Lo de escribir

 

Hace un mes que no me paso por aquí. Una vez más, que me arrolla la vida, o las obligaciones, o tal vez, y pueda que sea la única realidad, es que no he tenido ordenadas mis prioridades.

Ya no me cuento cuentos, ni me digo mentiras, porque me conozco bien, y aunque de entrada parece que da resultado, termino pillándome. Y en ese momento no me gusto nada. El momento en el que me pillo la trola, me refiero. Porque ahí ya quedo yo sola, frente a la montaña de mentiras que me conté y el otro montón de culpa por todo el proceso.

Ahora me ahorro todo este mal trago, y me doy de frente con la realidad. No he venido por aquí, porque la tarea de hacerlo, ha ido bajando puestos en la lista de cosas que hacer cada día, hasta quedarse en la hora 25 del día. Esa que no existe. Ese cajón donde van a parar las cosas que no son prioritarias. Los debo que se comen los quieros.

Y entonces, llega el momento de revisar la caja, y de reordenar. No es un momento fácil. Reordenar, es poner en valor lo que me interesa realmente, y como ya sabemos: 24h. Lo que no está ahí, no cabe y por lo tanto, no se hace.

Me doy cuenta de que escribir, se queda por detrás de hacer la compra, y también de limpiar. ¿Desde cuando me importa más cualquiera de estas dos cosas que escribir? ¿En qué momento? Sigo revisando lo que se ha quedado en el cajón, y me encuentro también la Miracle Morning, y la caminata diaria.. Espera, que también está lo de leer tomándome el té de la tarde.

Y no lo termino de entender, porque a mi, escribir, me importa mucho. Muchísimo. Y no es que no lo haya hecho, lo he hecho, pero como a escondidas, en múltiples libretas que he ido arrastrando entre aeropuertos, barco y guaguas. Con letra ilegible, pero con muchas ganas.

Hace apenas un mes que estuve en Noruega. Visité un pequeño pueblo: Fläm. Desde que me bajé del barco, divisé un pequeño hotel, y lo único que podía pensar es que quería sentarme en alguno de sus balcones con mi portátil y dedicarme sin controlar ni el tiempo ni el espacio, a juntar letras. Lo anoté en la libreta en cuanto la tuve de nuevo en las manos: venir a Noruega a escribir.

Soy consciente de que estas actividades que me ayudan tanto a estar centrada y contenta, porque más que nada me proporcionan calma, se van quedando relegadas al olvido de no agendarlas, porque el tiempo se lo va comiendo esas otras tareas que me reportan mucha menos alegría pero que son impepinables para seguir viviendo. Limpiar, hacer la compra, ordenar la casa… Y me doy de frente con la palabra: delegar.

¿Por qué se me hace tan difícil soltar el control y la obligación de tener que hacerlo todo yo? ¿Si dejo de hacerlo me van a quitar alguna acreditación? ¿Dejaré de ser la persona que soy? ¿Qué me pasa con todo este asunto?

Llevo un mes alargando el momento de ponerle fecha al asunto de delegar. Hasta hoy. Hoy he armado mi lista de delegados, y también he escogido a las personas que lo harán por mí. Supervisé también todo el asunto económico y listo. Tengo las patitas flojas, con un tembleque considerable, pero prefiero esto, a la sensación de dejarme siempre para después. Entro en fase de pruebas. Deséame suerte.

Red

Hace ya algunas semanas que vimos la película Red. Como viene siendo habitual, desde ese momento hasta ahora, Emma la ha puesto a una media de 18 veces por semana. Menos mal que Disney no cobra por visualizaciones, porque me iba a salir por un pico.

Me gustó mucho la película. Y aunque parece que la explicación a la aparición del panda rojo, se debe a la cuestión hormonal de Meilin Lee, me parece a mí, más interesante darle una visión más global al asunto, porque todos llevamos un panda rojo por dentro, que puede desatarse según qué momento.

Cuando terminó la película, nos quedamos hablando sobre ella, porque yo tenía mucha curiosidad por ver si aquí se habían pillado todos los matices de la misma.

