Presentación del Manual de Verano

El próximo sábado, después de desayunar y de pasar la media mañana con calma, será un buen momento para que te alistes, y te dirijas a la Feria del Libro.

Sobre las 11:30, allí estaré yo, acompañada de mi amiga Maru. Con unos pocos de nervios, y la ilusión desmedida.

Durante media hora charlaremos sobre este nuevo Manual, del que como podrás intuir voy a hablar bastante de aquí a final de año.

Va a ser un buen momento para que nos veamos las caras, nos saludemos, y si quieres te puedes llevar los libros firmados. No me quiero poner en plan pedigüeña, pero a ver, que me lo he hecho yo solita, el libro digo, y tengo que venderlos todos, que ocupan un buen espacio en mi casa.

La feria de este año, que empieza el 18, tiene un programa sin desperdicio. También te convoco a venir a la mesa redonda que tendrá lugar el viernes 20 a las 18:00. En la que estaré moderando una charla entre cuatro escritores que usan Fuerteventura como inspiración para sus obras.

Que trabajas, estás ocupada, o tienes otras citas (que no sé qué puede ser de más interés que esto, ya tu me dirás), tienes una última oportunidad. El domingo por la mañana estaré en el stand de la librería Tagoror, firmando lo que me lleves. Cheques, contratos o escrituras no firmo, ya te lo digo. De resto, lo que quieras.

Así que allí te espero, en cualquiera de estos momentos del fin de semana.

Venirse venirse.

Manual de Verano

El 9 de enero de este año, intentando parecerme a Isabel Allende, me senté delante del ordenador, a reconectar con Sonia, Pedro y Tía Enriqueta.

Desde noviembre del año anterior, fui acumulando notas y datos, que creí importantes para continuar.

Así que cuando me senté, tenía algunas palabras sueltas, y algunas ideas. No era la hoja totalmente en blanco.

Durante un montón de mañanas, acompañadas por Raúl Ornelas y su Manual de lo Prohibido, me senté delante del ordenador. Unos días me salían 1500 palabras, otros, no llegaba ni a 400… Algunos días dejaba la mesa con tal motivación que sentía que iba levitando por el día… Otros, sentía un peso terrible en las espaldas, que casi no me dejaba avanzar.

Y así me puse en el final de mayo. Yo tenía una planificación perfectamente organizada, y empecé a ver que los días se me iban acercando, y yo no había llegado ni a la mitad de mi objetivo de palabras.

En ese momento, me dispuse a derribar una terrible creencia que tenía incrustada en mi cabeza. Hasta ahora, escribía 1500 palabras, aprox. Porque era lo que me salía en la hora que tenía para escribir. Así lo hice para el Manual de Adviento y el Manual de Primavera. Durante la escritura de estos dos libros, yo tenía un chorro de cosas más a las que prestar atención. Este año, por circunstancias varias, no tenía tantas cosas a las que atender, sin embargo, yo seguía escribiendo solo una hora al día. Mira tu si es limitación.

Cuando me di cuenta de esto, me senté delante del ordenador, sin reloj y sin objetivos palabriles. Y se hizo la magia. Unos días 3000 palabras, otros hasta casi el doble.

Fulminé la creencia y me descubrí frente a otras muchas posibilidades de desarrollar la misión que me había puesto por delante.

A finales de junio, pude decirme aquello de misión cumplida. Punto y final al manuscrito, tal y como había previsto en mi planificación.

De ahí corrección, ilustración, revisión, maquetación, revisión y finalmente impresión.

Y aquí está. El manual de verano es ya un libro físico o digital. Para gozo mío y disfrute de ustedes.

Todo lo que no se ve

Hace unos días vi un reel en Instagram, de Almudena Grandes, donde decía que la escritura a ella le ha dado oficio y disciplina. Empezó a escribir para otros, y eso hizo que se tomara en serio lo de venir a la mesa y sentarse cada día, un buen puñado de horas, como si fuera un trabajo de oficina.

