Cerrar círculos

Toda mi vida he sentido mucho apego a las cosas y a las personas. Bueno, en realidad me apego a todo. Soy un poco garrapata en este sentido.

Me apego a las cosas que poseo y que he elegido con conciencia y según yo, criterio. Me apego a las personas que quiero y que de alguna forma he sentido que formaban parte de mi existencia. Me apego a los espacios, a la música, a los sitios. Y esto, amiga mía, es un problema enorme. Porque mucho tiempo me lo he pasado cargando una mochila enorme con el miedo que me da perder cualquiera de estas cosas.

He tenido que ir haciendo un trabajo fino de aceptación para que esta mochila que cargo, me pese cada vez menos y pueda seguir andando.

Y te cuento esto porque la semana pasada tuve que darme de bruces con la posibilidad de tener que ir pensando en cambiar de coche. Tengo mi coche desde el 2006, aunque en realidad él existe desde el 2001. Esto significa que ha dado bastante rueda por el mundo, aunque yo lo he tratado con mucho cuidado y atención. La cuestión es que los repuestos cada vez son menos y los precios, insoportables. Amén de que la tecnología que tiene ya está completamente obsoleta. Y todo esto me lo dijo con palabras menos amables, el señor de la ITV. No sé si a ti te pasa, pero pasar la ITV es uno de los peores momentos del año para mí. Me genera un nivel de estrés que me cuesta mucho manejar.

Estoy muy apegada a mi coche. Es el primero que me compré eligiéndolo yo, con mi sueldito, y que me ha llevado cuando entraba y salía de la mazmorra; me salvó de un accidente tremendo porque un idiota se saltó un stop y me empotró contra una casa; y ha llevado a la Mariposita desde que nació, por toda la isla. Pero entiendo que los círculos se cierran y que muchas cosas se cierran para que otras tantas puedan empezar.

Aprender a manejar toda esta teoría me ha supuesto mucha frustración, no te voy a engañar, y muchas tardes frente a la marea, viendo como el agua viene y va. Este movimiento me ha ayudado a entender que da igual cómo me ponga, las cosas van a pasar; y casi todo tiene una fecha de inicio y otra de fin.

Todavía falta bastante para que esto suceda, pero ya me estoy preparando y haciendo conciencia, porque también he aprendido que a mi me van las cosas mejor con tiento y amabilidad. A mi venme con el cuento de que el gato se subió al árbol.

Objetivos nuevos de último cuatrimestre

Me gusta mucho la palabra que usan en Francia para referirse a esta recién estrenada semana y mes: La rentrée. Me suena a arrancadilla, a coger impulso y a entrar con todas las ganas.

En estas estoy esta semana. Ya tengo todo listo para el cole de Emma, y también para afrontar el mes. Ya no puedo decir eso de que he sido estudiante media vida, porque la realidad es que hace demasiados años que dejé de ir a formaciones regladas, es decir: cole, instituto, universidad… sin embargo, sigo estudiando. Tengo alma de estudiante eterna.

Septiembre es además, el inicio del cierre del año, y esto también me estimula a planificar y organizar.

Ya te conté que cada año me hago una lista de propósitos y objetivos. Que desde el año pasado, que hice el Taller de Objetivos de Ana Albiol, soy capaz de filtrar concienzudamente cada meta que pongo, y saber qué quiero y para qué. Sobre todo el para qué. Es lo único que me queda al final cuando siento que las fuerzas me fallan. Si mi para qué está claro, y me mueve la barriga, me van a importar menos las piedras que vaya teniendo que saltar en el camino. En este momento del año, me planto delante de mi listado, elimino lo que ya está conseguido, o lo que ya no me interesa; que esto también me pasa. Lo que me movía en enero ya no lo hace en septiembre, y ¿sabes qué? Que no pasa nada. Se tacha y listo.

En este septiembre tengo tres grandes objetivos que dependen mayoritariamente de mí: repetir los cursos de Vanessa Marrero, para de verdad conseguir Tranquilidad Económica, que por momentos se me esfuma; presentar mi Manual de Primavera y hacer que lo lean hasta en Tombuctú; y un proyecto secreto que aún no te puedo contar. Ya lo sé, esto no se hace, pero es que en esta ocasión es así. Me lo perdonas.

