No voy a convertirme en muy popular diciendo esto, pero ojalá alguna cabeza pensante que cambie el modelo turístico de la isla. Mejor me callo y me salgo del bosque, que me pierdo muy fácilmente y luego no sé salir.

A mí, me gusta el calor, me gusta el verano, me gustan las tardes largas, y esa sensación de que todavía queda día, porque el cielo no esta negro aún siendo las nueve y pico de la noche. Encender una vela de jazmín mientras me leo con tranquilidad cualquier novela de las que voy acumulando durante el año, y que no las leo porque la atención no me da para mucho más en el trajín de los meses de rutina. Las siestas pegajosas que soy incapaz de echar el resto del año, y el viento fuerte que pega en MiNorte durante julio y agosto. Es una contradicción total, gustándome como me gusta tejer lana. Pero es así.

Durante el invierno sueño con meter la cabeza debajo de esa agua cristalina, y  hundir los pies en la arena blanca que se sacude tan fácilmente. Volar hacia la buganvilla y el hibisco y quitarle todas las hojas pochas que voy encontrando, mientras cuento las flores nuevas que hay de un día para otro. Admirar el aloe y contarle de dos en dos, los hijos que ha sacado durante el invierno. Preparar una plancha de lapas y ver relamerse a los jóvenes que las degustan. Ahí también te das cuenta de que el tiempo está haciendo mella en ti. Cuando eres joven puedes comerte una, dos, o hasta tres planchas de lapas, con su mojo verde y su quintillo. En cuanto pasas de los cuarenta sientes lo indigestas que son, y las evitas a toda costa. Pese a que su olorcillo se te cuele por la nariz, y tus papilas empiecen a salivar afanosas.

El verano es mi momento favorito del año, sin ninguna duda. Y por fin está aquí. Abrazo con fruición la lentitud, la tranquilidad y todos esos cafés con hielo que voy a tomarme en los dos meses (mínimo) que tengo por delante.

La psicosis de volver

Estamos en la primera semana de “aquí no ha pasado nada”. Al menos eso es lo que parece. Sales a la calle y todo es “normal”. Comercios abiertos, gente en la calle, playas con mucha gente. La única diferencia es que de vez en cuando, ves a una persona con mascarilla.

Bueno, igual hay muchas personas con mascarilla, aunque menos de las que deberían.

De resto, todo normal.

Pero yo no me siento normal para nada. No me he dado cuenta hasta ahora de la inseguridad que se ha ido instalando en mi durante estos casi 100 días que han pasado, hasta ahora que ya no hay restricciones de ningún tipo. Ya no hay estado de alarma, y entonces todo es como antes. Solo que no se le parece en nada.

Parece que todos estábamos deseando volar de casa, lanzarnos a la calle y hacer un “pelillos a la mar”, pero a la hora de la verdad, a mí por lo menos, me está costando mucho (mucho) hacerlo.

No me olvido de la mascarilla, ni del gel. Voy diciéndole a Emma todo el rato: no toques nada, como un mantra, y sigo mirando cada día la declaración de nuevos casos.

Cada vez que me han dicho esta semana eso tan común y tan ansiado de: vamos a quedar para vernos, en mi cabeza ha salido un NO, gigante y luminoso, y luego he dicho, bueno, vale… siempre con la boca pequeñita y con ganas locas de volverme a la seguridad de mi casita. He vivido el confinamiento demasiado tranquila, básicamente porque me he relajado. En mi vida normal, hago un esfuerzo importante por socializar. Mi tendencia natural es estar aislada, sola, en silencio. Que también sé que no siempre me viene bien. Y por eso, lucho contra ella, disimulando mi naturaleza para parecer normal. No tener que hacer esto durante todo este tiempo, me ha relajado mucho.

Y analizando esto, me he dado cuenta de lo fácil que es meterse en la caja nuevamente. De lo fácil que es ponerte unas cadenas, tu a ti misma, y quedarte estática mientras ves la vida pasar por la ventana. A veces, hasta saludándote, otras haciéndote una peineta.

Yo todavía no tengo claro cómo me ha afectado esta cuarentena, ni ese número que baila según quien lo de o dónde, pero que a mi me da vértigo nada más oírlo. No sé qué va a pasar, y no sé qué puedo esperar. Y siento miedo, y también angustia. ¿Y si volvemos atrás? ¿Y si se descontrola todo nuevamente?.. ¿Y si…? ¿Y si…?

