Brindo por mí

El trece de marzo tiene un hueco importante en mi historia.

El trece de marzo de 2011, con 41 bultos, dos orquídeas, un bocadillo de salami, y una barriguita de 13 semanas, pusimos rumbo a casa. Después de casi dos años de montaña rusa, de cosas de las que afortunadamente ya no me acuerdo, y de otras de las que aún no he logrado olvidarme.

El trece de marzo puse fin a una vida y empecé otra. Llevo tiempo celebrándolo, unas veces en silencio, otras alzando la copa. Pero siempre celebro, ya lo sabes.

Hoy le quiero dar las gracias a aquella Violeta decidida, que cargó sola el coche. Con libros, lanas, ropa y plantas. A la misma que después de llenar el coche se hizo un bocadillo de salami, por si el viaje se le hacía pesado y le daba hambre, y a la misma que se hizo los 100km de coche hasta llegar a casa. Luego deshizo bolsos, y bajó cajas. Y se empleó en el piso en que hacía dos años que no vivía. Hizo un MariKondo antes de que llegara la furia del método de esta japonesa que hoy ha bajado los brazos.

Hoy le doy las gracias por haberse puesto al mando, por haber dejado de lado la incertidumbre, la inseguridad, y la necesidad. Pensó en sobrevivir, se volvió en la adulta funcional y responsable que nos ha proporcionado nido, refugio, alimento y seguridad.

Hoy brindo por ella, que me trajo hasta aquí. Hoy brindo por mi.

Organización nivel experta

Hace tiempo que vengo pensando en la cantidad de cosas que damos por supuesto, según los acontecimientos que nos pasen. Por ejemplo, damos por supuesto que tener un hijo, te aboga inequívocamente a andar desquiciada; o que si decides opositar, has de poner tu vida en pausa mientras te dedicas de lleno al proceso. Y en ambos casos, siento a mis pobres neuronas intentar una apoptosis.

Me viene a la mente aquello de andar en misa y repicando, y caigo en la cuenta de que es cierto. En muchas cosas, todo no se puede… o espera un segundo… todo no se puede a la vez. Esto es.

Todo no se puede a la vez.

Por partes, igual sí.

Creo que cuando me di cuenta de esto, y empecé a aplicarlo, vi luz.

Cuando empezaron a pasar aquellas primeras semanas, después de reproducirme, y me di cuenta de que muchas veces me despertaba a media noche y no sabía si era lunes o sábado, o si me tocaba cenar o desayunar, me di cuenta de que algo no estaba bien. Estaba yendo por la vida como bombero apagando fuegos. Y se me estaba escapando todo lo demás, sin mencionar los niveles de cortisol que manejaba.

Recuerdo el día en que me dije: enough (suelo hablarme en inglés, la mayoría de las veces… mira no sé, una tara más).

Tengo una maestría en organizar. Me viene de serie. Cuando estaba en el instituto y en la carrera, me profesionalicé en hacer planes de estudio, para no dejar un cabo suelto y garantizarte no solo el aprobado sino también los honores.

Con ese método, hice auditoría de mi casa, y de mi vida. Y lo que salió de aquel momento no fue un plan de estudio, fue una rutina que se convirtió en un plan de vida, y que a día de hoy tengo profesionalizada.

Cada día, tenemos que tomar demasiadas decisiones, y muchas de ellas me quitan tiempo. Un tiempo que puedo recuperar con solo haberme anticipado un poco.

Ejemplo: es lunes, he pasado toda la mañana trabajando, son las doce y media del medio día; la niña sale en apenas una hora y:

  • ¿qué comemos?: lentejas, en el congelador hay lentejas
  • Toca ballet ¿y la ropa?: en el cajón, se lava los viernes, se plancha los domingos.

Y esto es solo un mini ejemplo. Todo eso que hacía que fuera como pollo sin cabeza ha desaparecido, y con ello, la sensación de estar siempre ahogada por las tareas que hay que resolver diariamente.

