Corazones a tutiplén

Hoy es San Valentín. Me da igual si fue El Corte Inglés, Galerías Preciados, o cualquier otro centro comercial, el que decidió que hoy, se celebraría el día del amor. Que sí, que todos los días nos queremos, que esto es puramente comercial y bla bla bla…

Cuando yo era joven y delgada (como dice siempre MiCompadre), se decía “el día de los enamorados”, de un tiempo a esta parte se le dice el día del amor, me gusta bastante más, sinceramente.

Durante un montón de años fui una gris. Cada fiesta de estas me ponía de mal humor, y me creía mejor (hola ego) por refunfuñar y atacar toda esta “superficialidad” de las celebraciones. Cada celebración de este tipo sacaba lo peor de mí, ya no es que fuera solo gris, es que me convertía en una grinch de manual. Han tenido que pasar muchas horas de terapia, otras tantas sesiones de coaching, y sobre todo mucha comedura de tarro, para quitarme todo eso de encima.

Creo que el 14 de febrero de 2011 fue el primer paso hacia mi cambio, de dejar de ser una gris me refiero, o por lo menos el día más consciente.

Ese día fue la primera cita con MiMariposita. Fue el día en que me habían programado la ecografía de las 12 semanas. La primera vez que la vi, y la segunda vez que la escuché. En aquel momento, mientras la tocóloga hacía medidas y muchas preguntas, me enamoré. De verdad y profundamente.

Cuando salí de allí me dije que no había mejor forma que aquella de celebrar mi primer San Valentín. Me prometí también, que desde aquel día en adelante, celebraría todos los que pasara con ella.

La cosa se me ha ido un poco de las manos, porque ya no es que celebremos este día, es que celebramos cualquier mínimo acontecimiento que se nos cruce por el medio: las estaciones, las navidades, Halloween, Semana Santa, cumpleaños, logros personales… todo, en casa, lo celebramos todo. Cualquier excusa es buena para poner cosas por las paredes, disfrazarnos si la ocasión lo merita, hacer algo rico para comer, y bailar y cantar. Me ha costado un poco, pero ya tengo cristalino que lo único que me voy a llevar de aquí son estos ratos, y el mejor regalo que le puedo hacer a MiMariposita es este tiempo. Me he certificado como Professional Memory Maker, y me lo estoy tomando muy en serio.

Este año, hemos sacado papeles, y telas y hemos hecho alguna decoración. Hicimos un corazón con materiales de scrapbooking que hemos colgado en la puerta de la entrada. La personalizamos poniendo una foto nuestra, para ir subiendo el grado de pastelosidad que esta fiesta requiere.

También cosimos un tapiz para el salón. Las ocupaciones diarias no nos han permitido terminarlo apropiadamente, y para no caer en lo que hablaba el martes, no hemos metido quinta para terminarlo haciendo una chapuza. Se quedará así de momento, hasta que los astros se alineen y yo pueda sentarme tranquilamente (y con ganas) en la máquina de coser, para terminarlo.

Como te imaginas, estoy poniendo todo mi empeño en traerme a MiMariposita al lado oscuro de las manualidades, porque todo el mundo sabe que estas pasiones compartidas siempre son mejores. De momento muestra bastante interés por el scrap, algo menos por lo demás, pero no pierdo la esperanza.

¿Y qué falta en una celebración que se precie?: La comida, por supuesto.

Hace un par de años, que Repostería Encantada tuvo a bien mudarse muy cerquita de casa, sus cupcakes nos acompañan en casi todas las celebraciones. La dueña sabe de nuestra debilidad, y como nos une amistad y hobbies desde hace tiempo, me manda mensaje para avisarme de que tiene hornada lista para llevar. Para allá que salgo yo, veloz como el rayo, no me vayan a dejar sin mis red velvet.

Y la fiesta este año va a consistir en: hacer galletas, de corazón por supuesto,  con esta receta que es maravillosa que ya es un clásico en casa, y hacer sushi. Sí queridas, aquí MiMariposita salió fina (y nada boba) de paladar, y el sushi le pirra. Así que esta noche, pondremos música y nos meteremos en la cocina. Luego nos daremos unos regalitos, y daremos buena cuenta de lo que hemos cocinado.

