Curso acelerado de confianza, fé y magia

Entre la primea foto y la segunda de esta entrada, han pasado prácticamente dos meses. De los cuales, casi la mitad de ese tiempo, lo hemos pasado encerradas en casa. Como si no estuviera pasando nada.

En febrero, me traje de casa de mamá, esas tres raíces de Alocasia amazónica, que agonizaban en una maceta. Con mucho atrevimiento por mi parte y sin la confianza de nadie, las puse en agua. La sorpresa ha sido mayúscula cuando estos días he visto como las pocas raíces viejas que traían se le caían pero empezaron a brotar nuevas. Y ya el éxtasis vino cuando vi que prometía una hoja. Esta es una sola de las tres. De otra brotó una hoja acuática, que ya está separada de la planta madre y a la que le hablo y le recito afirmaciones positivas, para que siga creciendo. A la tercera raíz, le han empezado a salir raíces nuevas. Quiero pensar que hará lo mismo que esta primera y que brotará igualmente.

Es difícil explicar lo que supone esto. Pero para mi es como un curso acelerado de confianza, fé y magia.

El domingo, pudimos salir a la calle. Un pequeño paseo alrededor de casa, a las tres de la tarde para asegurarnos que no nos tropezaríamos con muchas personas. Así fue. Dimos un paseo de poco más de media hora. Pudimos comprobar cómo los árboles que plantaron no hace mucho, han cogido fuerza y se han puesto bien frondosos.

Por alguna extraña razón, al llevar tanto tiempo encerradas, mi cabeza me hacía creer que fuera estaba todo como en pausa. Nada más lejos de la realidad. La naturaleza sigue su curso y se abre camino. Segundo curso acelerado de confianza, fé y magia.

Al llegar a casa, me dio por comprobar la hoja rota de un ficus que se desprendió de forma espontanea al pasar una pelota cerca de ella. Hay una niña aquí que dice que mágicamente esta hoja se cayó. Que ella nada tuvo que ver con que se partiera ni con que justamente estuviera jugando con una pelota al lado. La cosa es que yo, reacia a tirar a la basura una hoja viva, la metí en agua. El domingo, me fui a cambiarle el agua, y ¡oh sorpresa! Ha echado una raíz. Tercer curso acelerado de confianza, fé y magia.

Habiendo llegado ya a tercer curso, no me ha quedado otra que confiar y tener fé, y pensar que la magia está haciendo su trabajo, y que a mí también me están saliendo hojas nuevas, raíces más fuertes, y que pronto voy a florecer. De momento me ha dado por hacer inventario de todo lo que tengo empezado e inacabado desde que tengo memoria. Rebuscando, saqué unos bloques que hice en mis primeros años de patch, a mitad de los años 90, echa cuentas. Esta semana, si sigo creyéndome que soy capaz de multiplicar el tiempo y reducir las tareas, se convertirán en los nuevos cojines de nuestro sofá. Si lo consigo, habré llegado a cuarto curso acelerado de confianza, fé y magia.

Del siglo pasado a la pandemia

Han pasado quince días ya. Supongo que va llegando el momento de ir haciendo balance.

Realmente tengo poco que aportar. Nuestra vida no ha cambiado gran cosa. Yo sigo trabajando como desde hace 10 años. Desde mi mesa enorme llena de cosas, lo único que cambia ahora es que mi banda sonora son los diálogos que mantiene Emma consigo mismo. Habla de fracciones, de sujetos y predicados, y se enfada con la tierra porque según ella, su movimiento de rotación está acelerado.

Tiene la teoría de que la Tierra está girando sobre su eje demasiado deprisa, que no le da tiempo de jugar, de hacer los deberes, y de hacer ejercicio. Dice que esto no puede ser. Que debe ser que el virus le afectó al planeta de alguna otra forma que desconocemos, pero que desde luego tiene que ver con la velocidad de giro.

Me he sentido fatal, de verdad te lo digo. Le he contagiado ese agobio permanente de querer exprimir las horas, los días, las semanas. Esta mañana es la segunda vez que me dice que el fin de semana se le fue muy deprisa, que le da la sensación de que hizo poco. Yo no termino de entender, porque siempre se queja de poco tiempo, pero ahora, que ya llevamos para tres semanas de confinamiento, que tenga la sensación de que tiene poco tiempo, me parece increíble.

