Pues ya estamos aquí. Ya, yo tampoco sé cómo ha sido, que casi no me ha dado tiempo a peinarme bien, y de la revolcada estamos en diciembre… again. Supongo que todos los que pasamos los 30 tenemos la sensación de que esto cada vez va más rápido. No te creas que no me quita el sueño.
Y ya puestas aquí, llega el momento en el que hay que sacar la libreta y las cartas, y empezar a hacer cuentas.
La Navidad también es esto y aunque todo el tiempo esté pensando en alejarme todo lo posible del consumismo loco y masivo, también es divertido regalar.
¿Tú eres de las que prefiere regalar o que te regalen?
A mí me mola mucho lo primero, lo que no me motiva nada es meterme en los centros comerciales por esta época. Me agobio y me frustro. Por eso procuro ir, porque todavía no he encontrado la forma de salvarme, con una lista armada, cerrada, estudiada y medida. Ir a tiro hecho y como si estuviera participando en un concurso y salir lo más rápido posible de allí.
Regalar es divertido, intentar poner orden en un montón de cosas que llegan de repente y con las que tienes que compartir espacio, no lo es tanto. Y no hablemos de los agujeros que hacemos en las carteras. Por eso, siempre y más en estas fechas, consumo con cabeza.
Desde hace unos años, la mayoría de los regalos que hago son de disfrute en lugar de cosas. Quiero decir, que me gusta más regalar una comida, un masaje o una excursión, que una ropa, un perfume o cualquier objeto.
Me gusta regalar libros. No los que me gustaron a mí, sino los que creo que le van a gustar al regalado.
Y también me gusta mucho regalar detalles hechos con amor: cualquier artesanía útil me vale. Figuritas y demás objetos inútiles, no por favor.
Marie Kondo ya renunció a mantener el orden, ya lo leímos, sin embargo, sus enseñanzas sí que he decidido conservarlas y acumulo lo menos posible.
A ver, esto tiene un pero, claramente: acumulo lanas, papel para scrapbooking y telas. Pero eso no es acumular, es invertir en mi jubilación.
Regala con el corazón, pero compra con la cabeza.