Agosto

Todos los meses del año tienen algo anclado en mi cabeza. En enero es cuando tengo el folio en blanco y me dedico a ponerme objetivos como una descerebrada; en febrero los Carnavales; en marzo el Equinoccio… y así con los 12 meses. Y en ¿Agosto?.

Agosto siempre fue el mes del despiporre, desde que era chica. Estar sin ninguna preocupación más allá de saber a qué hora va a subir la marea para ir a la playa, o a qué íbamos a jugar. Cada día un juego nuevo, con risas y conflictos, porque eso es estar en grupo. Un grupo con un mismo apellido, y con una buena cantidad de genes repetidos.

Y claro, cuando vives esta libertad y esta felicidad desde chica, asocias sin remedio al mes de agosto con la fiesta y el despiporre.

Me hice mayor, y no he sido capaz de perderme un agosto en MiNorte, cuando las cosas se dan bien, paso el mes entero; cuando están medio bien, medio mes; y si el curro no me da tregua, paso al menos una semana. Pero que no esté allí de forma permanente, no me quita del cuerpo la sensación de que agosto es el mes de quedadas y reuniones. De charlas y verbenas, de playa y siestas. De tomar mojitos o quintillos, y de partir un poco de queso con bizcocho en cualquier momento del día.

Esos agostos, están clavados en mi memoria con una calidad de tinta imborrable que me dan la alegría suficiente para soportar los meses en los que no puedo sentir esa despreocupación que dan las “vacaciones”.

Mis recuerdos están llenos de primos, tíos, mi abuela; el silbo en el risco, las lapas a la plancha; las tardes sin hora; los pies llenos de arena todo el día… Me di cuenta hace mucho que esta mochila me proporciona un cable a tierra, y un remanso de felicidad y seguridad, porque cada año, llega agosto.

Me hace inmensamente feliz que mi hija esté viviendo lo mismo; 35 años después, con menos primos, pero con la misma libertad y alegría. Su mochila se va a parecer mucho a la mía, y no sé cómo explicártelo, pero eso me da seguridad, porque como yo, ella tendrá un sitio al que volver, siempre. Porque agosto y MiNorte llegarán cada año.

Agosto es la promesa de que hay una ventana en el año donde todo da igual, y donde no hay que preocuparse más allá de que el bikini esté seco y que hayan quintillos en la nevera, o que las chicas estén listas para tomarnos un mojito.

Darle la espalda a todo

Hace unos años, muchos en realidad, aunque el destrozo que se produjo fue tanto, que todavía los siento cercanos, me di la espalda.

Vivía para afuera sin prestarme ninguna atención. Llegué a no atender ni siquiera mis necesidades vitales. Ignoré mi necesidad de alimento, de sed, de sueño, de soledad. A todo lo que necesitaba le dejé de prestar atención. Toda esa energía la enfoqué en atender cualquier necesidad o antojo de lo que tenía alrededor, lo mereciera o no. Ahora y con la perspectiva del tiempo me doy cuenta de que la mayoría de las personas que tenía alrededor en aquella época merecían de todo menos mi atención.

Sin tener las necesidades cubiertas, mi capacidad de reflexión y razonamiento estaban fuertemente comprometidas, y no me permitían ver de forma objetiva lo que estaba pasándome.

Tuve que transitar por eso que le dicen “la noche más oscura” para calibrar el grado de autoabandono que me había profesado. Ahí me di cuenta de que me había dado la espalda a mi misma, y que tenía que revertir de forma inmediata aquella postura.

Me aislé, y me sometí a una soledad que creía que me quebraría, pero lo que pasó fue que pude reunir la fuerza necesaria para cambiar el patrón. En ese momento, lo que hice fue darle la espalda a todo para centrarme en mi. Darme alimento, hidratación y mucho descanso. Las palabras llenaron libretas y la nube espesa que tenía de forma permanente en mi cabeza, fue disolviéndose. Me di cuenta de lo abandonada que estaba, y que era yo la que me había puesto en aquella situación, acallando todas mis necesidades.

Desde entonces, me juré prestarme atención: los focos a mi persona, siempre, primero. Y me doy el tiempo de al menos una vez al año, darle la espalda a todo, para darme la atención a mi. Evaluarme, analizarme, y tratar de comprenderme. Calibrar qué necesito y pensar cómo proveérmelo.