Adquirió esa disciplina porque tenía que entregar aquello que escribía y que le habían encargado.

Lo mismo le oí decir a Isabel Allende. Cada día escribes, y durante un montón de días vas a tener un buen puñado de páginas, que probablemente no sirvan para mucho. Pero de pronto, el día 101 la página que has escrito, te parece que está bien, que tiene eso que buscas cuando escribes. Caes en la cuenta de que han tenido que pasar más de 100 días haciendo lo mismo, para llegar a algo que te guste.

Tengo claro que en esto de escribir, hay una historia romantizando el acto, pero que poco tiene que ver con la realidad de los que escribimos.

Todo lo que no se ve, es lo que está por allá del risco, que aunque no se vea, está.

Detrás del risco, hay muchas madrugadas de lectura, de escritura aparentemente vacía, de páginas arrugadas que has descartado, de un montón de mensajes de voz que te envías a un chat de whatsapp en el que solo estás tu; una pila interesante de libretas en las que has ido tomando notas random porque pensaste que alguna podía servirte. También hay un buen puñado de canciones, y unas cuantas películas. Muchos litros de café, té, o agua con gas. Algunos bailes con John y muchos suspiros contenidos.

Y lo que hay después de eso, es una historia que te ha salido de dentro, y que te apetece mucho compartir.

Chance and choice

La oportunidad y la opción, que lo pongo en inglés, porque estoy a fondo con el tema. Pero eso forma parte de un plan de acción con cierto retorcimiento, que prefiero no contarte o hacerlo en otro momento.

A priori, igual te parece que es lo mismo. Tener una oportunidad o una opción. A mí me lo parecía también. Hasta que rasqué. Ya sabes que rascar aunque no pique es de mis tareas favoritas en la vida.

La oportunidad, para mí, surge. Es como una ventana que te muestra algo. Puedes tener la oportunidad de conocer a alguien, de hacer algo por ti, de hacer algo por otros. Una oportunidad es una circunstancia. Que se de, puede depender de ti o no. Lo que depende de ti es lo que harás con esa oportunidad. Una vez la tienes delante, tu tienes la opción de aprovecharla o no. De tomarla o de dejarla pasar.

Una opción, es la posibilidad de elegir. Si no tienes opciones, no puedes elegir.

Por esto, me he volcado en generar opciones, que es de lo que yo puedo ser responsable. Buscarlas, conocerlas, o incluso fabricarlas. Cada día me entreno un poquito en tener varias opciones sobre lo que quiera que esté haciendo o viviendo.

Este mes, que me he centrado en cuidar mis telómeros y ser valiente, he tomado las opciones pertinentes con las oportunidades que se me presentaron.

Hace unas semanas se hizo público una jornada cuyos ponentes son un chute al cuidado de mis telómeros. Siendo valiente, y teniendo en cuenta una serie de cuestiones logísticas, he estudiado la oportunidad que tenía de aprovechar esta jornada. Y una vez hecho el estudio, he optado por no perdérmela.

La oportunidad se dio, yo dije sí. Aquí está bien clara la diferencia.

Talitá kum

La expresión aramea Talitá kum se encuentra en el Evangelio de Marcos, capítulo 5, versículo 41. Traducida significa: «Niña, yo te digo, levántate». Jesús dirige estas palabras a la hija de Jairo, una pequeña de doce años yacente a la espera de sus funerales. Pronunciadas estas palabras, Jesús tomó su mano y ella inmediatamente se levantó y caminó.

No es que ahora me haya dado por leer la Biblia, aunque todo se andará. Escuché esto en un reel en IG, y me dio curiosidad. Lo he buscado y lo he adaptado mi cuestión.

Aplicado a mi rollo, equivale a mi Keepgoing. O: ¡Camina!

Ahora mismo, no creo que venga ningún Mesías a darme la mano, ni a decirme el Talitá kum, así que seré yo misma, o tu mismo que lees, el que deberá darse la mano, el empujón o la patada en el culo. Yo (tu) veré lo que me hace más falta según el momento. Lo que tengo claro es que hay que levantarse, seguir, caminar.

