Enlightened

Parece que mi ritual de limpieza de enero, está dando resultados, y esta semana, aunque he acabado como un trapito, he logrado llegar a casi todo.

Me he permitido dejar cosas atrás porque realmente no me interesan, y porque estoy en este momento de mi vida en que no “tengo que” nada.

Esta mañana, mientras hacía mi hora de ejercicio, me dio por hacer balance. Hoy el día no estaba gris, simplemente es que era de plata.

Al llegar a la playa me encontré una barca, y me di cuenta de que ya no miro la mar pensando en todos esos marineros que conocía bien, y que nunca sabía a ciencia cierta donde estaban. Solo los que hemos tenido un marinero en casa conocemos esta sensación de incertidumbre. Ahora ya no miro la mar de la misma manera, porque ya todos los marineros por los que me preocupaba en aquel entonces, están fuera de la mar. Ya ni siquiera tengo un barco por el que preocuparme, no creas, esto aún pellizca un poco el corazón. Aunque de gracias cada día por ello.

En casa, cuando yo aún era una judía, vivimos un naufragio. Uno terrible. Uno que cualquiera sabe cuál fue el motivo, solo ElCapitán volvió para contarlo. Él volvió y gracias a eso yo conocí un padre, y tuve tres hermanos más. Mi vida pudo haber sido totalmente distinta. ¿Qué o quién determinó lo contrario?.

Cuando vivía en Gran Canaria, sobre todo en la última etapa, y principalmente porque no me entendía, tenía momentos terribles de total angustia, castigo y ansiedad. Cuando sentía que todo me superaba, y me cansaba de mí, hacía kilómetros hacia Pozo Izquierdo. Allí encontré sobre todo serenidad. Allí dejé también un montón de lágrimas.

Hoy al pasear por el litoral municipal, me percaté de lo mucho que se parecen estos callaos a los de Pozo Izquierdo, y la gran diferencia que hay entre aquella chica sufridora, y la mujer que hoy los mira.

Porque creo que en todo este tiempo, lo más importante es cómo he ido encontrándome. No ha sido fácil, no voy a decir ninguna mentira aquí y ahora. Tengo un armario lleno de muertos, a los que agradezco lo que tuvieron que ver en que yo siguiera mi camino. Sé dónde está el armario, sé quienes son mis muertos. No lo abro, tampoco tengo ya nada que ver con ellos.

Me perdí porque buscaba desesperadamente encajar. Fui quitando cualquier detalle de mi carácter que creía que podía molestar. Terminé quitándome tanto que llegué a no reconocerme. Hoy que me siento yo, he vuelto a recuperar mi carácter en su totalidad. Evolucionado, como es lógico, los años juegan un componente importante en todo este asunto. Los años, y la constante necesidad de ir a lo profundo. De sitiar mi cerebro con cualquier cosa que me atormenta o me apasiona. Soy bastante freaky con mis intereses, y bastante apasionada también. Dos características que parecieron siempre molestar.

La cuestión es que ahora no me escondo para leer todos esos libros que antes leía a escondidas, y que se amontonan en mis mesas de noche. Me los pongo ahí para presionarme a leer más y comprar menos. Los resultados no son muy satisfactorios, por cierto. Tampoco me oculto para tejer, coser, o hablar de cocina. Ni para decir que en casa fregando soy más feliz que en una oficina como una ocupadísima profesional. Me chirría cada vez que alguien me dice: es que yo no tengo tiempo para eso.

Me trae al pairo lo que piensen cuando bloqueo, o dejo de seguir en cualquier red social, porque veo mensajes o publicaciones que no me gustan. Me importa bien poco que se sepa que hablo con las plantas, que bailo cada tarde, que consulto tarot, numerología, astrología, y recetas santeras de limpiezas de auras. ¡Ah! Y que soy muy fan de Belén Esteban y Boris Izaguirre.

