Septiembre pandémico

Me encanta cuando la naturaleza me predispone a vivir lo que viene. Inauguramos hoy septiembre, y desde el fin de semana lo vengo notando.

Hasta me llovió y muestra de ello, la foto que mi hermana sacó. La foto preciosa, porque ¿cómo es de bonita esta foto?. Mi hermana hace cosas increíbles, lo mismo te saca fotos que te compone una canción.

La lluvia del fin de semana la agradecí infinito, porque terminé la semana pasada, huyendo despavorida hacia el norte, donde corriera un poco de aire y me despegara de la cara el calor más asfixiante del año.

En el norte siempre hace fresco, supongo que la orilla del mar tiene mucho que ver. Por lo menos allí, si sientes calor, tienes la orilla fresca donde refrescarte.

Pasados ya esos momentos, el termómetro ha vuelto a lo que espero de él. Unos cómodos 25º y el cielo plomizo, tipo panza de burro. Todo de lo más apropiado para este mes que estrenamos.

Para mí, como para muchos, el año tiene dos comienzos, en enero y en septiembre. Empezar septiembre es como un ensayo general de lo que vendrá. Siempre pongo grandes esperanzas en este mes, y este año aunque me esfuerzo por conservar mi ilusión, sé que tengo una sombra oscura, alargada y pegajosa, de la que me es muy difícil desprenderme. Tengo mucha angustia, generada por toda esta incertidumbre colectiva. Se me hace harto difícil dilucidar qué puede pasar o cómo vamos a salir de esta. Aunque también soy consciente de que yo solo puedo hacer una cosa, o bueno, dos: ponerme la mascarilla y mantenerme distanciada.

Septiembre empieza y debería empezar el curso escolar también. A día 1 no sabemos qué pasará. Después de seis meses no se sabe nada. Debe ser que no se ha tenido tiempo para evaluar posibles escenarios y con ello trabajar las distintas modalidades de clase. Estoy muy enfadada, ¿para qué lo voy a ocultar más?. Aquí sobra burocracia y faltan decisiones. Y me molesta infinito pensar que por culpa de estas dos cuestiones,  las personas que cobran (porque nosotros les pagamos) para ello, no actúan de manera efectiva para terminar con el papeleo y ponerse manos a la obra. Debería empezar  el curso, pero más bien parece un “sálvese quien pueda”.

MiNorte sin fiestas

Este fin de semana si todo hubiera sido como el año pasado, habríamos despedido las fiestas de la Vírgen del Buen Viaje, con pena y cansancio. Habríamos comido puchero, ido a ver cómo embarcaban la Vírgen, oído los fuegos artificiales, visto a San Martín de Porres mientras se acercaba al pueblo… oído la verbena desde casa, escuchado las amanecidas de los verbeneros…

Pero ya saben que este año, pues la cosa no es lo que era.

Este año no dimos ni un beso, tampoco vimos a la Vírgen embarcarse ni a San Martín venir. No hubo verbenas, ni amanecidas, ni parrandas ni jolgorios.

Comimos puchero dos veces, eso sí.

Este año no vimos a los habituales que vienen de turisteo a MiNorte. Había gente, alguna, nada que ver con otros años, aunque mucha más de la que me esperaba. Muy poca mascarilla pese a que fuese obligatoria.

Lo único que permaneció igual este año fue la playa, las puestas de sol, y el viento. El viento imbatible e incansable que de alguna forma me ayuda a encontrar la constante. Las caminatas por los riscos, la tertulia en la sobremesa, y los croasanes para desayunar. El té después de la playa, y los quintillos antes de la cena.

Tengo un deseo profundo e intenso por recuperar lo que fue, sin embargo, la cordura me induce a acostumbrarme a lo que es hoy.

De momento, estamos de vuelta. Instaladas y organizadas, con caras largas y pocas ganas de hacer cosas. Resignadas y envueltas en la incertidumbre de qué pasará con el curso. Todavía me niego a creer que no empiece el curso, sin embargo, la misma voz que me dice que me acostumbre a lo que es hoy nuestro día a día, me dice que vaya mirando el temario de cuarto de primaria, y que empiece a repasar lecciones.