Las rutinas básicas de funcionamiento de esta casa están tan establecidas, que casi van solas. Es una máquina bien engrasada que, al día, me da un montón de minutos para estar tranquila y tener el cortisol a raya, y poder pasear descubriendo rosales, por ejemplo.

A esta casa, solo le falta que se autolimpie, que se convierta en pirolítica… Eso ya sería la caña.

El día que me convertí en regalo de cumpleaños

Si me vienes leyendo por aquí desde hace rato, recordarás aquellos años en los que llegados a estos días, hacía un balance de lo que había sido el año. No creas que he dejado de hacerlo, nada que ver, lo que ahora me lo guardo para mi y mis libretas. Yo sin los balances ando un poco coja.

Desde hace unos meses, vengo dándole vueltas a la amistad. Tanto a lo que significa para mi, como a la importancia que tiene en mi vida.

He llegado a varias conclusiones. Algunas bastante dolorosas, para que te voy a mentir. La cuestión es que allá por octubre, me di cuenta de que tenía que volver a hacer una definición de lo que es la palabra amistad para mi, y con ella, cambiarle la etiqueta a ciertas personas. En algún caso, incluso asumir que lo que era ya fue, y que está todo bien. Con pena le he dicho adiós a algunas personas; con pena, pero sin ira. Todo está bien. Aunque todavía duela un poco. Sé que este corazón va a sanar, como cantaba Jorge Drexler.

Y en medio de toda esta revoltura estaba, cuando llegó la lección que me dio pie a afirmar que estaba en el buen camino.

La pareja de una gran amiga me pedía ayuda para convertirme en cómplice de una sorpresa. Dije sí antes de que terminara de contarme qué tenía pensado. Y así, me convertí en regalo de cumpleaños.

El artífice de esta idea, la subió al binter, y la trajo a la hora acordada al restaurante punto de encuentro. Y allí estaba yo, detrás de dos globos enormes. La cara de mi amiga al descubrirme allí, no la voy a olvidar nunca. Creo que ella, ese momento, tampoco.

La noche la pasamos sin parar de hablar, beber buen vino, y comer.

Y yo aún estoy dándole vueltas a lo que sí es la amistad. Es eso que te hace subirte a un binter para dar un abrazo. O coger un teléfono a las 12:00 para echarte unas risas, o para soltar unas lágrimas. La que te manda un mensaje porque vio algo que le recordó a ti; la que te pregunta por un libro, receta, o canción. A la que le mandas un meme porque es una foto de algún momento vivido juntas. A la que le das una abrazo y sientes que te recolocaste. A la que le mandas un mensaje con un simple: ¡Ay no sé!. La que te manda un whatsapp para hacerte un cumplido que sale del corazón. La que está. La que siempre está.

Tengo grandes amigas. Tengo también amigos. Muchos los tengo cerca. Otros están por allá del Atlántico. Pero todos, en realidad… están a corta distancia.

Calentando motores

Estamos ya en tiempo de descuento para el mes de la magia. Me flipa este momento. Porque todo lo que conlleve preparación, planificación, organización…, son mis cosas favoritas.

Dicen que la cabra tira al monte, y aquí monte no hay, pero cabras unas cuantas. Y tiramos para donde nos parece que hay yerba.

El Adviento empieza en 15 días apenas, y yo ya estoy con ese movimiento nervioso de los pies. Como cuando oyes una música que te pide bailar, pero estás en la cola del banco, o la del Ayuntamiento. Un día, quizás cuando ya tenga 50 años y todo me importe una mierda muy poco, me ponga a bailar como Chanel.

La cuestión es que, para este momento del año, yo ya estoy sacando mi calendario, mirando chocolates en el super, y haciendo mi lista de actividades.

Estoy presuponiendo que sabes perfectamente de qué te estoy hablando, si esto no es así, te voy a explicar un poquito.

El Adviento es un tiempo de preparación para la Navidad, se cuenta el tiempo que engloba los cuatro domingos anteriores al día de Navidad; y yo monto un pifostio importante. Mira tu si me vengo arriba, que me dio hasta para escribir un libro. Mi primer Manual.

