Vigilante

Se acabó el trabajo. Me despedí, cerré puertas, revisé todo lo que quedó dentro descansando en mi trinchera, abrí nuevas ventanas, y ahora me toca ser vigía.

Colocarme delante de lo que he trabajado y vivido, y vigilar que no se me vuelva a descomponer el trabajo, como me pasó el año pasado. Que lo entregué y cuando me lo devolvieron era de todo, menos lo que yo había hecho. Me tocó volver a arremangarme y meterme en faena para componer lo que otro había descompuesto.

De ese momento, me quedó grabada la lección: el ojo del amo, guarda el caballo. También en los trabajos intelectuales. Así que con lo que me gusta una película, me imagino como el cuervo que me encontré ayer tarde, que por supuesto me lo tomo como una señal. Quieto sobre la farola. Vigilante. Así voy a estar un mes y medio, aproximadamente.

Me tomo este tiempo con cierta tranquilidad, me refiero a que siempre es más fácil llevar la tarea de vigía que la de obrera, ahora solo tengo que estar alerta. Cuando soy la mano de obra, estoy concentrada, ofuscada, nerviosa y alterada. Por momentos caigo en la euforia y de ahí salto de la silla a marcarme un baile. La verdad es que ahora, poniéndolo junto, muy cuerda no parezco. Hay un libro en la biblioteca que se llama: Escribir es de locos, y puede que tenga bastante razón. Tendré que leerlo para confirmar lo que ya se sospecha.

Mientras, asumo que el trabajo no ha acabado, que me toca prepararme física y mentalmente para lo que viene en los próximos meses: cargar con las cajas, y los bolsos llenos de libros. Preparar la web, cerrar presentaciones, y sobre todo, pasar por el trance nervioso de sacar a la luz lo que lleva tanto tiempo en sombras. Limitado a mis zonas de seguridad. Me da nervios, ilusión, susto, miedo… Pero es que en este punto, no tendría sentido no hacerlo.

Nuevas ventanas

Cerrar una puerta, abrir nuevas ventanas.

Ese ha sido mi mantra la mayor parte de mi vida. Bueno, en honor a la verdad, tengo que reconocer que hubo un tiempo en el que no solo cerraba las puertas, también las ventanas, y me quedaba perfeccionando el modo mejillón. Se me dio muy bien, y gracias a él, superé un montón de trances bastante complicados. Muchos de los que me rodearon en aquella época, y lo siguen haciendo hoy, no lo entendieron. Siguen sin entenderlo.

El modo mejillón quedó en desuso desde que me reproduje.

Nunca más he conseguido estar completamente sola desde ese momento, que es el primer requisito para que este modo se implante de manera efectiva.

Así que ahora, después de cerrar puertas, lo que hago es abrir ventanas. Unas que ya estaban, otras he abierto hasta el hueco y colocado el marco.

Ventanas a nuevos paisajes, y a nuevos caminos. Nuevos contactos, nuevos espacios, nuevas personas.

Estas tres semanas de cierre, he conseguido vivirlas mejor encerrándome en un nuevo proyecto. He estado escribiendo mi nueva novela.

Creo que nunca he estado demasiado cuerda, pero después de este libro, no sé ni como sigo escribiendo. Ha sido intenso, apasionante, revulsivo y sanador. Todo al mismo tiempo. He estado comiendo, cenando, respirando y durmiendo con Sonia, Tía Enriqueta y Pedro. Los cuervos, la casa del Roque, y un par de cosas más. Pero ya está. Seguirán conmigo porque ya he entendido que no se van a ir jamás, pero ahora se quedarán quietos hasta que toque volver a sacarlos a pasear.

Las nuevas ventanas siguen dejando ver al Manual de Primavera, hasta que llegue el Manual de Verano y le acompañe. Todavía falta un poco, pero ya huelo la tinta de la imprenta.

Buscarse una trinchera

 

Este verano, sin venir a cuento, me parece, estoy teniendo muy presente a mi abuela Eulogia. No se me ha olvidado su manera de hablar, tampoco su caminar lento, ni la retahíla de frases que repetía cada vez que veíamos una película. Iba repitiendo la mayoría de las frases que decían los actores, y detrás decía: cuche cuche… sin darse cuenta de que la única que estaba hablando era ella, y que era quien nos impedía oír bien la película.

Hace más de 30 años que mi abuela no está. Y yo parece que la tengo más presente ahora que antes. Será que esos años, que yo también cargo, me están sirviendo para ver la otra cara de la vida, que antes no veía.