El descanso y mi bisabuela Maximina

Tengo las muñecas a tope de power estos días, porque no he hecho más que tejer. Anoche, un un calambre como rayo sutil, me atravesó desde el codo a la muñeca y ahí me salió una red flag.

Pensé que más me valía descansar un poco porque a este paso habré acelerado mi artrosis unos cuantos años, y pensar esto amigas, hace que se me seque un poco bastante la risa.

Así las cosas, me he propuesto descansar.. (mucha suerteh).

De momento he intentado despistarme todo lo posible haciendo otras labores. He hecho tareas domésticas, he visto como mi hermana pequeña, la otra artista, ha maquillado a las tres personajillas que hablan sin parar en esta casa. Me ha dado hasta envidia y he terminado pidiéndole que me maquillara a  mí. Luego, cuando me lo he quitado para irme a la playa me dado una pena tremenda, la verdad.

Se ha quitado el viento, y los días son largos y quietos, con una brisa marina ligera que al menos impide que nos derritamos. Se está bien aquí, por momentos me olvido de todo lo que está pasando por fuera del entorno que es esta casa, pero me acuerdo rápido, porque por la calle pasa gente, y todas llevan mascarilla. La realidad aplasta como el sol de medio día. Todo es incertidumbre, y yo esto lo llevo regular. Creo que por eso he tejido tanto estos días, es la única forma que tengo de evadirme de ella.

Me han traído  el periódico donde escribo, y sigue dándome mucha vergüencita verme ahí, en la página 19. Aunque también me da mucha emoción, para qué te voy a decir otra cosa. Me pongo a pensar en esta bisabuela que no conocí, que enseñó a bailar a mi padre, y que podía pasar horas caminando sin decir una palabra, aunque fuera acompañada. No sé qué pensaría de todo lo que está pasando, de lo poco que se nos pide, y lo mucho que nos cuesta. Igual aprovechaba uno de sus silencios para hacerte entender que lo que pasa es serio, y que no deberíamos tomarlo a la ligera, como parece que hacemos por la cantidad de contagios que hay estos días.

 

 

Huevito duro

Aquí hay una niña que ha vuelto a patinar. Y una madre que va con los dientes trincados todo el camino pensando en que se rompe un brazo. Soy ceniza de naturaleza, aunque te prometo que lucho contra ello cada día.

Ella patina como el viento, yo voy moviendo mis piernitas, recuperando el movimiento, todo el que he perdido durante estos meses. Aprovecho la caminata para escuchar a Moreno, ya que mi compañera de paseo va muchos metros pro delante de mí y no me da conversación. De paso te recomiendo este disco con mucho frenesí. Estoy monotemática con la música. El verano de la pandemia tendrá la música de ChemaMoreno como banda sonora.

A la vuelta, cuando pasamos por calles en las que los patines van en la bolsa, vamos hablando de nuestras cosas, y ayer aprendí un concepto nuevo que me parece fascinante.

Estaba Emma contándome una de sus largas historias sobre un juego en la playa, y que fulanita se la quedaba, y que cuando la pillaron, pues gritó: huevito duro… y que claro, entonces había que pillar a otra.

Yo me quedé un poco en 33.. porque no entendía que tenía que ver una cosa con otra. Entonces empecé a cuestionarme, si tal vez, las reglas del pilla pilla hubieran cambiado. Le pedí a Emma que me explicara la cuestión, porque lo de “huevito duro” no terminaba de entenderlo. Y me cuenta: ser huevito duro es como tener inmunidad. Si eres huevito duro, pues no te pueden pillar, y tampoco te la puedes quedar. Ser huevito duro es un chollo.

Ella se extrañó de que yo no entendiera este concepto. Le expliqué que eso en mi infancia no existía.. Si te pillaban, te la quedabas y listo.