En él te cuento desde donde me vino el chispazo de la idea para empezar a hacerlo, hasta como me organizo para que todo funcione perfectamente. Además, te suelto unas cuantas chapas que sabes que es mi motor en la vida.

Este año ya tengo un listado enorme de actividades. La cosa se pone complicada, porque por aquí nos estamos adentrando en la adolescencia, y hay actividades que a MiMariposita le hacen torcer el gesto. Esto me tiene nerviosa y tristona, para qué me voy a andar con paños calientes. Siento que estamos adentrándonos en el tiempo en que las madres sobramos y ellas quieren hacerlo todo solas. Hay pensamientos recurrentes que me vienen a la mente, ¿será la última vez que me deje peinarla? ¿será la última vez que vayamos juntas de mano por la calle? ¿será la última vez que quiera ver una peli de dibujos conmigo?

A ver, no me malinterpretes, me parece fascinante el tiempo de verla crecer, de ver como madura, se convierte en una persona, se gestiona, etc… pero no puedo dejar de extrañar a mi bebé. Supongo que nos pasa a todas.

Puestas en esto, estoy tratando de hacer unas actividades que contengan algo de manga, (que es la pasión número uno ahora mismo) y algo de disfrute cultural. Vamos a ver como se me da.

Halloween

Después de la noche de Reyes, creo que la de esta noche es mi segunda noche favorita.

Hay una frase por ahí que dice: “y dices bruja y piensas que es algo malo”

Yo llevo lo de bruja como estandarte y con mucho orgullo, por eso esta noche es una noche especial. Hago magia todo el año, pero esta noche con más intención. Las piedras, el palo santo, y las velas, esta noche tienen protagonismo. También las flores, y el pensamiento de todos aquellos que no están para celebrar, pero que los tenemos presentes en nuestro día a día.

El mes ha sido de aquella manera, y no me he podido meter a fondo con la decoración y demás parafernalias para meterme bien en el papel, pero todo se andará. Y aunque sea en último minuto colgaré mis piernas de bruja de la puerta como cada año, y mi cartel de la bruja está dentro, para que no haya pérdida para visitas y allegados.

Hoy me he ido a buscar cuervos, porque para mi es uno de mis animales mensajeros. Cada vez que veo un cuervo, ya lo he contado muchas veces, es una señal de calma y tranquilidad. Es un mensaje del mas allá que me dice que esté tranquila, que todo está bien. Después de este mes de infarto, y siendo hoy día de brujas, necesitaba ver cuervos. Suerte que tengo más de una pareja localizada, y si ellos no vienen a verme a mí, pues Mahoma va a la montaña. Y la bruja se vuelve a casa de lo más tranquila.

Esta noche volveremos a ver Hocus Pocus, la 1 y la 2, y dejaré a la madre estricta durmiendo para llenar la mesa de picoteo y porquerías. Nos acostaremos tarde, y me levantaré temprano para amasar un pan de muerto, que nos merendaremos con un pumpkin spice latte mañana.

47

Hoy cumplo 47… Ya estoy muy cerca del medio siglo. Y mira tú qué cosas, que ya vértigo ninguno.

He tenido un cumple gitano porque aprovechando que casamos a mi hermana la chica este fin de semana, me apropié un poco de la celebración y de paso celebré yo también.

Hoy me he levantado temprano y me he dedicado la madrugada que es algo que me gusta mucho. Es mi autorregalo. El silencio, mis pensamientos y la tranquilidad de venir aquí, y soltar un chorro de letras.

Ahora voy a ponerme delante de mi libreta de desear, y así, numerados uno detrás de otro voy a escribir 47 deseos.

Entre ellos van a estar, seguir sana, seguir riendo, y seguir con ganas.

Ganas de caminar, independientemente de cómo sean los caminos. Seguir andando y seguir descubriendo. Dejar que se me sigan cayendo trozos de la armadura que hace tantos años me coloqué y que ha ido quebrándose con el tiempo. Dejar que siga entrando la luz por esas grietas. Temer cada vez menos cosas, atreverme cada vez a más cosas. Seguir. Aquí. Conmigo.