Esa tarde, habíamos ido al centro comercial, y Emma se había encaprichado de algo en cada una de las tiendas en las que entramos. Ya sabe ella que yo soy inflexible, y que si salgo con el pensamiento de no comprar, no voy a hacerlo ni aunque me lleven a rastras. Cuando terminamos de hacer los recados que teníamos pendientes, nos metimos en el coche y a casa. Emma vino todo el camino refunfuñando porque no le quise comprar nada. Argumenta cada uno de sus enfados y de sus caprichos de una manera muy contundente y trabajada, la verdad. Pero como digo, yo soy inflexible. Cuando llegamos a casa, le dije, tienes dos opciones: seguir enfurruñada, o respirar y que se te pase, para ver una peli y estar tranquilas un rato. Me dijo que veríamos la peli, pero que quería dejar constancia de que estaba tremendamente enfadada porque yo era muy tajante y que no negociaba nada, que se iba a pintar un rato, y que luego ya si eso, veríamos la peli. Y así lo hizo.

Después de ver la película, como contaba, nos pusimos a hablar, y yo empecé con una arenga, en plan: todos tenemos un panda dentro, y hay que saber llevarlo, porque tenerlo siempre controlado, no es tampoco bueno. Yo fui diciendo aquello con la boca pequeña, porque aunque no quiero que se quede con todo por dentro, como madre, tener que lidiar con un panda rojo cada día, tampoco es una cosa que me seduzca.

Ella, muy seria, me dijo, no mamá, yo a mi panda lo dejo salir cada vez que quiere, como esta tarde por ejemplo, lo dejo salir y luego lo tranquilizo pintando.

Me quedé ojiplática ante su comprensión y gestión del panda. Y esto fue como una tortita para mí, que todavía me creo que tengo una niña de teta, y aquí tengo ya una persona que si quiere, cada día me da una clase.

 

El movimiento se demuestra andando

Otra de las cosas que he tenido presente y fijada en el cerebro, desde que me reproduje, es que se aprende más por imitación que por escucha. Es decir, que si yo le digo a Emma que lea, pero no me ve nunca con un libro, va a ser difícil que el mensaje cale. Lo mismo que si le digo que menos pantallas, y yo ando con el teléfono incrustado en la mano.

Es una trabajera tremenda, esto de ser ejemplo, porque qué quieres que te diga, hay días que no me apetece nada más que mirarme los pies, y no puedo darme el gusto de ello, porque siempre tengo dos ojos pendientes de mis movimientos, y que aprovecharán cualquier descuido para utilizarlo en mi contra.

Me concedo ciertos momentos de tregua, y aprovecho esos ratos en los que está fuera de casa, para no ser todo lo correcta que se supone que debo ser, esto es: tomarme algún quintillo, y dejarme estar en el sofá dejándome entretener por cualquier cosa que netflix me sugiera.

Cuando ella era pequeña, recuerdo tener cierto agobio por tener información y opinión de casi todo, porque no quería que si ella me preguntara yo no tuviera respuesta. Con el tiempo he aprendido y asumido que hay cosas para las que no tengo respuesta y tampoco opinión, y así se lo hago saber. También cuando me pregunta algo que no sé, aprovecho para juntas, buscarlo en San Google.

Pero de lo que he sido muy consciente de hacerle ver, es de lo que disfruto con la belleza del sitio donde vivimos, con nuestro Atlántico y con esta tierra árida e inhóspita que ha dado cobijo a todos los que llevaron nuestros genes antes que nosotras. Me he preocupado mucho por hacerle sentir que pertenece a este sitio, y que por ello debe honrarlo y respetarlo.

Uno de nuestros pequeños rituales de momento contemplativo, en es verano, cuando llegamos al Norte. Al poco rato de estar instaladas, nos vamos al banco azul, a estar en silencio (si es que eso es posible con ella) a ver el charco y Piedra Playa. Quiero presumir de inculcarle mirar la mar, y alabar su porte. Se me llena el corazón cuando vamos en el coche y pasamos cerca de la costa, y ella para la conversación para lanzar esa alabanza en alto.

Encontrar la belleza en lo que nos rodea, es algo que nos ayuda en el día a día. Creo que he conseguido traspasárselo, junto con la miopía y la necesidad de la ortodoncia.

Espero que conserve esto, y le sirva para refugiarse cuando sienta que lo necesite.

El caldo como un abrazo

Desde que me hice madre, me enfoqué en una idea clara y fija: hacer de todo un anclaje. He hablado un montón de veces de esto. Quería que Emma sintiera que nuestra casa, era el refugio más seguro del mundo para ella, en cualquier momento. Para eso, fui llenando de cosas fijas la nevera, los armarios, y algunas paredes.

