Hazlo bien, o no lo hagas

 

Ha vuelto a cambiar el tiempo, y de los días de plata que teníamos la semana pasada, hemos pasado a tener  unos días más frescos a primera hora, pero con una luz cegadora, como cantaba Silvio. Y la canción, que siempre me movió por dentro encontrando fuerza en una ira que no lograba dominar, ahora me sirve para encontrar energía, pero de movimiento, no de ira.

Es rara esta luz, porque no es propia del invierno. Recuerdo cuando leí Los Días iguales de molinos, me llamó la atención lo que le afectaba el azul brillante del cielo de Madrid. Primero no lo entendí, y hasta me pareció mal, porque ¿qué hay de malo en el cielo azul, brillante y claro?. Luego me bajé del pedestal de mi ego, y me di cuenta de la realidad. Este libro me dio varias galletas, de esas de las que se dan sin manos. También asumí con él, de que lo que yo he vivido años atrás, se llamaba depresión, aunque no le dieran ese nombre.

Cuando terminé el libro y me acordaba de lo del cielo, pensaba: No hay nada mal en el cielo azul y cristalino, como mismo no hay nada malo en esta luz de estos días, es tan solo que no conjuga con el estado de ánimo de quien mira. A esta conclusión llegué yo. La luz de estos días me parece obscena, me dan ganas de gritarle: pero oye, que estamos en invierno, en febrero, que tenemos a medio pueblo en cama por gripe, y tu estás ahí, brillando y luciéndote como si fuera agosto… ubícate chica!

El fin de semana me empeño en resguardarme en casa, y dedicarme a mis placeres ya no secretos, pero esta maldita luz me dice: tira para la calle, que parece que el mundo se va a acabar hoy mismo.

Y salgo, me dejo llevar por la prisa y la urgencia de aprovechar cada segundo de esta claridad.

Aún así, vuelvo a mi sitio, y me enredo en los pensamientos que se me cruzan mientras entretengo mis manos, primero en la cocina, para alimentar el cuerpo, y luego en el estudio, para alimentar el espíritu. ¿Qué tendrán las tardes de domingo que siempre te apetece algo dulce y si es con chocolate mejor? Este banana bread es un clásico total en casa. A la que sobran dos plátanos pochos, el horno se va calentando. La receta que uso es la de Alma Obregón del libro: ¿Hacemos pan?.

Este año estoy retomando el patchwork. A finales del año pasado, me apunté a un curso con una técnica totalmente distinta a la que suelo realizar yo. Pero eso es cuento de otra entrada. La cuestión es que saqué varias conclusiones claras de qué es lo que me gusta hacer a mí realmente con esta técnica, y todo lo que encierra empezar y para mí, sobre todo terminar algo.

Empezar un proyecto es algo que crea adicción, lo tengo claro. Elegir el material, elegir la técnica, dar los primeros pasos y verlo crecer. Lo difícil una vez que crece y ya tiene un tamaño considerable es quedarte ahí, mantener el interés y la constancia y llevarlo a término.

Esto me pasa con el patchwork, el punto, incluso con el scrapbooking. Hace no tantos años, cuando me di cuenta de la cantidad desvergonzada de proyectos empezados que tenía, me decidí a cambiar este hábito. Empezar sí, acabar también.

Con el punto me ha sido mucho más fácil, y así llegué a 2020 sin nada en las agujas. Ahora mismo, solo tengo un jersey, y eso amarillo de la foto. Que calculo que para cuando publique esto, estará terminado.

Con el patchwork es otra historia. Este fin de semana volví a sacar mi Centennial. Un quilt maravilloso que lleva más tiempo del que quiero recordar entre mis manos. Ha estado años completos sin salir de su caja. Cada vez que lo saco me emociono, porque es absolutamente precioso, a  mí al menos me lo parece. Y estos días me emociona más porque ya voy viendo el final. Todavía queda bastante, pero yo diría que tiene más de la mitad del trabajo hecho. El domingo corté las últimas piezas del sashing que me faltaban, y con dos filas más, tendré en centro del top totalmente terminado.

Este quilt es además algo especial, porque tiene un diario. He ido anotando las circunstancias en las que he ido cosiendo cada bloque, y espero que una vez pasado a limpio, me traiga a la mente la de cosas y sitios que he vivido estos últimos 10 años.

