Comienzos y limpiezas

Estamos estrenando mes, si me conoces un poquito o me lees hace rato, sabes que esto de estrenar y los comienzos, son cosas que me ponen a tono. Me ilusionan y me entusiasman a partes iguales. Facilidades que tengo, ya ves.

Siempre he visto esta cualidad, que otros desechan por creer que no tiene importancia, como una gran virtud.

En la vida, lo único que te hace seguir adelante es la ilusión, y eso, lo tengo más que comprobado. Quítate las ilusiones, y verás qué rápido entras en la mazmorra.

Poder ilusionarme con casi todo, entonces, es una gran capacidad. Tengo la creencia de que mientras tenga ilusión, seguiré encontrando las ganas para seguir bregando con la vida.

Me hace ilusión que empiece mayo, que hoy sea día de fiesta y pueda irme a bañarme en el Atlántico, que ya sabes que el agua salada vale para todo. Hoy voy a utilizarla para limpiarme yo. Renovarme la energía, las ganas y las ilusiones. Como si fueran votos.

Voy a celebrar su comienzo también, con mi libro, con otros libros, con café, con tostadas, y con la certeza de que tener estos placeres al alcance de la mano, hacen que me sienta confiada y segura.

Me ilusionaré con mi próximo viaje a la isla picuda, con la celebración del día de la madre, y con todo lo nuevo que traerá mayo, que todavía no sé lo que será.

Como dice Aroa, busca una ilusión, una chiquitita, pero que te ponga los ojos contentos. Te hago el plan rápido: mete en un tuper una mezcla de ingredientes frescos, que pueda llamarse ensalada. Pon rumbo al Atlántico. Métete en el agua, y deja que te seque el Alisio leyendo un buen libro. Puede ser el Manual de Primavera, si no lo has leído ya.

 

La vida está llena de contrastes

Vuelvo del fin de semana llena de vivencias, anécdotas y un montón de ideas.

Ayer conduje hasta el final de la isla. Yo vivo bajo el influjo dominante del efecto isla, o cabaña o no sé cómo decirle, pero vamos, que me cuesta un mundo moverme. Sobre todo, si el movimiento conlleva un viaje por carretera en la que conduzca yo. Se me hace cuesta arriba. Yo creo que es que en el fondo lo que necesito es un chófer, que me lleve y me traiga, y que además se haga cargo de revisar si el coche tiene bien los niveles de aceite, aire en las ruedas, y líquido en el limpiaparabrisas. Todas estas cosas que hay que tener en cuenta y que son de vital importancia. Yo quiero que me lo hagan. Por eso, el sur de la isla para mi, es lo mismo que el extranjero, como si me exigieran visado y pasaporte.

Pues ayer, mandé a la porra todas estas excusas y puse rumbo al sur, como Ana Belén. Y me llevé un montón de libros conmigo.

Allí en la calle, y gracias a dos mujeres activas y entusiastas, firmé y vendí libros. Hablé de letras, recogí abrazos y conocí a un montón de gente nueva que se mueve por los libros y las palabras. Estuve en una de las tiendas más bonitas que he visto nunca, y me prometí que no va a pasar tanto tiempo sin que vuelva al sur y a sus calles.

Salir de mi burbuja me da perspectiva y me hace señalar la cantidad de contrastes que me circundan. Me gustan los contrastes, y me gusta que la vida esté llena de ellos, como las construcciones de piedra y los rascacielos; como las rayas y los lunares; como Ludovico y Quevedo… ¿Por qué voy a tener que elegir?

Me quedo con todo lo que haga que el gris de los días se evapore y que me haga resaltar todo lo que tengo y vivo.

Escribir para vivir dos veces

Nací en el ’75. Y eso hizo que no fuera al cole antes de los 5 años. Tuve un breve momento, bastante traumático por cierto, en el que fui a lo que hoy sería una escuela infantil, y que en aquel momento se le decía Guardería. Traumatiquísimo. Nunca voy a entender cómo se podía tratar a unos niños como éramos nosotros (2 y 3 años) de forma tan brusca y salvaje. Y encima cobraba por ello. Quiero olvidarme, pero cada tanto, me viene el recuerdo de aquel baño oscuro y apestoso en el que aquella señora nos encerraba.

Cuando llegué al colegio, todo cambió. La profe era amorosa, simpática, y nos enseñaba con cariño. Y descubrí el abecedario, y poder poner por escrito lo que llevaba alegando desde casi la cuna.

No sé cuándo hice mi primera redacción. Sé que escribo desde que me acuerdo prácticamente.

