Todo comenzó en el trayecto de vuelta a casa después de la Semana Santa.
Emma tuvo a bien, comunicarme que estaba pensando en adoptar una mascota.
Yo, para mí, pensé que, había llegado el momento de explicar los pros y los contras de tener mascotas. La responsabilidad que supone tener un ser vivo a tu cargo.
Parece que ésta parte la tenía clara. Ella lo que quería era hacerme partícipe de la mascota que había elegido.
Un baifito.
Sí, amigos, un baifito.
La semana pasó, y siguió con la idea erre que erre.
Cuando fuimos a la Alcogida vio estos estupendos ejemplares de baifitos crecidos.
Y ahí parece que la cosa se recogió un poco.
Una tarde me dijo algo así como que lo había pensado mejor, y que había visto que los baifitos se hacen cabras que dan patadas, y que igual no era buena idea tener una en casa. Así que mejor, un perro.
No, si de tonta ella no tiene un pelo.
Los días han ido pasando, y ayer, entre fiebres y apiretales, me dijo algo así como que si no podía tener dos mascotas. Un perro y un baifo.
Al parecer lo tenía todo pensado: nos cambiamos de casa, y nos vamos a una que tenga jardín. En el jardín colocamos una caseta para la cabra, y en la puerta un agujero pequeño para que el perro pueda entrar y salir.
Esta niña mía no deja cabos sueltos.
Y hoy, repasando las fotos de las cabras, pues oye, tan monas que son. Y tan identificada que me siento con ellas.
Autor: BrujaSinEscoba
El café nunca solo
Debería estar planchando, pero no encuentro las ganas.
Es mi cita ineludible de cada domingo: la plancha y John.
Cada domingo tengo una cita con ambos, John me hace más llevadero el momento. Pero hoy, ni eso.
Puede ser que las cuatro horas que he pasado en la cocina en labores de intendencia, tengan algo que ver.
La cosa es que aquí estoy, tomándome un café y escuchando Born and Rised, y dejando que mis pensamientos hagan su tarea favorita: encadenarse.
Así y sin saber cómo, llego a la cuestión de la compañía del café.
¿Te digo un secreto? No me gusta compartir el café. Me encanta sentarme sola delante de mi taza, y hacer justo lo que hago ahora, dejar fluir los pensamientos.
Sin embargo, aunque no me guste la compañía humana en el café, sí que me gusta acompañarlo de algo más que disfrutar.
Unas galletas de avena, chocolate y frutos secos, son una gran elección para un domingo por la tarde, o cualquier mañana. Pero si tienes más bien prisa y poca hambre, sólo el gustillo por masticar algo, una granola casera podría satisfacer ambas necesidades.
¿Sabes cuál es una de mis palabras favoritas?: Atorrijarse.
Y esto me recuerda a la cantidad de cosas con las que acompañé el café esta pasada Semana Santa.
Torrijas en todas sus versiones.Torrijas típicas, que saben mejor si las hace mamá. Pudin de pasas o fresas, del libro de Ibán Yarza y Alma Obregón. Aunque claro, el primer puesto de postres que se atorrijan, lo tiene el semla.
Otra de las cosas de las que me gusta acompañar el café, es de lectura. Ahora mismo, Julio Basulto es una lectura obligada para todos aquellos que nos hemos reproducido, y que queremos saber un poquito más sobre lo que le damos de comer a nuestra descendencia.
Y con el gusto dulce en la boca aún, y arañando los minutos de descanso, las agujas.
Estoy haciendo un boceto de París, de mi propio París. Porque hay sitios, que sin saber cómo forman parte de nuestro día a día.
La genética es ineludible
El pasado fin de semana, se celebraron las jornadas europeas de artesanía en mi municipio. El acontecimiento, que no fue mas que mucho bombo pero poco platillo, nos sirvió de excusa para ir a visitar el Ecomuseo de la Alcogida. Este museo se puso en circulación en la red de museos de la isla en la década de los 90, y ya a mí me cogió mayor para las visitas típicas que se hacen desde el colegio. Así que hasta este fin de semana no había visitado este singular museo.
El sábado hizo mucho frío y también viento, vamos, el tiempo típico de este tiempo en esta isla. Nos ataviamos con buen abrigo y pusimos Rumbo Norte. Ese rumbo que el mililitro coge solo.