Hoy me desperté de madrugada, soñando que nos íbamos de viaje. Con esos nervios previos y propios de hacer la maleta, de llegar al mostrador de embarque, de saludar a nuestro grupo.. y ese regocijo al poner tu culo en el asiento del avión. Cuando me he despertado y he vuelto a la realidad, a la de ahora, me ha dado tristeza. Quiero volver a viajar, tengo una lista enorme de sitios a los que volver y a los que conocer. Así que más me vale ir practicando en lo de salir aquí, en mis alrededores, porque no se puede ir de 0 a 100 en dos segundos, que (todavía) no soy un Maserati. Y también porque no quiero perderme más cielos, ni mas flores, ni más azules.

 

Solsticio, Litha, Eclipse y Cáncer Season

Estamos, bueno, estoy de resaca. Que resulta que este fin de semana fue el solsticio de verano, o Litha, según el calendario pagano; eclipse de Sol, venus que sale de su retrogradación, y venga va.. de paso entremos también en la temporada de cáncer.

Y esta noche San Juan. Que no, que no puedo con tanto.

Mira, ya, esto es too much.

Con lo que me gusta a mí un ritual y un aquelarre, pues no. Este fin de semana no me dio la energía para eso.

A cambio me refugié en casapadres, y en MiNorte, para dejar que me mimaran, y para disfrutar también de unos días de ser hija. Que también mola bastante. Y bueno, para dar la oportunidad de dejar que ellos ejerzan de padres conmigo. Que vengo yo ahí con mi esencia de Juan Palomo, y no les doy nunca el espacio para ello.

Y como si fuera una confabulación de los demás planetas, me ha llegado otro mimo. Esta vez en forma de paquetes, de aquellas que formarían perfectamente mi aquelarre particular. Y me mandan su cariño en forma de bolsos, lanas, bordados y buenos placeres para mis papilas gustativas. Me siento abrazada por ellas.

No me siento bien. Antes, durante un montón de años, llegaba final de curso y yo entraba en depre, en bajona, y en un estado de languidez que solo me dejaba hacer lo mínimo. Durante años me creí lo que me dijo un terapeuta. Según él mi vida de estudiante ha marcado totalmente mi vida, y mis tiempos. Lo normal en una estudiante es llegar a final de junio con un estrés tremendo por la época de exámenes. Así yo entraba en julio como con un parón mental en seco. Y después de ese trabajo desenfrenado de los meses previos a final de curso, hacía que mi cuerpo cayera en tristezas y bajas energías. Me lo creí, como te digo.

Pero desde hace unos años para acá, y Mia Astral ha tenido muchísimo que ver con este nuevo descubrimiento, me doy cuenta de que mi estado tiene otra explicación. Pues que resulta que me dio por hacerme la carta astral, y fíjate qué cosas, que mi ascendente es cáncer. Y justito ahora, pues estamos en la estación o temporada de cáncer: sentimientos y sensibilidades a flor de piel. Mira tu qué fácil. Y encima me pilla todo esto con los eclipses. Que no sé a ti, pero a mí me dejan hecha polvo. Que igual es otra cosa, pero oye qué casualidades.

Conociéndome como me conozco, este fin de semana, quité del medio los planes, y también las organizaciones, y ni rituales ni reuniones. Quietita.

Ayer, ya me di un poquito de tregua, y cogí mis libros nuevos. A los que les tengo muchas muchas ganas, pero que de momento, no puedo coger, porque sé que me voy a flipar, y ahora no tengo tiempo para darle rienda suelta a mis flipes.

A lo largo del tiempo he ido acumulando algunos decks, que me gusta barajar y sacar cartas al azar. Mi último  deck es absolutamente precioso y además muy útil, no paro de barajarlo. Es divertido imaginar, interpretar y dejarte llevar. Lo mire como lo mire, siento que debo seguir quietita y un poco en modo mejillón. Así que esta noche, San Juan tendrá que sorprenderme que ni peticiones ni hogueras. El cuerpo no me da para más. ¿Cómo de mal visto estará hibernar en junio?

Tortilla, pasta y fin de curso

A estas alturas de película, ya sabes que tengo yo más de una tarita. Pero que lo de la organización y la planificación llega a cotas de enfermedad estudio.