Durante algún tiempo esperé. Esperé porque creía que ese empujón debía venir de afuera. Aprendí a base de esperar más de la cuenta que la mano en la que debía apoyarme para levantarme, era la mía.

Como la mar. Ir y volver, con olas o sin ellas, con mar de fondo o en calma. Seguir. Continuar. Levantarte y seguir.

Me doy cuenta de que de todo lo que aplico cada día, de todos los consejos que me doy, y de todas las cosas que he ido aprendiendo, esto, es lo que llevo en el ADN. Durante las vacaciones, hablé mucho de todo esto, porque sorpresa: vivo rodeada de gente tan intensa como yo, que reflexiona y va a lo profundo; ya dicen que de casta le viene al galgo…

La filosofía o enseñanza de cualquiera de estos tres mantras, porque para mi ya son mantras, es el pilar de mi día a día. Seguir, siempre seguir. Levantarme. Caminar. Con pena o con alegría, pero seguir.

Cuidando los telómeros

Los telómeros son la parte final de los cromosomas, algo así como la parte de plástico de los cordones de nuestros zapatos.

Los telómeros protegen el material genético que aporta el resto del cromosoma. Que ese plástico, es decir que el telómero, se mantenga en buen estado, es lo que nos dará un buen estado a nuestros cromosomas, y de ahí a todo lo que somos nosotros.

De forma natural, con el paso del tiempo, los telómeros se acortan. De forma que al final estos telómeros se quedan tan chicos que ya no pueden proteger el ADN, y las células dejan de reproducirse. Ya sabes lo que viene después.

Elizabeth Blackburn fue una de las investigadoras sobre todo esto.

Mira tú por donde, se ha demostrado científicamente que una de las cosas que acorta los telómeros es el estrés. Con lo que podemos deducir que manteniendo el estrés a raya, nuestros telómeros estarán manteniendo también su longitud, algo que a mi personalmente me interesa muchísimo. Si ya no pueden crecer más, por lo menos que no se encojan.

Teniendo esto en la mente, me ha costado poquísimo ponerme manos a la obra a identificar cuáles son mis estresores y alejarme todo lo posible de ellos. Así como las actividades que me mantienen en calma, y que me reportan gran felicidad. Con esto claro, mis movimientos se inclinan siempre hacia los sitios que me dan paz y tranquilidad. Cada día me guardo un ratito, esté donde esté, para tomarme un té. No solo tomarlo, sino hacerme el ritual completo.

Huyo de los sitios que no me parecen bonitos, de los cafés deprisa con los que me quemo la lengua, de los tés de sobre, de los telediarios, de las tertulias de noticias y de las personas que se quejan antes de abrir la boca. Y no es egoísmo ni ombliguismo, es que me he tomado muy en serio el cuidado de mis telómeros.

 

La valentía

Dice la RAE que la valentía es un hecho o hazaña heroica ejecutada con valor.

Tendría ahora que buscar que es una hazaña heroica, y aquí es donde viene la cosa, porque me temo que esto es subjetivo y personal. Lo que para mí puede ser una heroicidad, para otro puede ser su día a día.

Desde hace años, me ronda la idea de ser valiente. De hecho, “valentía” fue mi palabra faro desde el 2017. Decidí que sería valiente, dentro de lo que para mí serían hazañas heroicas. Ese año dije NO a unas cuantas personas, a unos cuantos trabajos, a unas cuantas obligaciones… Para mi fueron hazañas heroicas, y me entrenaron en lo que yo considero que me dio valentía. Dije SI a baños en playas con olas, a paseos donde habían gatos, a intervenciones en público, y a colaboraciones con gente que no conocía. Dije SI a no tener todo bajo control, a fluir con lo que iba viniendo, a soñar con cosas que me daban dolor de barriga.