El museo consiste en 7 casas que escenifican la vida de los majoreros hasta no hace mucho.
Hay artesanos haciendo demostración de cómo trabajan con las manos, una alfarera, una tejedora (que teje en un telar de más de 200 años!!), una caladora, una trabajadora de palma, y también hay un panadero, que justo el sábado no estaba.
Hay una tahona, y se puede ver cómo se molía el gofio. Un par de burros, otras pocas cabras, gallinas, perros, y una camella.
El entorno es árido, y con poco relieve. Todo está circundado por muros de piedra, tan clásicos aquí.
Estar allí y poder ver todo aquello, no me hizo descubrir la historia, más bien me hizo revivirla.
Lo que para mis tres acompañantes era todo un asombro, me refiero al ir descubriendo cómo se vivía aquí hace tiempo, para mí fue recordar muchísimas cosas de mi infancia y mi más temprana adolescencia.
Me vino a la mente las tardes en Las Pocetas con mis abuelos, y los tíos abuelos de mi madre. Todos eran agricultores y ganaderos. Vivían de la tierra y de vender lo que sacaban de ellas. Las casas eran de piedra, con techos de torta. Las cocinas de leña, las camas de hierro, y los primorosos bordados que habían en las mesillas o en los cojines de las camas.
También tengo recuerdos de la familia de mi padre, de todos esos primos y tíos que tiene diseminados por este norte. Mi abuela y su gran patio lleno de plantas. La gran capacidad que tenía para poder sacar cualquier labor con solo verla. Mi abuela paterna nunca leyó, ni tampoco escribió, pero era capaz de coser un traje de un trozo de tela y poco más.
Por ambas ramas familiares hay grandes e ilustres artesanos.
La semana pasada mi prima me hizo llegar la foto de un escrito de mi abuelo paterno, al que no pude conocer. Un trozo de una especie de diario. Parece que hubo alguien más en mi familia con necesidad de dejar testimonio escrito de lo que pasaba.
No debiera sorprenderme, pues, que tenga necesidad por mover las manos, y de escribir constantemente, todo esto lo traigo en el ADN.
Historia corta de un jersey deforme
Hace ya más de un mes que disfruto de mi último jersey tejido.
Es el Outer space de Stephen West. Me encanta este diseñador loquísimo.
Estos diseños son un ejercicio increíble para mi necesidad de saber siempre hacia donde voy y querer controlarlo casi todo. Meter las agujas en uno de sus diseños, significa tener que leer mucho las indicaciones y confiar. Dejarte llevar (a ciegas) por las instrucciones que te va dando sin cuestionar ni una coma.
Estuvo prácticamente un año en la cesta de las lanas a medias. Esa cesta que tiene un montón de lanas con agujas, en un estado intermedio entre seguir siendo un ovillo o convertirse en algo estupendioso.
No recuerdo por qué lo aparté, pero a finales de enero lo cogí y en un par de tardes le di finiquito.
Está hecho de sobras. Merinos, cashwool, pure yarn,.. De Katia, Rowan, Manos del Uruguay y Cascade yarn.
Con este jersey he reducido mi stash en 9 ovillos!. Ha sido todo ventajas.
Pero lo mejor, sin duda alguna, es usarlo.
Es calentito, vistoso, y genera esa satisfacción interna de usar algo que ha salido de tus manos.
Como digo, hace más de un mes que lo estoy usando, y quería un sitio bonito para sacarme unas buenas fotos y poderlo lucir.
Nunca voy a encontrar un sitio mejor para sacar fotos, para pensar, para respirar y para sentirme a salvo como ese risco.
En medio entre el Charco y Piedra Playa, entre el Castillo y los Hornos de Cal.
Sin duda alguna, ese es mi rincón en el mundo.
Encadenando cosas
Solo estamos a martes, y yo ya estoy agotada.
No sé qué pasa algunos días, que tengo la sensación de haber levantado yo sola el país, y apenas he hecho gran cosa. Lo curioso es que me suele pasar después de un fin de semana de hacer nada, y teóricamente debería estar descansada y con la energía a tope. Pero no.
La conclusión es que hacer nada también cansa.