Por medio de este último cuatrimestre, cumpliré años, casaré a mi hermana la chica, trataré de mantener la casa en condiciones mínimas sanitarias, descansaré, educaré, me beberé la culpa y me esmeraré en conservar todo mi brillo.

Deséame suerte y una agenda del tamaño de Isla de Lobos.

La pila cargada

Se me acabó el mes de fiesta. No puedo decir que no lo haya gozado, porque una no tiene más que tener un límite al despiporre para que el poco que haya lo exprimas al máximo.

Solo una semana en mi pueblo me ha bastado para dormir como una ceporra, leer muchísimo y estar ensalitrada la mayor parte del tiempo.

Con los años me doy cuenta de que realmente cuando la batería está comprometida, solo tengo que poner rumbo norte.

Hace unos años, muchos, estaba yo un poco regular. Vivía en GranCanaria, y fue uno de esos momentos en el que no pude coger la semana entera de vacaciones para poder estar en mi pueblo con los míos. El viernes de la fiesta, pillé el binter, y me vine a casa. Recuerdo que mi hermana LaBajista vino a buscarme al aeropuerto. Fuimos hablando todo el camino, poniéndonos al día, y según dejamos atrás la rotonda de Lajares, y encaminamos La Costilla, tuve el regalo de ir viendo como se ponía el Sol. En ese momento tuve la certeza de poder respirar perfectamente a pleno pulmón. Como si hasta ese momento lo estuviera haciendo a medias. Supe, sin lugar a dudas, que ese era mi lugar en el mundo.

Tengo ese recuerdo anclado a la memoria, y siempre recurro a él cuando siento que las circunstancias se me hacen bola. Si creo que la cosa se pone demasiado seria, sé que solo tengo que subirme al coche, y terminar en MiNorte.

Ensalitrarme, llenarme los pies de arena, y reencontrarme con la que fui y seré.

Siento que allí soy yo en cualquier grano de arena, o en los riscos, es como si estuviera mimetizada con el entorno. Y también siento que allí, la energía se me repone, sin necesidad de hacer gran cosa, solo estar. Solo ser.

La fiesta de MiNorte

Ayer celebramos el día más importante del verano. La fiesta de MiNorte. La patrona de MiNorte es la Vírgen del Buen Viaje.

En este pueblo, la fiesta es algo que uno se toma muy en serio. Y desde principios del mes se constituye la comisión de fiestas que será la encargada de planificar y organizar todo el programa de la semana de celebraciones y festejos. Desde hace unos años, esta tarea recae sobre la asociación Cotillo Joven, que además de ser jóvenes, son gente con muchas muchas ganas, y que casi sin recursos sacan cada año una fiesta para adelante con un montón de cosas.

Las calles se llenan de banderas, que llevan cosiéndose semanas, y luego todo el mundo se predispone a pasarlo lo mejor posible.

Cada casa prepara su puchero típico, y se degusta con su sopa de primero, y su vasito de vino. El postre suelen ser tunos o fruta (aquí se le dice fruta al higo de la higuera) y todo está acompañado de un montón de conversaciones cruzadas. En cada casa se junta un chorro de gente, familia lejana, y amigos varios. También se descuelgan los resacados que vinieron a la verbena y que amanecieron en el pueblo. Siempre encuentran un amigo con un caldero de puchero al fuego.

En mi casa creo que el record de gente a la mesa fueron 32. Después de eso nos hemos quedado en la media de 20.

Cuando el caldero ya está apartado del fuego, una se pone un traje fresco y se acerca al muelle a ver cómo embarcan a la Vírgen. Fíjate que yo no entiendo bien qué me pasa, pero en ese momento me embarga una emoción que no soy capaz de controlar, y se me saltan las lágrimas. Y tengo de promesa conmigo ir cada año a hacer lo mismo: ir a verla embarcar mientras se me salta la emoción por los ojos.

Este año ha sido más o menos así, como los anteriores, y los otros 45 años que los llevo viviendo, y sin embargo siempre distintos.