Ese año fue un gran entrenamiento para mí. Desde entonces, sigo entrenando mi valentía, a tal punto que ahora sin ser una kamikaze hago muchas cosas a las que antes les tenía miedo. Y esto, me ha servido para entrenar el ojo en ver la valentía del otro. Soy capaz de ver cuando se dejan las cosas sin hacer o lo que es peor, sin vivir, por pura ausencia de valentía. Y no quisiera, (me estoy entrenando en ello) pero me da lástima. Sobre todo, cuando las cosas que se quedan sin vivir tienen que ver conmigo, porque en algún momento, la cobardía del otro se choca con tu valentía, y ahí se acabó la vivencia.

Antes, me quedaba expectante, impulsante. Albergando siempre la esperanza de ver el momento en el que la cobardía dejaba paso a la valentía y de ahí: fuegos artificiales. Pero ya no. Cuando detecto la inmovilidad que da la cobardía ante un evento, me voy. Esto también ha sido un momento valiente para mí. Darme cuenta de que cada uno decide qué, cómo y cuándo va a enfrentar una hazaña heroica, que puede que me afecte, ha sido un momento de iluminación. Ser valiente para irme sin esperar más es mi forma de vivir la valentía.

Ya no espero. Ya no impulso. Mi mayor hazaña heroica ha sido aprender a irme. Desde entonces, sin vergüenza ni falsa humildad, cojo camino sabiéndome valiente.

Mis Manuales

En menos de un mes (dedos cruzados), tendré en mis manos, mi tercer manual.

Hasta ahora han visto la luz mi Manual de Adviento y el Manual de Primavera.

Te voy a ser sincera, aún me pasa que los veo y no termino de creérmelo. Esos libros los he escrito yo, y lo que es más fuerte, los ha leído bastante gente (y la que queda, porque voy a ser muy plasta con esto) y además, gustan.

He hecho dos presentaciones, reuniones en clubs de lectura, mesas redondas… Y todo esto en apenas tres años.

A ver, que eso no es del todo cierto. Llevo toda mi vida imaginándome esto. Recuerdo una conversación con mi hermana la chica, a la que le llevo 16 años, por cierto, en la que yo estaba escribiendo. Nada nuevo, se me acercó y me preguntó que qué hacía. Cuando le dije que escribiendo, quiso saber si sería para un libro. Me vine arriba y le dije que sí, que escribiría un libro y sería escritora… Ella me miró muy seria y me dijo que entonces tendría que sacarme una foto en blanco y negro con la mano en la cara. Es curioso como su cerebro tenía construida la imagen de una escritora.

Han debido pasar por lo menos 25 años de eso, y curiosamente, las dos recordamos esa conversación.

Vengo hablando y asumiendo este mes esta nueva realidad en la que escribo muchas horas del día, publico lo que escribo en diversos medios, y además (que para mí sigue siendo lo más sorprendente) la gente me lee. Aquí podría ponerme a divagar si esto se ha dado porque lo pensé primero en mi mente (así fue) o que como se iba a dar, mi mente lo visualizó. Una vez más, la gallina y el huevo. Sea como fuere, aquí están. Mi dos manuales y el tercero en camino.

El Manual de Verano, llegará justo cuando estemos despidiendo esta estación. He conseguido visualizarme escribiendo y publicarme, pero todavía no he logrado sincronizarme con la naturaleza. No pierdo esperanza.

El Enfoque

El Enfoque es un periódico gratuito insular que imprime cada mes alrededor de 25mil ejemplares.

Conozco a la Directora desde hace exactamente 9 años. Hemos compartido momentos de vital trascendencia para la vida de las dos. Y año tras año, hemos apretado esos vínculos que nos unen.

Recuerdo el momento en el que me dijo: oye, ¿tu quisieras escribir una columna para el periódico? Te guardo espacio para unas 650 palabras, y que hables de lo que quieras.