Y tú, deberías hacer lo mismo. Este día, este momento, es solo ahora.

Quiere, y quiérete.

Hazlo bien, o no lo hagas

 

Ha vuelto a cambiar el tiempo, y de los días de plata que teníamos la semana pasada, hemos pasado a tener  unos días más frescos a primera hora, pero con una luz cegadora, como cantaba Silvio. Y la canción, que siempre me movió por dentro encontrando fuerza en una ira que no lograba dominar, ahora me sirve para encontrar energía, pero de movimiento, no de ira.

Es rara esta luz, porque no es propia del invierno. Recuerdo cuando leí Los Días iguales de molinos, me llamó la atención lo que le afectaba el azul brillante del cielo de Madrid. Primero no lo entendí, y hasta me pareció mal, porque ¿qué hay de malo en el cielo azul, brillante y claro?. Luego me bajé del pedestal de mi ego, y me di cuenta de la realidad. Este libro me dio varias galletas, de esas de las que se dan sin manos. También asumí con él, de que lo que yo he vivido años atrás, se llamaba depresión, aunque no le dieran ese nombre.

Cuando terminé el libro y me acordaba de lo del cielo, pensaba: No hay nada mal en el cielo azul y cristalino, como mismo no hay nada malo en esta luz de estos días, es tan solo que no conjuga con el estado de ánimo de quien mira. A esta conclusión llegué yo. La luz de estos días me parece obscena, me dan ganas de gritarle: pero oye, que estamos en invierno, en febrero, que tenemos a medio pueblo en cama por gripe, y tu estás ahí, brillando y luciéndote como si fuera agosto… ubícate chica!

El fin de semana me empeño en resguardarme en casa, y dedicarme a mis placeres ya no secretos, pero esta maldita luz me dice: tira para la calle, que parece que el mundo se va a acabar hoy mismo.

Y salgo, me dejo llevar por la prisa y la urgencia de aprovechar cada segundo de esta claridad.

Aún así, vuelvo a mi sitio, y me enredo en los pensamientos que se me cruzan mientras entretengo mis manos, primero en la cocina, para alimentar el cuerpo, y luego en el estudio, para alimentar el espíritu. ¿Qué tendrán las tardes de domingo que siempre te apetece algo dulce y si es con chocolate mejor? Este banana bread es un clásico total en casa. A la que sobran dos plátanos pochos, el horno se va calentando. La receta que uso es la de Alma Obregón del libro: ¿Hacemos pan?.

Este año estoy retomando el patchwork. A finales del año pasado, me apunté a un curso con una técnica totalmente distinta a la que suelo realizar yo. Pero eso es cuento de otra entrada. La cuestión es que saqué varias conclusiones claras de qué es lo que me gusta hacer a mí realmente con esta técnica, y todo lo que encierra empezar y para mí, sobre todo terminar algo.

Empezar un proyecto es algo que crea adicción, lo tengo claro. Elegir el material, elegir la técnica, dar los primeros pasos y verlo crecer. Lo difícil una vez que crece y ya tiene un tamaño considerable es quedarte ahí, mantener el interés y la constancia y llevarlo a término.

Esto me pasa con el patchwork, el punto, incluso con el scrapbooking. Hace no tantos años, cuando me di cuenta de la cantidad desvergonzada de proyectos empezados que tenía, me decidí a cambiar este hábito. Empezar sí, acabar también.

Con el punto me ha sido mucho más fácil, y así llegué a 2020 sin nada en las agujas. Ahora mismo, solo tengo un jersey, y eso amarillo de la foto. Que calculo que para cuando publique esto, estará terminado.