Por eso sigo tomándome mi tiempo. Está bien terminar las cosas, es fantástico ver el resultado de tantas horas de trabajo dedicada, y de la calidad de los materiales empleados. Pero lo mejor es ver la dedicación. Hacer las cosas con atención, con entrega, y centrándote siempre en hacer un buen trabajo, para mí es más importante que terminar.

Me declaro en guerra total con la chapuza. No puedo con ella. No entiendo que se prefiera hacer las cosas rápido y mal, por terminar, obteniendo un producto de dudosa calidad, a hacerlo con conciencia y bien. No lo entenderé nunca. Las chapuzas, siempre cuestan el doble, en tiempo y en material. No todo me sale bien a la primera, la maestría lleva aparejada mucha práctica, lo que sí te digo es que cada vez que intento algo, lo hago con toda la atención, procurando hacerlo lo mejor que pueda.

Dice Sergio Fernández, que como haces una cosa, así lo haces todo. Y hay tanta verdad en esto, que te deja con los ojos abiertos como huevos fritos.

 

Enlightened

Parece que mi ritual de limpieza de enero, está dando resultados, y esta semana, aunque he acabado como un trapito, he logrado llegar a casi todo.

Me he permitido dejar cosas atrás porque realmente no me interesan, y porque estoy en este momento de mi vida en que no “tengo que” nada.

Esta mañana, mientras hacía mi hora de ejercicio, me dio por hacer balance. Hoy el día no estaba gris, simplemente es que era de plata.

Al llegar a la playa me encontré una barca, y me di cuenta de que ya no miro la mar pensando en todos esos marineros que conocía bien, y que nunca sabía a ciencia cierta donde estaban. Solo los que hemos tenido un marinero en casa conocemos esta sensación de incertidumbre. Ahora ya no miro la mar de la misma manera, porque ya todos los marineros por los que me preocupaba en aquel entonces, están fuera de la mar. Ya ni siquiera tengo un barco por el que preocuparme, no creas, esto aún pellizca un poco el corazón. Aunque de gracias cada día por ello.

En casa, cuando yo aún era una judía, vivimos un naufragio. Uno terrible. Uno que cualquiera sabe cuál fue el motivo, solo ElCapitán volvió para contarlo. Él volvió y gracias a eso yo conocí un padre, y tuve tres hermanos más. Mi vida pudo haber sido totalmente distinta. ¿Qué o quién determinó lo contrario?.

Cuando vivía en Gran Canaria, sobre todo en la última etapa, y principalmente porque no me entendía, tenía momentos terribles de total angustia, castigo y ansiedad. Cuando sentía que todo me superaba, y me cansaba de mí, hacía kilómetros hacia Pozo Izquierdo. Allí encontré sobre todo serenidad. Allí dejé también un montón de lágrimas.

Hoy al pasear por el litoral municipal, me percaté de lo mucho que se parecen estos callaos a los de Pozo Izquierdo, y la gran diferencia que hay entre aquella chica sufridora, y la mujer que hoy los mira.

Porque creo que en todo este tiempo, lo más importante es cómo he ido encontrándome. No ha sido fácil, no voy a decir ninguna mentira aquí y ahora. Tengo un armario lleno de muertos, a los que agradezco lo que tuvieron que ver en que yo siguiera mi camino. Sé dónde está el armario, sé quienes son mis muertos. No lo abro, tampoco tengo ya nada que ver con ellos.

Me perdí porque buscaba desesperadamente encajar. Fui quitando cualquier detalle de mi carácter que creía que podía molestar. Terminé quitándome tanto que llegué a no reconocerme. Hoy que me siento yo, he vuelto a recuperar mi carácter en su totalidad. Evolucionado, como es lógico, los años juegan un componente importante en todo este asunto. Los años, y la constante necesidad de ir a lo profundo. De sitiar mi cerebro con cualquier cosa que me atormenta o me apasiona. Soy bastante freaky con mis intereses, y bastante apasionada también. Dos características que parecieron siempre molestar.