En resumidas cuentas, que puede que haya madurado o que haya perdido la vergüenza, la cosa es que ya no me callo, y nunca me he sentido más yo.

Esta mañana mientras pensaba eso, me di cuenta de que la barca se había alejado de la costa y estaba debajo de un claro de nube. La imagen me pareció una iluminación. Así como misma yo me estaba sintiendo en aquel momento.

Después de aquellos años en que me obstiné en acabar lo que en aquel entonces era una tortura, me alegro mucho de no haber tenido resultados, y de estar hoy aquí.

Al final, esto está bastante bien.

 

Un enero de 168 días

Afronté yo enero y este año con mucho optimismo y ganas. En serio, yo le eché ganas, pero enero, capricornio, Urano y toda la Vía Láctea, decidió fregar el piso conmigo. Un enero, por otra parte, que parecía no acabarse nunca.

Salí de las fiestas bien, sin ninguna sospecha de lo que venía. Siguiendo con mi agenda y mis metas y propósitos, según pasaron los tres Reyes Magos por casa y nos comimos el roscón, di por finalizada la Operación Navidad 2019, y me dispuse a sacarle punta a los lápices y colores con los que iba a ir tachando todo de mi agenda, según fuera cumpliendo entradas.

El mismo día de Reyes por la noche, MiMariposita empezó a sentirse mal. Lo achaqué a los nervios de la noche previa y al cansancio acumulado. Para hacerte el cuento corto, al día siguiente tenía 39,5 de fiebre intermitente que duró cuatro días. Yo, solidaria por naturaleza, a su segundo día de fiebre, caí.

Nos pasamos una semana entera vegetando en el sillón, interrumpiéndola solamente para tomarnos el antipirético o cambiar el sofá por la cama.

Pasada esta primera semana, nos recompusimos ligeramente. Pero solo fue un espejismo. Quince días más tarde, sentí que el oído izquierdo me iba a dar muy mala noche, día, y lo que viniera a partir de aquel momento. Un dolor de oído que no había sufrido nunca en mi vida, me amenizó el fin de semana. Me terminé llevando al Centro de Salud para que si lo creían necesario me cortaran la cabeza allí mismo.

Pasados los primeros cuatro días de tratamiento, fue MiMariposita la que decidió que me debía el acto solidario de compartir bacterias quince días antes.

Sí. Otra vez las dos compartiendo dolores y antibióticos.

La agenda se reía de mí desde mi mesa, y mis planes se habían ido todos por el desagüe. Me rendí. No tenía ningún sentido intentar sentirte bien y esforzarte por estar bien si en el fondo no puedes con tu alma.

Gracias al paracetamol, y al antibiótico que empezó a hacer efecto, pasadas las siguientes 48h de la primera toma, empezamos a levantar cabeza. Para este momento, febrero ya asomaba la patita.

Empezamos febrero haciendo una limpia de la casa y de nuestras auras. Palo Santo y Agua de Florida como si no hubiera mañana, como si fuéramos dos santeras certificadas en pleno ritual de exorcismo.

Mientras realizábamos tan importante tarea, puse la crokpott a toda mecha. Un caldo de huesos. Que justamente estos días por distintos me llegaba la información de lo nutritivo del asunto. Dos zanahorias, un ajo, un puerro, laurel sal, y un chorrito de vinagre; y los huesos, claro. Todo en crudo en la olla lenta, y 18 horas más tarde tenía el mejor caldo de huesos que he probado nunca.

Así que ahora, en lugar de tomarme un café o un té a media mañana, tengo aquí mi taza con un caldo de huesos, que no es nada cool, pero que me da una vidilla que no te imaginas.

Parece que el trabajo dio resultado, porque hemos empezado febrero con bien de energía, y aunque seguimos un poco sordas aún, al menos tenemos ánimo y ganas. Yo he vuelto a mi caminata, con un mar de plata que casi te dice que te lances, en lugar de que sigas andando. Esta temperatura y esta luz no es nada propia de este tiempo. No sé si es por la cantidad de días que he pasado recluida en casa, pero la luz me ciega estas mañanas. Las plantas son de un verde tan brillante que no parecen naturales.