Darle la espalda a todo, para darme la atención a mí.

Dame un respiro

Hace prácticamente tres años que me quité de escuchar noticias, y programas de debates. Tampoco leo nada sobre cómo va el mundo. He puesto todo mi empeño en no enterarme de nada. Todo en vano. Es imposible no enterarte de lo que pasa, porque aunque no veas las fuentes oficiales o al menos, las fiables.. te enteras. Porque, todo el mundo tiene una opinión, que creen que deben trasladar al mundo. Y que al hacerlo, te obligan a que tu hagas lo mismo.

No me refiero a que tu traslades tu opinión, sino a que te la plantees a ti misma.

Y mira, qué quieres que te diga, yo no quiero esa carga. Yo no tengo, y me he dado cuenta de que además no la quiero tener, una opinión sobre todo. Ni siquiera quiero saber de todo. Es probablemente una posición cómoda y cobardica, pero es que he decidido que en todo no puedo estar.

Cuando me reproduje, y mi heredera empezó a cuestionarme cosas, me invadió una responsabilidad enorme de tener que darle respuesta a cualquier cosa que me preguntara, quería ser su fuente de información, su Wikipedia. Hoy, una década después, me he quitado de esa responsabilidad. Hay cosas que tengo claras, y así se las traslado, aunque termino siempre diciéndole: esto es lo que pienso hoy, igual mañana tengo otros datos u otras sensaciones y pienso diferente. Porque ser flexible y trasladárselo así, ha pasado a ser más importante que ser verdad oficial y rigidez absoluta.

Desde que me he dado este permiso, el de no tener que saber u opinar de todo, me siento liberada y mucho más tranquila. Conmigo y con el resto. Y ese estado, me ha dado la autoconfianza suficiente para salirme de reuniones o conversaciones en las que siento que no sé, o que no quiero saber. Me repito, puede ser una posición cómoda y cobarde, pero en este punto de la vida, yo lo que quiero es vivir tranquila, y decidir en qué batallas me meto, es una decisión que protege esta tranquilidad, y tomarme mi agüita con toda la calma del mundo.

Lo que me llevo

Hace tiempo que me di cuenta de que lo único que me importa es lo que me llevo. Lo que me llevo vivido, que no puesto, ni acumulado.

La experiencia es lo que me importa. Cuando la agenda se me desborda, y me sale trabajo más del que creo que puedo manejar, vuelvo a las fotos, y a recordar por qué merece la pena el apuro, y ajustarme el cinturón.

Hacía tres años que no salíamos de la isla. Y lo hemos hecho por todo lo alto.

Desde enero se me planteó la posibilidad, y no lo pensé: Sí. Nos vamos.

El destino: Los Fiordos. El medio: un barco.

Si te digo la verdad, hasta que no me vi finalmente en el barco, no me lo terminé de creer.

Visitamos: Copenhague, Geiranger, Alesund, y Fläm. Y de vuelta Hamburgo.

Quedé sobrecogida por la geografía del lugar. Por los pueblos a pie del agua, que todos parecían Arendel. Por las casas. Las cascadas. El verde. La quietud del fiordo, y el brillo de la nieve.

El paisaje es espectacular, pero lo que hizo que el viaje fuera del todo inolvidable, fue la compañía. Viajar con la familia no tiene precio.

Quiero volver a Dinamarca. También a Noruega. Y a Alemania. Quiero seguir poniendo chinchetas en mi mapa del mundo. Quiero seguir llevándome experiencias. Y recordar que en Noruega nunca vi la noche. Que volvimos a juntarnos todos después de la pandemia. Que bailamos y reímos cada día, durante una semana. Que en proa, es donde más se nota el movimiento del barco; que una piña colada cada tarde podría convertirse en una norma de obligado cumplimiento; que en Noruega la luz te hace una piel espectacular; y que aunque veas el sol a toda hora, hace una rasca importante.

No sé hacer crónicas de viajes. Pero sí sé pasármelo muy bien. Porque tengo cristalino, que eso, es lo que me voy a llevar.

Lo de escribir

 

Hace un mes que no me paso por aquí. Una vez más, que me arrolla la vida, o las obligaciones, o tal vez, y pueda que sea la única realidad, es que no he tenido ordenadas mis prioridades.