La cuestión es que ahora no me escondo para leer todos esos libros que antes leía a escondidas, y que se amontonan en mis mesas de noche. Me los pongo ahí para presionarme a leer más y comprar menos. Los resultados no son muy satisfactorios, por cierto. Tampoco me oculto para tejer, coser, o hablar de cocina. Ni para decir que en casa fregando soy más feliz que en una oficina como una ocupadísima profesional. Me chirría cada vez que alguien me dice: es que yo no tengo tiempo para eso.

Me trae al pairo lo que piensen cuando bloqueo, o dejo de seguir en cualquier red social, porque veo mensajes o publicaciones que no me gustan. Me importa bien poco que se sepa que hablo con las plantas, que bailo cada tarde, que consulto tarot, numerología, astrología, y recetas santeras de limpiezas de auras. ¡Ah! Y que soy muy fan de Belén Esteban y Boris Izaguirre.

En resumidas cuentas, que puede que haya madurado o que haya perdido la vergüenza, la cosa es que ya no me callo, y nunca me he sentido más yo.

Esta mañana mientras pensaba eso, me di cuenta de que la barca se había alejado de la costa y estaba debajo de un claro de nube. La imagen me pareció una iluminación. Así como misma yo me estaba sintiendo en aquel momento.

Después de aquellos años en que me obstiné en acabar lo que en aquel entonces era una tortura, me alegro mucho de no haber tenido resultados, y de estar hoy aquí.

Al final, esto está bastante bien.

 

Estoy aquí, de paso

Estoy aquí de paso

Yo soy un pasajero

No quiero llevarme nada

Ni usar el mundo de cenicero

Estoy aquí sin nombre

Y sin saber mi paradero

Me han dado alojamiento en el más antiguo

De los viveros

Si quisiera regresar

Ya no sabría hacia dónde

Pregunto al jardinero

Y el jardinero no me responde

Hay gente que es de un lugar

No es mi caso

Yo estoy aquí, de paso

El mar moverá la luna

O la luna a las mareas

Se nace lo que se es

O se será aquello lo que se crea

Yo estoy aquí perplejo

No soy más que todo oídos

Me quedo con mucha suerte

Tres mil millones de mis latidos

Si quisiera regresar

Ya no sabría hacia cuándo

El mismo jardinero debe estárselo preguntando

Hay gente que es de un lugar

No es mi caso

Yo estoy aquí

Yo estoy aquí, de paso

Yo estoy aquí, de paso

Tres mil millones de latidos/Jorge Drexler

No solo se acaba el verano

Ya estamos de vuelta en casa. Tres semanas sin dormir en mi cama, tres semanas sin maquillarme, tres semanas sin ponerme otros zapatos que no sean las cholas.

Tres semanas de baños de mar, de paseos por la arena, y de hacer poco.

Me traigo un bote lleno de orégano de verdad, además de otro de manzanilla, tomillo y epazote. ¿Hay algo mejor que las hierbas de verdad?

Una de las cosas que me empujan a mover mi casa y ponerla en algún lugar de MiNorte es justamente esta. Plantar orégano, una higuera, unos rosales, y lechugas. También quiero plantar lechugas.

Yo quiero mis días así, con paseos por la mañana bien temprano, y dar los diez mil pasos recomendados. Terminarlos con un baño en el charco, con esa agua fría que te despierta ipsofácticamente. Llegar a casa y organizar los espacios para hacerlos vivibles y cómodos.

Recolectar las lechugas de mi huerto, y hacerme una ensalada fresquita y revitalizante.

Sentarme a leer, tejer o bordar.. lo que sea que ocupe mis manos. Volver a la playa a media tarde, y merendar mirando las olas. Hablar con mis vecinos, que la mayoría son familia, y que llevan el mismo ritmo de vida.

Más o menos así, han pasado estos días. Me traigo algunos tesoros.

Unos esqueletos de erizo que una buena buceadora rescató del fondo del Charco.

Algunas piedras y conchas que MiMariposita fue encontrando en su incansable carrera por la arena.

Y unos palos. Tres palos para tres plumas de macramé. A ver si consigo practicar para que me salgan como las tengo en mi cabeza.

Primero tendré que adecentar estos palos, supongo que youtube me ayudará.

Se acaba el verano y no solo tengo una penita en el corazón, con el final de este verano termina también una etapa.

