Todo es un ritual para mí

Hace unas semanas, no recuerdo bien dónde, escucho y leo tantas cosas al día, que se me hace imposible en muchos casos recordar la fuente. Que me perdone el creador.

Esto que escuché venía a decir algo así como que la rutina y el ritual son cosas completamente diferentes, aunque en muchas ocasiones empleamos ambas palabras para referirnos a lo mismo. Después de escuchar esta idea, me quedó clarísimo.

Una rutina es algo que haces de forma constante en el tiempo. Por las mañanas, las tardes o las noches. Una unión de actividades de forma mecánica. Lavarte los dientes después de comer; leer en determinados momentos del día; salir a entrenar; ponerte el desodorante después de la ducha… La acción se convierte en rutina cuando las haces en piloto automático. Tu cabeza puede estar resolviendo integrales triples, o redactando la lista de la compra mientras las ejecutas, por ejemplo.

Un ritual no tiene nada que ver con la rutina. Para realizar un ritual, tu cabeza está 100% presente en lo que estás haciendo. Centrada en cada una de los pequeños movimientos o acciones que se realizan para completarlo.

Cuando entendí esta diferencia, llegué a la conclusión de que muchas de las cosas que hago cada día, las he ido convirtiendo en ritual. Y aunque llevo diciéndome mucho tiempo que yo soy una persona rutinaria, a lo que estoy totalmente enganchada es al ritual. Yo todo lo convierto en un ritual.

El desayuno, la postducha, o incluso la manera en que me pongo a trabajar o a escribir. Mis rituales están diseñados a mi medida, pensados al detalle en función del objetivo que persigo con cada uno de ellos. Y dada como soy a este tipo de actividades y la facilidad que tengo para anclarme a los momentos, me resultan super efectivos.

Por ejemplo, para ponerme a escribir, tengo un ritual concreto. Necesito cero distracciones, por eso escribo al alba; necesito una música que me transporte a un estado anímico concreto (el que precise según lo que esté escribiendo), que escucho con auriculares, para aislarme completamente del exterior. Me enciendo una vela aromática, y a mi derecha tengo siempre una botella de agua con gas y una taza de té con leche. Siempre me envuelvo en un chal que me hice cuando estaba pasando mi dulce espera, y que reconforta con solo verlo. Es el chal de gestar. Y me da igual si hace frío o calor, pero los hombros los tengo siempre envueltos en mi chal. Delante del teclado tengo la libreta de notas donde me apoyo mientras dejo que se me vayan hilando las palabras.

Y hasta que todas estas cuestiones no estén dispuestas como las preciso, soy incapaz de colocar mi cabeza para la escritura. No me sale escribir en otro sitio. Puedo releer o corregir, pero escribir, no.

Todo esto es trasladable a casi todas las actividades que hago en el día. Hasta el momento en el que me pongo a tejer. Para casi todo, me preparo antes. Me predispongo al ritual, y no sé si será esto o no, pero desde luego, estoy convencida que es la preparación del ritual la que dispara mi capacidad de presencia y disfrute.

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