Como una cabra

Estoy días estoy verde, muy verde.

¿No te pasa? Hay días en que me apetece comer  un color. No el color, no te vayas a creer que me pongo a roer los alpinos, sino que la comida sea principalmente de ese color. Por ahí leí, que eso es comer intuitivo. Se supone que el cuerpo te pide algo que necesitas. Puede ser. O no.

Lo que está claro es que ahora soy y estoy en modo verde.

Llego al mercado y pido dos hojas de todas las hierbas que están a la venta. Algunas ni el propio tendero sabe qué son o como se comen. Confío en él, y espero que ninguna sea venenosa. Ahora mismo no me viene muy bien enredarme en un lío de hospitales y lavados de estómago, la verdad.

La cuestión es que me apetecen plantas y hierbas principalmente. También puede ser que esté en modo cabra. De esas que rumian y te miran, con expresión de nada.

Me siento bastante cabra estos días, si lo pienso.

Veo y escucho un montón de cosas que por minutos me hacen arder, luego respiro, rumio, y nada.

Ni me pronuncio. ¿Será que maduré? ¿Será que todo me importa cada vez menos?.

No lo sé. Igual es el cielo y sus astros, que siguen todos revueltos y retrógrados, y con eclipse. Sí, otro eclipse, hoy. Se acaba aquí la temporada. Por fin.

Me afectan tantas cosas que me saturo de mí misma. Me ha pasado siempre.

Julio siempre ha sido un mes así como para pasarlo en piloto automático. Coger hierbas y plantas, y rumiar con cara de nada.

Mientras preparo ensaladas quince minutos antes del almuerzo, algo totalmente extraordinario, porque en casa llevo a raja tabla lo del meal prep los lunes, y hacer poco más el resto de la semana, pero como ahora no tengo otras urgencias que atender que  me coman las horas, puedo hacerlo justo a la hora de las comidas. No te creas que es fácil hacerse cargo de esto.

Me está pasando que me despierto a las 6 como siempre, con el piloto puesto de todo lo que tengo que atender durante el día, con la rutina de trabajadora de hace un mes. Un mes ya, y todavía no me deshago de esa sensación de obligación.

Estamos yendo mucho a la playa, y allí me asaltan otra vez los fantasmas.

Estoy leyendo tranquila, oyendo a Emma en sus interminables diálogos de personajes que juegan con ella, y de pronto, la voz en mi cabeza:

Pero ¿Qué hago un lunes por la mañana en la playa?.

Corre corre corre.. que tienes algo pendiente que hacer.

¿Cómo se te ocurre tirarte a la bartola aquí?

¡¡¡¡¡Levántate y recoge… en alguna parte te están esperando!!!!

Es la pesadilla recurrente. Me pasaba después de haber terminado los exámenes. Me pasaba en las vacaciones. Me pasa ahora, que estoy sin obligaciones.

Mi cabeza juega conmigo, y se ríe de mí. Lleva toda la vida haciéndolo. Pero ya no soy la que he sido hasta ahora. Ahora, cuando la angustia y el estrés llega en medio de ese momento relajante tirada en la arena, respiro, me miro los pies, doy un sorbo a mi té, y me digo: ahhh si, este es mi trabajo hoy.

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