Ayer mientras veníamos de vuelta, no sé de qué hablábamos MiMariposita y yo, pero en determinado momento me dice: yo creo que los Reyes Magos no entran en casa, yo creo que los mayores compran los regalos, los envuelven y los ponen en los zapatos para que los niños se crean que vinieron los Reyes.

Se hizo el silencio. Apenas fui capaz de preguntarle si alguien le había dicho aquello, o si había sido ella sola la que había llegado a esa conclusión.

Me dijo que llevaba algún tiempo pensándolo, porque los regalos cuestan dinero, y le resultaba raro que los Reyes tuvieran tanto para llegar a todos los niños del mundo.

Se acabó la inocencia y la infancia. Lo tuve claro.

Me enjugué la lagrima que resbaló por mi cara, y me recompuse para decirle, que bueno, tal vez fuera así, y que sería mejor que esas conclusiones las reservara para ella. Yo así, tan delicadita y tan pánfila.

A lo que me respondió: ya lo sé mamá, es como cuando vamos a Disney.., yo sé que dentro de Mickey está una persona, pero no lo voy a decir para no romperle la magia y la ilusión a los otros niños. OK HIJA MÍA, OK.

Se me quedó cara de boba. Un poco de pena, un poco de orgullo. La vida sigue, pasa, no se detiene. Y dentro de mí, sabiendo que ya no tengo una niña pequeña, se abre camino la ilusión, por saber qué nuevas vivencias vamos a experimentar.

Gatufóbica nivel experta

Si hace tiempo que vienes por aquí, sabes que soy gatufóbica.

No te voy a explicar ni cómo ni por qué, porque tampoco viene al caso, pero es así. Le tengo fobia a los gatos. Como toda fobia, es incontrolable e irracional.

A mi que me gusta la intensidad, y darle vuelta a los pensamientos, estoy llegando a la conclusión de que probablemente mi fobia tiene una gran base del desconocimiento sobre estos animales, y de su gran imprevisibilidad.

Le tengo poca tolerancia a la imprevisibilidad. Me cuesta manejarla y gestionarla, por eso intento poner bajo control todo lo que sea susceptible de ello.

Los gatos se me antojan totalmente fuera de mi control. Siempre me asustan porque aparecen sigilosos. Y si me los encuentro cuando no los espero, el cortisol se me dispara.

En MiNorte son muy habituales, por aquí por allí. Suerte que no les gusta mucho la playa.

Meses atrás MiGurú me avisó de que había un par de ellos que le habían cogido el gusto a la buganvilla. Obviamente, ya los he visto, y he tenido que dar algún que otro grito cuando los veo aparecer. Ellos deben estar pensando quién es esta petarda que grita en cuanto aparecemos y que no nos deja dormir nuestra querida siesta al sol.

El miércoles mientras comíamos, tranquilamente, un cosa de mediano tamaño  y color negro, salió disparado del cuarto de mis padres hacia la puerta. Fue tan rápido que a mi cerebro no le dio tiempo a hacer una captura de imagen de la cosa. Pero sin duda era un gato.

Quedé desencajada. Con el infarto de miocardio a punto, y la tensión por las nubes.

Mi madre se asustó al ver mi desencajada. Es una fobia, ya lo he dicho. No puedo racionalizarla.

La explicación fue lógica. La ventana del cuarto de mis padres estaba abierta. Supongo que uno de estos dos visitantes, venía andando por el muro de la azotea, y de allí fue pasando a muros más bajos, hasta que se vio en el pasillo lateral de la casa, sin más  salida posible que una ventana abierta.

Para mí esto no es solo el susto. Mi casa, o el sitio donde esté es mi lugar. Mi safety place. Y ese día, mi safety place se convirtió en un lugar común, donde yo no estaba a salvo. ¿Dónde me voy a esconder ahora?

Vivo en lucha constante con el miedo. Me dan miedo los perros grandes. Me dan miedo los perros sueltos. Me da miedo la mar. Me dan miedo las olas. Me da miedo la velocidad. Me dan miedo los riscos. Me da miedo la noche. Me dan miedo algunos ruidos. Me da miedo estar donde no hago pie. Me dan miedo las imposibles imágenes que asaltan mi cabeza sobre MiMariposita cayéndose, tropezando, resbalando..

Me recompongo, y me esfuerzo por enfrentar cada miedo. Con la fobia no puedo.