Muchas veces me han preguntado por qué escribo, y la respuesta siempre ha sido la misma: necesito escribir para pensar. Cuando escribo, mis pensamientos se desenredan y soy capaz de entenderlos con facilidad. Muchos de los nudos que por momentos siento que me ahogan, se desatan y el aire vuelve a fluir libre y constante por todo mi cuerpo.

Escribo también para sentir, porque cuando lo que tengo en mi cabeza pasa a mi mano, revivo y resiento cada historia que estoy dejando fijada en papel. No tengo la menor duda de que mi vida sería otra si no la hubiera escrito. Mucho de lo que escribo es solo para mi, y la mayoría de las veces ni vuelvo a esas libretas. Escribir no solo me hace repetir la vivencia, también me sirve de vía de escape y de validación de sentimientos.

Hace tres semanas, mientras navegaba de Arabia Saudí a Qatar, recibí un mensaje para invitarme a contar la historia de cómo escribo, y de por qué. Y también para inspirar a que otras tomen este camino y lo exploren. Estoy convencida de que a todo el que se adentra en esta práctica, le va bien.

Mañana, estaré contándolo en el Cotillo. Te contaré por qué empecé a escribir, para qué seguí, cómo me organizo, y hasta donde pretendo llevarme escribiendo.

Si te apetece, en el cartel tienes toda la info.

Tres años de aquella primavera

Hace tres años, acuérdate, estábamos todavía encerrados.

En aquellos días, me sentía segura dentro de toda la incertidumbre que nos rodeaba. Aprendí y entendí en aquellas semanas, que pese a lo que pasara por fuera de mi, podía conseguir tranquilidad y paz a base de estar bien donde estaba. Pudimos hacer de nuestro pequeño piso una gran trinchera, donde estábamos a salvo.

Como casi todos, consumí bastante Instagram en aquel tiempo. A mi me encanta Instagram. No me genera ansiedad, tampoco estrés, y por el contrario me llena de belleza, ideas, inspiración y aprendizaje. Supongo que tiene mucho que ver con mi forma de ver, como lo de hacer de mi casa mi trinchera. Es una especie de posición elegida que va a mi favor.

Recuerdo no perderme un directo de Sol Aguirre, algunos los vi más de una vez. También los de Ana Albiol, los de La Forte. Aprendí de las hermanas Zubi, de las Papiroga y de Marina Condesa. Las mañanas de los domingos con Máximo Huerta y Laura de Amapolas. Tengo libretas enteras llenas de las notas que tomé aquellos meses.

Todo aquello dejó una semilla clara en mi cabeza: primero escribir, segundo, nunca parar de aprender, tercero: el mundo está lleno de gente interesante.

De esos días salió el Manual de Adviento, y un año después el Manual de Primavera. Cada tanto tiempo me gusta volver atrás y hacer moviola de recuerdos para refrescar de donde vengo. Y sigo dejándome deslumbrar por la cantidad de cosas que en aquel momento me parecían increíbles, y que hoy me están pasando.

Como ver el Manual de Primavera en mis tiendas locales de referencia, esos lugares en los que me siento “segura” y en los que me encanta parar. Recibir el mensaje de gente que no conozco que me dice que vio un cuervo y que el día les cambió. Hablar con personas que quieren que les cuente un poquito más de cómo va Sonia y Tía Enriqueta. ¿Te cuento un secreto? Todavía siento cierta incredulidad con todo lo que está pasando esta Primavera. Este domingo celebramos el Mercadillo de Primavera, donde vas a poder respirar un poquito de mi primavera personal.

No te imaginas las ganas que tengo de ver, dentro de otros tres años, donde me llevará la semilla que estoy plantando hoy.

Mercadillo de Primavera

Hace como un mes, Diana y yo quedamos a desayunar, en nuestra cafetería de referencia, ya sabes, el36cafe.

Como siempre, nos pusimos al día de nuestras cosas, los últimos libros leídos, los últimos posts escuchados. Luego, repasamos nuestra facturación, y expusimos nuestras conclusiones. Sí, Diana y yo compartimos nuestros datos económicos de nuestros propios emprendimientos, porque hemos visto que hacer esto, nos ayuda a aprender casi tanto como los cursos que hacemos.

En medio de todo este repaso, Diana me expuso su idea de organizar algo para poder enseñar sus juegos de aprendizaje, así como sus libros. A mi, en cuanto oigo la palabra “organizar” se me sube el pulso, y empiezo a salivar como un depredador frente a su presa.