Después de eso, estuvimos en casa comentando el único tema que se comenta cada día en todas las casas del mundo, como es natural. Los adultos más adultos, se ensalzaron en una conversación enredada y achacosa sobre todos esos menos adultos que circulan por las calles como si vivieran en una realidad paralela en la que son inmunes. Emma, que estaba pintando y que parecía que estaba ausente de todo lo que estaba oyendo, le puso palabras: y a estos chicos ¿qué les pasa, mamá, con el coronavirus se creen que se puede ser huevito duro?.

Me pareció un razonamiento maravilloso. Se creen huevito duro.

Temo por el momento que sea un ingreso o una mala noticia, cuando se den cuenta de que en la vida, casi en nada se es huevito duro, bueno, me equivoco.. en el pilla pilla, si tus compañeros de juego te dejan.

Una casa vieja, pero mía

Estoy tratando de aislarme entre tanto brote y tanta noticia tremenda, aunque estoy fallando estrepitosamente, la verdad.

No miro las noticias, y tampoco oigo la tele o la radio, sin embargo, me entero de todo, y en serio te lo digo, interés tengo cero. Yo sigo soñando con mi parcelita vallada a prueba de noticias y disgustos. Una utopía, ya lo sé.

Ayer, cuando ya me harté de ser receptora de cuanta información me rondaba, me calcé las zapatillas y me lancé al camino. Mascarilla puesta, por supuesto.

Siempre que estoy en MiNorte, y me echo a andar, mis pies toman la dirección y me llevan por dos posibles caminos: o a la playa o a las piedras. Ayer, fue este segundo destino el seleccionado.

Me flipan las casas viejas, no sé si alguna vez lo he dicho por aquí. Seguramente que sí, que llevo rajando aquí la friolera de 16 años. Ya puedo decir que mi relación más larga ha sido, sin duda, con este blog. Lo que son las cosas. Bueno, a lo que iba, que las casas antiguas tienen un fuerte poder de atracción en mi. Me encanta verlas e imaginarme qué pudo vivirse allí. En qué tiempo se haría, cuantas alegrías o penas se vivieron entre sus paredes. Soy capaz de imaginar historias completas, con principio, desenlace y final.

Ayer, según llegaba a esta casa vieja, mi cabeza se ponía en modo invent, y yo ahí viviendo mi invención. La cuestión es que esta casa vieja, no es una casa vieja cualquiera. De ésta sí sé cuándo se construyó, y también conocí a algunas de las personas que vivieron en ella. Lo del medio, me lo voy a tener que inventar, una vez más.

En mi ensoñación, me imaginé en mis próximos años, en los que desde una casa nueva, mi escritorio tiene vistas directas a estas piedras, y que con esta vista, voy a ser capaz de hilar perfectamente historias, y con ellas compongo un libro, o dos.. o una saga completa. Que yo cuando me pongo a soñar, soy bastante pro.

Y dando vuelta sobre esas piedras, me fui viniendo cada vez más arriba. Y me di cuenta de que algunas piedras, las han movido, y que hay un camino medio hecho por mitad de mi parcela, y que hasta se me han comido los tunos. Me enfadé mucho ayer la verdad.

Me senté por un lado, y respiré hondo. Me volví a ubicar desde mi escritorio, escribiendo sin tino, y siendo bastante feliz. Vendiendo libros sin parar, imprimiendo muchas ediciones de todas mis novelas. Ganando mucho dinero, como es lógico. Con la cuenta bancaria bien repleta, me levanté y me sacudí la tierra. Me puse en marcha otra vez, y de camino a casa, empecé a llamar a alguien que me presupueste una valla, y a otro alguien que me recoloque las piedras, y ya que estamos, no sé si buscar un bardino que me guarde los tunos. Volví bastante cansada de la caminata, porque ser terratenienta es muy complicado, la verdad.