Sigo maravillándome de ir encontrando matas y hasta flores en medio de tanto hormigón. En territorio súper hostil, crece y hasta florece. Me tengo que aplicar el cuento, voy pensando de regreso a casa. Se acerca la primavera, me tengo que preparar para florecer.

Balances, finales y principios. Y otra vez yo.

 

Hace exactamente tres meses que me fui sabáticamente hasta de aquí. Necesitaba un descanso hasta de mí misma.

En este tiempo no he hecho gran cosa. O sí. Porque cuando miro atrás siento que soy otra persona. He cumplido 44. Volví a Madrid, y me paseé por Lanzarote. Organicé el quinto Calendario de Adviento, con un éxito total por parte de todos los participantes, que este año no nos faltó nadie de la familia y amigos, con los que no compartiéramos algo.

En el último trimestre del año pasado volví al trabajo. No lo tenía en mis planes, pero me ofrecieron algo que no podía rechazar. Me enganchó el proyecto desde que me lo presentaron, y aunque trabajé en él algo más de mes y medio lo hice con gusto y con ganas.

Esto, me ha ayudado muchísimo a saber a qué le debo decir que sí y a qué no. Porque no es porque pueda permitirme el lujo de rechazar cosas, es que he aprendido a que cuando hago cosas “por obligación” el coste que me supone es monumental.

Durante un montón de años estuve dando vueltas en la rueda que yo misma me metía, ya sabes, lo de la rueda del hámster. Cogía trabajos que no me motivaba porque no podía decir que no, y esos trabajos que inicialmente eran llevaderos, se convertían en el proyecto de instalaciones de la NASA. Cada día más cuesta arriba.

No voy a mentir, me costó diosyayuda, mucha ayuda, salir de ese círculo vicioso de decir sí a cosas que en el fondo no quería ni ver, ni hacer, ni calcular.

De resto, he trabajado mucho y en profundidad en mí.

Ahora conozco la diferencia entre trabajar en lo que te gusta, y tener un trabajo nutricional. Así que eso es lo primero que he aprendido en estos meses.

He empezado a andar, ligero y de forma regular. Cinco veces a la semana, consiguiendo los sanos diez mil pasos diarios. Estoy tan enganchada al paseo de la mañana que se me está pasando por la cabeza, echarme a correr. De esto tiene mucha culpa MiGurú, y también Cristina Mitre. Pero not yet… sigo caminando a pasito ligero cada mañana, y a veces también alguna tarde.

Durante octubre y noviembre, hice un curso intensivo de patchwork a máquina. Tengo un nuevo quilt terminado, que me pongo por encima por las tardes, mientras voy acolchando con toda la paciencia del mundo. Es calentito y precioso, y me ha dado la oportunidad de volver a reencontrarme con las telas y la máquina de coser. Lo disfruté, pero también me di cuenta de que lo que realmente me encanta es coser a mano. Ir uniendo trocitos, paso a paso, sin la producción en cadena que te brinda la costura a máquina. Esto me llevó a sacar mi gran pila de cosas a medias, y que me dieran ganas (reales) de terminar alguna. Lo mejor de este curso fue volver a coser con mi amiga LaAbogada. Con ella empecé a coser hace ya más de veinte años, y ha sido genial volver a retomar el dedal con ella.

Este año pasado me propuse varias cosas que requerían de disciplina y mucha constancia. Llegué a final del año cumpliéndolas todas. En lo que se refiere a manualidades, me propuse terminar un tapiz de punto de cruz, compuesto por doce motivos. Me programé para bordar uno al mes. El resultado final no me puede gustar más.

También me propuse tejer doce pares de calcetines, y también lo cumplí. De hecho tejí más de la cuenta, porque en las fotos me faltan, los dos pares que tejí en enero y que regalé.