Vengo haciendo un trabajo fino de limpieza y despeje, como ya vengo dejando registro en los posts de este mes, y aunque hay mucho menos bulto, y más claridad. Sigo estando en terreno pantanoso. He tenido momentos de debilidad, para qué te voy a engañar, de esos en los que te miras los pies y te dices “¿Quién me mandó a mi a meterme en esto?” Ese momento es critico, porque todo tu cuerpo va a intentar convencerte de que te pares y dejes todo como estaba. Pero en el fonde de ti sabes, que eso no es una opción.

Ya no lucho conmigo, lo que hago es ponerme a salvo. Salir a coger aire, respirar y procurarme buena compañía y café, si es posible.

Mi prima, otra de las nietas de Eulogia, es siempre una buena trinchera. Con ella estoy a salvo, y tengo asegurado el refugio y la calma. Hablamos, tejemos, cafeteamos, y nos alistamos para seguir con lo que tengamos entre manos.

Buscar una trinchera que esté a mano, y que se convierta en asilo, es lo primero que hago antes de empezar con cualquier labor de cierre. Tirarse de cabeza, si. Asegurarse de que hay agua, va primero.

Leer, siempre leer

Llevo metida en las letras todo el mes. Me puse unos plazos que estoy intentando cumplir. Y no voy con la lengua fuera porque realmente este trabajo que estoy haciendo lo hago porque me encanta. Qué diferente es afrontar los compromisos que has adquirido por propio gusto, que cuando el compromiso es por obligación. Ya sé que no es fácil, nunca se me ocurriría afirmar esto, pero no deberíamos enredarnos en cosas que no nos encantan. La única excepción a esto es cuando lo hacemos por el amor a otros.

Ejemplo, no me encantan las series manga, las veo porque a mi hija le encanta hacerlo conmigo. Si no me estoy contentando yo, o a alguien a quien quiero mucho, elimino esa responsabilidad de mi día a día. Así de tajante. Ya sé lo que es aguantar donde no quiero estar, y al final los platos rotos son siempre los míos. No amiga, not anymore.

Bueno, me estoy desviando, la cuestión es que estoy escribiendo un montón. Y cuando dejo de hacerlo, mi tiempo libre lo divido entre tejer y leer. Siempre leer. Es imposible escribir si no lees.

Yo no he parado de leer desde que aprendí a hacerlo. Reconozco que hay etapas más lectoras que otras, pero siempre tengo unos mínimos.

Este año llevo un buen ritmo de lectura. Tengo una lista giganorme de libros que quiero leer, y no paro de apuntar más títulos, porque otros como yo hacen lo mismo: leen y escriben, escriben y leen.

Me cuesta muchísimo entender a esa gente que dice hasta con cierto orgullo que no leen. Me llega igual que si me dijeran que no hacen la cama, o que no se cepillan los dientes después de comer. Leer es un placer, que incluso puede ser gratuito porque tenemos bibliotecas… ¿por qué renunciar a esto? En los libros he encontrado aventura, escape, amor, huida, aprendizaje. Me han servido como canal para despresurizarme, para echarme una risa o emocionarme hasta la lágrima que no cae, pero emociona. Mi casa está llena de libros, y eso que ahora lee muchísimo en digital, por aquello del espacio más que nada.

Yo no sé vivir sin escribir, y probablemente sea porque tampoco sé vivir sin leer.

WWKINPD – Día internacional de tejer en público

Empecé a tejer cuando tuve al alcance unas agujas rectas. Lo primero que me tejí fue un top sin mangas de color azul celeste con tres rayas blancas.

Fue un aprendizaje curioso porque no me enseñó mi madre. Mi madre a tope con la costura, el calado y el ganchillo… las agujas rectas nunca le hicieron demasiada ilusión. Todo al revés que a mi.

Quise aprender porque mis vecinas, que por aquel entonces tendrían entre 17-19 años, tejían sus propios jerseys, y yo quería imitarlas completamente.

Tejí con agujas rectas hasta casi los 15 años. Con acrílico de colores imposibles, y casi de incógnito. Por aquellos años, entre el 85-90, tejer era cosa de abuelas. Era mi hobby oculto, que solo aireaba en casa de mis abuelas, precisamente.