Llevo utilizando el mismo suavizante desde que nació (gracias Mercadona), las mismas recetas de galletas y de queques, y también haciendo caldo.

¿Se come Emma el caldo? No. Pero eso es lo de menos, en mi casa siempre hay un taper de caldo. O más de uno, para ser exactos. Soy esa madre de la canción de Rigoberta Bandini.

Cada quince días hago caldo. De diversos ingredientes, y para cosas distintas. Pero siempre caldo. Empecé a hacerlos en un caldero normal, a fuego bajito, y con una carcasa de pollo y verduras. Luego me pasé a la olla a presión. Y finalmente a la crockpot. Ahora hago caldo de huesos, y verduras. De verduras solas. De hueso de jamón. O de pollo. Si es de pollo, la carcasa va primero asada.

Hacer caldo, es algo en lo que no me complico mucho. Las verduras que utilizo siempre son: puerro, zanahorias y apio; si hay alguna cosa más por la nevera, se la pongo también. Una hoja de laurel, un poco de sal, y unas pimientas de Jamaica. Y listo, todo dentro de la crokpot, con  un buen chorro de vinagre. Y de ahí 12, 14, o hasta 20 horas hirviendo en baja temperatura. Lo que sale, es oro líquido a mi parecer.

Un caldo sienta bien en cualquier momento, y casi con cualquier cosa. Es como un abrazo.

Llegas tarde, después de estar todo el día corre corre, sacas el taper y lo pones a hervir, y en un buen bowl, troceas todo lo que te parezca que tengas en la nevera. Cuando te lo terminas, estás reconfortada, rehecha. Como si hubieras juntado todos tus trocitos.

Aunque como digo, Emma no pasa de comerse un par de cucharadas. Da lo mismo, yo sigo insistiéndole, porque sé que un día, más pronto que tarde, ella pedirá un tazón de caldo.

El día mío

Hace diez años que la vida me dio la oportunidad de celebrar el día de la madre. Se me hace todavía un nudito en la barriga cuando lo pienso.

Me pasa que soy un poco de efecto muy retardado, un poco mucho. Y aún cuando hace tiempo que me suceden según qué cosas, sigo asombrándome.

Ser mamá siempre fue un deseo. Siempre fue algo que tuve muy dentro, y tomó forma y certeza la primera vez que tuve en brazos Ladelavozdepito, que es como mi hija adoptada. Con ella fui  ensayando, para cuando me tocó ejercer de titular.

Todavía conservo el papel que pone POSITIVO, todo manoseado y estropeado. Como digo que soy de asumir las cosas con cierto retardo, durante todo el embarazo lo tenía cerca, porque aún viéndome la tremenda barriga que confirmaba mi estado, por momentos todo me parecía irreal, y aquel POSITIVO en el papel, me parecía la confirmación real. ¡Qué cosas! Me fiaba más del papel que de mi barriga.

Y así, han pasado 10 años. Ahora miro para atrás, y algunas veces siento un vértigo terrible. ¿Dónde quedaron las noches en vela? ¿Los primeros dientes? ¿Todas aquellas horas de lactancia?. ¿Ya pasó todo eso? ¿Cómo lo hice? ¿Cómo lo hicimos?

Creo que el secreto está justamente ahí, en ni siquiera saber cómo lo hice. Hablando hace unos días con eldelosnúmeros, me dijo: somos padres porque éramos unos inconscientes. Y creo que tiene muchísimo de razón, y menos mal, porque si no, nos hubiéramos extinguido ya.

En estos años no me he enredado ni una sola vez en pensar cómo hago qué. Solo camino. Como me decía mi amigo César: Burro cargado busca vereda.. y supongo que eso es lo he hecho, y sigo haciendo. Espero que ahora que él se está estrenando como padre, se lo esté aplicando también.

Si tuviera que buscar el peor momento como madre de estos diez años, no tendría dudas: aquella primera semana del cursillo de natación en el 2015. Todavía me estoy felicitando en secreto por haberlo superado. El mejor momento, no sabría decir cuál es, porque creo que tengo buenísimos momentos cada día. El de ayer, recibiendo su regalo está en el top ten, seguramente.

Se esmeró en armar todo un regalo: enredó a la abuela para que comprara las cholas, y se pasó dos tardes personalizándola en secreto, con dibujos que tienen mucho significado para las dos. Evidentemente son los zapatos más especiales que voy a tener nunca. Y por otro lado, negoció con su amiga del cole para que me hiciera un colgante con mi nombre para mi llavero.