Empecé el 2020 sin nada en las agujas. Creo que esto es algo no me había pasado nunca. Y según yo, es un síntoma claro e inequívoco de total madurez. Claro, que le puse remedio rápidamente, porque el día uno a media mañana ya tenía en las agujas un jersey para mí.

Con esto de acabar lo que tenía a medias, acabé el Pomegranate, que aunque mientras lo tejía no me convencía en absoluto, una vez que lo saqué de las agujas, me chifló. Tanto, que me lo he puesto muchas veces desde ese momento. También me tejí la Magnolia Chunky Cardigan.

Estos meses los hemos aprovechado también para salir de excursión, salir a caminar por las rojas montañas de MiNorte, y hablar de la vida y de la muerte.

Hemos acabado el año con una de esos acontecimientos que esperas que no sean verdad. Que deseas que vuelva a sonar el teléfono y te digan que todo fue un error. En esta ocasión nos tocó tangencialmente. Vivir la desgracia de perder a alguien de forma traumática y trágica. Nos ha tocado abrazarnos mucho, y querernos bien. Sin llenar los silencios de palabras vagas. Nos hemos hecho invisibles para dejar espacio a los que realmente sufren de forma directa toda esta desgracia, y en casa, hemos hablado del tema mucho, hasta que he visto que ya no había nada más que hablar.

Para mí ha sido importante compartir cada cosa que ha pasado con Emma. Mi lema con ella es decir siempre la verdad. A veces me dice: quiero saber whatever, pero no sé si la verdad que me vas a contar me va a gustar, así que de momento no voy a preguntar.

Esto me deja tranquila, porque sé que ella confía en lo que yo le diga plenamente. Que esto no quita en que me vaya a hacer caso en todo lo que le digo, nada más lejos.

Con el corazón así, como apretado, empezamos el año, y hemos pasado estos tres primeros días con paseos, tejiendo en cualquier sitio, y viendo HarryPotter. Se me ha declarado fan incondicional de Howgarts y todo su iniverso. Sé, por experiencia, que corro el riesgo de llegar a aborrecer cada libro o película de la saga, porque otra cosa no, pero cansina con lo que le gusta, esta niña es un rato.

Este año tengo grandes planes, siempre los tengo, luego, lo que la vida me vaya poniendo por el medio, va a sacar mi vena ingeniera de verdad. Porque al final, siempre trato de ingeniármelas para caer de pie, o  lo menos revolcada posible.

 

Estoy aquí, de paso

Estoy aquí de paso

Yo soy un pasajero

No quiero llevarme nada

Ni usar el mundo de cenicero

Estoy aquí sin nombre

Y sin saber mi paradero

Me han dado alojamiento en el más antiguo

De los viveros

Si quisiera regresar

Ya no sabría hacia dónde

Pregunto al jardinero

Y el jardinero no me responde

Hay gente que es de un lugar

No es mi caso

Yo estoy aquí, de paso

El mar moverá la luna

O la luna a las mareas

Se nace lo que se es

O se será aquello lo que se crea

Yo estoy aquí perplejo

No soy más que todo oídos

Me quedo con mucha suerte

Tres mil millones de mis latidos

Si quisiera regresar

Ya no sabría hacia cuándo

El mismo jardinero debe estárselo preguntando

Hay gente que es de un lugar

No es mi caso

Yo estoy aquí

Yo estoy aquí, de paso

Yo estoy aquí, de paso

Tres mil millones de latidos/Jorge Drexler

No solo se acaba el verano

Ya estamos de vuelta en casa. Tres semanas sin dormir en mi cama, tres semanas sin maquillarme, tres semanas sin ponerme otros zapatos que no sean las cholas.

Tres semanas de baños de mar, de paseos por la arena, y de hacer poco.

Me traigo un bote lleno de orégano de verdad, además de otro de manzanilla, tomillo y epazote. ¿Hay algo mejor que las hierbas de verdad?