Este fin de semana, hice cosas estupendas que me alegran el espíritu.
Hice mermelada de frutos rojos, que casi me la como a cucharadas, para evitarlo, también hice pan.
Me senté en mis dos sillas nuevas, mientras esperaba a que levara el pan.
No son nuevas, eso ya lo sabes, pero ahora lo parecen. Les di una manita de chalkpaint, y oye! qué descubrimiento. Ha sido totalmente terapéutico.
Cuando ya estaba el pan horneado, me preparé un buen almuerzo, para tener algo con lo que acompañar el pan.
He vuelto a hacer chucrut en vista de que las reservas van mermando. Esta vez con hinojo y alcaravea. Me parece que el proceso de fermentado es más rápido con el hinojo, a pesar de las bajas temperaturas.
La temperatura y el tiempo. Ese tema de tertulia inevitable. Que hartura.
¡¡Estamos en invierno!! Y lo normal es esto, coñoya!
Y como el aire está fresco y violento, nos hemos quedado en casa, echando unas partidas al juego de Emma, en el que siempre sale triunfante. No sé cómo lo hace que me gana en cualquier circunstancia.
Y la victoria suele dar hambre, y también deseos caprichosos. Pero como ganó todas las rondas, no me quedó otra que satisfacer sus deseos: tortilla para almorzar.
Estoy pensando, que tal vez, esto concretamente tiene poco de nada, y que el cansancio que acumulo, igual es más real que imaginario. La cosa es que no me queda otra que seguir acumulándolo en la bolsa que llevo colgada a la espalda, hasta encontrar otro sitio donde poder dejarlo descansar.
Sueña conmigo
Tengo un trabajo tedioso, pero con muchas cosas buenas.
No tengo horario, ni tampoco tengo obligaciones más allá, del trabajo hecho en tiempo y forma. Cómo me gestiono el tiempo y cómo me organizo, es cuestión mía solamente.
Así, puede que esté trabajando un sábado por la noche, o cosiendo un lunes por la mañana.
Como todo en esta vida, tiene bueno y malo.
Yo hace tiempo que decidí ponerme las gafas de medio lleno, así que me gusta mucho mi trabajo.
Bueno, mucho.. tampoco nos volvamos locas. Me gusta. Punto.
Ayer martes, tenía la posibilidad de pasarme toda la mañana delante del ordenador, o salir a hacer una visita. Me desperté con el culo inquieto, así que fue fácil la elección.
Esta visita que tenía que hacer, no dependía de mí exclusivamente, así que me puse a hacer tiempo mientras llegaban los demás.
Me puse a dar vueltas por las calles que me traen recuerdos de una niñez no tan lejana (o sí?), de mano de mis abuelos, y mis primas. La Iglesia, el kiosko, la tienda de Carmencita, que ya no está.. Y de pronto me encuentro frente a esta maravilla.
Maldita sea, no tengo la cámara en el bolso. Me conformaré con el teléfono.
Es probable que le diera cuatro vueltas a la redonda, y que le hiciera 30 fotos, tal vez alguna más.
¿Podría ser más estupendiosa?
Es una construcción perfecta. Pura. Auténtica.
Todos mis anhelos de casa grande, jardín, huerto, y zona donde hacer grandes comidas e invitar a los que me quieren, estarían cubiertos.
Solo que ésta, es una Biblioteca Municipal.
Y en cuanto me di cuenta, quise ser bibliotecaria. Aquí, en esta biblioteca.
En lo que esperaba, construí cuatro o cinco posibles sueños en los que la casa era protagonista, y yo su afortunada habitante.
Sueño con una casa así, con una gran biblioteca, con un patio en el centro y una gran palmera, varios rosales y un trocito de huerto. Una cocina amplia con una mesa redonda, y una gran ventana por donde me entre la luz de la tarde, esa que todo lo pone dorado.
Un día, abriré una puerta como alguna de éstas, y detrás estará mi sueño.
Sueño.. Sueña conmigo.
Violeta y el Rosal
Tenemos en casa un libro que se llama “El viejo y la Margarita”.
Me encanta este libro. Y suelo leérselo a Emma con bastante frecuencia.
Es el tipo de cuento que va repitiendo lo de la página anterior.