Si eres uno de ellos, te odio, fokin irresponsable

 

Me sé bien la teoría, diría yo, que me la sé muy bien. Todo eso de no entrar en bucle en la queja, el pesimismo y la negatividad. Todo eso me lo sé al dedillo. También sé que solo hay que entrenar el ojo para encontrar la belleza o la enseñanza en cualquier situación. Y tan entrenado lo tengo, que bueno, me asombro cada dos pasos que doy, dentro y fuera de mi casa.

Esta mañana en mi paseo, en medio de un alisio que me llevaba de lado, vi de lejos un cuervo, que me fue persiguiendo todo el camino. Más que persiguiendo, diría yo que me fue acompañando. Me gustan mucho los cuervos. Y detrás de darme cuenta de que llevaba compañía, pude ver esta belleza de flor amarilla, en medio de grava 20-40. Sigo distinguiendo los áridos a la perfección, aún cuando hacen ya casi 15 años que dejé la cantera. ¿te acuerdas?. Qué cantidad de aventuras viví en ese volcán.

Voy caminando ciñéndome muy mucho a la teoría que tan bien me sé, pero me siento por dentro como una olla a presión. Y de pronto, me digo a mi misma que como no busque una válvula de escape,  voy a salir explotando. Y por eso, he llegado a la conclusión, que este cuarto mío, que siempre fue como un cuarto de los gritos, donde yo venía aquí y vomitaba lo que me subía la presión, es el mejor sitio para hacerlo.

Así que… vómito va.

Estoy harta. En verdad, estoy muy harta. Estoy super harta. De la gente irresponsable que no toma decisiones, de la ausencia de responsabilidad, de todos esos caraculos que en lugar de tomar responsabilidad de sus cosas y tomar decisiones, tiran con poca elegancia la pelota a tu tejado, y salen palmeándose las manos. No sé si lo he expresado con suficiente claridad: no me gustan los irresponsables.

Y para mí es irresponsable aquel que no es consciente de qué situación vivimos, de los que se ponen la mascarilla por debajo de la barbilla, de los que van a la playa, acampan y allí hasta que se pone el sol. De los que oyen música a tope como si lo que ellos oyen tuviera que oírlo yo también. Todos esos que no respetan normas, o aquellos que como no está prohibido no son capaces de actuar con responsabilidad. Joder que harta estoy.

Estoy harta de tener que aguantar comentarios, ignorantadas y muchas reflexiones que no tienen ni pies ni cabeza, del cuñadismo más burdo. Estoy hasta el moño de los vecinos que no conviven, sino que acampan en edificios como si vivieran solos en una parcela de 10milmetros cuadrados. De la música para todo el vecindario, de los negocios irresponsables que abren puertas sin respetar normativas, y que salen impunes de cualquier tipo de denuncia.

Hasta más arriba del moño de los abusos, los machistas, los estúpidos que se sienten con la autoridad de mandarte, corregirte, o incluso ningunearte. De los gestores que no gestionan, de los que utilizan una cabeza de turco o una cortina de humo para no dar justificación a sus malas prácticas; y de los que siguen poniendo el euro por encima de los habitantes. ¡Yos! Que mala leche tengo.

Me doy cuenta de que aislada, estaba bien. Y feliz. Y podría seguir estándolo, si todos los que ahora no lo estamos, fueran solo, un poquito responsables.

El autoempleo

Se acabó el primer semestre del año. Vaya gasto inútil en agendas, amigas.

Yo que este año me propuse ciento y la madre, me vine muy arriba en diciembre y me compré tres agendas, porque, por qué comprarme una, con todo lo que tengo que planificar.

A ver, que tiene explicación. Yo que me organizo muy bien, o al menos lo intento, tengo mi sistema, no te vayas a creer.

Utilizo la agenda de MrWonderful de día vista para apuntar a modo de lista lo que tengo que hacer durante el día. Ahí apunto desde poner una lavadora, hasta sacar un tupper del congelador. Luego tengo una agenda de Charuca, de semana vista, donde apunto las cosas con su horario. Ahí por ejemplo pongo: de 13:00, tareas domésticas, y me voy a la otra agenda y sé qué tengo que hacer. Y finalmente tengo la agenda de LucíaBe que uso cada noche para llevar un registro de lo que ha sido el día. Mira, yo qué sé, cada una con sus taras.