Ya no me cuento cuentos, ni me digo mentiras, porque me conozco bien, y aunque de entrada parece que da resultado, termino pillándome. Y en ese momento no me gusto nada. El momento en el que me pillo la trola, me refiero. Porque ahí ya quedo yo sola, frente a la montaña de mentiras que me conté y el otro montón de culpa por todo el proceso.

Ahora me ahorro todo este mal trago, y me doy de frente con la realidad. No he venido por aquí, porque la tarea de hacerlo, ha ido bajando puestos en la lista de cosas que hacer cada día, hasta quedarse en la hora 25 del día. Esa que no existe. Ese cajón donde van a parar las cosas que no son prioritarias. Los debo que se comen los quieros.

Y entonces, llega el momento de revisar la caja, y de reordenar. No es un momento fácil. Reordenar, es poner en valor lo que me interesa realmente, y como ya sabemos: 24h. Lo que no está ahí, no cabe y por lo tanto, no se hace.

Me doy cuenta de que escribir, se queda por detrás de hacer la compra, y también de limpiar. ¿Desde cuando me importa más cualquiera de estas dos cosas que escribir? ¿En qué momento? Sigo revisando lo que se ha quedado en el cajón, y me encuentro también la Miracle Morning, y la caminata diaria.. Espera, que también está lo de leer tomándome el té de la tarde.

Y no lo termino de entender, porque a mi, escribir, me importa mucho. Muchísimo. Y no es que no lo haya hecho, lo he hecho, pero como a escondidas, en múltiples libretas que he ido arrastrando entre aeropuertos, barco y guaguas. Con letra ilegible, pero con muchas ganas.

Hace apenas un mes que estuve en Noruega. Visité un pequeño pueblo: Fläm. Desde que me bajé del barco, divisé un pequeño hotel, y lo único que podía pensar es que quería sentarme en alguno de sus balcones con mi portátil y dedicarme sin controlar ni el tiempo ni el espacio, a juntar letras. Lo anoté en la libreta en cuanto la tuve de nuevo en las manos: venir a Noruega a escribir.

Soy consciente de que estas actividades que me ayudan tanto a estar centrada y contenta, porque más que nada me proporcionan calma, se van quedando relegadas al olvido de no agendarlas, porque el tiempo se lo va comiendo esas otras tareas que me reportan mucha menos alegría pero que son impepinables para seguir viviendo. Limpiar, hacer la compra, ordenar la casa… Y me doy de frente con la palabra: delegar.

¿Por qué se me hace tan difícil soltar el control y la obligación de tener que hacerlo todo yo? ¿Si dejo de hacerlo me van a quitar alguna acreditación? ¿Dejaré de ser la persona que soy? ¿Qué me pasa con todo este asunto?

Llevo un mes alargando el momento de ponerle fecha al asunto de delegar. Hasta hoy. Hoy he armado mi lista de delegados, y también he escogido a las personas que lo harán por mí. Supervisé también todo el asunto económico y listo. Tengo las patitas flojas, con un tembleque considerable, pero prefiero esto, a la sensación de dejarme siempre para después. Entro en fase de pruebas. Deséame suerte.

Red

Hace ya algunas semanas que vimos la película Red. Como viene siendo habitual, desde ese momento hasta ahora, Emma la ha puesto a una media de 18 veces por semana. Menos mal que Disney no cobra por visualizaciones, porque me iba a salir por un pico.

Me gustó mucho la película. Y aunque parece que la explicación a la aparición del panda rojo, se debe a la cuestión hormonal de Meilin Lee, me parece a mí, más interesante darle una visión más global al asunto, porque todos llevamos un panda rojo por dentro, que puede desatarse según qué momento.

Cuando terminó la película, nos quedamos hablando sobre ella, porque yo tenía mucha curiosidad por ver si aquí se habían pillado todos los matices de la misma.