Cerrar círculos

Toda mi vida he sentido mucho apego a las cosas y a las personas. Bueno, en realidad me apego a todo. Soy un poco garrapata en este sentido.

Me apego a las cosas que poseo y que he elegido con conciencia y según yo, criterio. Me apego a las personas que quiero y que de alguna forma he sentido que formaban parte de mi existencia. Me apego a los espacios, a la música, a los sitios. Y esto, amiga mía, es un problema enorme. Porque mucho tiempo me lo he pasado cargando una mochila enorme con el miedo que me da perder cualquiera de estas cosas.

He tenido que ir haciendo un trabajo fino de aceptación para que esta mochila que cargo, me pese cada vez menos y pueda seguir andando.

Y te cuento esto porque la semana pasada tuve que darme de bruces con la posibilidad de tener que ir pensando en cambiar de coche. Tengo mi coche desde el 2006, aunque en realidad él existe desde el 2001. Esto significa que ha dado bastante rueda por el mundo, aunque yo lo he tratado con mucho cuidado y atención. La cuestión es que los repuestos cada vez son menos y los precios, insoportables. Amén de que la tecnología que tiene ya está completamente obsoleta. Y todo esto me lo dijo con palabras menos amables, el señor de la ITV. No sé si a ti te pasa, pero pasar la ITV es uno de los peores momentos del año para mí. Me genera un nivel de estrés que me cuesta mucho manejar.

Estoy muy apegada a mi coche. Es el primero que me compré eligiéndolo yo, con mi sueldito, y que me ha llevado cuando entraba y salía de la mazmorra; me salvó de un accidente tremendo porque un idiota se saltó un stop y me empotró contra una casa; y ha llevado a la Mariposita desde que nació, por toda la isla. Pero entiendo que los círculos se cierran y que muchas cosas se cierran para que otras tantas puedan empezar.

Aprender a manejar toda esta teoría me ha supuesto mucha frustración, no te voy a engañar, y muchas tardes frente a la marea, viendo como el agua viene y va. Este movimiento me ha ayudado a entender que da igual cómo me ponga, las cosas van a pasar; y casi todo tiene una fecha de inicio y otra de fin.

Todavía falta bastante para que esto suceda, pero ya me estoy preparando y haciendo conciencia, porque también he aprendido que a mi me van las cosas mejor con tiento y amabilidad. A mi venme con el cuento de que el gato se subió al árbol.

Manual de Supervivencia

Si llevas tiempo por aquí, sabes que mi expertise, a parte de meterme en mazmorras, es hacer manuales. Llevo 20 años confeccionando manuales de uso y servicio de forma ininterrumpida.

Cuando Mónica, del Enfoque, me propuso seguir con una columna mensual en el periódico, lo tuve claro: voy a darle forma de columna a mi Manual de Supervivencia. Porque a mí, me ha costado lo mío llegar a esa suerte de manual.

Que nos colocan aquí, de niñas nos ayudan a vivir nuestros padres, las amigas… y creces, y se supone que ya eres trabajadora y que tienes más de 30 años, y entonces te das cuenta de que “emos sido engañado”… La vida no es fácil, y eso te lleva de cabeza a la Mazmorra.

Por eso hace unos años, y para hacerle el camino fácil a cualquier que se pudiera encontrar en las mismas mazmorras oscuras en las que he estado yo, fui escribiendo pequeñas indicaciones para vivir.

Con esa filosofía, fui componiendo pequeños pasos, sencillos y al alcance de la mano de cualquiera para que, aún estando en la mazmorra, fueras teniendo luz.

He hablado de escribir, de alimentarse, del silencio, del mar, de la belleza y de leer. Estoy en el ecuador de mi Manual de Supervivencia, y creo que estos son los puntos clave para que el estrés diario y a veces la apatía, no hagan fuerte en tu vida, y te pases los días intentando encontrar la rendijita por la que pueda colarse la luz. Para mí seguir estos mínimos me asegura irme a la cama con satisfacción y con la pila medianamente cargada.