Muchas de las noches me voy a la cama con el runrún de ¿lo estaré haciendo bien?. Esto viene con el bebé… el día de la madre y la constante duda de si estás siendo buena madre, es el mismo pack.

Después de diez años ejerciendo, lo que mas me ha preocupado, es hacerle saber que la quiero… no matter what; de que cada día hay una rato para que sea “el momento del mimo”, y que hay que lavarse los dientes con conciencia.

De momento, vamos bien.. sigamos así.

Escribir en El Enfoque

Hace unos meses que he vuelto a escribir en  mi periódico local. No sabes los nervios que me dan cada vez que me veo en el papel del periódico. Es una especie de dolor de barriga de nervios y alegría.

La verdad es que, en este momento, me gusta pararme y mirar para atrás… a aquel momento en que Mónica, la directora del Enfoque, me dijo si me gustaría escribir en el periódico. Recuerdo claramente la emoción, los nervios, el dolor de barriga. Le dije sí, claro. Porque en esos momentos he aprendido a gestionarme, y a tirar para adelante cuando sé que algo me emociona aunque me mate del susto. No siempre me ha salido bien, también tengo que decirlo. La cosa es que cuando llegué a casa, el miedo tomó todas las riendas, y la Señora Impostora que me habita de vez en cuando, se hizo protagonista. Focos a su persona, y lo dio todo. Creo que ha sido uno de los momentos que más he tenido que imponer mis ganas al miedo. Ganaron las ganas, y me felicito cada mes, cuando me veo publicada.

Sin embargo, cada vez que me pienso que lo que escribo, va a tener vida fuera de mi, me entran los sudores fríos. Luchar contra la impostora, se ha convertido en parte de mi día a día, y me pregunto si alguna vez me veré libre de ella.

La primera temporada de artículos, ya soy como una serie de Netflix, la dediqué a algunas mujeres de mi vida, que me marcaron y que me marcan todavía. Aun no he acabado con ellas, pero las he puesto en barbecho de momento.

Ahora me he dedicado a escribir sobre mis básicos para sobrevivir. Y que también está ligado con mi libro. Ese que terminé de escribir a principios de mes, y que está ya a puntito de ver la luz. En breve vengo por aquí en plan Paco Umbral, advertido queda todo el mundo.

En mi Manual de Superviviencia, y que ya ha salido a la luz en las columnas del El Enfoque, está: escribir, alimentarse, y próximamente: el silencio.

A veces el silencio es mal entendido. Me he tenido que poner y quitar la etiqueta de muy habladora y de silenciosa, unas cuantas veces. Y si tengo que ser honesta, la de habladora la tengo ya olvidada. Ha habido ocasiones en que me han dicho que soy callada o bruta, por andar en silencio, y la verdad, cuando estoy así, ni fuerzas para romper el necesitado silencio para explicar la cuestión.

Estar en silencio no es un capricho, o un antojo, es una necesidad.

Estamos llenos de ruido. Exterior e interior. Todo el día hay sonidos alrededor. Yo necesito silencio. Primero aislarme del ruido, luego no generarlo.

El silencio me da la base para seguir funcionando bien, es como si me limpiara el aura, si es que esto es posible y existe. Pero de alguna manera así lo siento.

Cuando Emma era pequeña, se subía al coche y hablaba como una cotorra. Desde que empezó a articular palabras, no ha dejado de hacerlo de forma constante. Cuando teníamos que hacer un trayecto medianamente largo, le proponía un juego: la primera que hable pierde. Al cabo de medio minuto, con su media lengua, decía: mamá perdí. Y al palique de nuevo. Nunca intentó siquiera llegar al minuto de silencio. Ahora me rio, pero me acuerdo de la saturación de sonidos que tenía cuando era bebé, y me dan ganas de abrazarme fuerte. Ya pasó. Ahora hay un poco de silencio. Ahora puedes encontrar el silencio de forma más fácil.

Y tu ¿necesitas silencio o eres de ruido?

¿Para qué… whatever?

Hace ya unos cuantos años en los que entré de cabeza a estudiarme. Supongo que lo hice porque llevo toda la vida estudiando, y en algún momento pensé que podía ahorrarme unos cuantos euros en terapia si aprendía a entender mi cerebro y cómo funciono.

En esos primeros años, por algún lado oí: chacha te jodiste.