Con el patchwork es otra historia. Este fin de semana volví a sacar mi Centennial. Un quilt maravilloso que lleva más tiempo del que quiero recordar entre mis manos. Ha estado años completos sin salir de su caja. Cada vez que lo saco me emociono, porque es absolutamente precioso, a  mí al menos me lo parece. Y estos días me emociona más porque ya voy viendo el final. Todavía queda bastante, pero yo diría que tiene más de la mitad del trabajo hecho. El domingo corté las últimas piezas del sashing que me faltaban, y con dos filas más, tendré en centro del top totalmente terminado.

Este quilt es además algo especial, porque tiene un diario. He ido anotando las circunstancias en las que he ido cosiendo cada bloque, y espero que una vez pasado a limpio, me traiga a la mente la de cosas y sitios que he vivido estos últimos 10 años.

Por eso sigo tomándome mi tiempo. Está bien terminar las cosas, es fantástico ver el resultado de tantas horas de trabajo dedicada, y de la calidad de los materiales empleados. Pero lo mejor es ver la dedicación. Hacer las cosas con atención, con entrega, y centrándote siempre en hacer un buen trabajo, para mí es más importante que terminar.

Me declaro en guerra total con la chapuza. No puedo con ella. No entiendo que se prefiera hacer las cosas rápido y mal, por terminar, obteniendo un producto de dudosa calidad, a hacerlo con conciencia y bien. No lo entenderé nunca. Las chapuzas, siempre cuestan el doble, en tiempo y en material. No todo me sale bien a la primera, la maestría lleva aparejada mucha práctica, lo que sí te digo es que cada vez que intento algo, lo hago con toda la atención, procurando hacerlo lo mejor que pueda.

Dice Sergio Fernández, que como haces una cosa, así lo haces todo. Y hay tanta verdad en esto, que te deja con los ojos abiertos como huevos fritos.

 

Un enero de 168 días

Afronté yo enero y este año con mucho optimismo y ganas. En serio, yo le eché ganas, pero enero, capricornio, Urano y toda la Vía Láctea, decidió fregar el piso conmigo. Un enero, por otra parte, que parecía no acabarse nunca.

Salí de las fiestas bien, sin ninguna sospecha de lo que venía. Siguiendo con mi agenda y mis metas y propósitos, según pasaron los tres Reyes Magos por casa y nos comimos el roscón, di por finalizada la Operación Navidad 2019, y me dispuse a sacarle punta a los lápices y colores con los que iba a ir tachando todo de mi agenda, según fuera cumpliendo entradas.

El mismo día de Reyes por la noche, MiMariposita empezó a sentirse mal. Lo achaqué a los nervios de la noche previa y al cansancio acumulado. Para hacerte el cuento corto, al día siguiente tenía 39,5 de fiebre intermitente que duró cuatro días. Yo, solidaria por naturaleza, a su segundo día de fiebre, caí.

Nos pasamos una semana entera vegetando en el sillón, interrumpiéndola solamente para tomarnos el antipirético o cambiar el sofá por la cama.

Pasada esta primera semana, nos recompusimos ligeramente. Pero solo fue un espejismo. Quince días más tarde, sentí que el oído izquierdo me iba a dar muy mala noche, día, y lo que viniera a partir de aquel momento. Un dolor de oído que no había sufrido nunca en mi vida, me amenizó el fin de semana. Me terminé llevando al Centro de Salud para que si lo creían necesario me cortaran la cabeza allí mismo.

Pasados los primeros cuatro días de tratamiento, fue MiMariposita la que decidió que me debía el acto solidario de compartir bacterias quince días antes.

Sí. Otra vez las dos compartiendo dolores y antibióticos.

La agenda se reía de mí desde mi mesa, y mis planes se habían ido todos por el desagüe. Me rendí. No tenía ningún sentido intentar sentirte bien y esforzarte por estar bien si en el fondo no puedes con tu alma.

Gracias al paracetamol, y al antibiótico que empezó a hacer efecto, pasadas las siguientes 48h de la primera toma, empezamos a levantar cabeza. Para este momento, febrero ya asomaba la patita.

Empezamos febrero haciendo una limpia de la casa y de nuestras auras. Palo Santo y Agua de Florida como si no hubiera mañana, como si fuéramos dos santeras certificadas en pleno ritual de exorcismo.