Cuando llega la noche, se sienta una en el sofá y hace recuento de invitados y de cómo estuvo la comida, y suelta eso de: ay que cansera, pero qué bien lo hemos pasado, no?

Manual de Supervivencia

Si llevas tiempo por aquí, sabes que mi expertise, a parte de meterme en mazmorras, es hacer manuales. Llevo 20 años confeccionando manuales de uso y servicio de forma ininterrumpida.

Cuando Mónica, del Enfoque, me propuso seguir con una columna mensual en el periódico, lo tuve claro: voy a darle forma de columna a mi Manual de Supervivencia. Porque a mí, me ha costado lo mío llegar a esa suerte de manual.

Que nos colocan aquí, de niñas nos ayudan a vivir nuestros padres, las amigas… y creces, y se supone que ya eres trabajadora y que tienes más de 30 años, y entonces te das cuenta de que “emos sido engañado”… La vida no es fácil, y eso te lleva de cabeza a la Mazmorra.

Por eso hace unos años, y para hacerle el camino fácil a cualquier que se pudiera encontrar en las mismas mazmorras oscuras en las que he estado yo, fui escribiendo pequeñas indicaciones para vivir.

Con esa filosofía, fui componiendo pequeños pasos, sencillos y al alcance de la mano de cualquiera para que, aún estando en la mazmorra, fueras teniendo luz.

He hablado de escribir, de alimentarse, del silencio, del mar, de la belleza y de leer. Estoy en el ecuador de mi Manual de Supervivencia, y creo que estos son los puntos clave para que el estrés diario y a veces la apatía, no hagan fuerte en tu vida, y te pases los días intentando encontrar la rendijita por la que pueda colarse la luz. Para mí seguir estos mínimos me asegura irme a la cama con satisfacción y con la pila medianamente cargada.

El Portal del León

Hoy, dicen los expertos, es el día en el que se activa el Portal del León. Y la foto de los cuervos es por dos motivos. Leones por aquí (Thank God) no hay, y porque para mí no hay bicho que mejor rollo me de, que los cuervos. Si hay magia, rituales y señales, para mí, tienen que haber cuervos y puestas de Sol.

La primera vez que oí hablar de esto, fue el 08.08.2008. Era una fecha singular, y yo estaba atravesando un año, un tanto complejo, digámoslo así. La cuestión es que en aquellos momentos que ni Instagram y apenas Facebook, aquella información llegó a mí. No tengo ni idea de cómo. La cosa es que una que es por naturaleza flipada y tendente a cuestiones sin explicación que se ajustan perfectamente al concepto de magia que le quiero dar a todo, aquel portal me pareció justificación suficiente para hacer un ritual, que en aquel momento consistió en un baño de mar a la hora exacta.

Aquí hago una memoria de lo que hice ese día. Cada año, desde entonces, sea como sea el día o esté siendo el mes, yo me doy un baño a las 20:00.

La cosa, es que con la edad me he ido flipando, y ya no solo me doy el baño. Aprovecho para encender velas, quemar palo santo, y hacer listas. Me encantan las listas, casi tanto más que las libretas. Y hago listas de deseos e intenciones hoy desde hace unos cuantos años. Ahora que ya tengo experiencia, puedo ver qué cosas se van cumpliendo y qué cosas no se han cumplido porque llegaron cosas mejores.

Ya tengo mi ritual de hoy listo, y si eres así, flipada por naturaleza como yo, te invito a que hagas el tuyo. Si puedes acercarte a la playa, tira.. si no, a la ducha, pero el agua es importante.

Una cosa importante, es que los rituales son personales, pon o quita lo que necesites; haz lo que te venga a la cabeza. Si solo quieres darte el baño, ok; si lo que te apetece es hacerte una clase de yoga con meditación, ok; si te va más bailar y cantar, ¡dale!… esto solo vale según la intención que tu le des.

Lo importante aquí es tu intención, y que no pierdas de vista, de que hay magia por todos lados.