Tengo cristalino lo que se come los lunes, y tu si has venido por aquí un poco, también: los lunes son para las lentejas. Lo que pasa últimamente, es que aquí mi compañera de piso, si le pongo lentejas solas, como he venido haciendo de aquí para atrás, pues me protesta. Que eso es poco, que le da hambre enseguida. Así que he ido suplementando las lentejas con lo que se me ha ido ocurriendo. Después de unas cuantas posibilidades, el segundo plato que ha ganado su puesto con diferencia, es la tortilla. Así que ahora los lunes son de lentejas y tortilla. Ya solo falta que me acepte la ensalada para complementar, y me va a parecer que he retrocedido 25 años y estoy en el comedor universitario, cualquier lunes.

Y los viernes, pues yo como pasta. Aquí o en cualquier sitio. Me flipa la pasta, y comer pasta el viernes es como cuando te ibas de fiesta los jueves por la noche, para ir ya inaugurando el fin de semana. Que yo esto no lo sé de cierto, porque nunca lo hice, pero que lo supongo, vamos.

Esta salsa de tomate que he descubierto por azar durante el confinamiento, ha pasado a ser una de mis preferidas. Cebolla, tomate, bacon, alcaparras y una guindilla. Yo lo freí todo primero y luego me olvidé de ella unas cuantas horas mientras la crokpott hacía su trabajo. Qué gran invento la olla lenta. Hice un par de kilos de esta salsa, así que tengo para unos cuantos viernes.

El plato de pasta de hoy va a ser al gusto de MiMariposita, que ya está oficialmente de vacaciones. Qué curso más raro le ha tocado vivir, a ella y a todos los niños. Para mí el curso ha sido un poco un chiste, la improvisación, las dudas, los pocos medios, y también las pocas ganas, para que te voy a decir otra cosa; han hecho un curso que además de caótico de por sí, haya sido muy complicado de salvar.

He podido comprobar que mis dotes como docente están entre cero y nada. Actitud y ganas le he puesto, puede que lo que faltó en otros sitios, pero me han faltado las aptitudes y  la paciencia también. He tenido que hacer balance de necesidades y provisiones, y al final me he apuntado a esto de: zapatero a tus zapatos. He pedido ayuda, a personas que además de capacitación tienen pasión por lo que hacen y gracias a ellas hemos salvado los muebles. No ha sido fácil. Y ahora ya, a toro pasado, creo que puedo afirmar que hemos hecho lo que hemos podido, con la mejor de las intenciones. Pero otro curso así va a afectar mucho en el futuro de los escolares.

Tengo tres meses por delante para mentalizarme. Para desarrollar la paciencia, y para preparar un buen temario para el curso que viene ayudada por quien sabe de esto. Ojalá me equivoque, pero me temo que el curso que viene no diste mucho de este que ahora acaba, y algo habrá que hacer. Dicen que la necesidad es la madre del ingenio, y mira tu por donde, tengo yo un papelito que me avala para ingeniar y estoy rodeada de gente que me van a echar una manita en el tema.

 

Bueno, vale, pero solo un poco

Dice la RAE que escritor es el que escribe, y sin embargo cuánto me cuesta reconocerme en esta definición. Y es de lo más extraño porque yo escribir, escribo más que hablo.

Me paso la vida escribiéndola. Llevo así desde que tengo recuerdos. De hecho, tengo libretas desde que aprendí a escribir. ¿Pero era yo escritora? No, por supuesto que no.

En el 2004 abrí esta ventana, y en ella he escrito de manera más o menos constante desde entonces. Igual un poco escritora sí que soy, dudo a veces, para enseguida responderme: que no, que no te flipes, que ser escritora es otra cosa.

He ganado algún concurso de escritura, he escrito poesía, relatos, cuento extendido, diarios.. pero a ver, ¿eso es ser escritora?. Que no mujer, que no te lo digo más, que escritora es otra cosa.

Y vino mi año sabático, que el domingo se cumplió un año desde que abrazo fuertemente mi tiempo y mi libertad, y por el medio la maldita pandemia.

En este tiempo he estado obsesionada, con todo este melonazo de encontrar mi propósito, mi don, whatever.. Hice cuarenta cursos, igual fue alguno más, pero fueron dos los que me pusieron en órbita: el de Marca Personal de Sol Aguirre y Leire Larra, y el de ¿Qué harías si no tuvieras miedo? De Borja Vilaseca. Estos dos cursos, me pusieron las gafas de ver las cosas importantes.