Después del miércoles, llegué a la conclusión de que si ni siquiera en mi casa voy a estar a salvo, no tiene sentido que me pierda ciertas cosas por esos miedos que me parecen más difíciles de afrontar.

Me sentí valiente, y fui a desmontarme. El paseo por la costa oeste de MiNorte, te quita toda la tontería de golpe. Te alimenta, y te llena los sentidos.

No voy a proponerme superar ahora todo de pronto, pero lo que sí tengo claro es que voy a intentar no perderme demasiadas cosas, y a intentar buscar sentirme lo más libre posible.

Demandado silencio

Me gusta mucho hablar, pero si tengo que ser sincera, me gusta más callar.

El silencio es un sonido que aprecio muchísimo.

En mi día a día, tengo muchos momentos de silencio. Primero porque me levanto temprano y estoy a solas un par de horas, y segundo porque LaMariposita es independiente y autónoma, y aunque ella parlotea todo el día, con sus muñecas, consigo mismas, con la tele… pasa largos ratos sin hablarme a mí.

Creo que el silencio es una de las cosas que más extraño en vacaciones, más que mi cama, mis tazas de café, mi agua con gas, y mis ratos a solas.

Esta mañana me levanté con el firme propósito de acabar un esquema de punto de cruz que se me está atragantando más de la cuenta. Me acomodé en la terraza, porque es donde más luz hay y por aquello de la presbicia, que por supuesto aún no tengo.

Apenas había dado dos cruces cuando se me llenó aquello de niñas. Experimentando con acuarelas. Sentí primero miedo por si se emocionaban y sus dotes artísticas terminaban en mi fino lino. Las relegué al final de la mesa y ahí respiré un poco.

Y entonces empezó el guineo. Guineo es el grupo de LaBajista, y uno entre otros significados de la palabra, hace referencia a un ruido constante y machacón, que le da a una dolor de cabeza.

Intenté convencerlas que en silencio era más fácil desarrollar la creatividad y hacer un gran dibujo de acuarela. Intento infructuoso.

A veces entro en el bucle de la autoculpa, y me siento fatal por reclamar espacio y silencio. Pero en mi acostumbrado proceder de analizarlo todo, me sacudo la culpa. No soy mala madre por reclamar mi espacio, ni tampoco por satisfacer mis necesidades más internas. Cuando no encuentro ese espacio propio en muchos días seguidos, me vuelvo gruñona e irascible. LaMariposita lo sabe, y me manda a mi cuarto, cuando sabe que he superado los niveles soportables de ruido y jaleo.

Recogí rápido y me recluí en mis aposentos. El único lugar que estas individuas, ruidosas e inquietas aún respetan.

Allí, escuchando y descubriendo que no soy la única apasionada del silencio, me puse con mis calcetines de agosto. De paso, saboreé  chocolate francés. Despacio, en silencio, y sola.

 

 

Dando paseos para despejar la mente

Se me están pasando los días entre paseos y poniéndome flores en el pelo.

Tengo alrededor a tres chiquillas que cotorrean constantemente. Varían desde las aventuras que corren cada día entre riscos y arena, a las historias que se inventan, que son de lo más variadas y entretenidas. Sus invenciones no tienen límite.

Me tienen bastante entretenida, en realidad.

Si me ven tranquila, leyendo o haciendo cruces, vienen corriendo a traerme una flor para el pelo. Afortunadamente el hibisco está cargado de flores estos días, y a mi no hay gesto que me enternezca más, que me regalen flores, aunque sean recién cortadas de mi propio jardín.

Cuando el alegueteo se hace ya demasiado persistente, me calzo las cholas, reconozco que paso la mayor parte del tiempo descalza, y me voy a andar.

No sé de quién fue la idea de poner ese banco sobre el risco, pero es la idea más maravillosa de la década.

Te sientas ahí, y miras. Apenas a cinco minutos de casa, el espectáculo es gratis.

El Atlántico a tus pies, el muelle, el charco. Y el concierto constante y gratis que te ofrece el océano. A riesgo de ser plasta: no hay nada que la mar no arregle.

Creo que los días son mejores si puedes ver esa masa de agua que se mece armoniosamente y que te regala un sonido que si cierras los ojos te sumes en una meditación profunda.

