Ya vine avisando el lunes pasado, que ando en periodo de cierre, y no es que sea yo economista y ande cerrando el trimestre y esas cosas.
Cada año, desde que tengo uso de razón, julio es el mes de decluttering. Y no lo digo en español por hacerme la guay, sino porque no encuentro una palabra que represente exactamente a lo que quiero referirme.
Cuando era más joven, y estudiante, julio era el mes en que acababa el curso escolar, y buena parte del mes me la pasaba revisando apuntes y libretas, y poniendo a punto la caja de papel para reciclar, que utilizaría el curso próximo para estudiar y hacer borrones en sucio. También revisaba el estuche, las carpetas, los ficheros. Todo pasaba una buena inspección. Dejaba el escritorio listo para acometer el curso próximo. Hacía un borrón y cuenta nueva en toda regla.
De esos años me quedó la costumbre de hacer esa especie de auditoría. Sigo haciéndolo. En mi casa, en mi mesa, en mi empresa. Ha pasado la primera mitad del año, y este balance me ayuda a ver dónde estoy y cómo voy hacia el fin de año.
Este julio, ya te dije que me estaba despidiendo. De personas, de situaciones, incluso de algunos objetivos. Cierro la puerta a algunas cosas que ya no caben. Cierro también la puerta a algunas personas con las que ya no tengo mucho o de qué hablar. Sin mal rollo, sin ira y sin enfado. Ya no somos líneas que convergemos, nos hemos convertido en paralelas que no coinciden nunca. Cierro la puerta a esas personas que me la cerraron a mi primero, y yo me quedé en el quicio de la mía, esperando a que me la volvieran a abrir.
Y aun teniéndolo claro, y con la certeza de estar haciendo lo que tengo que hacer, no te creas que me está resultando más fácil. Tengo ratos de duda y tristeza, y solo me calma el Atlántico. No sé qué haría yo si tuviera que vivir en el continente. Yo que para todo corro hacia la orilla. Porque tengo la seguridad de que la marea a mi nunca me cierra la puerta.