Agosto

Todos los meses del año tienen algo anclado en mi cabeza. En enero es cuando tengo el folio en blanco y me dedico a ponerme objetivos como una descerebrada; en febrero los Carnavales; en marzo el Equinoccio… y así con los 12 meses. Y en ¿Agosto?.

Agosto siempre fue el mes del despiporre, desde que era chica. Estar sin ninguna preocupación más allá de saber a qué hora va a subir la marea para ir a la playa, o a qué íbamos a jugar. Cada día un juego nuevo, con risas y conflictos, porque eso es estar en grupo. Un grupo con un mismo apellido, y con una buena cantidad de genes repetidos.

Y claro, cuando vives esta libertad y esta felicidad desde chica, asocias sin remedio al mes de agosto con la fiesta y el despiporre.

Me hice mayor, y no he sido capaz de perderme un agosto en MiNorte, cuando las cosas se dan bien, paso el mes entero; cuando están medio bien, medio mes; y si el curro no me da tregua, paso al menos una semana. Pero que no esté allí de forma permanente, no me quita del cuerpo la sensación de que agosto es el mes de quedadas y reuniones. De charlas y verbenas, de playa y siestas. De tomar mojitos o quintillos, y de partir un poco de queso con bizcocho en cualquier momento del día.

Esos agostos, están clavados en mi memoria con una calidad de tinta imborrable que me dan la alegría suficiente para soportar los meses en los que no puedo sentir esa despreocupación que dan las “vacaciones”.

Mis recuerdos están llenos de primos, tíos, mi abuela; el silbo en el risco, las lapas a la plancha; las tardes sin hora; los pies llenos de arena todo el día… Me di cuenta hace mucho que esta mochila me proporciona un cable a tierra, y un remanso de felicidad y seguridad, porque cada año, llega agosto.

Me hace inmensamente feliz que mi hija esté viviendo lo mismo; 35 años después, con menos primos, pero con la misma libertad y alegría. Su mochila se va a parecer mucho a la mía, y no sé cómo explicártelo, pero eso me da seguridad, porque como yo, ella tendrá un sitio al que volver, siempre. Porque agosto y MiNorte llegarán cada año.

Agosto es la promesa de que hay una ventana en el año donde todo da igual, y donde no hay que preocuparse más allá de que el bikini esté seco y que hayan quintillos en la nevera, o que las chicas estén listas para tomarnos un mojito.

Darle la espalda a todo

Hace unos años, muchos en realidad, aunque el destrozo que se produjo fue tanto, que todavía los siento cercanos, me di la espalda.

Vivía para afuera sin prestarme ninguna atención. Llegué a no atender ni siquiera mis necesidades vitales. Ignoré mi necesidad de alimento, de sed, de sueño, de soledad. A todo lo que necesitaba le dejé de prestar atención. Toda esa energía la enfoqué en atender cualquier necesidad o antojo de lo que tenía alrededor, lo mereciera o no. Ahora y con la perspectiva del tiempo me doy cuenta de que la mayoría de las personas que tenía alrededor en aquella época merecían de todo menos mi atención.

Sin tener las necesidades cubiertas, mi capacidad de reflexión y razonamiento estaban fuertemente comprometidas, y no me permitían ver de forma objetiva lo que estaba pasándome.

Tuve que transitar por eso que le dicen “la noche más oscura” para calibrar el grado de autoabandono que me había profesado. Ahí me di cuenta de que me había dado la espalda a mi misma, y que tenía que revertir de forma inmediata aquella postura.

Me aislé, y me sometí a una soledad que creía que me quebraría, pero lo que pasó fue que pude reunir la fuerza necesaria para cambiar el patrón. En ese momento, lo que hice fue darle la espalda a todo para centrarme en mi. Darme alimento, hidratación y mucho descanso. Las palabras llenaron libretas y la nube espesa que tenía de forma permanente en mi cabeza, fue disolviéndose. Me di cuenta de lo abandonada que estaba, y que era yo la que me había puesto en aquella situación, acallando todas mis necesidades.

Desde entonces, me juré prestarme atención: los focos a mi persona, siempre, primero. Y me doy el tiempo de al menos una vez al año, darle la espalda a todo, para darme la atención a mi. Evaluarme, analizarme, y tratar de comprenderme. Calibrar qué necesito y pensar cómo proveérmelo.