Mientras realizábamos tan importante tarea, puse la crokpott a toda mecha. Un caldo de huesos. Que justamente estos días por distintos me llegaba la información de lo nutritivo del asunto. Dos zanahorias, un ajo, un puerro, laurel sal, y un chorrito de vinagre; y los huesos, claro. Todo en crudo en la olla lenta, y 18 horas más tarde tenía el mejor caldo de huesos que he probado nunca.

Así que ahora, en lugar de tomarme un café o un té a media mañana, tengo aquí mi taza con un caldo de huesos, que no es nada cool, pero que me da una vidilla que no te imaginas.

Parece que el trabajo dio resultado, porque hemos empezado febrero con bien de energía, y aunque seguimos un poco sordas aún, al menos tenemos ánimo y ganas. Yo he vuelto a mi caminata, con un mar de plata que casi te dice que te lances, en lugar de que sigas andando. Esta temperatura y esta luz no es nada propia de este tiempo. No sé si es por la cantidad de días que he pasado recluida en casa, pero la luz me ciega estas mañanas. Las plantas son de un verde tan brillante que no parecen naturales.

Sigo maravillándome de ir encontrando matas y hasta flores en medio de tanto hormigón. En territorio súper hostil, crece y hasta florece. Me tengo que aplicar el cuento, voy pensando de regreso a casa. Se acerca la primavera, me tengo que preparar para florecer.

#madrepantoja de cumpleaños

Misión cumpleaños: Accomplished.

Es de todas conocido mi poco gusto por las reuniones sociales. Pero claro, no puedo hacer extensible este gusto a las generaciones venideras.

De momento, MiMariposita es la fan número uno de cualquier reunión. Sean de niños o de adultos. A ella le gusta la gente, la algarabía, y el jaleo.

Durante el año vamos negociando a qué asistimos, y qué nos perdemos. Pero claro, hay un acontecimiento al año que es innegociable: su cumpleaños.

Con la boca pequeña, tengo que decir que este día me apetece celebrar. Lo tomo como con un triunfo personal cada vez que superamos el año tan bien. Me gusta hacer recuento de lo que hemos vivido, y lo que hemos aprendido. Hago resumen de risas, bailes, y decepciones. Y me gusta. Lo paso bien, porque a mi un balance, me gusta más que a un niño un caramelo.

Este año ha sido un buen año. Dejamos atrás conversaciones super interesantes, las primeras decepciones, y la frustración de no poder poner colchón, solo acompañar. Es también una lección para mí.

Este año han aparecido también las primeras dudas sobre su personalidad, y sobre la autoestima. La superación de ciertas vivencias que no tienen causa ni respuesta, pero que han de acompañarle toda la vida.  Y diría yo, que no es porque me ponga en modo #madrepantoja que lo estamos haciendo bien. Las dos hemos llegado sanas y salvas a los ocho años, y yo ya eso lo vivo como un total triunfo.

Este año, convenimos en una merienda familiar para festejar el día. No hay nada peor que perder el tiempo en Pinterest, primero porque el tiempo lo pierdes y segundo porque las expectativas se ponen por las nubes. Y amigas, para esto hay que tener práctica, actitud, y aptitud. Y a mi me faltan la primera y la última, ganas le pongo, pero como en el amor, a veces no es suficiente.

En las últimas semanas, aquí mi amiga, se ha puesto a actualizar su blog, y ella es la máster del Universo de los sándwiches.. me puse manos a la obra siguiendo la inspiración de sus indicaciones, pero para esto, tampoco ha sido suficiente.

Rindiéndome a mis pocas aptitudes, me limité a ponerle más ganas, y a concentrarme en que aunque no estuviera bonito bonito, por lo menos que estuviera bueno. Y ahí sí que cumplí, porque sobrar, sobró poco.