Y ahí fue cuando caí en la cuenta de lo mucho que escribo. De la necesidad imperiosa de escribir. De que me levanto a las 5:30 cada mañana para tener silencio y dedicarme a escribir. De que necesito escribir para pensar con claridad. Todo esto lo sé hace tiempo, pero ¿era este mi propósito?. Seguramente que no, es como lo de ser escritora… que no, que eso es otra cosa.

Con la pandemia, descubro que escribir es casi tan necesario como comer, beber agua, o ver el cielo entero. Y se me empiezan a acabar las libretas, y me doy cuenta de que en mi cabeza, todo es susceptible de ponerse por escrito. Y me contacta la directora de un diario local, que es amiga, y me dice que por qué no escribo algo para el periódico. Y me entran los siete males. Que yo no soy escritora, que yo lo que hago es juntar letras. A lo que ella me responde, que si que vale, pero que junte letras para su periódico.

Me puse manos a la obra sobre la marcha. Y pese a que mi saboteadora personal viene cada dos renglones a decirme que me estoy flipando mucho, sigo tecleando palabras.

Y mando el artículo, y lo publican. Y ahora me veo en papel y en pdf, y empiezan a llegarme mensajes, y la familia se ríe y se emociona. Y yo, flipada total, me empiezo a gustar verme impresa en el papel de periódico.

A ver si voy estar algo equivocada con las creencias que tengo sobre este tema, y un poco escritora sí que soy.

Oficialmente desconfinada

Hoy estoy oficalmente desconfinada.

El 13 de marzo fue el día 1 de todo esto surrealista que nos ha pasado. Ese viernes yo estaba tranquila y con la mente enfocada en lo que estaba viviendo y en lo que tenía que hacer. Justamente el domingo anterior, 8 de marzo, me fui de picos pardos con mis chicas tejedoras. Y aquí que me vine a contarlo.

Y hoy, 13 viernes más tarde, ya en fase 3, vengo a contarte que anoche, volví a sentarme con mis chicas tejedoras en una terraza a tomarnos un algo.

Cuando se propuso la quedada, yo muy en mi línea mejillón me dije: uy no, yo no voy.

Motivos y razones tenía unas pocas: entre ellas mi heredera. Otro día vengo a contarte lo que es la conciliación y otras cuestiones logísticas de la monoparentalidad. La cosa es que los jueves, la abuela, o sea mi madre, suele tener mucha ocupación, y es complicado contar con ella para que se entretengan mutuamente. Así que mis pocas ganas estaban avaladas por mis excusas. Hasta ayer a medio día, que la abuela dice que no tiene ocupaciones y que le apetece infinito chismorrear con la nieta. Por el medio, se me cruza una sesión de coaching, que me puso en órbita y que me relajó con un par de frases, toda mi psicosis post-coronavirus.

Que tuve que tener una sesión de estas para darme cuenta lo muchísimo que me ha afectado el confinamiento, la incertidumbre, y el maldito bicho. Pero eso, también lo contaré otro día, porque lo tengo que seguir rumiando.

La cosa es que parece que se alinearon los astros para que yo fuera ayer con mis chicas tejedoras a tomarme un algo. Y oye, qué bien.

Se me ha llenado la boca esta semana criticando, así con dedo acusador y todo, lo rápido que aquí se olvidaron de los casi tres meses que hemos pasado encerrados. Que en cuanto entramos en fase no sé cuál, y se pudo, la gente se botó a las terrazas. Y yo ahí como la policía del coronavirus o la vieja del visillo, señalando a cada uno de los consumidores de cañas de todas las terrazas que estuvieron al alcance de mi vista.

Qué bocachancla soy, pero qué bocachancla. Mira que cada día me pongo en lucha con la jueza incansable esta que tengo por dentro. Me regaño, me reprendo, y me castigo. Pero siempre se me escapa por alguna rendija. Como decían aquellos de los que no me quiero acordar… estoy trabajando en ello.

Pues bueno, a lo que voy, que yo realmente la caña en la terraza no la echaba de menos. Lo que sí echaba mucho de menos era a mis chicas tejedoras. Y de eso me di cuenta ayer cuando las tuve alrededor y las pude ver en 3D y no a través de la pequeña pantalla del teléfono.

Qué necesario es tener una red que te acoja, y que te haga reír, y que te saque los pies de las chanclas y te haga poner el culo en una silla de una terraza.

La foto es de la reunión de marzo, cuando no había que poner distancia entre nosotras y hacía un sol espléndido y un viento que nos recolocaba las ideas. Y ya desde anoche, tenemos planes para la próxima quedada con agujas y mucho café.