Para cuando nos terminamos el café, ya teníamos, fecha, hora, lugar y demás cooperadoras para montar un nuevo sarao. En el cartel tienes todos los datos. Y ahora te cuento en qué va a consistir todo, pero antes deja que me pare en el momento entorno, y la importancia que tiene.

A Diana la conocí a través del Grupete de Ana Albiol, fue ésta la que nos hizo match. Desde entonces, hemos compartido casi nuestro día a día. A nuestro dúo se unió Alba, un poco más tarde, y desde principios de este año tenemos una Mastermind. Nos reunimos cada 15 días por zoom. El poder de este grupo es inmesurable, ya te lo digo. Y me ha hecho reafirmarme en la importancia de las relaciones, para crecer, expandirte, disfrutarte o hundirte. Solo tú decides en compañía de quien estás.

Sin miedo a equivocarme, puedo decir que de lo mejor que ha ido pasando este año (y mira que la cosa ha venido muy bien) ha sido compartir con estas dos mujeres, a las que por cierto, les llevo 20 años y de las que aprendo cada día.

Y ahora sí, el eventazo.

Te proponemos una mañana de domingo diferente, en un Mercadillo de Primavera, y favoreceremos ese entorno del que te estoy hablando. Tendremos a tu disposición: libros, juegos, un poquito de merchandising, flores, (por supuesto) y también la posibilidad de tomarte un café con una cookie. Guárdate la fecha. Márcatelo en la agenta, y vente a vernos el domingo 16 de abril, en Puerto del Rosario.

Carnaval y sus fases

Me ha costado aceptar un poco, que esto de vivir va de cambiar. Ser constante en el cambio, como le decía su abuela a Ana Albiol.

Yo antes entraba en cortocircuito cuando pensaba esto. ¿Cambio? ¿Qué cambio? ¿Por qué cambiar? Una control freak como yo necesita de pilares firmes, que estén siempre ahí para que me den sensación de tranquilidad y control.

Te hago un recuento. De pequeña en el cole, me disfracé alguna vez. Con la carroza que armaban en el cole y tal. En el instituto, también, recuerdo pasarlo siempre mejor armando el disfraz que luciéndolo, pero aún así, también tengo en la memoria, noches bien divertidas. Luego llegué a la carrera y ahí me apagué. La sensación de ridículo, de incomodidad y todo lo que había que estudiar, hicieron trinchera en mi. Y me negué a vivir el Carnaval y todo su pifostio. Me limitaba a disfrutar de la gala Drag con devoción, y listo.

Luego llegó la Mariposita, y entonces, tuve excusa para ir despojándome de las armaduras que me había puesto en todos los años anteriores, y volver a coser disfraces. ¡Cómo he disfrutado estos últimos años de los disfraces! Uno solo, para la cabalgata, con otras madres y niñas, con las que haces tribu, porque todas pasamos por lo mismo, y el grupo es siempre una mejor idea.

El año pasado, un resfriado nos dejó en casa, después de haber preparado todo el atuendo. Y llegó el momento de la transformación y de cambiar de fase. Ya es mayor para andar disfrazándose con la mamá. Y aunque el corazón se te encoja un poco, afrontas la nueva etapa con estoicismo, porque la vida es así.

Volveré a disfrutar de la Gala Drag, y a ver la cabalgata desde la trinchera.

Seguimos transformándonos, y sigo aceptando que a mi mariposita le han salido alas, que las está empezando a desplegar, y quiere ir explorando. A mi me toca ser siempreviva, para darle la seguridad de que aquí siempre tiene flor a la que volver.

Tanto que lo busqué

Durante un montón de tiempo estuve buscando el amor.

Así en negrita. El amor de los libros, de las películas, y hasta el de algunas telenovelas. Entendía el amor como momentos de romanticismo máximo, con pupilas en forma de corazón y música de violines, envuelto en un montón de drama y canciones cortavenas.

Y claro, con esa idea en la cabeza, buscaba el amor. Y eso era lo que encontraba.

Luego me lamentaba de lo mal que me iba, pero de lo que años después me di cuenta, es que soy realmente experta no solo en orden, también en manifestar. El amor tal y como yo lo concebía, con esa definición del principio, me llegaba. Manifestaba exactamente eso: un momento bonito, entre montón de momentos de angustia, ansiedad, y tristeza. No me daba cuenta de que la idea de base era la errónea. Y no fui consciente hasta que vino otro acontecimiento a mi vida que, me hizo cuestionarme lo anterior, a base de vivir el amor, en neón y mayúsculas, de forma muy diferente.