Esa tarde, habíamos ido al centro comercial, y Emma se había encaprichado de algo en cada una de las tiendas en las que entramos. Ya sabe ella que yo soy inflexible, y que si salgo con el pensamiento de no comprar, no voy a hacerlo ni aunque me lleven a rastras. Cuando terminamos de hacer los recados que teníamos pendientes, nos metimos en el coche y a casa. Emma vino todo el camino refunfuñando porque no le quise comprar nada. Argumenta cada uno de sus enfados y de sus caprichos de una manera muy contundente y trabajada, la verdad. Pero como digo, yo soy inflexible. Cuando llegamos a casa, le dije, tienes dos opciones: seguir enfurruñada, o respirar y que se te pase, para ver una peli y estar tranquilas un rato. Me dijo que veríamos la peli, pero que quería dejar constancia de que estaba tremendamente enfadada porque yo era muy tajante y que no negociaba nada, que se iba a pintar un rato, y que luego ya si eso, veríamos la peli. Y así lo hizo.

Después de ver la película, como contaba, nos pusimos a hablar, y yo empecé con una arenga, en plan: todos tenemos un panda dentro, y hay que saber llevarlo, porque tenerlo siempre controlado, no es tampoco bueno. Yo fui diciendo aquello con la boca pequeña, porque aunque no quiero que se quede con todo por dentro, como madre, tener que lidiar con un panda rojo cada día, tampoco es una cosa que me seduzca.

Ella, muy seria, me dijo, no mamá, yo a mi panda lo dejo salir cada vez que quiere, como esta tarde por ejemplo, lo dejo salir y luego lo tranquilizo pintando.

Me quedé ojiplática ante su comprensión y gestión del panda. Y esto fue como una tortita para mí, que todavía me creo que tengo una niña de teta, y aquí tengo ya una persona que si quiere, cada día me da una clase.

 

El movimiento se demuestra andando

Otra de las cosas que he tenido presente y fijada en el cerebro, desde que me reproduje, es que se aprende más por imitación que por escucha. Es decir, que si yo le digo a Emma que lea, pero no me ve nunca con un libro, va a ser difícil que el mensaje cale. Lo mismo que si le digo que menos pantallas, y yo ando con el teléfono incrustado en la mano.

Es una trabajera tremenda, esto de ser ejemplo, porque qué quieres que te diga, hay días que no me apetece nada más que mirarme los pies, y no puedo darme el gusto de ello, porque siempre tengo dos ojos pendientes de mis movimientos, y que aprovecharán cualquier descuido para utilizarlo en mi contra.

Me concedo ciertos momentos de tregua, y aprovecho esos ratos en los que está fuera de casa, para no ser todo lo correcta que se supone que debo ser, esto es: tomarme algún quintillo, y dejarme estar en el sofá dejándome entretener por cualquier cosa que netflix me sugiera.

Cuando ella era pequeña, recuerdo tener cierto agobio por tener información y opinión de casi todo, porque no quería que si ella me preguntara yo no tuviera respuesta. Con el tiempo he aprendido y asumido que hay cosas para las que no tengo respuesta y tampoco opinión, y así se lo hago saber. También cuando me pregunta algo que no sé, aprovecho para juntas, buscarlo en San Google.

Pero de lo que he sido muy consciente de hacerle ver, es de lo que disfruto con la belleza del sitio donde vivimos, con nuestro Atlántico y con esta tierra árida e inhóspita que ha dado cobijo a todos los que llevaron nuestros genes antes que nosotras. Me he preocupado mucho por hacerle sentir que pertenece a este sitio, y que por ello debe honrarlo y respetarlo.

Uno de nuestros pequeños rituales de momento contemplativo, en es verano, cuando llegamos al Norte. Al poco rato de estar instaladas, nos vamos al banco azul, a estar en silencio (si es que eso es posible con ella) a ver el charco y Piedra Playa. Quiero presumir de inculcarle mirar la mar, y alabar su porte. Se me llena el corazón cuando vamos en el coche y pasamos cerca de la costa, y ella para la conversación para lanzar esa alabanza en alto.

Encontrar la belleza en lo que nos rodea, es algo que nos ayuda en el día a día. Creo que he conseguido traspasárselo, junto con la miopía y la necesidad de la ortodoncia.

Espero que conserve esto, y le sirva para refugiarse cuando sienta que lo necesite.

El caldo como un abrazo

Desde que me hice madre, me enfoqué en una idea clara y fija: hacer de todo un anclaje. He hablado un montón de veces de esto. Quería que Emma sintiera que nuestra casa, era el refugio más seguro del mundo para ella, en cualquier momento. Para eso, fui llenando de cosas fijas la nevera, los armarios, y algunas paredes.