Quiero pensar que tiene un mundo interior tan cargado como el mío, y eso, no puede traer sino cosas buenas. Eso quiero creer.

Yo mientras, sigo revolviendo. Yo no sé con cuántas cosas más me voy a encontrar que no recordaba.

Por ejemplo, buscando hilos para otra cosa, me encontré con este camino de mesa de punto de cruz. Nunca en la vida, la Violeta de ahora lo elegiría. En esa tela Panamá, con esos motivos florales y tonos que no reconozco como míos. Pero ahí está. La Violeta universitaria pensó, en no sé qué momento, aquejada de cualquiera sabe qué locura transitoria, probablemente derivada del temario de termodinámica o motores térmicos, que era buena idea empezarlo, y hacerlo.

En el momento en que lo encontré, pensé, madre mía qué cosa más fea. Cuando lo abrí, recordé vagamente cuándo lo empecé, y para qué mesa iba a ser. Casualmente, en pocos meses, si ningún virus más se nos mete por el medio, la mesa destino formará parte de mis muebles.

Ya sabes que para mí todo son mensajes y señales, así que voy a creer que esto es una señal más, y que debo acabarlo. Junto con el mantel a medias, estaba el esquema y los hilos. Con ellos estaban también los guardahilos de plástico, que se deshacían nada más mirarlos. Nota mental: vida del plástico antes de convertirse en microplástico: 25 años. Así que antes de ponerme a dar cruces, me propuse reforzar unos y fabricar otros. Un poco de papel bonito, cartulina y cola. Y voilà! Guardahilos nuevos. Estoy tan contenta con el resultado, que de a poco iré cambiando todos los que tengo.

Y ya que ha sido ahora cuando lo encontré, me he propuesto acabarlo. Porque nunca pensé en tener algo así ahora, ni invertir mis horas en una labor como ésta, pero también es cierto, que nunca, never, imaginé que iba a estar viviendo algo así.

Así que manos a la obra, y que quede como testimonio de lo que estamos viviendo. Una labor del siglo pasado que se acabó durante la pandemia.

 

Balances, finales y principios. Y otra vez yo.

 

Hace exactamente tres meses que me fui sabáticamente hasta de aquí. Necesitaba un descanso hasta de mí misma.

En este tiempo no he hecho gran cosa. O sí. Porque cuando miro atrás siento que soy otra persona. He cumplido 44. Volví a Madrid, y me paseé por Lanzarote. Organicé el quinto Calendario de Adviento, con un éxito total por parte de todos los participantes, que este año no nos faltó nadie de la familia y amigos, con los que no compartiéramos algo.

En el último trimestre del año pasado volví al trabajo. No lo tenía en mis planes, pero me ofrecieron algo que no podía rechazar. Me enganchó el proyecto desde que me lo presentaron, y aunque trabajé en él algo más de mes y medio lo hice con gusto y con ganas.

Esto, me ha ayudado muchísimo a saber a qué le debo decir que sí y a qué no. Porque no es porque pueda permitirme el lujo de rechazar cosas, es que he aprendido a que cuando hago cosas “por obligación” el coste que me supone es monumental.

Durante un montón de años estuve dando vueltas en la rueda que yo misma me metía, ya sabes, lo de la rueda del hámster. Cogía trabajos que no me motivaba porque no podía decir que no, y esos trabajos que inicialmente eran llevaderos, se convertían en el proyecto de instalaciones de la NASA. Cada día más cuesta arriba.

No voy a mentir, me costó diosyayuda, mucha ayuda, salir de ese círculo vicioso de decir sí a cosas que en el fondo no quería ni ver, ni hacer, ni calcular.

De resto, he trabajado mucho y en profundidad en mí.

Ahora conozco la diferencia entre trabajar en lo que te gusta, y tener un trabajo nutricional. Así que eso es lo primero que he aprendido en estos meses.

He empezado a andar, ligero y de forma regular. Cinco veces a la semana, consiguiendo los sanos diez mil pasos diarios. Estoy tan enganchada al paseo de la mañana que se me está pasando por la cabeza, echarme a correr. De esto tiene mucha culpa MiGurú, y también Cristina Mitre. Pero not yet… sigo caminando a pasito ligero cada mañana, y a veces también alguna tarde.