Más tarde, el punto tuvo un amago de hacerse muy popular, y algunas revistas se modernizaron y en los escaparates empezaron a verse muchas prendas tejidas. En ese momento, aproveché para volver a sacar al aire mis agujas. Coincidió ese momento con que heredé un buen conjunto de agujas, todas rectas por cierto, y que se me puso muy a la mano una profe que me enseñó mucho.

El tema de la materia prima seguía siendo una limitación, pero ahí me puse, a tejer todo lo que pude.

En el año 2000 las americanas decidieron salir a la calle con las agujas, y darle al punto el espacio y la importancia que tenía. En ese momento, me liberé, y ya paseaba mis agujas por cualquier sitio. Siempre recibía alguna mirada curiosa o arrogante. No le eché cuentas en absoluto, porque lo que mis agujas me daban, estaba muy por encima de complejos y de la necesidad de dar explicaciones.

Fue en el año 2004 fue cuando encontré una tribu. Un grupo tejedoras liberadas como yo. Ahí si que aprendí, y me divertí, y me uní a un montón de mujeres que tenían la misma pasión por la lana que yo.  De allí saqué una esposa, y un puñado de amigas que me vitaminan los días.

De todo lo que aprendí, saqué material para enseñar yo. Para hacer otra tribu con la que comparto desde el ADN hasta el día a día, las risas y las preocupaciones. Al final las agujas, me han dado una red en la que sustentarme.

Este mes se celebra el día internacional de tejer en público. Hace demasiado tiempo que no salgo a gozarme este día, y ya sabes, si me has leído este año, que mi propósito es celebrarlo todo. Así que el sábado día 10 voy a coger mis agujas y me voy a poner a tejer en el 36 de Las Salinas. Allí tienen un riquísimo café, además de otras cosas deliciosas. Pero lo que más me gusta de allí, es que es un sitio perfecto para tejer y compartir. Coge tus agujas y vente. Te esperamos.

 

 

Escribir para vivir dos veces

Nací en el ’75. Y eso hizo que no fuera al cole antes de los 5 años. Tuve un breve momento, bastante traumático por cierto, en el que fui a lo que hoy sería una escuela infantil, y que en aquel momento se le decía Guardería. Traumatiquísimo. Nunca voy a entender cómo se podía tratar a unos niños como éramos nosotros (2 y 3 años) de forma tan brusca y salvaje. Y encima cobraba por ello. Quiero olvidarme, pero cada tanto, me viene el recuerdo de aquel baño oscuro y apestoso en el que aquella señora nos encerraba.

Cuando llegué al colegio, todo cambió. La profe era amorosa, simpática, y nos enseñaba con cariño. Y descubrí el abecedario, y poder poner por escrito lo que llevaba alegando desde casi la cuna.

No sé cuándo hice mi primera redacción. Sé que escribo desde que me acuerdo prácticamente.

Muchas veces me han preguntado por qué escribo, y la respuesta siempre ha sido la misma: necesito escribir para pensar. Cuando escribo, mis pensamientos se desenredan y soy capaz de entenderlos con facilidad. Muchos de los nudos que por momentos siento que me ahogan, se desatan y el aire vuelve a fluir libre y constante por todo mi cuerpo.

Escribo también para sentir, porque cuando lo que tengo en mi cabeza pasa a mi mano, revivo y resiento cada historia que estoy dejando fijada en papel. No tengo la menor duda de que mi vida sería otra si no la hubiera escrito. Mucho de lo que escribo es solo para mi, y la mayoría de las veces ni vuelvo a esas libretas. Escribir no solo me hace repetir la vivencia, también me sirve de vía de escape y de validación de sentimientos.

Hace tres semanas, mientras navegaba de Arabia Saudí a Qatar, recibí un mensaje para invitarme a contar la historia de cómo escribo, y de por qué. Y también para inspirar a que otras tomen este camino y lo exploren. Estoy convencida de que a todo el que se adentra en esta práctica, le va bien.

Mañana, estaré contándolo en el Cotillo. Te contaré por qué empecé a escribir, para qué seguí, cómo me organizo, y hasta donde pretendo llevarme escribiendo.

Si te apetece, en el cartel tienes toda la info.

Hoja en blanco

Here I go again.

2023 entero delante de mi, de nosotras. La agenda nueva lista para ir rellenándola.