Y sí, entrar en estos procesos es muy enriquecedor, pero también lleva mucha trabajera, y en algunos momentos da una pereza infinita. Pero claro, era esto o seguir repitiendo patrones y sufrimientos. Entrar y salir de la mazmorra de forma intermitente como ya he contado.

Cuando la cosa se pone así como más fea o densa.. de ese color hormiga. Todo cuesta. Me acuerdo ahora de la canción de Marwan de: la vida cuesta. Y sí, hay momentos que dices: en qué bendito momento me metí aquí.. Y entonces tienes que lidiar con la motivación, y muchas veces es más fácil volver a la ShitZone, que conoces, aunque huela mal.

De hace un tiempo para acá, encontré la explicación a por qué volvía sobre mis pasos a la mazmorra. Y lo primero es por eso, por la ShitZone, la cononces, te es familiar, sabes moverte ahí. Te sientes como una caquita, pero es una sensación que ya reconoces. Y la segunda es que no tenía bien clara la respuesta a la pregunta ¿Para qué..?

Te lo explico. Cuando haces algo, como en el en caso de querer salir de la mazmorra.. sabes que no va a ser fácil, te va a costar, y tu motivación muchos días va a pender de un hilo. Ahí lo único que te salva de seguir adelante es tener muy claro para qué quieres hacer lo que estás haciendo. En el caso de la mazmorra, la respuesta sería: para sentirme bien. Desde entonces, cada vez que me propongo un objetivo o una meta, lo primero que hago es responderme a esta pregunta. ¿Para qué quiero…. Whatever?

Si no tengo la respuesta clara cristalina, sé que es muy probable que a mitad de camino aborte misión. Y esto aplica a querer comer sano, a querer hacer ejercicio cada día, a querer tejer o a hornear bollos. Si no tienes claro el para qué, en cuanto se ponga un poco cuesta arriba el camino, te vas a venir abajo.

Por eso, antes de cualquier cosa, cuando me planteo algo que quiero hacer, me dedico unos minutos a saber para qué lo voy a hacer. Si la respuesta me convence, voy con todo,  y me lleno la pared de recordatorios por si llega el momento del despiste.  Cuando me pongo un poco mas remolona, me acuerdo rápido de mi “para que”, y parece magia, enseguida conecto con lo que quiero y me vuelven las ganas de hacer.

El anclaje de Semana Santa

 

Cada Semana Santa, desde hace unos cuantos años, vengo por aquí y echo el cuento de lo mucho que me gusta hornear bollos. No unos bollos cualquiera, sino estos bollos suecos, típicos de la Cuaresma.

Tengo como misión en la vida, la de crear firmes raíces de anclaje para MiMariposita. Y los Semlor en Semana Santa es una de esas raíces. Podría haber escogido algo más nuestro, yo que sé, algo Canario, pero mira, este es mi cuento, y yo me lo monto como mejor me parece. Porque digamos que hacer un sancocho está bien, pero lo de meter las manos en harina es otro nivel.

Un anclaje para que sea bueno, tiene que ponerte a funcionar los cinco sentidos. Primero el tacto, lo que sientes en las manos mientras estás amasando todos los ingredientes y cómo la masa va quedándose lisita y muy agradable al tacto. Luego  el sonido que hace la masa contra la encimera a medida que vas boleándola. Después el olfato, todo huele a cardamomo. Pasada la primera hora de levado, ves como los bollos han aumentado su tamaño y lo brillantes que se han puesto. Finalmente, y casi el sentido que juega un papel fundamental en este anclaje, es el gusto. El bollo atorrijado en leche caliente, con todos esos sabores juntos del mazapán, la nata, y la miga suave y poco dulce.

Nuestra Semana Santa, sabe a estos bollos desde hace muchos años, y ya, desde que se acercan los días libres, Emma pregunta cuándo los vamos a hornear.

Por otro lado, estas cosas, estas pequeñas tradiciones que he ido incluyendo en mi vida, en nuestra vida, me sirven como termómetro de cómo estoy.

No fue hasta hace unos años que leí el libro de Ana Ribera, sobre la depresión, que me di cuenta que yo había estado allí. Estuve muchos años en una mazmorra, llevando una vida aparentemente normal, y sin embargo, cada día estaba más inactiva y con menos energía para vivir.

Cuando llega una de estas fechas, que tienen aparejadas alguna actividad concreta, y me siento inapetente, y con ganas de saltármela, hago sonar las alarmas. Me someto a estudio y evalúo si es algo transitorio o es algo a lo que le tengo que prestar atención.