Una de las cosas que me empujan a mover mi casa y ponerla en algún lugar de MiNorte es justamente esta. Plantar orégano, una higuera, unos rosales, y lechugas. También quiero plantar lechugas.

Yo quiero mis días así, con paseos por la mañana bien temprano, y dar los diez mil pasos recomendados. Terminarlos con un baño en el charco, con esa agua fría que te despierta ipsofácticamente. Llegar a casa y organizar los espacios para hacerlos vivibles y cómodos.

Recolectar las lechugas de mi huerto, y hacerme una ensalada fresquita y revitalizante.

Sentarme a leer, tejer o bordar.. lo que sea que ocupe mis manos. Volver a la playa a media tarde, y merendar mirando las olas. Hablar con mis vecinos, que la mayoría son familia, y que llevan el mismo ritmo de vida.

Más o menos así, han pasado estos días. Me traigo algunos tesoros.

Unos esqueletos de erizo que una buena buceadora rescató del fondo del Charco.

Algunas piedras y conchas que MiMariposita fue encontrando en su incansable carrera por la arena.

Y unos palos. Tres palos para tres plumas de macramé. A ver si consigo practicar para que me salgan como las tengo en mi cabeza.

Primero tendré que adecentar estos palos, supongo que youtube me ayudará.

Se acaba el verano y no solo tengo una penita en el corazón, con el final de este verano termina también una etapa.

Ayer mientras veníamos de vuelta, no sé de qué hablábamos MiMariposita y yo, pero en determinado momento me dice: yo creo que los Reyes Magos no entran en casa, yo creo que los mayores compran los regalos, los envuelven y los ponen en los zapatos para que los niños se crean que vinieron los Reyes.

Se hizo el silencio. Apenas fui capaz de preguntarle si alguien le había dicho aquello, o si había sido ella sola la que había llegado a esa conclusión.

Me dijo que llevaba algún tiempo pensándolo, porque los regalos cuestan dinero, y le resultaba raro que los Reyes tuvieran tanto para llegar a todos los niños del mundo.

Se acabó la inocencia y la infancia. Lo tuve claro.

Me enjugué la lagrima que resbaló por mi cara, y me recompuse para decirle, que bueno, tal vez fuera así, y que sería mejor que esas conclusiones las reservara para ella. Yo así, tan delicadita y tan pánfila.

A lo que me respondió: ya lo sé mamá, es como cuando vamos a Disney.., yo sé que dentro de Mickey está una persona, pero no lo voy a decir para no romperle la magia y la ilusión a los otros niños. OK HIJA MÍA, OK.

Se me quedó cara de boba. Un poco de pena, un poco de orgullo. La vida sigue, pasa, no se detiene. Y dentro de mí, sabiendo que ya no tengo una niña pequeña, se abre camino la ilusión, por saber qué nuevas vivencias vamos a experimentar.

Gatufóbica nivel experta

Si hace tiempo que vienes por aquí, sabes que soy gatufóbica.

No te voy a explicar ni cómo ni por qué, porque tampoco viene al caso, pero es así. Le tengo fobia a los gatos. Como toda fobia, es incontrolable e irracional.

A mi que me gusta la intensidad, y darle vuelta a los pensamientos, estoy llegando a la conclusión de que probablemente mi fobia tiene una gran base del desconocimiento sobre estos animales, y de su gran imprevisibilidad.

Le tengo poca tolerancia a la imprevisibilidad. Me cuesta manejarla y gestionarla, por eso intento poner bajo control todo lo que sea susceptible de ello.

Los gatos se me antojan totalmente fuera de mi control. Siempre me asustan porque aparecen sigilosos. Y si me los encuentro cuando no los espero, el cortisol se me dispara.

En MiNorte son muy habituales, por aquí por allí. Suerte que no les gusta mucho la playa.