Yo en aquel momento, hace ya 3 años, combustioné en auténticos fuegos artificiales por dentro, pero por fuera, hice acopio a todo mi adn escorpiano para permanecer tranquila y parecer estable y cuerda. Por supuesto le dije que sí. Y desde entonces escribo en El Enfoque, de lo que me da la real gana, cada mes.

Primero escribí sobre las Mujeres de mi vida. Después hice una breve lista de lo que incluye mi Manual de Supervivir, y este año estoy escribiendo sobre esas pequeñas cosas que tienen un impacto monumental en donde se las aplique.

Empezar a escribir en El Enfoque, fue la chispa para saltar. La primera columna fue en junio de 2020 y en noviembre de ese año, presentamos, junto con la Directora del periódico, el Manual de Adviento.

Cada vez que alguien me dice: te leí en el periódico, sigo encogiéndome un poquito por fuera, y ensanchándome por dentro. No calibré bien lo que son 25mil ejemplares y la cantidad de gente a la que puede llegar. Cuando lo pienso me da cierto vértigo. Luego caigo en que tengo este blog desde 2004, y se me pasa un poco.

Volvería a decir sí mil veces, porque escribir la columna del mes es una de las cosas que más me divierte de toda esta vaina que me he inventado de escribir.

¿Quién soy?

Hace unos días que empecé a escuchar el libro de María de Mondo: Yo ego.

Ya desde el principio, la cosa viene de frente haciéndote esa pregunta. ¿Quién eres? No qué haces, no de quién eres hija, o madre, o pareja… No. Directa la pregunta.

Y ¿tu, ¿quién eres?

Esta pregunta siempre me trae a la mente la película de Alicia, que a raíz de todo esto he vuelto a ver. Es probablemente la película que más veces he visto en mi vida, y pienso seguir haciéndolo, sin vergüenza ni perdones.

En mis presentaciones siempre digo que yo para definirme uso las etiquetas, porque a mí me van bien, aunque ahora lo que está de moda es ir quitándoselas. También tengo asumido que yo a la moda o llego antes o después, nunca a tiempo. Así que las etiquetas me las pongo o me las quito según sienta que me identifican.

Desde hace mucho tiempo, una de esas etiquetas, viene definida por el título que no he colgado. No me había dado cuenta de lo mucho que me pesa o me ayuda esta etiqueta. Detrás de ella me sentía segura, porque me parecía que era una credencial que hablaba de mí. Hace no mucho, empecé a plantearme que quizás esa etiqueta ya me sobraba, porque yo seguía siendo yo sin ella. Algo que tengo que reconocer que hace unos años me aterraba, también he que decirlo. Y por culpa de esto, tragué más mortero y obra de lo que me era recomendable. En fin.

La cosa es que aunque paseaba la etiqueta de ingeniera por la vida, nunca me he sentido ingeniera. Al menos no en el sentido de la idea que yo tenía. Supongo que tiene que ver con que en casa hay otro ingeniero, uno que va con el metro, el tester, y el casco a todas partes. Que mete las manos en las cajas generales de protección sin problema, y que se mueve entre exceles de numerosos circuitos con soltura. De esa clase de ingenieros, pues no soy. Me he ido buscando la vida, es decir, me he ingeniado la forma de aplicar las cosas que aprendí, estudiando hasta pelarme los codos, para tener ese título que no he ni enmarcado. Igual si soy ingeniera, porque ingeniarme la vida, se me ha dado bastante bien.

Hace unas semanas, en el centro comercial, un hombre se me quedó mirando. Mientras se iba acercando, me sonreía, y una despistada, pero educada, le sonreí y lo saludé. Ya cuando lo tenía al lado, me dijo: usted es la escritora.

Me quedé plantada, con la sonrisa seca. Mis neuronas parecía que de pronto no eran capaces de hacer sinapsis.

Atropelladamente, seguí riéndome diciéndole que sí. Me felicitó por el libro y siguió su camino.

Yo me quedé allí, procesando. Hay etiquetas que han dejado de representarme, y de pronto llegan otras que parece que tengo que ir asumiendo.