El 14 de febrero de 2011, fui a la primera ecografía. Los momentos previos a entrar a la consulta, estuvieron bien aderezados de esos momentos ansiosos, angustiosos, llenos de narcisismo perverso y tóxico.

Pero entré a la consulta, y me tumbé en aquella camilla donde te quedas a merced de la doctora y su enfermera, con bastante poquita dignidad y muchísima vergüenza. Después de una entrevista y recopilación de datos, lo escuché. Un corazón latiendo muy rápido, que me dejó como en trance. En aquel instante todo se fundió a la pantalla del ecógrafo donde era capaz de distinguir una cabeza muy grande, y un cuerpo de renacuajo. Ya no era solo un positivo en un papel. Aquello era real.

Salí de la consulta, deshaciéndome de todos los pensamientos tóxicos que me infundaron al entrar. Recuerdo ir caminando por toda Triana, rememorando el latido de aquel corazón. Llegué a casa. Cogí el coche y me fui al trabajo. Recogí mis cosas. Y firmé mi finiquito.

Durante los meses siguientes, me di cuenta de que todo lo que había vivido con anterioridad creyendo que era amor, era otra cosa, aún no sé qué fue realmente, lo que tengo claro, es que, al amor, con todas sus letras, lo conocí aquel 14 de febrero. Y esto me sirvió para definir de verdad qué era el amor para mí. Me atrevo a decir que, desde ese momento, quiero mejor a mi familia y a mis amigas, y a otras personas que van apareciendo y que me apetece que se queden, porque me siguen enseñando a querer bien.

Desde entonces lo vivo. Con todo lo que tiene, que a ver, hay momentos de violines, pero también muchos momentos de límites, de conversaciones incómodas, de bajada de muros, y de construcción de confianza. Hasta que no fui consciente de qué amor quería vivir, no pude realmente sentirlo. Y gracias a ello, hoy vivo con amor. Con muchos tipos de amor. Más del que nunca pensé.

Organización nivel experta

Hace tiempo que vengo pensando en la cantidad de cosas que damos por supuesto, según los acontecimientos que nos pasen. Por ejemplo, damos por supuesto que tener un hijo, te aboga inequívocamente a andar desquiciada; o que si decides opositar, has de poner tu vida en pausa mientras te dedicas de lleno al proceso. Y en ambos casos, siento a mis pobres neuronas intentar una apoptosis.

Me viene a la mente aquello de andar en misa y repicando, y caigo en la cuenta de que es cierto. En muchas cosas, todo no se puede… o espera un segundo… todo no se puede a la vez. Esto es.

Todo no se puede a la vez.

Por partes, igual sí.

Creo que cuando me di cuenta de esto, y empecé a aplicarlo, vi luz.

Cuando empezaron a pasar aquellas primeras semanas, después de reproducirme, y me di cuenta de que muchas veces me despertaba a media noche y no sabía si era lunes o sábado, o si me tocaba cenar o desayunar, me di cuenta de que algo no estaba bien. Estaba yendo por la vida como bombero apagando fuegos. Y se me estaba escapando todo lo demás, sin mencionar los niveles de cortisol que manejaba.

Recuerdo el día en que me dije: enough (suelo hablarme en inglés, la mayoría de las veces… mira no sé, una tara más).

Tengo una maestría en organizar. Me viene de serie. Cuando estaba en el instituto y en la carrera, me profesionalicé en hacer planes de estudio, para no dejar un cabo suelto y garantizarte no solo el aprobado sino también los honores.

Con ese método, hice auditoría de mi casa, y de mi vida. Y lo que salió de aquel momento no fue un plan de estudio, fue una rutina que se convirtió en un plan de vida, y que a día de hoy tengo profesionalizada.

Cada día, tenemos que tomar demasiadas decisiones, y muchas de ellas me quitan tiempo. Un tiempo que puedo recuperar con solo haberme anticipado un poco.

Ejemplo: es lunes, he pasado toda la mañana trabajando, son las doce y media del medio día; la niña sale en apenas una hora y:

  • ¿qué comemos?: lentejas, en el congelador hay lentejas
  • Toca ballet ¿y la ropa?: en el cajón, se lava los viernes, se plancha los domingos.

Y esto es solo un mini ejemplo. Todo eso que hacía que fuera como pollo sin cabeza ha desaparecido, y con ello, la sensación de estar siempre ahogada por las tareas que hay que resolver diariamente.