De momento, mis tradiciones siguen ancladas a mis ganas, y ya tenemos todo listo para hornear nuestros bollos de Semana Santa. Anímate y mete las manos en harina.

Netflix y el café

No me puedo creer que haya pasado ya un mes desde que vi “Café con aroma de mujer”. Si amiga, una novela de manual.

Empecé a verla a finales de enero, cuando se me terminó la Reina del Flow 2. De esa te hablo en otro momento.

Cuando se me acabó ésta, tenía yo todavía ganas de un poco más de Colombia. Y novela, café y Colombia, me pareció un combo infalible. Y ciertamente lo fue. Porque hay momentos en la vida, en los que una solo necesita un buen café y una buena novela. Y dime tu, si esto no es justamente lo que me estaba pidiendo el cuerpo.

Hubo una época en la que rechacé por sistema muchas de las cosas que me gustaban porque tenía miedo del juicio externo, el rechazo, y todo lo que eso llevaba. Luego me liberé y volvía a las novelas, a Sálvame, a Boris Izaguirre y a Belén Esteban. Y mira, ya lo digo y me da totalmente igual lo que opine el resto. Me gustan y lo veo. Y así con algunas series también. Me tragué los ciento y pico capítulos de la Reina del Flow, y viva Charly.

Recuerdo haber visto algún capítulo suelto de la primera versión de esta novela, pero la verdad no me acordaba de nada, más allá de la cara de la protagonista.

La prota es Gaviota, y le han dado una fuerza y una personalidad que a mi, desde luego, me ganaron. Es una novela, pero no es un dramón. Está bien llevada y bien conducida para lo que somos ahora. No tiene reguetón, pero las canciones, son las de toda la vida, y eso también atrae.

Los personajes están muy bien, todos tienen su papel y su importancia. De todos me gusta algo, hasta del malo malísimo, que tiene una forma de hablar, que a mi, personalmente me pone de buen humor. Su frase de: hable deprisa que se me quema la arepa, me hacía el día cada vez que la escuchaba.

El galán es Sebastián, que aunque en algunas escenas se queda como si no le llegara el riego, y necesitara, a mi parecer un poquito más de sangre, se lo perdonamos porque el hombre está muy aparente. Aquí es donde tengo que decir: ¡que viva Cuba!

Pero la que me conquistó de todas todas, es la Señora Carmensa. La madre de Gaviota. ¡Que señora más bien traída a escena! En su sitio, y sin decir demás, pero tampoco de menos.

Ahora, lo que más me atrae de toda la serie es el café, desde luego, no sé cómo no acabé tomando dieciocho tazas de café al día. Cada vez que veía a los protagonistas tomando café, y era algo que hacían mas de dos y tres veces por capítulo, me daban ganas de encender la cafetera.

Si no la has visto, te la receto. Y luego, nos tomamos un café y comentamos.

 

 

La promesa de la primavera

La primavera ha venido, y nadie sabe como ha sido.

Bueno, si que lo sabemos. Yo, por mi parte no he hecho más que tachar días, y descontar frío y viento de este invierno desequilibrado y tormentoso que me ha parecido estar viviendo. Trato de aislarme de noticias e informaciones, porque la verdad, no puedo gestionar tanta incertidumbre. Un poco, pase, pero tanta.. pues mira, no.

Esperar la primavera ha sido uno de mis mayores actos de esperanza estos días. Esperar a las flores, esperar a los días más largos, y a la promesa de dejar de usar la lana, pese a todo lo que me gusta, y empezar a enseñar los brazos, y con ellos los dos tattoos que me hice en diciembre.

Me he vuelto al jardín, y las macetas que se han reproducido como setas en estas semanas. Han salido flores en las plantas que menos esperaba, y observándolas crecer cada día, me ha dado para parar. Respirar, y maravillarme de la belleza.

He acompañado la espera con mucha lectura, y con mucha escritura.

Estos últimos días he escrito como si estuviera canalizando algún mensaje del más allá, y la app de notas del teléfono, amenaza con petar en cualquier comento si sigo guardando escritos ahí. No me importa, seguiré haciéndolo, porque se me antoja necesario. Como la necesidad de flores y calle. Como la necesidad de música y de acabar ausencias.

Salir a la calle, y por momentos, pensar que a pesar de todo, estamos bien.