La cosa es que este año, pues ya me dirás. Se me están pasando las semanas con las hojas en blanco. Y eso a la jefa que llevo dentro, pues no le gusta, porque tiene una especial afición a sentir que se produce, y ver las las agendas vacías, pues la pone un poquitito ansiosa.

Ahora mismo que se habla tanto del teletrabajo, y de trabajar desde casa, me ha dado por hacer análisis de cómo soy como jefa, y mira, la verdad, soy un poco bastante coñazo. Estoy todo el día en el hacer, hacer, hacer. Llevo diez años autoempleada, y aunque cuando me pongo en plan jefa soy bastante insufrible, también es cierto que soy comprensible y me doy muchos días libres. El horario en mi oficina es estricto, y después de unos años trabajando a diestro y siniestro, sin horarios ni calendarios, ahora por fin he implantado el horario fijo de mañana y en jornada reducida. Me exijo, pero también me valoro. Tengo una libertad impensable en un trabajo por cuenta ajena. Libertad que no es gratis, porque la responsabilidad de absolutamente todo está en mi espalda, o en mi cabeza mejor dicho. Pero compensa.

Hoy por ejemplo me siento cansada, con la energía muy baja. ¿Será que ya presiento el eclipse del domingo o será Marte en Tauro?. La cosa es que la jefa que hay en mi dice: espabila coño que no llegamos a los objetivos que hemos puesto para la semana, mira, ni siquiera has rellenado la agenda de objetivos; y la empleada dice: ay que es que no puedo con la vida, la cabeza me da únicamente para ponerme a tejer. Y no hay aquí una tercera personalidad que imponga sentido común. Porque la explicación es fácil. Aquí jefa y empleada se pasaron el fin de semana entre agujas, cafés, charlas y muy buenas vistas. Y aunque no hubo alcohol, hay resaca. Y así, pues no se puede trabajar.

La empleada va pidiendo vacaciones, sobre todo mentales, pero la jefa dice: ahora no se puede que estamos a tope con los propósitos. (¿qué propósitos?. ¿no volaron todos con la pandemia?)

Menos mal que tengo a la tercera en discordia: la hija de la empleada/jefa, que dice que ya está bien. Que salgamos a la calle, que nos metamos en remojo, y que van a venir las vacaciones, sí o sí. Y ¿sabes qué? Esta niña, como jefa es imbatible.

Jefa y empleada asienten, se ponen la cremita solar y cogen los bolsos, calladitas la boca, y nos fuimos.

Tortilla, pasta y fin de curso

A estas alturas de película, ya sabes que tengo yo más de una tarita. Pero que lo de la organización y la planificación llega a cotas de enfermedad estudio.

Tengo cristalino lo que se come los lunes, y tu si has venido por aquí un poco, también: los lunes son para las lentejas. Lo que pasa últimamente, es que aquí mi compañera de piso, si le pongo lentejas solas, como he venido haciendo de aquí para atrás, pues me protesta. Que eso es poco, que le da hambre enseguida. Así que he ido suplementando las lentejas con lo que se me ha ido ocurriendo. Después de unas cuantas posibilidades, el segundo plato que ha ganado su puesto con diferencia, es la tortilla. Así que ahora los lunes son de lentejas y tortilla. Ya solo falta que me acepte la ensalada para complementar, y me va a parecer que he retrocedido 25 años y estoy en el comedor universitario, cualquier lunes.

Y los viernes, pues yo como pasta. Aquí o en cualquier sitio. Me flipa la pasta, y comer pasta el viernes es como cuando te ibas de fiesta los jueves por la noche, para ir ya inaugurando el fin de semana. Que yo esto no lo sé de cierto, porque nunca lo hice, pero que lo supongo, vamos.