Meses atrás MiGurú me avisó de que había un par de ellos que le habían cogido el gusto a la buganvilla. Obviamente, ya los he visto, y he tenido que dar algún que otro grito cuando los veo aparecer. Ellos deben estar pensando quién es esta petarda que grita en cuanto aparecemos y que no nos deja dormir nuestra querida siesta al sol.

El miércoles mientras comíamos, tranquilamente, un cosa de mediano tamaño  y color negro, salió disparado del cuarto de mis padres hacia la puerta. Fue tan rápido que a mi cerebro no le dio tiempo a hacer una captura de imagen de la cosa. Pero sin duda era un gato.

Quedé desencajada. Con el infarto de miocardio a punto, y la tensión por las nubes.

Mi madre se asustó al ver mi desencajada. Es una fobia, ya lo he dicho. No puedo racionalizarla.

La explicación fue lógica. La ventana del cuarto de mis padres estaba abierta. Supongo que uno de estos dos visitantes, venía andando por el muro de la azotea, y de allí fue pasando a muros más bajos, hasta que se vio en el pasillo lateral de la casa, sin más  salida posible que una ventana abierta.

Para mí esto no es solo el susto. Mi casa, o el sitio donde esté es mi lugar. Mi safety place. Y ese día, mi safety place se convirtió en un lugar común, donde yo no estaba a salvo. ¿Dónde me voy a esconder ahora?

Vivo en lucha constante con el miedo. Me dan miedo los perros grandes. Me dan miedo los perros sueltos. Me da miedo la mar. Me dan miedo las olas. Me da miedo la velocidad. Me dan miedo los riscos. Me da miedo la noche. Me dan miedo algunos ruidos. Me da miedo estar donde no hago pie. Me dan miedo las imposibles imágenes que asaltan mi cabeza sobre MiMariposita cayéndose, tropezando, resbalando..

Me recompongo, y me esfuerzo por enfrentar cada miedo. Con la fobia no puedo.

Después del miércoles, llegué a la conclusión de que si ni siquiera en mi casa voy a estar a salvo, no tiene sentido que me pierda ciertas cosas por esos miedos que me parecen más difíciles de afrontar.

Me sentí valiente, y fui a desmontarme. El paseo por la costa oeste de MiNorte, te quita toda la tontería de golpe. Te alimenta, y te llena los sentidos.

No voy a proponerme superar ahora todo de pronto, pero lo que sí tengo claro es que voy a intentar no perderme demasiadas cosas, y a intentar buscar sentirme lo más libre posible.

Demandado silencio

Me gusta mucho hablar, pero si tengo que ser sincera, me gusta más callar.

El silencio es un sonido que aprecio muchísimo.

En mi día a día, tengo muchos momentos de silencio. Primero porque me levanto temprano y estoy a solas un par de horas, y segundo porque LaMariposita es independiente y autónoma, y aunque ella parlotea todo el día, con sus muñecas, consigo mismas, con la tele… pasa largos ratos sin hablarme a mí.

Creo que el silencio es una de las cosas que más extraño en vacaciones, más que mi cama, mis tazas de café, mi agua con gas, y mis ratos a solas.

Esta mañana me levanté con el firme propósito de acabar un esquema de punto de cruz que se me está atragantando más de la cuenta. Me acomodé en la terraza, porque es donde más luz hay y por aquello de la presbicia, que por supuesto aún no tengo.

Apenas había dado dos cruces cuando se me llenó aquello de niñas. Experimentando con acuarelas. Sentí primero miedo por si se emocionaban y sus dotes artísticas terminaban en mi fino lino. Las relegué al final de la mesa y ahí respiré un poco.

Y entonces empezó el guineo. Guineo es el grupo de LaBajista, y uno entre otros significados de la palabra, hace referencia a un ruido constante y machacón, que le da a una dolor de cabeza.

Intenté convencerlas que en silencio era más fácil desarrollar la creatividad y hacer un gran dibujo de acuarela. Intento infructuoso.