Si el juego con las tres personitas ha sido mas agotador de lo corriente, el paseo que preciso darme ha de ser más largo, y entonces camino más lejos. No me había dado cuenta del molino tan apañado que tenemos tan cerca. Tengo que aprovechar otro de estos días para acercarme de verdad, y estudiarlo a fondo.

Dice mi padre que lleva ahí toda su vida, y que ahí llevaban el grano para moler y sacar el gofio.

¿Cuántas historias podría contarme ese molino, ahora reformado?

Es curioso pensar que por estas mismas calles, y por estas mismas piedras, se pasearon mis abuelos, y mis bisabuelos.

Da cierto asombro pensar que mi abuela, que nació en 1906 estuvo aquí no hace tanto. Y digo no hace tanto, porque aunque hace ya 31 años que se fue, yo me acuerdo perfectamente de ella. Eso me lleva directamente a darme cuenta de que aunque yo me siga viendo como una jovenzuela, ya voy camino del medio siglo.

Cuando mis pensamientos se ponen así de intensos, es la señal de cambiar la dirección y volver al punto de partida. Donde las conversaciones de estas tres chiquillas me devuelvan al hoy, y a querer dejarles a ellas, tantos o más recuerdos de los que tengo yo de mi abuela o de mís tíos.

 

La dosis justa de cafeína

Ayer tenía que haber venido aquí a contar unas pocas cosas, pero resultó que estaba bajo la sombrilla, tumbada a la bartola en la arena de esta tierra, que te borra según pasas por ella. Porque la arena de aquí es así. Tu estás aquí y te sientes la mar de importante, y te paseas por este paraíso, y te sacas unas fotos, mirando el horizonte, que subes a Instagram con un montón de hashtags como #latitudevida #paradise #estoesvida… que a mi me dan una náusea que no puedo controlar. Y según das dos pasos en esta arena maravillosa, el alisio viene y borra tu huella, porque esta isla y su arena es así. Te borra en cuanto quiere. Pero como eres un soberbio, tu vas y dejas tu colilla, porque tu no quieres que la arena te borre, tu quieres dejar tu huella, m*ld*t* cochino. Sigo con mi cruzada de: llévate tu mierda de mi naturaleza.

Pues eso, tenía que haber estado tumbada a la bartola en cualquier rincón con cielo y arena, pero no, mentira, ojalá.

Vamos al principio.

Resultó que el martes, as usual, me desperté, hice mi Miracle Morning de rigor, y luego me tomé mi gran café con leche y acompañante (que no me acuerdo qué fue). Y ahí que me fui a hacer mis cosas.

A media mañana, me apeteció otro café con leche, y como me quedaba un restillo del que había hecho horas antes, calenté la leche y ahí que me tomé otro cafecito. A los diez minutos empecé a sentir que me aceleraba. Taquicardia. Angustia. Golpes en el pecho. Imposibilidad de concentrarme en nada… Sí amigos, esto es lo que produce en mi el exceso de cafeína. Me fui a la calle, a caminarme el pueblo entero a ver si con el Alisio se me pasaba. Me costó un rato, hasta que todo mi organismo fue volviendo a su ser.

El miércoles, se dio igual que el martes, pero teniendo muy claro el efecto de la cafeína en mi persona, pues el primer café de la mañana lo hice descafeinado. Y el de media mañana también. A las cuatro-cinco de la tarde tenía un ligero dolor de cabeza, como una pesadez.

Por la noche la pesadez, era un poco de migraña. No caía en la cuenta de lo que podía ser, así que busqué causantes: las hormonas, la falta de azúcar, el inminente cumpleaños de la Mariposita, yoquesé…

El jueves me desperté con el mismo dolor de cabeza con el que me acosté. Volví a tomarme mi café, – descafeinado –  y seguí intentando hacer lo que tenía que hacer. A medio día no podía ni con mi cuerpo, ni con la cabeza, ni con la madre que parió a Panete. Me tomé un espidifén, que para mí es un invento mágico porque a la media hora de tomármelo normalmente me hace la magia y a mi no me duele nada. Pues nada, que a las ocho de la noche seguía yo con mi maldita migraña. Y entonces, en algún lugar de mi disco duro mental, recordé cuándo había sido la última vez que había tenido un dolor de cabeza así, y cómo me lo habían quitado. Pues resultó que me acordé. Y fue hace casi ocho años.

