Si hace tiempo que vienes por aquí, sabes que soy gatufóbica.
No te voy a explicar ni cómo ni por qué, porque tampoco viene al caso, pero es así. Le tengo fobia a los gatos. Como toda fobia, es incontrolable e irracional.
A mi que me gusta la intensidad, y darle vuelta a los pensamientos, estoy llegando a la conclusión de que probablemente mi fobia tiene una gran base del desconocimiento sobre estos animales, y de su gran imprevisibilidad.
Le tengo poca tolerancia a la imprevisibilidad. Me cuesta manejarla y gestionarla, por eso intento poner bajo control todo lo que sea susceptible de ello.
Los gatos se me antojan totalmente fuera de mi control. Siempre me asustan porque aparecen sigilosos. Y si me los encuentro cuando no los espero, el cortisol se me dispara.
En MiNorte son muy habituales, por aquí por allí. Suerte que no les gusta mucho la playa.
Meses atrás MiGurú me avisó de que había un par de ellos que le habían cogido el gusto a la buganvilla. Obviamente, ya los he visto, y he tenido que dar algún que otro grito cuando los veo aparecer. Ellos deben estar pensando quién es esta petarda que grita en cuanto aparecemos y que no nos deja dormir nuestra querida siesta al sol.
El miércoles mientras comíamos, tranquilamente, un cosa de mediano tamaño y color negro, salió disparado del cuarto de mis padres hacia la puerta. Fue tan rápido que a mi cerebro no le dio tiempo a hacer una captura de imagen de la cosa. Pero sin duda era un gato.
Quedé desencajada. Con el infarto de miocardio a punto, y la tensión por las nubes.
Mi madre se asustó al ver mi desencajada. Es una fobia, ya lo he dicho. No puedo racionalizarla.
La explicación fue lógica. La ventana del cuarto de mis padres estaba abierta. Supongo que uno de estos dos visitantes, venía andando por el muro de la azotea, y de allí fue pasando a muros más bajos, hasta que se vio en el pasillo lateral de la casa, sin más salida posible que una ventana abierta.
Para mí esto no es solo el susto. Mi casa, o el sitio donde esté es mi lugar. Mi safety place. Y ese día, mi safety place se convirtió en un lugar común, donde yo no estaba a salvo. ¿Dónde me voy a esconder ahora?
Vivo en lucha constante con el miedo. Me dan miedo los perros grandes. Me dan miedo los perros sueltos. Me da miedo la mar. Me dan miedo las olas. Me da miedo la velocidad. Me dan miedo los riscos. Me da miedo la noche. Me dan miedo algunos ruidos. Me da miedo estar donde no hago pie. Me dan miedo las imposibles imágenes que asaltan mi cabeza sobre MiMariposita cayéndose, tropezando, resbalando..
Me recompongo, y me esfuerzo por enfrentar cada miedo. Con la fobia no puedo.
Después del miércoles, llegué a la conclusión de que si ni siquiera en mi casa voy a estar a salvo, no tiene sentido que me pierda ciertas cosas por esos miedos que me parecen más difíciles de afrontar.
Me sentí valiente, y fui a desmontarme. El paseo por la costa oeste de MiNorte, te quita toda la tontería de golpe. Te alimenta, y te llena los sentidos.
No voy a proponerme superar ahora todo de pronto, pero lo que sí tengo claro es que voy a intentar no perderme demasiadas cosas, y a intentar buscar sentirme lo más libre posible.
…esa es la actitud; yo creo que en una de estas te vas a atrever y vas a ver cómo es posible, como algún día, empieza una buena relación, entre los gatos y tú; ya lo estoy viendo; eres una mujer valiente, con algunos miedos, como los que todos tenemos.
J. está pasando por un momento de idolatración gatuna. Vivo rodeada de gatos ilustrados, tejidos, contados,… menos de uno de verdad. Oficialmente alergia. Extraoficialmente te diré que no me veo capaz de enfrentarme a mantener vivo a otro ser en mi casa. Ya voy justita.