Durante octubre y noviembre, hice un curso intensivo de patchwork a máquina. Tengo un nuevo quilt terminado, que me pongo por encima por las tardes, mientras voy acolchando con toda la paciencia del mundo. Es calentito y precioso, y me ha dado la oportunidad de volver a reencontrarme con las telas y la máquina de coser. Lo disfruté, pero también me di cuenta de que lo que realmente me encanta es coser a mano. Ir uniendo trocitos, paso a paso, sin la producción en cadena que te brinda la costura a máquina. Esto me llevó a sacar mi gran pila de cosas a medias, y que me dieran ganas (reales) de terminar alguna. Lo mejor de este curso fue volver a coser con mi amiga LaAbogada. Con ella empecé a coser hace ya más de veinte años, y ha sido genial volver a retomar el dedal con ella.

Este año pasado me propuse varias cosas que requerían de disciplina y mucha constancia. Llegué a final del año cumpliéndolas todas. En lo que se refiere a manualidades, me propuse terminar un tapiz de punto de cruz, compuesto por doce motivos. Me programé para bordar uno al mes. El resultado final no me puede gustar más.

También me propuse tejer doce pares de calcetines, y también lo cumplí. De hecho tejí más de la cuenta, porque en las fotos me faltan, los dos pares que tejí en enero y que regalé.

Empecé el 2020 sin nada en las agujas. Creo que esto es algo no me había pasado nunca. Y según yo, es un síntoma claro e inequívoco de total madurez. Claro, que le puse remedio rápidamente, porque el día uno a media mañana ya tenía en las agujas un jersey para mí.

Con esto de acabar lo que tenía a medias, acabé el Pomegranate, que aunque mientras lo tejía no me convencía en absoluto, una vez que lo saqué de las agujas, me chifló. Tanto, que me lo he puesto muchas veces desde ese momento. También me tejí la Magnolia Chunky Cardigan.

Estos meses los hemos aprovechado también para salir de excursión, salir a caminar por las rojas montañas de MiNorte, y hablar de la vida y de la muerte.

Hemos acabado el año con una de esos acontecimientos que esperas que no sean verdad. Que deseas que vuelva a sonar el teléfono y te digan que todo fue un error. En esta ocasión nos tocó tangencialmente. Vivir la desgracia de perder a alguien de forma traumática y trágica. Nos ha tocado abrazarnos mucho, y querernos bien. Sin llenar los silencios de palabras vagas. Nos hemos hecho invisibles para dejar espacio a los que realmente sufren de forma directa toda esta desgracia, y en casa, hemos hablado del tema mucho, hasta que he visto que ya no había nada más que hablar.

Para mí ha sido importante compartir cada cosa que ha pasado con Emma. Mi lema con ella es decir siempre la verdad. A veces me dice: quiero saber whatever, pero no sé si la verdad que me vas a contar me va a gustar, así que de momento no voy a preguntar.

Esto me deja tranquila, porque sé que ella confía en lo que yo le diga plenamente. Que esto no quita en que me vaya a hacer caso en todo lo que le digo, nada más lejos.

Con el corazón así, como apretado, empezamos el año, y hemos pasado estos tres primeros días con paseos, tejiendo en cualquier sitio, y viendo HarryPotter. Se me ha declarado fan incondicional de Howgarts y todo su iniverso. Sé, por experiencia, que corro el riesgo de llegar a aborrecer cada libro o película de la saga, porque otra cosa no, pero cansina con lo que le gusta, esta niña es un rato.

Este año tengo grandes planes, siempre los tengo, luego, lo que la vida me vaya poniendo por el medio, va a sacar mi vena ingeniera de verdad. Porque al final, siempre trato de ingeniármelas para caer de pie, o  lo menos revolcada posible.

 

Demandado silencio

Me gusta mucho hablar, pero si tengo que ser sincera, me gusta más callar.

El silencio es un sonido que aprecio muchísimo.

En mi día a día, tengo muchos momentos de silencio. Primero porque me levanto temprano y estoy a solas un par de horas, y segundo porque LaMariposita es independiente y autónoma, y aunque ella parlotea todo el día, con sus muñecas, consigo mismas, con la tele… pasa largos ratos sin hablarme a mí.