Llevo utilizando el mismo suavizante desde que nació (gracias Mercadona), las mismas recetas de galletas y de queques, y también haciendo caldo.

¿Se come Emma el caldo? No. Pero eso es lo de menos, en mi casa siempre hay un taper de caldo. O más de uno, para ser exactos. Soy esa madre de la canción de Rigoberta Bandini.

Cada quince días hago caldo. De diversos ingredientes, y para cosas distintas. Pero siempre caldo. Empecé a hacerlos en un caldero normal, a fuego bajito, y con una carcasa de pollo y verduras. Luego me pasé a la olla a presión. Y finalmente a la crockpot. Ahora hago caldo de huesos, y verduras. De verduras solas. De hueso de jamón. O de pollo. Si es de pollo, la carcasa va primero asada.

Hacer caldo, es algo en lo que no me complico mucho. Las verduras que utilizo siempre son: puerro, zanahorias y apio; si hay alguna cosa más por la nevera, se la pongo también. Una hoja de laurel, un poco de sal, y unas pimientas de Jamaica. Y listo, todo dentro de la crokpot, con  un buen chorro de vinagre. Y de ahí 12, 14, o hasta 20 horas hirviendo en baja temperatura. Lo que sale, es oro líquido a mi parecer.

Un caldo sienta bien en cualquier momento, y casi con cualquier cosa. Es como un abrazo.

Llegas tarde, después de estar todo el día corre corre, sacas el taper y lo pones a hervir, y en un buen bowl, troceas todo lo que te parezca que tengas en la nevera. Cuando te lo terminas, estás reconfortada, rehecha. Como si hubieras juntado todos tus trocitos.

Aunque como digo, Emma no pasa de comerse un par de cucharadas. Da lo mismo, yo sigo insistiéndole, porque sé que un día, más pronto que tarde, ella pedirá un tazón de caldo.

El día mío

Hace diez años que la vida me dio la oportunidad de celebrar el día de la madre. Se me hace todavía un nudito en la barriga cuando lo pienso.

Me pasa que soy un poco de efecto muy retardado, un poco mucho. Y aún cuando hace tiempo que me suceden según qué cosas, sigo asombrándome.

Ser mamá siempre fue un deseo. Siempre fue algo que tuve muy dentro, y tomó forma y certeza la primera vez que tuve en brazos Ladelavozdepito, que es como mi hija adoptada. Con ella fui  ensayando, para cuando me tocó ejercer de titular.

Todavía conservo el papel que pone POSITIVO, todo manoseado y estropeado. Como digo que soy de asumir las cosas con cierto retardo, durante todo el embarazo lo tenía cerca, porque aún viéndome la tremenda barriga que confirmaba mi estado, por momentos todo me parecía irreal, y aquel POSITIVO en el papel, me parecía la confirmación real. ¡Qué cosas! Me fiaba más del papel que de mi barriga.

Y así, han pasado 10 años. Ahora miro para atrás, y algunas veces siento un vértigo terrible. ¿Dónde quedaron las noches en vela? ¿Los primeros dientes? ¿Todas aquellas horas de lactancia?. ¿Ya pasó todo eso? ¿Cómo lo hice? ¿Cómo lo hicimos?

Creo que el secreto está justamente ahí, en ni siquiera saber cómo lo hice. Hablando hace unos días con eldelosnúmeros, me dijo: somos padres porque éramos unos inconscientes. Y creo que tiene muchísimo de razón, y menos mal, porque si no, nos hubiéramos extinguido ya.

En estos años no me he enredado ni una sola vez en pensar cómo hago qué. Solo camino. Como me decía mi amigo César: Burro cargado busca vereda.. y supongo que eso es lo he hecho, y sigo haciendo. Espero que ahora que él se está estrenando como padre, se lo esté aplicando también.

Si tuviera que buscar el peor momento como madre de estos diez años, no tendría dudas: aquella primera semana del cursillo de natación en el 2015. Todavía me estoy felicitando en secreto por haberlo superado. El mejor momento, no sabría decir cuál es, porque creo que tengo buenísimos momentos cada día. El de ayer, recibiendo su regalo está en el top ten, seguramente.