Como una promesa, como una hoja en blanco. De verdad que he escrito sobre esto un chorro de veces, pero siempre llegada a este punto siento la misma emoción. Ahora miro para atrás, cuando la hoja en blanco me producía una angustia considerable, y lo único que necesitaba es que alguien me dijera que había visto el trailer del año, y todo en general, estaría bien. Siento bastante compasión y ternura por la Violeta de aquellos años. Seguramente sin toda esa angustia, hoy no estaría pudiendo escribir esto con sentimientos totalmente contrarios.

La hoja en blanco es para mi un regalo. La posibilidad de rellenarla con las cosas que más me apetezcan y me gusten. He aprendido con el tiempo también, a poner tinta borrable, y a ser bastante flexible para ir recalculando rumbo, cuando las cosas no son muy parecidas a lo que de entrada quise poner en esa hoja en blanco.

Lo mismo con la agenda. Me pone contentísima la posibilidad de empezar de cero. De poner toda la energía e intención en querer hacer más deporte, o comer más fruta. Estar más sana, en definitiva. Porque todo parte de la decisión de querer hacerlo, luego suelto el látigo, y si me voy resbalando por los terrenos de la desidia no me castigo, pero me obligo a darme una vuelta por los primeros días del año, y por todas esas libretas que ya tengo listas para empezar a rellenar. Volver a ellas me conectará con el momento de ahora, donde tengo la energía a tope y recién estrenada.

Como buena discípula de los comienzos y los propósitos de año nuevo, aquí tengo los míos. Unos son nuevos y brillantes; otros se repiten, porque el año pasado o los anteriores, ya pude comprobar que me sientan muy bien.

Repito madrugar y estirarme haciendo yoga. Repito salir a andar cada mañana. Estreno rato de estudio, y estreno también nuevas formas de organizarme en casa. No sé cómo me irá con esto último, porque lo de cambiar rutinas a mi se me hace ciertamente complicado. Pero como lo hemos hecho hasta ahora no nos estaba dando el resultado más óptimo, así que probaré otra opción. Si no nos da los resultados que espero, volveré a recalcular. Porque esto también lo tengo claro, y forma parte de mis propósitos de año nuevo: ser flexible, tanto como elastic girl.

Mi carta a los Reyes Magos

Creo que esta es mi carta número 7. Me estoy viciando, pero oye, es que tener la posibilidad de andar pidiendo deseos, sin límite, a mi me tiene como loca.

Sí, pido un montón de deseos a cada rato, ¿por qué no hacerlo? Me importa que se cumplan, claro, pero la realidad es que lo hago por revivir la ilusión y la magia del preciso instante de pensar qué deseo. Esa es la magia. Ese momento en el que cierro los ojos, y respiro profundo, y me visualizo imagino con el deseo hecho realidad. Creo que tengo cierta adicción a ese momento de desear.

En la carta que voy a escribir aquí, voy a concentrarme en revivir todos los momentos en los que he pisado un suelo diferente al mío durante este año, y que me ha hecho conocer sitios nuevos. Después de dos años teñidos por el coronavirus, hemos vuelto a coger la maleta. Hemos viajado lejos y también cerca. Y eso es lo que quiero seguir haciendo.

Armar una maleta, para unos días o para un fin de semana, y tirar para el aeropuerto. Quiero ir a sitios nuevos y viejos. Andar por calles que conozco, aunque ya no sean las mismas que pisaba antes. Quiero volver a reconocerme en rincones donde fui muy infeliz, y también donde me imaginé con otras personas. Quiero reconciliarme con el territorio. Deseo volver a descubrir plazas y avenidas; andarlas y bailarlas.

Quiero comer rico, y en sitios bonitos, y volver con la memoria del teléfono saturada de fotos preciosas, que me recordarán lo bien que lo habremos pasado en todos esos lugares que vamos a visitar.

En mi lista hay lugares diversos y variados, lejos y cerca.

Y… ahora, me da igual que mis pies no se muevan de aquí. Solo este ratito de imaginarme en el avión con MiMariposita, haciendo listas y leyendo curiosidades del sitio al que iremos, ha merecido la pena.

La Primera Merienda de Adviento

Ya conté hace unas semanas, como vine a dar con la idea de hacer una merienda de Adviento. Pues resulta que no se quedó en la idea, ni en las anotaciones en mi libreta de ideas, sí, también tengo una libreta para las ideas.

El jueves pasado, mientras en EEUU estaban preparando su Thanksgiving, nosotras estábamos preparando nuestra merienda.

El día anterior, me fui al local, con el coche cargado hasta la baca, de todo lo que encontré de Navidad en casa. Todo lo que he ido acumulando desde que me hice fan total de estas fechas, que no es poco.