Creo que el silencio es una de las cosas que más extraño en vacaciones, más que mi cama, mis tazas de café, mi agua con gas, y mis ratos a solas.

Esta mañana me levanté con el firme propósito de acabar un esquema de punto de cruz que se me está atragantando más de la cuenta. Me acomodé en la terraza, porque es donde más luz hay y por aquello de la presbicia, que por supuesto aún no tengo.

Apenas había dado dos cruces cuando se me llenó aquello de niñas. Experimentando con acuarelas. Sentí primero miedo por si se emocionaban y sus dotes artísticas terminaban en mi fino lino. Las relegué al final de la mesa y ahí respiré un poco.

Y entonces empezó el guineo. Guineo es el grupo de LaBajista, y uno entre otros significados de la palabra, hace referencia a un ruido constante y machacón, que le da a una dolor de cabeza.

Intenté convencerlas que en silencio era más fácil desarrollar la creatividad y hacer un gran dibujo de acuarela. Intento infructuoso.

A veces entro en el bucle de la autoculpa, y me siento fatal por reclamar espacio y silencio. Pero en mi acostumbrado proceder de analizarlo todo, me sacudo la culpa. No soy mala madre por reclamar mi espacio, ni tampoco por satisfacer mis necesidades más internas. Cuando no encuentro ese espacio propio en muchos días seguidos, me vuelvo gruñona e irascible. LaMariposita lo sabe, y me manda a mi cuarto, cuando sabe que he superado los niveles soportables de ruido y jaleo.

Recogí rápido y me recluí en mis aposentos. El único lugar que estas individuas, ruidosas e inquietas aún respetan.

Allí, escuchando y descubriendo que no soy la única apasionada del silencio, me puse con mis calcetines de agosto. De paso, saboreé  chocolate francés. Despacio, en silencio, y sola.

 

 

Un fin de semana haciendo cruces

Si tuviera que hacer memoria, para recordar qué fue lo primero que aprendí a hacer con hilo y aguja, seguramente me remontaría muchos años atrás, y diría que fue el punto de cruz.

Creo que lo primero que hice fue un tapete, con una fresa. Tenía color rojo, blanco, y verde. No usé hilo en madeja, sino una especie de ovillos, y la tela era una de esas Aida que tanto me horrorizan ahora. Las cruces eran enormes y la trasera era un auténtico desastre.

¡Ojalá supiera dónde fue a parar ese tapete! Me encantaría recuperarlo y tenerlo ahora y recrearme en cómo he ido mejorando a lo largo de todo este tiempo.

Supongo que me enseñó mi madre, aunque tampoco lo tengo claro. Para eso de aprender sigo siendo igual. Veo algo, siento que tengo que reproducirlo, y me obstino en probar una y otra vez hasta que logro algo que se le parezca.

Recuerdo ver a mi madre bordando en una tela de vichy roja. Haciendo cruces en las esquinas y en la mitad de los lados, algo que después sería un mantel. Recuerdo comer muchas veces sobre él, una vez que estuvo terminado. Seguramente ahí fue cuando empecé a darle la lata a mi madre para que me diera hilos y aguja y me dejara probar.

Tengo vagos recuerdos, como flashes, de estar sentada, en aquel porche lleno de plantas, en la segunda casa en que viví con mis padres, cuando solo éramos cuatro. Recuerdo estar sentada con una lata a los pies donde estaban los ovillos de hilo y una pequeña tijera. Recuerdo la concentración en ir haciendo las cruces. Y también la sensación de total satisfacción al ver mi fresa terminada.

Después de esa fresa, bordé muchas mas, en un camino de mesa, con una Aida más pequeña, tal vez fuera Panamá, y que no recuerdo haber terminado. Igual este si que está por casa de mamá.

El punto de cruz es como una constante. Cuando siento que hay muchas variables a mi alrededor que me llenan de incertidumbre y que no está en mis manos controlar, vuelvo a él.

Vuelvo a las cruces, vuelvo a los esquemas, y vuelvo a la lata de galletas, llena ahora de madejas.

Con las redes, internet, Pinterest, y la gente que he conocido a lo largo de todos estos años, también he cambiado mi forma de hacer el punto de cruz. He dejado de lado mis lecciones autodidactas, y he ido investigando aquí y allí.