Cuando Emma nació, lo hizo en una cesárea de superurgencia. A los tres días, a mi me llegó una migraña igual que esta. El anestesista que me había asistido en la cesárea me dijo que estaba perdiendo líquido cefalorraquídeo. Lo solucionaron poniéndome un montón de líquido en vena, y con una pastillita de cafeína. Y ahí pensé: ¡tate!, esto va a ser una migraña por falta de cafeína.

Y llegamos al viernes, y me levanto con un ligerísimo resto de migraña y me preparo una cafetera de café normal, y me tomo mi desayuno, con un café café. Y a hacer todas las cosas que no hice ni el miércoles ni el jueves. A media mañana ya casi no sentía molestia en la cabeza y me apeteció otro café. Ahí saqué mi otra cafetera y me hice un café descafeinado. El viernes por la tarde estaba perfecta, sin molestias de ninguna clase y con la sensación de haber vuelto al mundo. Es la sensación de la persona que ha dado con la dosis justa de cafeína que necesita en el día. Era una mujer feliz.

Quizá por eso, me hice la cena y percibí como un mensaje claro lo que me venían a decir los trozos de surimi que llevaba la ensalada que cené.

Cuando una tiene el cuerpo ajustado y bien, ve corazones por todos lados, porque como la Abascal, quiero a todo el mundo.

Calderón Hondo

Quien lleve por aquí algún tiempo, sabe de mi conexión con el Noroeste de la isla, lo que yo llamo MiNorte. Un pueblo pequeño, ya no tanto, costero y pesquero, donde voy desde antes de que me salieran los dientes. Mis raíces están ahí.

Cerca de ese pueblo, hay otro pueblo: Lajares. Al que también estoy unida de alguna manera.

Allí trabajé durante cuatro años, en un trabajo en el que aprendí muchísimo en la gestión de equipos y también en la de recursos. Pero llegó un día en que mis ideas morales empezaron a chocar con las del proyecto en el que trabajaba. Ahí fue el momento en que cogí mis cosas y me fui a otro lugar. No quiero culpabilizarme, ni tampoco torturarme por lo que pasó durante esos cuatro años, a ver que tampoco se mató a nadie, solo que llegado un momento en el que maduré, le dí importancia más a unas cosas que a otras,  y hubo que reinventarse.

Sigo estando unida a Lajares, porque siempre me impactó su belleza. Una belleza que no todo el mundo entiende, pero que a mi me hace fijarme al suelo, a mis raíces, a mis ideas, y a mis principios.

Lajares es volcán puro. De picón rojo. De líquenes, y de malpaís.

En Lajares está Calderón Hondo, que tiene una ruta circular, bastante sencilla, y en la que puedes asomarte al cráter del volcán.

Merece la pena ir y pensar. Respirar. Dar gracias.

Meditar un poquito en la insignificancia de nuestra existencia, en lo generosa que es la isla que nos deja vivir en ella y disfrutarla, sentirla, y respirarla. Y en lo poco que reparamos en su poder, o más bien en el poder de la naturaleza. Bastaría que erupcionara cualquiera de los volcanes… o que crecieran las olas, en cualquier parte de la costa… un tornado, también sería eficaz.

Merecemos que se enfade, que invoque sus volcanes, y que nos haga a todos papilla. Me da pena infinita ver que en cualquier sitio hay mierda. Sí, mierda, en su más puro estado: papeles, plásticos, deshechos.

Ya tengo costumbre de llevar varias bolsas en mi bolso o mochila, una para la posible compra, y otra para recoger toda la basura que me voy encontrando. Es lamentable.

Vas a la playa y ahí hay basura.

Vas al parque y ahí hay basura.

Vas por una montaña, y ahí hay basura.

Y no es que hayan servicios municipales, que son mejorable, es cierto. Los hay, y hacen su trabajo, pero es que los incívicos son muy eficientes en su labor.

No me identifico en absoluto con ese ser que es capaz de botar un papel al suelo sin ningún tipo de remordimiento. Y me molesta, porque estoy convencida de que somos más los que limpiamos y no ensuciamos, es decir, los que estamos educados y concienciados, que los que no. Pero los guarros ensucian a un ritmo frenético, y aunque nosotros somos muchos, no damos abasto.

