Hace exactamente tres meses que me fui sabáticamente hasta de aquí. Necesitaba un descanso hasta de mí misma.
En este tiempo no he hecho gran cosa. O sí. Porque cuando miro atrás siento que soy otra persona. He cumplido 44. Volví a Madrid, y me paseé por Lanzarote. Organicé el quinto Calendario de Adviento, con un éxito total por parte de todos los participantes, que este año no nos faltó nadie de la familia y amigos, con los que no compartiéramos algo.
En el último trimestre del año pasado volví al trabajo. No lo tenía en mis planes, pero me ofrecieron algo que no podía rechazar. Me enganchó el proyecto desde que me lo presentaron, y aunque trabajé en él algo más de mes y medio lo hice con gusto y con ganas.
Esto, me ha ayudado muchísimo a saber a qué le debo decir que sí y a qué no. Porque no es porque pueda permitirme el lujo de rechazar cosas, es que he aprendido a que cuando hago cosas “por obligación” el coste que me supone es monumental.
Durante un montón de años estuve dando vueltas en la rueda que yo misma me metía, ya sabes, lo de la rueda del hámster. Cogía trabajos que no me motivaba porque no podía decir que no, y esos trabajos que inicialmente eran llevaderos, se convertían en el proyecto de instalaciones de la NASA. Cada día más cuesta arriba.
No voy a mentir, me costó diosyayuda, mucha ayuda, salir de ese círculo vicioso de decir sí a cosas que en el fondo no quería ni ver, ni hacer, ni calcular.
De resto, he trabajado mucho y en profundidad en mí.
Ahora conozco la diferencia entre trabajar en lo que te gusta, y tener un trabajo nutricional. Así que eso es lo primero que he aprendido en estos meses.
He empezado a andar, ligero y de forma regular. Cinco veces a la semana, consiguiendo los sanos diez mil pasos diarios. Estoy tan enganchada al paseo de la mañana que se me está pasando por la cabeza, echarme a correr. De esto tiene mucha culpa MiGurú, y también Cristina Mitre. Pero not yet… sigo caminando a pasito ligero cada mañana, y a veces también alguna tarde.
Durante octubre y noviembre, hice un curso intensivo de patchwork a máquina. Tengo un nuevo quilt terminado, que me pongo por encima por las tardes, mientras voy acolchando con toda la paciencia del mundo. Es calentito y precioso, y me ha dado la oportunidad de volver a reencontrarme con las telas y la máquina de coser. Lo disfruté, pero también me di cuenta de que lo que realmente me encanta es coser a mano. Ir uniendo trocitos, paso a paso, sin la producción en cadena que te brinda la costura a máquina. Esto me llevó a sacar mi gran pila de cosas a medias, y que me dieran ganas (reales) de terminar alguna. Lo mejor de este curso fue volver a coser con mi amiga LaAbogada. Con ella empecé a coser hace ya más de veinte años, y ha sido genial volver a retomar el dedal con ella.
Este año pasado me propuse varias cosas que requerían de disciplina y mucha constancia. Llegué a final del año cumpliéndolas todas. En lo que se refiere a manualidades, me propuse terminar un tapiz de punto de cruz, compuesto por doce motivos. Me programé para bordar uno al mes. El resultado final no me puede gustar más.
También me propuse tejer doce pares de calcetines, y también lo cumplí. De hecho tejí más de la cuenta, porque en las fotos me faltan, los dos pares que tejí en enero y que regalé.
Empecé el 2020 sin nada en las agujas. Creo que esto es algo no me había pasado nunca. Y según yo, es un síntoma claro e inequívoco de total madurez. Claro, que le puse remedio rápidamente, porque el día uno a media mañana ya tenía en las agujas un jersey para mí.
Con esto de acabar lo que tenía a medias, acabé el Pomegranate, que aunque mientras lo tejía no me convencía en absoluto, una vez que lo saqué de las agujas, me chifló. Tanto, que me lo he puesto muchas veces desde ese momento. También me tejí la Magnolia Chunky Cardigan.
Estos meses los hemos aprovechado también para salir de excursión, salir a caminar por las rojas montañas de MiNorte, y hablar de la vida y de la muerte.
Hemos acabado el año con una de esos acontecimientos que esperas que no sean verdad. Que deseas que vuelva a sonar el teléfono y te digan que todo fue un error. En esta ocasión nos tocó tangencialmente. Vivir la desgracia de perder a alguien de forma traumática y trágica. Nos ha tocado abrazarnos mucho, y querernos bien. Sin llenar los silencios de palabras vagas. Nos hemos hecho invisibles para dejar espacio a los que realmente sufren de forma directa toda esta desgracia, y en casa, hemos hablado del tema mucho, hasta que he visto que ya no había nada más que hablar.
Para mí ha sido importante compartir cada cosa que ha pasado con Emma. Mi lema con ella es decir siempre la verdad. A veces me dice: quiero saber whatever, pero no sé si la verdad que me vas a contar me va a gustar, así que de momento no voy a preguntar.
Esto me deja tranquila, porque sé que ella confía en lo que yo le diga plenamente. Que esto no quita en que me vaya a hacer caso en todo lo que le digo, nada más lejos.
Con el corazón así, como apretado, empezamos el año, y hemos pasado estos tres primeros días con paseos, tejiendo en cualquier sitio, y viendo HarryPotter. Se me ha declarado fan incondicional de Howgarts y todo su iniverso. Sé, por experiencia, que corro el riesgo de llegar a aborrecer cada libro o película de la saga, porque otra cosa no, pero cansina con lo que le gusta, esta niña es un rato.
Este año tengo grandes planes, siempre los tengo, luego, lo que la vida me vaya poniendo por el medio, va a sacar mi vena ingeniera de verdad. Porque al final, siempre trato de ingeniármelas para caer de pie, o lo menos revolcada posible.