Ahora bordo con madejas, algunas de ellas teñidas a mano, y en lino Belfast. Ahora entiendo cuando hablan de counts, y de cruces 2×2. Conozco un montón de diseñadores, y tengo hasta mis preferidos. Por fin encontré un punto de cruz distinto al que traía “Labores del Hogar”, que no había forma de que sacaran otra cosa distinta que fueran ramos de flores o bodegones.

Hoy en día, tengo muchos esquemas bordados, ya no se pierden por el tiempo o las mudanzas. Hace ya diez años que, de tela, me fabriqué unos rollitos que me sirven para guardarlos. Muchos de los esquemas bordados están enmarcados colgados por casa, adornando cajas, (ahora que aprendí a hacerlas) y otros… demasiados, están sin acabar.

Este fin de semana fue un fin de semana de mucha incertidumbre, no por nada en concreto, o por todo en general, me sentía con el piso como gelatina. Así que no tuve dudas, me fui directa a mi caja de hilos.

Allí me encontré con lo que tengo empezado: el bordado de la quinta caja del SAL de Covi; el segundo diseño de House of a Needlework (de LHN); otro apenas empezado de un esquema de invierno lleno de copos y finalmente mi reto de este año.

Cuando empezó el año, me propuse bordar cada mes un cuadrito. El mes de junio fue tipo torbellino y dejé de lado todos mis propósitos (que en enero me creí un poco superwoman y me propuse demasiadas cosas, la verdad). Así que este, que era el que más retraso tenía fue el elegido para darle rienda a mi inestabilidad.

Terminé con el de junio y también el de julio. Qué dos mensajes: Simplicidad y Paciencia.

De verdad, hay veces que en todos lados veo mensajes ocultos.

Piedra a piedra, cruz a cruz

Desde hace algún tiempo, ando reflexionando sobre la inmediatez. Nuestros niños están acostumbrados a tener a golpe de clic cualquier información, música, video, o incluso contacto con alguien.

Atrás, muy atrás, queda aquel tiempo de dibujos solo los fines de semana después del telediario. O, en mi caso, la libreta de dudas existenciales que no podían responder la enciclopedia que teníamos en casa. Tenía una pequeña libreta en la que iba apuntando todas las dudas que me surgían, para aclarármelas cuando iba a la biblioteca a coger las lecturas de la semana.

Ahora, le cuento estas cosas a MiMariposita y me pone cara de total incomprensión. No es capaz de imaginar un mundo sin internet y sin poder ver, por ejemplo, lo que quiera en la tele. Una tele, por cierto, con más de dos canales.

No sé si esto será cierto, pero tengo la sensación de que toda esta inmediatez y acceso a tanta información, nos convierte en muy impacientes.  Cuando las cosas tardan más de lo que estamos acostumbrados, nos frustramos y empiezan los malos humores. No solo le pasa a los niños, a nosotros también.

Por eso, para ir haciendo camino, piedra a piedra, paso a paso, este año elegí un proyecto de punto de cruz que pudiera ir haciendo por etapas. Elegí un proyecto de LHN. Se llama Little Sheeps Virtues, y cada mes hago un cuadradito o mejor dicho, una virtud. Me encanta que este mes de mayo con tanta incertidumbre en todo lo que me rodea, me haya tocado hacer el de fé. Ha sido como un friendly reminder.

Como terminé muy bien de tiempo en mayo, y tenía todavía algunas cajas que vestir, seguí con el maratón de Juego de Tronos (esto será otra entrada, que aún estoy digiriéndola) con otro bordado muy apropiado: be here now. Me ha gustado mucho el resultado final de este esquema, que me ha servido para concienciarme de cada cruz que lleva, y también para darme cuenta de que empiezo a acusar cierta presbicia.

Estuve tratando de poner a MiMariposita a hacer algunas cruces, pero le pareció demasiado trabajo y muy lento, y ahí justamente vi la falta que le hace. Así que me puse a darle movimiento a mis neuronas, porque ya se me había metido entre ceja y ceja, que tenemos que desarrollar la paciencia. Y pensé, una manera fácil y asequible, es vigilar plantas. Y ahí sí que he conseguido captar su atención, claro que la cosa se me ha ido un poco de madre, y nuestra casa empieza a parecer un jardín botánico.