La tarta, elegida por la cumpleañera, fue una cheesecake. Acompañada de medias noches de jamón y queso, y jamón serrano; sándwiches de atún y cosas, salmón y cosas, y surimi y cosas. De dulce, y siguiendo mi máxima de zapatero a tus zapatos, encargué con suficiente antelación para que no hubiera problema, una buena bandeja de cupcakes, de los mejores cupcakes, si te digo la verdad. De bebida: limonada y té frío. El resto fue la emoción que le puso la homenajeada, que de milagrito no acabamos en urgencias con un ataquito. Así que pese a no ser una fiesta Pinterest, fue bastante real y divertida.

Esta nueva vuelta al Sol comienza en patines, y al son de un ukelele.. Yo diría que esto promete.

RUN Violeta RUN

Hace un montón de años, en una de esas tardes de cafés y lamentos, mi amiga Malena, me dijo: Líbrenos el Universo de hombres cobardes.

Aquella frase se convirtió en el lema de nuestros encuentros, como nuestro propio Winter is coming.

Aquel lema me alineaba con mi deseo de querer hombres valientes, que lo fuera yo era otro cantar. Un árbol no da frutos en una sola primavera, y fue mucho más tarde cuando me dí cuenta de que la que tenía que ser valiente era yo, para llegado el hombre cobarde, calzarme las zapatillas y RUN, Violeta, RUN.

Desde entonces, he intentado integrar la valentía en mi personalidad, aunque no siempre es fácil. En algún libro de los muchos que he leído sobre el coaching, decía: divide tu objetivo mayor en pequeños objetivos, de forma que sean alcanzables fácilmente.

Y en una de esas formas extrañas en las que une y razona mi cerebelo, me he dicho: ¿calcetines en verano? Eso es de valientes, seguro.

Sigo con la idea de tejer un par de calcetines al mes, más por la urgencia de ir usando las lanas acumuladas en los altos de los armarios, que por la necesidad de tener calcetines. Me preguntaron esta semana que cuantos tenía, y la verdad es que no tengo ni idea, igual es el momento de hacer recuento.

Durante el mes de junio con la locura del inicio del verano tejí bastante poco. Y el par que me tocaba en ese mes, lo he tejido este. Un par de medias clásicas, perfectas para tejerlas mientras MiMariposita perfeccionaba su técnica de natación.

Para los del mes de julio estoy usando una lana que teñí con koolaid hace un montón de tiempo, y este patrón. Definitivamente no me termina de enganchar empezarlos por la puntera.

Otra cosa de valiente que he hecho esta semana es encender el horno, y hornear un queque de limón. Me encantan estas recetas calculadas para familias monoparentales que no quieren estar comiendo queque una semana. Esta receta va directa a la libreta.

Y ya el remate de la valentía, es tener la agenda en blanco. No tener listas de cosas que hacer, no ir de una cosa a otra con el bolígrafo en la mano, poniendo Check en todo lo que hago. Fluyo.. creo que no he hecho nada tan valiente este año como esto. Y con todo este tiempo de fluir sigo leyendo, mucho, más de lo que nunca pensé que podía leer.

Esta semana he leído este libro, y me he encontrado con este párrafo. El triángulo dramático. Hay que ser valiente para detectarlo, y sobre todo salir corriendo, porque de ser valiente, nunca te vas a arrepentir.

A veces el signo de mayor valentía es correr. RUN Violeta RUN.

 

 

Como una cabra

Estoy días estoy verde, muy verde.

¿No te pasa? Hay días en que me apetece comer  un color. No el color, no te vayas a creer que me pongo a roer los alpinos, sino que la comida sea principalmente de ese color. Por ahí leí, que eso es comer intuitivo. Se supone que el cuerpo te pide algo que necesitas. Puede ser. O no.

Lo que está claro es que ahora soy y estoy en modo verde.

Llego al mercado y pido dos hojas de todas las hierbas que están a la venta. Algunas ni el propio tendero sabe qué son o como se comen. Confío en él, y espero que ninguna sea venenosa. Ahora mismo no me viene muy bien enredarme en un lío de hospitales y lavados de estómago, la verdad.