Darle la espalda a todo, para darme la atención a mí.

Dame un respiro

Hace prácticamente tres años que me quité de escuchar noticias, y programas de debates. Tampoco leo nada sobre cómo va el mundo. He puesto todo mi empeño en no enterarme de nada. Todo en vano. Es imposible no enterarte de lo que pasa, porque aunque no veas las fuentes oficiales o al menos, las fiables.. te enteras. Porque, todo el mundo tiene una opinión, que creen que deben trasladar al mundo. Y que al hacerlo, te obligan a que tu hagas lo mismo.

No me refiero a que tu traslades tu opinión, sino a que te la plantees a ti misma.

Y mira, qué quieres que te diga, yo no quiero esa carga. Yo no tengo, y me he dado cuenta de que además no la quiero tener, una opinión sobre todo. Ni siquiera quiero saber de todo. Es probablemente una posición cómoda y cobardica, pero es que he decidido que en todo no puedo estar.

Cuando me reproduje, y mi heredera empezó a cuestionarme cosas, me invadió una responsabilidad enorme de tener que darle respuesta a cualquier cosa que me preguntara, quería ser su fuente de información, su Wikipedia. Hoy, una década después, me he quitado de esa responsabilidad. Hay cosas que tengo claras, y así se las traslado, aunque termino siempre diciéndole: esto es lo que pienso hoy, igual mañana tengo otros datos u otras sensaciones y pienso diferente. Porque ser flexible y trasladárselo así, ha pasado a ser más importante que ser verdad oficial y rigidez absoluta.

Desde que me he dado este permiso, el de no tener que saber u opinar de todo, me siento liberada y mucho más tranquila. Conmigo y con el resto. Y ese estado, me ha dado la autoconfianza suficiente para salirme de reuniones o conversaciones en las que siento que no sé, o que no quiero saber. Me repito, puede ser una posición cómoda y cobarde, pero en este punto de la vida, yo lo que quiero es vivir tranquila, y decidir en qué batallas me meto, es una decisión que protege esta tranquilidad, y tomarme mi agüita con toda la calma del mundo.

Lo que me llevo

Hace tiempo que me di cuenta de que lo único que me importa es lo que me llevo. Lo que me llevo vivido, que no puesto, ni acumulado.

La experiencia es lo que me importa. Cuando la agenda se me desborda, y me sale trabajo más del que creo que puedo manejar, vuelvo a las fotos, y a recordar por qué merece la pena el apuro, y ajustarme el cinturón.

Hacía tres años que no salíamos de la isla. Y lo hemos hecho por todo lo alto.

Desde enero se me planteó la posibilidad, y no lo pensé: Sí. Nos vamos.

El destino: Los Fiordos. El medio: un barco.

Si te digo la verdad, hasta que no me vi finalmente en el barco, no me lo terminé de creer.

Visitamos: Copenhague, Geiranger, Alesund, y Fläm. Y de vuelta Hamburgo.

Quedé sobrecogida por la geografía del lugar. Por los pueblos a pie del agua, que todos parecían Arendel. Por las casas. Las cascadas. El verde. La quietud del fiordo, y el brillo de la nieve.

El paisaje es espectacular, pero lo que hizo que el viaje fuera del todo inolvidable, fue la compañía. Viajar con la familia no tiene precio.

Quiero volver a Dinamarca. También a Noruega. Y a Alemania. Quiero seguir poniendo chinchetas en mi mapa del mundo. Quiero seguir llevándome experiencias. Y recordar que en Noruega nunca vi la noche. Que volvimos a juntarnos todos después de la pandemia. Que bailamos y reímos cada día, durante una semana. Que en proa, es donde más se nota el movimiento del barco; que una piña colada cada tarde podría convertirse en una norma de obligado cumplimiento; que en Noruega la luz te hace una piel espectacular; y que aunque veas el sol a toda hora, hace una rasca importante.

No sé hacer crónicas de viajes. Pero sí sé pasármelo muy bien. Porque tengo cristalino, que eso, es lo que me voy a llevar.