Darle la espalda a todo

Hace unos años, muchos en realidad, aunque el destrozo que se produjo fue tanto, que todavía los siento cercanos, me di la espalda.

Vivía para afuera sin prestarme ninguna atención. Llegué a no atender ni siquiera mis necesidades vitales. Ignoré mi necesidad de alimento, de sed, de sueño, de soledad. A todo lo que necesitaba le dejé de prestar atención. Toda esa energía la enfoqué en atender cualquier necesidad o antojo de lo que tenía alrededor, lo mereciera o no. Ahora y con la perspectiva del tiempo me doy cuenta de que la mayoría de las personas que tenía alrededor en aquella época merecían de todo menos mi atención.

Sin tener las necesidades cubiertas, mi capacidad de reflexión y razonamiento estaban fuertemente comprometidas, y no me permitían ver de forma objetiva lo que estaba pasándome.

Tuve que transitar por eso que le dicen “la noche más oscura” para calibrar el grado de autoabandono que me había profesado. Ahí me di cuenta de que me había dado la espalda a mi misma, y que tenía que revertir de forma inmediata aquella postura.

Me aislé, y me sometí a una soledad que creía que me quebraría, pero lo que pasó fue que pude reunir la fuerza necesaria para cambiar el patrón. En ese momento, lo que hice fue darle la espalda a todo para centrarme en mi. Darme alimento, hidratación y mucho descanso. Las palabras llenaron libretas y la nube espesa que tenía de forma permanente en mi cabeza, fue disolviéndose. Me di cuenta de lo abandonada que estaba, y que era yo la que me había puesto en aquella situación, acallando todas mis necesidades.

Desde entonces, me juré prestarme atención: los focos a mi persona, siempre, primero. Y me doy el tiempo de al menos una vez al año, darle la espalda a todo, para darme la atención a mi. Evaluarme, analizarme, y tratar de comprenderme. Calibrar qué necesito y pensar cómo proveérmelo.

Darle la espalda a todo, para darme la atención a mí.

Dame un respiro

Hace prácticamente tres años que me quité de escuchar noticias, y programas de debates. Tampoco leo nada sobre cómo va el mundo. He puesto todo mi empeño en no enterarme de nada. Todo en vano. Es imposible no enterarte de lo que pasa, porque aunque no veas las fuentes oficiales o al menos, las fiables.. te enteras. Porque, todo el mundo tiene una opinión, que creen que deben trasladar al mundo. Y que al hacerlo, te obligan a que tu hagas lo mismo.

No me refiero a que tu traslades tu opinión, sino a que te la plantees a ti misma.

Y mira, qué quieres que te diga, yo no quiero esa carga. Yo no tengo, y me he dado cuenta de que además no la quiero tener, una opinión sobre todo. Ni siquiera quiero saber de todo. Es probablemente una posición cómoda y cobardica, pero es que he decidido que en todo no puedo estar.

Cuando me reproduje, y mi heredera empezó a cuestionarme cosas, me invadió una responsabilidad enorme de tener que darle respuesta a cualquier cosa que me preguntara, quería ser su fuente de información, su Wikipedia. Hoy, una década después, me he quitado de esa responsabilidad. Hay cosas que tengo claras, y así se las traslado, aunque termino siempre diciéndole: esto es lo que pienso hoy, igual mañana tengo otros datos u otras sensaciones y pienso diferente. Porque ser flexible y trasladárselo así, ha pasado a ser más importante que ser verdad oficial y rigidez absoluta.

Desde que me he dado este permiso, el de no tener que saber u opinar de todo, me siento liberada y mucho más tranquila. Conmigo y con el resto. Y ese estado, me ha dado la autoconfianza suficiente para salirme de reuniones o conversaciones en las que siento que no sé, o que no quiero saber. Me repito, puede ser una posición cómoda y cobarde, pero en este punto de la vida, yo lo que quiero es vivir tranquila, y decidir en qué batallas me meto, es una decisión que protege esta tranquilidad, y tomarme mi agüita con toda la calma del mundo.