La cuestión es que me apetecen plantas y hierbas principalmente. También puede ser que esté en modo cabra. De esas que rumian y te miran, con expresión de nada.

Me siento bastante cabra estos días, si lo pienso.

Veo y escucho un montón de cosas que por minutos me hacen arder, luego respiro, rumio, y nada.

Ni me pronuncio. ¿Será que maduré? ¿Será que todo me importa cada vez menos?.

No lo sé. Igual es el cielo y sus astros, que siguen todos revueltos y retrógrados, y con eclipse. Sí, otro eclipse, hoy. Se acaba aquí la temporada. Por fin.

Me afectan tantas cosas que me saturo de mí misma. Me ha pasado siempre.

Julio siempre ha sido un mes así como para pasarlo en piloto automático. Coger hierbas y plantas, y rumiar con cara de nada.

Mientras preparo ensaladas quince minutos antes del almuerzo, algo totalmente extraordinario, porque en casa llevo a raja tabla lo del meal prep los lunes, y hacer poco más el resto de la semana, pero como ahora no tengo otras urgencias que atender que  me coman las horas, puedo hacerlo justo a la hora de las comidas. No te creas que es fácil hacerse cargo de esto.

Me está pasando que me despierto a las 6 como siempre, con el piloto puesto de todo lo que tengo que atender durante el día, con la rutina de trabajadora de hace un mes. Un mes ya, y todavía no me deshago de esa sensación de obligación.

Estamos yendo mucho a la playa, y allí me asaltan otra vez los fantasmas.

Estoy leyendo tranquila, oyendo a Emma en sus interminables diálogos de personajes que juegan con ella, y de pronto, la voz en mi cabeza:

Pero ¿Qué hago un lunes por la mañana en la playa?.

Corre corre corre.. que tienes algo pendiente que hacer.

¿Cómo se te ocurre tirarte a la bartola aquí?

¡¡¡¡¡Levántate y recoge… en alguna parte te están esperando!!!!

Es la pesadilla recurrente. Me pasaba después de haber terminado los exámenes. Me pasaba en las vacaciones. Me pasa ahora, que estoy sin obligaciones.

Mi cabeza juega conmigo, y se ríe de mí. Lleva toda la vida haciéndolo. Pero ya no soy la que he sido hasta ahora. Ahora, cuando la angustia y el estrés llega en medio de ese momento relajante tirada en la arena, respiro, me miro los pies, doy un sorbo a mi té, y me digo: ahhh si, este es mi trabajo hoy.

Ottolenghi

Hace ya unos cuantos años que conozco a Ottolenghi. Si no recuerdo mal fue delicioustories quien me lo presentó en una de sus entradas, que por cierto echo mucho de menos. No creo que me lea, pero por si lo hace que lo sepa. En una de sus entradas, como digo, nombraba el libro de Jerusalem. Fue un flechazo.

Desde que lo vi, salí corriendo a mi librería de referencia, y lo encargué. A la semana lo tenía entre mis manos. Desde entonces, lo miro y remiro con bastante frecuencia.

Imagínense, entonces, mi cara al desembocar una esquina y de pronto encontrarme con uno de sus restaurantes.

Me puse a dar saltitos y manotazos al aire, casi sin poder articular palabra. Mis compañeros de viaje me miraban sin entender bien qué me estaba pasando. Menos mal que allí estaba MiCompadre, que me conoce un poco, ató cabos.

Entramos al establecimiento como una exhalación, con la boca abierta sin poder elegir qué queríamos probar.

Compramos un merengue, que comimos despacito y saborándolo. Me compré también una bolsa de tela para la compra, que ya hoy  paseé orgullosa por el super.

Después de esta aparición mariana en medio de Londres, encontré también una tienda de especies, en Borough Market y pude por fin traerme a casa Za’tar y Sumac, que se usan mucho en las recetas de Ottolenghi.

Y así de aprovisionada e inspirada, encendí el horno.