Me llevé a MiMariposita de ayudante, y también para que fuera viendo en las cosas en las que me estoy metiendo. Aún no sé por qué sé que esto es importante, aun no he conectado los puntos, pero sé que lo es.

Entre las dos pusimos el local bonito, más bonito de lo que es ya de por sí. En menos tiempo del que pensaba, estaba todo colocadito y bien.

Y llegó el jueves, y las sillas. Y a media tarde llegó Elena con todo lo necesario para preparar una mesa preciosa.

A las 17:00 con puntualidad inglesa, tenía a las chicas en la puerta.

La mayoría venía sola, aunque entre ellas había muchas que se conocían, y que sabían que se encontrarían allí. Me puso muy contenta percibir las ganas que traían todas, y también la predisposición a dejarse sorprender y a pasar la tarde conmigo.

Al entrar, les conté lo del Thanskgiving americano, y les pedí que colocaran su gracias en el panel que estaba en la puerta. Cada una dio su gracias, y yo también. Me voy a guardar estas gracias siempre.

Comimos todo lo que nos trajo Elena, y también los cupcakes de Amparo. Alina estaba por allí sacándonos fotos. Alina es tan sutil y tan cuidadosa, que no te enteras que están capturando todo el momento. El resultado del reportaje fotográfico da buena cuenta de ello, es pura naturalidad.

Luego nos sentamos y yo eché el rollo de cómo organizo yo mi Adviento. Y de último, abrimos las cajas. En cada silla, había una caja para cada una. Dentro estaba todo lo necesario para poder fabricar un calendario de Adviento. Fue pura magia verlas abrir las cajas. Si hubiera sacado las tijeras y la barra de pegamento, hubieran armado el calendario allí mismo.

Fue una tarde preciosa, en la que yo disfruté infinito. Creo que hice alguna conversión, y hoy, ya hay más de una que está colocando su calendario con la misma ilusión que esperaba a los Reyes Magos el 5 de enero. Y pues eso… como canta René… esto lo hago, pa’diveltime!

El año que viene… más.

Te doy las gracias, noviembre

Empecé el mes con el firme propósito de poner el altavoz en dar las gracias. Creo que lo he conseguido. Esto no es magia, esto es ciencia, allí donde pones tu atención expandes la intención.

Cada noche antes de irnos a dormir, hemos escrito nuestro agradecimiento. Y me doy cuenta de realmente MiMariposita ya no necesita ninguna instrucción ni lección. Sabe apreciar cada momento y sabe darle el valor justo a cada cosa. Igual ahora ella no lo ve, pero estoy convencida de que esto es un aprendizaje para la vida. Casi como saber poner la lavadora o hacer unas lentejas. Si eres capaz de dar gracias por la mayoría de las cosas que te pasan, tienes ya mucho camino fuera de la mazmorra andado.

La mazmorra va a venir, es parte de la vida, pero si estas entrenada para ver las gracias, vas a saber encontrar las rendijas por las que entra la luz, y eso va a hacer tu tiempo en mazmorra más llevadero.

Yo me fijé en qué cosas me hacen sentir agradecida, y he podido comprobar que son muchas más de las que a priori me parecían. Esto me asombra cada vez. Cuando empecé a hacer este ejercicio diario, había día que me quedaba en blanco. Hoy, siento que doy gracias por todo. Y aún así, hay días que siento que me quedo corta.

Este mes he podido disfrutar de cielos increíbles. He brindado por la vida, por la salud, y por la magia. He dado gracias por los besos, los abrazos, y las risas por whatsapp. He dado gracias por todas esas personas que siempre están a la distancia de un click del botón verde del teléfono. He dado gracias por esas otras personas que se fueron de mi día a día, porque entendí que el tiempo ya fue.

Me he bebido la culpa en buenos vermús, y he agradecido el momento con risas y conversación. He saboreado el dulce y el salado en compañía de un montón de mujeres que me resultan totalmente inspiradoras, y de las que quiero coger un poquito de cada una para quedármelo para mí.

Otro mes que he ido diligente y enfocada para poder llegar a todo. Doy gracias también por mis libretas, mis ratos de planoly,  el pomodoro y el toggl, que me ayudan a enfocarme para poder seguir agradeciendo el tiempo que me agendo para tejer, escribir o escucharme pensar.

Ha sido un gran mes para agradecer. ¿Tu ya diste las gracias?