Tengo que reconocer, que este comportamiento del ser humano, saca lo peor de mí.

¿En qué estamos fallando como sociedad?

¿En la educación, en la concienciación?

Brindo por nosotras

Hace unos días hablaba, más bien escuchaba, las preocupaciones de una amiga. Estaba viendo (viviendo) de forma tangencial, una situación personal de una tercera, y estaba viendo de forma nítida y clara como ésta entraba en barrena, sin saber bien cuándo se iba a llevar el golpe. Porque lo que sí estaba claro es que la cosa iba a terminar en ostión.

Yo escuchaba y asentía, porque podía ser un back-in-time de mi vida. Como si le hubieran dado al botón de review y me devolviera a aquella época que en mi cabeza está en nebulosa, y que me cuesta tanto recordar. En este punto no sé si me cuesta porque definitivamente mi cerebro lo borró,  si es porque el daño fue tan bestial que es irreparable y nada se puede recuperar de ahí, o porque finalmente está tan superado que no queda nada ahí.

Pero al escuchar la historia, se me vienen a la mente situaciones como fogonazos. Las mentiras, la manipulación, la necesidad del machirulo por controlarte, por anularte, por terminar de infundirte la estúpida creencia de que no vales nada.

Y lo que queda después de ponerte a salvo: la culpa. La culpa de haberle dejado llegar tan lejos. De haberle dado la posibilidad de hacer de ti alguien en quien no te reconoces. Y pasas de víctima a culpable. Merecedora de todo lo que te ha pasado, por no haber cuidado bien de tus bases. Y entonces te das cuenta, mucho más tarde, de hasta donde ha llegado el daño.

Pero un día, de pronto, cuando por fin estés a salvo, puede que leyendo un artículo de Barbijaputa, o escuchando su podcast, o puede que el clic suceda al ver a alguien con esa mirada opaca que reconoces, con la risa congelada por el miedo, o con lo movimientos medidos, como pidiendo permiso. Entonces te das cuenta de que tu no eres la culpable de nada, que eres víctima, con mayúsculas y en neón.

Pero para eso pueden pasar muchos días, y ahora, lo que puedo ver es lo mal que lo pasan las personas alrededor de ti, que te quieren y que ven como te vas disolviendo poco a poco, por la acción de un machirulo que actúa en ti como un ácido corrosivo. La impotencia, la incapacidad, la frustración… de nada de eso se habla. Porque claro, los de fuera ven con total claridad donde estás, pero no hay daños tangibles que justifiquen que te cojan en volandas y te saquen de ese pozo de oscuridad. No pueden hacerlo, tu eres adulta (y en teoría, capaz), para decidir. Y esa es la cuestión, no lo eres. Estás incapacitada para tomar decisiones que salvaguarden tu seguridad. Si hay daños físicos, es fácil, doloroso pero fácil. ¿Pero qué hacemos con los otros daños, con el otro maltrato?.

En mis momentos más oscuros, llegué a pensar que incluso era merecedora de todo ese sufrimiento. Hoy, no puedo recordarlo de forma automática, tengo que ir a las múltiples libretas, al blog, a esos fogonazos que me vienen traídos por vivencias de otros, para poder rememorar esa época. Y me asombro, y me asusto. Y siento total compasión por cualquiera que esté viviendo algo así. Y me planteo qué puedo hacer para ayudar. Y no doy con ninguna solución viable. Y eso, me entristece y me frustra mucho más.

De momento me quedo afónica señalando cada pequeña situación que no es normal. Me esfuerzo en quitarle la normalidad a cosas que no lo son. Porque siempre voy a preferir que me llamen feminazi, feminista y fea, histérica, que pensar que hay alguna chica por ahí pensando que merece que la traten como me trataron a mí.

Ha pasado mucho tiempo, y hoy soy capaz de brindar por el momento en que me puse las gafas violetas, y que me capacitó con un sensor especial para reconocer el abuso, el control y la manipulación. Brindo por las que lo pasaron conmigo, por las que van a apoyarse en nosotras para salir, y brindo porque con un poco que haga cada uno, los machirulos queden relegados a la extinción.

Entre todas, podemos