Hice un bizcocho de albaricoques. Hace otro montón de años, mi amiga Birgit, me invitó a uno así. Y mientras lo comíamos, me decía que para ella hacer ese bizcocho era el símbolo inequívoco de que había llegado el verano. Se me quedó grabada aquella conversación. Recuerdo haber pensado, que tenía que fijar relaciones con la comida que marcaran momentos del año. Algo así como establecer tradiciones. Cuando sea viejita, y Emma mayor, me encantaría oírla hablar de mis galletas de jengibre cuando llegaba la Navidad, o de los Semlor en Semana Santa, o de las torrijas de Carnaval.

El que hice yo, es receta de otra gran amiga virtual, que tuvo a bien compartirme la receta. Es el típico bizcocho de yogur, pero con albaricoques on top. Esta vez voy a dejar guardada la receta en mi libreta, porque ésta, la voy a repetir cada final de junio.

Ahora que me tomo tan en serio las cinco comidas, tener un trozo de este bizcocho para acompañar el té de la tarde, es una muy buena idea. Me quiero mucho cuando nos mimo de esta forma.

Y hoy que el día está bastante chof, con Mercurio Retrógrado y con toda esta gente que tiene por lema: “quítate tú, para ponerme yo” dando mucho p*rc**o, hacen que el ambiente esté bastante enrarecido, tanto que yo he perdido un poco – bastante –  la fé en la sociedad que me rodea, en los políticos que pretenden gobernarme, y en la mayoría de opinólogos de la calle. Así que no he tenido otra opción que encender la crockpot y hacer un caldo. Le he puesto todas las verduras que tenía a mano, además de  costilla, un hueso de jamón y dos buenos puñados de garbanzos. Lo voy a dejar así al menos medio día. Me da bastante igual el calor, y que no sea el momento. Si me encuentro desamparada, no hay nada mejor que un buen caldo para sentirme en casa y a salvo.

Domingo de coles de Bruselas

Se va acercando el fin de curso, el fin de las actividades y (por fin) el verano, y con esto, los fines de semana se vuelven muy ajetreados. Para animales ermitaños y caseros como yo, esto se convierte en una especie de carrera estresante e inevitable.

Este fin de semana fue más o menos así, que aunque lo paso bien cuando estamos fuera, después de una semana entera de trabajo y quehaceres domésticos, yo necesito mi dosis de hygge casero y particular.

Este fin de semana salimos a celebrar el WWKIPD, que por fin y después de unos cuantos años celebrándolo a solas, hemos formado un grupito de lo más animado y entretenido. Aderezados con cafés, dimos unas cuantas vueltas. Las charlas que se originan alrededor del cliqueteo de las agujas son dispares y entretenidas. Cada una va aportando su grano de arena al trabajo de la vecina. Aconsejando o innovando. Copiamos proyectos unas de otras, y nos animamos en esos puntos que no cuadran. Dicen los entendidos que es terapia, y yo no puedo más que darles la razón.

El domingo, después de las celebraciones dobles del sábado, que salimos a la hora del desayuno y volvimos a casa a la hora de la cena, prácticamente, nos quedamos en casa todo el día. Tengo la gran fortuna de que MiMariposita sea tan casera como yo. Así que no hay problema cuando anuncio: hoy no salimos de casa.

Yo necesito estar en casa para serenarme, y poner en orden mi cabeza y mi naturaleza. Sobre todo los domingos. Tengo la creencia de que si estoy fuera la mayor parte del domingo, empezaré la semana como cuando el despertador no suena a su hora, y te levantas sobresaltado, sintiendo que te has dormido. Esa sensación de ir a contrapié el resto del día. Así que un domingo de pequeña tarea doméstica por la mañana, preparar almuerzo, y plancha de sobremesa, es lo que necesito para empezar la semana, peinadita y alistada para coger apuntes.