Esta salsa de tomate que he descubierto por azar durante el confinamiento, ha pasado a ser una de mis preferidas. Cebolla, tomate, bacon, alcaparras y una guindilla. Yo lo freí todo primero y luego me olvidé de ella unas cuantas horas mientras la crokpott hacía su trabajo. Qué gran invento la olla lenta. Hice un par de kilos de esta salsa, así que tengo para unos cuantos viernes.

El plato de pasta de hoy va a ser al gusto de MiMariposita, que ya está oficialmente de vacaciones. Qué curso más raro le ha tocado vivir, a ella y a todos los niños. Para mí el curso ha sido un poco un chiste, la improvisación, las dudas, los pocos medios, y también las pocas ganas, para que te voy a decir otra cosa; han hecho un curso que además de caótico de por sí, haya sido muy complicado de salvar.

He podido comprobar que mis dotes como docente están entre cero y nada. Actitud y ganas le he puesto, puede que lo que faltó en otros sitios, pero me han faltado las aptitudes y  la paciencia también. He tenido que hacer balance de necesidades y provisiones, y al final me he apuntado a esto de: zapatero a tus zapatos. He pedido ayuda, a personas que además de capacitación tienen pasión por lo que hacen y gracias a ellas hemos salvado los muebles. No ha sido fácil. Y ahora ya, a toro pasado, creo que puedo afirmar que hemos hecho lo que hemos podido, con la mejor de las intenciones. Pero otro curso así va a afectar mucho en el futuro de los escolares.

Tengo tres meses por delante para mentalizarme. Para desarrollar la paciencia, y para preparar un buen temario para el curso que viene ayudada por quien sabe de esto. Ojalá me equivoque, pero me temo que el curso que viene no diste mucho de este que ahora acaba, y algo habrá que hacer. Dicen que la necesidad es la madre del ingenio, y mira tu por donde, tengo yo un papelito que me avala para ingeniar y estoy rodeada de gente que me van a echar una manita en el tema.

 

Bueno, vale, pero solo un poco

Dice la RAE que escritor es el que escribe, y sin embargo cuánto me cuesta reconocerme en esta definición. Y es de lo más extraño porque yo escribir, escribo más que hablo.

Me paso la vida escribiéndola. Llevo así desde que tengo recuerdos. De hecho, tengo libretas desde que aprendí a escribir. ¿Pero era yo escritora? No, por supuesto que no.

En el 2004 abrí esta ventana, y en ella he escrito de manera más o menos constante desde entonces. Igual un poco escritora sí que soy, dudo a veces, para enseguida responderme: que no, que no te flipes, que ser escritora es otra cosa.

He ganado algún concurso de escritura, he escrito poesía, relatos, cuento extendido, diarios.. pero a ver, ¿eso es ser escritora?. Que no mujer, que no te lo digo más, que escritora es otra cosa.

Y vino mi año sabático, que el domingo se cumplió un año desde que abrazo fuertemente mi tiempo y mi libertad, y por el medio la maldita pandemia.

En este tiempo he estado obsesionada, con todo este melonazo de encontrar mi propósito, mi don, whatever.. Hice cuarenta cursos, igual fue alguno más, pero fueron dos los que me pusieron en órbita: el de Marca Personal de Sol Aguirre y Leire Larra, y el de ¿Qué harías si no tuvieras miedo? De Borja Vilaseca. Estos dos cursos, me pusieron las gafas de ver las cosas importantes.

Y ahí fue cuando caí en la cuenta de lo mucho que escribo. De la necesidad imperiosa de escribir. De que me levanto a las 5:30 cada mañana para tener silencio y dedicarme a escribir. De que necesito escribir para pensar con claridad. Todo esto lo sé hace tiempo, pero ¿era este mi propósito?. Seguramente que no, es como lo de ser escritora… que no, que eso es otra cosa.