Las rutinas básicas de funcionamiento de esta casa están tan establecidas, que casi van solas. Es una máquina bien engrasada que, al día, me da un montón de minutos para estar tranquila y tener el cortisol a raya, y poder pasear descubriendo rosales, por ejemplo.

A esta casa, solo le falta que se autolimpie, que se convierta en pirolítica… Eso ya sería la caña.

Hoja en blanco

Here I go again.

2023 entero delante de mi, de nosotras. La agenda nueva lista para ir rellenándola.

Como una promesa, como una hoja en blanco. De verdad que he escrito sobre esto un chorro de veces, pero siempre llegada a este punto siento la misma emoción. Ahora miro para atrás, cuando la hoja en blanco me producía una angustia considerable, y lo único que necesitaba es que alguien me dijera que había visto el trailer del año, y todo en general, estaría bien. Siento bastante compasión y ternura por la Violeta de aquellos años. Seguramente sin toda esa angustia, hoy no estaría pudiendo escribir esto con sentimientos totalmente contrarios.

La hoja en blanco es para mi un regalo. La posibilidad de rellenarla con las cosas que más me apetezcan y me gusten. He aprendido con el tiempo también, a poner tinta borrable, y a ser bastante flexible para ir recalculando rumbo, cuando las cosas no son muy parecidas a lo que de entrada quise poner en esa hoja en blanco.

Lo mismo con la agenda. Me pone contentísima la posibilidad de empezar de cero. De poner toda la energía e intención en querer hacer más deporte, o comer más fruta. Estar más sana, en definitiva. Porque todo parte de la decisión de querer hacerlo, luego suelto el látigo, y si me voy resbalando por los terrenos de la desidia no me castigo, pero me obligo a darme una vuelta por los primeros días del año, y por todas esas libretas que ya tengo listas para empezar a rellenar. Volver a ellas me conectará con el momento de ahora, donde tengo la energía a tope y recién estrenada.

Como buena discípula de los comienzos y los propósitos de año nuevo, aquí tengo los míos. Unos son nuevos y brillantes; otros se repiten, porque el año pasado o los anteriores, ya pude comprobar que me sientan muy bien.

Repito madrugar y estirarme haciendo yoga. Repito salir a andar cada mañana. Estreno rato de estudio, y estreno también nuevas formas de organizarme en casa. No sé cómo me irá con esto último, porque lo de cambiar rutinas a mi se me hace ciertamente complicado. Pero como lo hemos hecho hasta ahora no nos estaba dando el resultado más óptimo, así que probaré otra opción. Si no nos da los resultados que espero, volveré a recalcular. Porque esto también lo tengo claro, y forma parte de mis propósitos de año nuevo: ser flexible, tanto como elastic girl.

Se acabó el Adviento

Hace ya unos días que se nos acabó el Adviento. Y también pasó ya la Navidad. Puede que te dure incluso la resaca, si es que te pasaste en la cena y en la fiesta.

Yo tengo resaca emocional. Últimamente me ataca con cierta frecuencia, la verdad.

La cosa es que ya se me acabó el Adviento, y con él todo lo que organicé para este año.

Hemos hecho un montón de cosas. Hemos comido de lo lindo, y lo hemos compartido con los que nos aguantan día a día a lo largo del año. Es nuestra forma de devolverles un poquito de todo lo que ellos hacen con nosotras. Desayuno con las tías, merienda con los padrinos, almuerzo con los abuelos, y noche de primas. Así honramos uno de los valores de nuestro Adviento.

Hemos puesto la casa bonita, con todo lo que tenemos de Navidad, incluso hemos hecho algunos adornos nuevos con nuestras manitas, y así de paso seguimos perpetuando las tradiciones que más me gustan de estas fechas. Hemos comido truchas, galletas y bollos de Santa Lucía.

También nos hemos dado al goce y al disfrute, con conciertos, viajes y encuentros insulares con esas personas a las que queremos mucho y que vemos poco.

Algunas tardes las hemos dedicado a ver películas, haciendo maratones con palomitas y chocolate caliente. Yo le he dado vacaciones a la mamá vigila hábitos, y nos hemos dedicado a vivir, sin más, con flexibilidad y laxitud. Las conversaciones que se dan en estos ratos son oro puro.

Ahora me queda imprimir todas las fotos que he ido sacando día a día, y ponerlas bien bonitas dentro del álbum de scrap que tengo a medias. Para si en algún momento se me cruza el pensamiento de pensar que todo esto es una trabajera enorme, darme cuenta de lo mucho que merece la pena.