A veces entro en el bucle de la autoculpa, y me siento fatal por reclamar espacio y silencio. Pero en mi acostumbrado proceder de analizarlo todo, me sacudo la culpa. No soy mala madre por reclamar mi espacio, ni tampoco por satisfacer mis necesidades más internas. Cuando no encuentro ese espacio propio en muchos días seguidos, me vuelvo gruñona e irascible. LaMariposita lo sabe, y me manda a mi cuarto, cuando sabe que he superado los niveles soportables de ruido y jaleo.

Recogí rápido y me recluí en mis aposentos. El único lugar que estas individuas, ruidosas e inquietas aún respetan.

Allí, escuchando y descubriendo que no soy la única apasionada del silencio, me puse con mis calcetines de agosto. De paso, saboreé  chocolate francés. Despacio, en silencio, y sola.

 

 

Rainbow Sweater para dos

Tengo dos síndromes que me afectan muy gravemente. Uno es el culoquierismo y el otro el startitis. Combinados dan resultados tremendos a la par de satisfactorios.

El primero se ve alimentado por los numerosos proyectos que veo tejidos en IG y el segundo es casi consecuencia del primero y de tener varios juegos de agujas del mismo número.

Teniendo en cuenta esto, es fácilmente entendible la historia que vengo a contar hoy.

Todo empezó cuando mi querida esposa se tejió un Rainbow Sweater. Flechazo instantáneo.

Lo siguiente fue llamar al Palacio y encargar toda la lana necesaria para hacerlo.

Desde que llegaron las lanas, monté puntos. Primero hice el mío, y lo hice siguiendo los sabios consejos de mi querida esposa, como ya vengo diciendo. Tomamos de referencia un patrón de tejido en top-down y con aumentos en circular.

Como nada más que lo que tiene es las franjas de colores en el canesú, el jersey sale en un momento. Piloto automático y a darle a las agujas.

Una semana más tarde tenía casi los dos jerséis terminados. Mucho me temo que me queda poco tiempo de tejer o coser para las dos, porque aquí hay una niña que cada vez se revela más.

Hoy, que había mercadillo artesanal animado con música bereber, y un poquito de fresco, ha sido el momento idóneo para estrenarlos.

Un paseo por el mercadillo, unas pocas pipas comidas, y luego una visita a Itxi, a tocar el mini piano.

Y con esto, el pistoletazo de salida de las fiestas.

¿Será este el año en el que vuelva a bailar Marejada marejada..?. No lo sé, pero si lo hago, lo voy a hacer ataviada con mi jersey nuevo.

Dando paseos para despejar la mente

Se me están pasando los días entre paseos y poniéndome flores en el pelo.

Tengo alrededor a tres chiquillas que cotorrean constantemente. Varían desde las aventuras que corren cada día entre riscos y arena, a las historias que se inventan, que son de lo más variadas y entretenidas. Sus invenciones no tienen límite.

Me tienen bastante entretenida, en realidad.

Si me ven tranquila, leyendo o haciendo cruces, vienen corriendo a traerme una flor para el pelo. Afortunadamente el hibisco está cargado de flores estos días, y a mi no hay gesto que me enternezca más, que me regalen flores, aunque sean recién cortadas de mi propio jardín.

Cuando el alegueteo se hace ya demasiado persistente, me calzo las cholas, reconozco que paso la mayor parte del tiempo descalza, y me voy a andar.

No sé de quién fue la idea de poner ese banco sobre el risco, pero es la idea más maravillosa de la década.

Te sientas ahí, y miras. Apenas a cinco minutos de casa, el espectáculo es gratis.

El Atlántico a tus pies, el muelle, el charco. Y el concierto constante y gratis que te ofrece el océano. A riesgo de ser plasta: no hay nada que la mar no arregle.

Creo que los días son mejores si puedes ver esa masa de agua que se mece armoniosamente y que te regala un sonido que si cierras los ojos te sumes en una meditación profunda.