Con la pandemia, descubro que escribir es casi tan necesario como comer, beber agua, o ver el cielo entero. Y se me empiezan a acabar las libretas, y me doy cuenta de que en mi cabeza, todo es susceptible de ponerse por escrito. Y me contacta la directora de un diario local, que es amiga, y me dice que por qué no escribo algo para el periódico. Y me entran los siete males. Que yo no soy escritora, que yo lo que hago es juntar letras. A lo que ella me responde, que si que vale, pero que junte letras para su periódico.

Me puse manos a la obra sobre la marcha. Y pese a que mi saboteadora personal viene cada dos renglones a decirme que me estoy flipando mucho, sigo tecleando palabras.

Y mando el artículo, y lo publican. Y ahora me veo en papel y en pdf, y empiezan a llegarme mensajes, y la familia se ríe y se emociona. Y yo, flipada total, me empiezo a gustar verme impresa en el papel de periódico.

A ver si voy estar algo equivocada con las creencias que tengo sobre este tema, y un poco escritora sí que soy.

Oficialmente desconfinada

Hoy estoy oficalmente desconfinada.

El 13 de marzo fue el día 1 de todo esto surrealista que nos ha pasado. Ese viernes yo estaba tranquila y con la mente enfocada en lo que estaba viviendo y en lo que tenía que hacer. Justamente el domingo anterior, 8 de marzo, me fui de picos pardos con mis chicas tejedoras. Y aquí que me vine a contarlo.

Y hoy, 13 viernes más tarde, ya en fase 3, vengo a contarte que anoche, volví a sentarme con mis chicas tejedoras en una terraza a tomarnos un algo.

Cuando se propuso la quedada, yo muy en mi línea mejillón me dije: uy no, yo no voy.

Motivos y razones tenía unas pocas: entre ellas mi heredera. Otro día vengo a contarte lo que es la conciliación y otras cuestiones logísticas de la monoparentalidad. La cosa es que los jueves, la abuela, o sea mi madre, suele tener mucha ocupación, y es complicado contar con ella para que se entretengan mutuamente. Así que mis pocas ganas estaban avaladas por mis excusas. Hasta ayer a medio día, que la abuela dice que no tiene ocupaciones y que le apetece infinito chismorrear con la nieta. Por el medio, se me cruza una sesión de coaching, que me puso en órbita y que me relajó con un par de frases, toda mi psicosis post-coronavirus.

Que tuve que tener una sesión de estas para darme cuenta lo muchísimo que me ha afectado el confinamiento, la incertidumbre, y el maldito bicho. Pero eso, también lo contaré otro día, porque lo tengo que seguir rumiando.

La cosa es que parece que se alinearon los astros para que yo fuera ayer con mis chicas tejedoras a tomarme un algo. Y oye, qué bien.

Se me ha llenado la boca esta semana criticando, así con dedo acusador y todo, lo rápido que aquí se olvidaron de los casi tres meses que hemos pasado encerrados. Que en cuanto entramos en fase no sé cuál, y se pudo, la gente se botó a las terrazas. Y yo ahí como la policía del coronavirus o la vieja del visillo, señalando a cada uno de los consumidores de cañas de todas las terrazas que estuvieron al alcance de mi vista.

Qué bocachancla soy, pero qué bocachancla. Mira que cada día me pongo en lucha con la jueza incansable esta que tengo por dentro. Me regaño, me reprendo, y me castigo. Pero siempre se me escapa por alguna rendija. Como decían aquellos de los que no me quiero acordar… estoy trabajando en ello.

Pues bueno, a lo que voy, que yo realmente la caña en la terraza no la echaba de menos. Lo que sí echaba mucho de menos era a mis chicas tejedoras. Y de eso me di cuenta ayer cuando las tuve alrededor y las pude ver en 3D y no a través de la pequeña pantalla del teléfono.

Qué necesario es tener una red que te acoja, y que te haga reír, y que te saque los pies de las chanclas y te haga poner el culo en una silla de una terraza.

La foto es de la reunión de marzo, cuando no había que poner distancia entre nosotras y hacía un sol espléndido y un viento que nos recolocaba las ideas. Y ya desde anoche, tenemos planes para la próxima quedada con agujas y mucho café.