Este domingo, siguiendo con esto de la alimentación inuititiva, sentí que tenía que comer coles de Bruselas. Supongo que esto es también asumir que has cumplido cuatro décadas. Si antes de ahora me llegan a decir que me iban a apetecer coles de Bruselas, incluso a comerlas con relativa asiduidad, no me lo hubiera creído. Pero ya lo voy aceptando, y en mi congelador siempre hay un tupper con estas coles. Hay una receta, que no encuentro, de Jamie Oliver, de una guarnición a base de ellas. La he intentado buscar, pero no ha habido forma. La ví de pasada en el canal cocina, aún así ha sido suficiente para reproducirla, a mi manera. Creo que lo he dicho muchas veces, cuando haya una revolución de electrodomésticos, irá encabezada por mi horno, por la ingentes horas que lo hago trabajar. El domingo lo puse a pleno rendimiento, como casi cada domingo, unos muslos de pollo, unas cuantas coles de Bruselas, unas tiritas de bacon, el zumo de medio limón, aceite, sal y pimienta. Pruébalo, en serio. Las coles asadas cogen un sabor espectacular. Tanto me gustaron, que anoche me volví a cenar un plato de coles con bacon, humus y pan. No sé si esto se está convirtiendo en una obsesión, la verdad.

Y ya que tenía el horno encendido, aproveché para meter unos lomos de salmón con bien de limón y eneldo, en papillote. Lo uso para tostas en desayunos y cenas. Mi gusto por el limón estos días es tal que termino comiéndomelo también. He llegado a albergar la idea de poner el limón con la platina en el horno, un rato, a ver qué saco de ahí. Lo pienso y parezco la perra de Pavlov.

Y ya con el domingo gastado, de la mejor manera que se me ocurre, me dispongo a afrontar la semana siguiendo los grandes consejos de YogiTea. Que de un tiempo a esta parte es mi mejor Gurú.

Imaginación en los fogones

Me gusta cocinar. Lo paso bien en los fogones, y aunque siempre me ha movido más el gusto por cocinar para otros, hace ya algún tiempo que disfruto muchísimo cocinando lo que me voy a comer después.

Hoy siento la necesidad de poner por aquí mis últimos descubrimientos culinarios, que me ayudan mucho a mejorar mis platos. En casa comemos verdura cada día, no como a mí me gustaría, pero verdura al fin y al cabo. Yo estoy un poco cansada de la crema, así que voy llenando el plato de tropezones. Hace unos días ojeando el libro de Ottolenghi vi que a una crema de lentejas, proponía añadirle rúcula, ralladura de limón y semillas. Desde entonces he probado a ponerlo en cremas de cualquier tipo, y admite también: cilantro, yogur griego, y cualquier otro brote verde. La verdad es que cambia considerable el plato, mejorándolo muchísimo.

Hace ya dos años que cocino en Crockpot y no puedo estar más contenta. Solo le pongo una pega: el olor. Que claro, todas esas horas, eso cocinándose ahí, oler, pues huele. Esta semana metí toda la verdura que tenia por la nevera (zanahoria, cebolla, habichuelas, y pimientos), y un trozo de carne de vaca, de la que se le dice para componer. Le puse un poco de concentrado de tomate, y un vasito de agua. Y 6 horas a temperatura alta. Lo que salió fue un auténtico espectáculo. Que nos comimos con sémola, y que el resto guardamos para hacer burritos.

He visto por ahí que ahora hablan de MealPrep.. y descubro que soy pionera, porque esto no es más que hacer comida para la semana. En eso, la auténtica jefa es la Sra.Webos. Seguro que todo el mundo sabe de quien hablo, pero por si acaso, vete corriendo a su web. Sus recetas salen siempre, y son recetas de toda la vida, de una cocina de familia, aunque no sean más que dos miembros, como en mi caso.  Las medias noches de su página, ya son un clásico en nuestra cocina. En un libro de Ibán Yarza, leí que el truco de estas masas, para que duraran tiernas más tiempo, era darles poco fuego. Y con esta masa eso se cumple al completo. Sigo el tiempo exacto que dice la receta y las saco del horno. Lo mejor es que congelan estupendamente. Te las haces, y tienes desayunos o meriendas resueltas durante un tiempo. Las saco uno diez  o quince minutos antes de comerlas, y luego si me apetecen calentitas, les doy diez segundos en el micro. La masa es un espectáculo.