Si el juego con las tres personitas ha sido mas agotador de lo corriente, el paseo que preciso darme ha de ser más largo, y entonces camino más lejos. No me había dado cuenta del molino tan apañado que tenemos tan cerca. Tengo que aprovechar otro de estos días para acercarme de verdad, y estudiarlo a fondo.

Dice mi padre que lleva ahí toda su vida, y que ahí llevaban el grano para moler y sacar el gofio.

¿Cuántas historias podría contarme ese molino, ahora reformado?

Es curioso pensar que por estas mismas calles, y por estas mismas piedras, se pasearon mis abuelos, y mis bisabuelos.

Da cierto asombro pensar que mi abuela, que nació en 1906 estuvo aquí no hace tanto. Y digo no hace tanto, porque aunque hace ya 31 años que se fue, yo me acuerdo perfectamente de ella. Eso me lleva directamente a darme cuenta de que aunque yo me siga viendo como una jovenzuela, ya voy camino del medio siglo.

Cuando mis pensamientos se ponen así de intensos, es la señal de cambiar la dirección y volver al punto de partida. Donde las conversaciones de estas tres chiquillas me devuelvan al hoy, y a querer dejarles a ellas, tantos o más recuerdos de los que tengo yo de mi abuela o de mís tíos.

 

Donde cambia el ritmo

Ya estamos en MiNorte. Y lo escribo con la fuerza de un mantra. Porque estando aquí nada malo puede pasar, estamos a salvo y estamos en modo disfrute.

Y es curioso que me sienta así cuando tenemos agua por todos lados y el peligro nos aceche en cada esquina.

Es extraño sentirse tan a salvo en un sitio que aparentemente es bastante hostil. Tiene viento, ruidoso y poderoso, aproximadamente 350 días al año. La mar del noroeste es fuerte, violenta, y cada vez que llega a la orilla te dice: estate atento, porque tu no me importas.

Y así, con este panorama, en casa, cada vez que hacemos un mínimo bolso para poner rumbo norte, nos ponemos felices.

¿Tendrá que ver el ADN? ¿Tendrán que ver las generaciones que nos habitaron antes?

Puede ser.

La cosa es que vamos por la carretera, y en la última curva, en la que dejas a la izquierda el monumento a Unamuno, y te topas con la Montaña (mágica) de Tindaya, se alborota algo por dentro. La montaña, con la magia que le quieras poner o no, inicia su conjuro. Y  nosotras, que nos gusta más una historia que a un tonto un lápiz, nos ponemos a inventar. Es un ritual que hacemos cada vez que tomamos rumbo norte. Y con las historias que nos inventamos, de brujas y calderos, de niños exploradores, y animales que hablan, vamos perdiendo la noción de las obligaciones. Para cuando llegamos a La Oliva, todas las anotaciones que llevas en la agenda, en la interior y en la física, se borran. Todos los debería, y todas los quehaceres se empiezan a diluir en el propio camino.

En el momento en que llegas a MiNorte, te molestan los zapatos, el pelo se revuelve, y la piel te sabe a sal. Se paran los relojes, y lo único que manda es la marea… si está alta te bañas en una zona, si está baja te bañas en la otra. Si está brava paseas. Si el viento te lleva, la contemplas desde el coche y con abrigo.

El ritmo es otro, único y propio de MiNorte. Y nada tiene que ver con que sea verano, o con que estemos en fiestas. MiNorte es un lugar de identidad propia, de pocas leyes, y de mucho goce.

Es el sitio que te pone a prueba, y que si le das la oportunidad, igual te ves de una manera que desconocías.

No todo el mundo es feliz aquí, y esa es otra maravilla de este sitio.

Yo lo he vivido, y yo me he descubierto aquí.

Aquí soy bastante feliz. Y lo mejor es que MiMariposita parece llevar la actitud de este sitio en el ADN.