Se esmeró en armar todo un regalo: enredó a la abuela para que comprara las cholas, y se pasó dos tardes personalizándola en secreto, con dibujos que tienen mucho significado para las dos. Evidentemente son los zapatos más especiales que voy a tener nunca. Y por otro lado, negoció con su amiga del cole para que me hiciera un colgante con mi nombre para mi llavero.

Muchas de las noches me voy a la cama con el runrún de ¿lo estaré haciendo bien?. Esto viene con el bebé… el día de la madre y la constante duda de si estás siendo buena madre, es el mismo pack.

Después de diez años ejerciendo, lo que mas me ha preocupado, es hacerle saber que la quiero… no matter what; de que cada día hay una rato para que sea “el momento del mimo”, y que hay que lavarse los dientes con conciencia.

De momento, vamos bien.. sigamos así.

Escribir en El Enfoque

Hace unos meses que he vuelto a escribir en  mi periódico local. No sabes los nervios que me dan cada vez que me veo en el papel del periódico. Es una especie de dolor de barriga de nervios y alegría.

La verdad es que, en este momento, me gusta pararme y mirar para atrás… a aquel momento en que Mónica, la directora del Enfoque, me dijo si me gustaría escribir en el periódico. Recuerdo claramente la emoción, los nervios, el dolor de barriga. Le dije sí, claro. Porque en esos momentos he aprendido a gestionarme, y a tirar para adelante cuando sé que algo me emociona aunque me mate del susto. No siempre me ha salido bien, también tengo que decirlo. La cosa es que cuando llegué a casa, el miedo tomó todas las riendas, y la Señora Impostora que me habita de vez en cuando, se hizo protagonista. Focos a su persona, y lo dio todo. Creo que ha sido uno de los momentos que más he tenido que imponer mis ganas al miedo. Ganaron las ganas, y me felicito cada mes, cuando me veo publicada.

Sin embargo, cada vez que me pienso que lo que escribo, va a tener vida fuera de mi, me entran los sudores fríos. Luchar contra la impostora, se ha convertido en parte de mi día a día, y me pregunto si alguna vez me veré libre de ella.

La primera temporada de artículos, ya soy como una serie de Netflix, la dediqué a algunas mujeres de mi vida, que me marcaron y que me marcan todavía. Aun no he acabado con ellas, pero las he puesto en barbecho de momento.

Ahora me he dedicado a escribir sobre mis básicos para sobrevivir. Y que también está ligado con mi libro. Ese que terminé de escribir a principios de mes, y que está ya a puntito de ver la luz. En breve vengo por aquí en plan Paco Umbral, advertido queda todo el mundo.

En mi Manual de Superviviencia, y que ya ha salido a la luz en las columnas del El Enfoque, está: escribir, alimentarse, y próximamente: el silencio.

A veces el silencio es mal entendido. Me he tenido que poner y quitar la etiqueta de muy habladora y de silenciosa, unas cuantas veces. Y si tengo que ser honesta, la de habladora la tengo ya olvidada. Ha habido ocasiones en que me han dicho que soy callada o bruta, por andar en silencio, y la verdad, cuando estoy así, ni fuerzas para romper el necesitado silencio para explicar la cuestión.

Estar en silencio no es un capricho, o un antojo, es una necesidad.

Estamos llenos de ruido. Exterior e interior. Todo el día hay sonidos alrededor. Yo necesito silencio. Primero aislarme del ruido, luego no generarlo.

El silencio me da la base para seguir funcionando bien, es como si me limpiara el aura, si es que esto es posible y existe. Pero de alguna manera así lo siento.

Cuando Emma era pequeña, se subía al coche y hablaba como una cotorra. Desde que empezó a articular palabras, no ha dejado de hacerlo de forma constante. Cuando teníamos que hacer un trayecto medianamente largo, le proponía un juego: la primera que hable pierde. Al cabo de medio minuto, con su media lengua, decía: mamá perdí. Y al palique de nuevo. Nunca intentó siquiera llegar al minuto de silencio. Ahora me rio, pero me acuerdo de la saturación de sonidos que tenía cuando era bebé, y me dan ganas de abrazarme fuerte. Ya pasó. Ahora hay un poco de silencio. Ahora puedes encontrar el silencio de forma más fácil.

Y tu ¿necesitas silencio o eres de ruido?