El Viejo tiene una Margarita a la que no se cansa de contemplar y cuidar. Pero un día la flor le cuenta que está llena de pulgón. El Viejo se monta en la bicicleta y llega hasta la biblioteca para saber cómo puede limpiar a su Margarita de estos pulgones. Allí descubre que lo mejor para eliminar el pulgón son las mariquitas. Pero para eliminar una plaga de pulgón, necesitó una plaga de mariquitas.. y así sucesivamente.
El libro pasa mientras el viejo va descubriendo como ir deshaciéndose de la plaga anterior, ocasionando siempre, nuevas plagas.
Más o menos lo mismo me ha pasado a mí estas semanas.
Me gustan las rosas. Me gustan mucho.
Y siento en mi interior que mi vida no va a estar plena hasta que no tenga unos cuantos rosales.
Leo sobre estas fascinantes flores, y en todos lados dice: planta de EXTERIOR.
Lo que supone un grave problema para esta intención que tengo de tener una vida estupendosiosa.
Necesito un rosal en el que recrearme, pero no tengo ningún exterior en el que hacerlo.
Cada vez que voy al vivero, paso deprisita por la zona de los rosales, porque las ganas de traerme unos cuantos para casa son bastante incontrolables.
Pero hace unos meses fui al Lidl, y ahí estaban. En oferta. Fabulosos rosales Carcassonne.
Lo lógico hubiera sido leer dos veces la palabra Exterior que venía en negrita y bien grande, y pasar de largo. Pero no, yo lo miré levemente, vi el precio y lo metí en el carro.
Cuando llegué a casa, conté la cantidad de flores que tenía en promesa y se me hicieron los ojos chirivitas.
Lo puse en la mini terraza que tengo, con la ventana abierta. Sin duda alguna, esto es el exterior.
A los 15 días se le cayeron aproximadamente el 99% de las promesas de flores que traía, y 15 días más tarde, empezó a sufrir su otoño particular. No me quedó otro remedio que aceptar que tal vez, el exterior era otra cosa. No sé, una maceta enorme, o directamente plantado en el suelo, con la bajada de temperatura de la noche, y el solajero del medio día; y no esta especie de invernadero que se crea en la terraza.
Dispuesta ya a asumir que en este piso, no hay exterior y no voy a poder disfrutar de un rosal y en consecuencia no tener una vida plena, (vaya tragedia la mía), me acerqué al rosal, por si tenía algo que decirme. Fue en ese momento de acercamiento, en el que me di cuenta. Miles, qué digo miles.. millones de bichitos paseaban campantes por sus hojas, las pocas que le quedaban.
Me vi totalmente reflejada en el cuento, y me dispuse rápidamente a buscar soluciones.
Yo no fui a la biblioteca, yo fui a Tuiter. Allí encontré varias soluciones.
Primero usé un producto específico del vivero, que no hizo absolutamente nada.
Después usé una infusión al 10% de tabaco. Al cabo de unos días los pulgones se habían reproducido, las hojas eran menos, y si me acercaba mucho, tenía la sensación de oír: danos más de esta mierda.
¡Maldita sea! Eran pulgones fumadores.
Por último, y ya pensando que tendría que llevar al rosal al contenedor, usé una disolución de alcohol de romero al 10%. Y ¡ajá! Los pulgones eran fumadores pero no bebedores.
Después de una semana pulverizándolo con la solución, el pulgón quedó completamente eliminado, y a los pocos días ya noté cómo el rosal empezaba a coger fuerza.
Ha pasado un mes desde que logré el exterminio de la plaga, y estos días luce así. Una flor completa, y varios capullos.
Sigo siendo consciente de que esto no es el exterior, pero mientras tanto, disfrutaré de las rosas que me de.
Realismo mágico pendejo
Hay días en los que me tengo que subir al coche, recorrer 38km, y hacerme una foto, para darme cuenta de que todo está bien, que todo está en orden.
Tengo suerte, mi aliviadero psicológico lo tengo a tan solo 38 km, y bueno, no tengo escoba, pero tengo un mililitro que me lleva donde quiero, o a veces donde quiere él.
Y así las cosas, después de una semana de ataques de ansiedad, de nervios incontrolables, y de noches de insomnio, llegar a MiNorte, respirar, dejar que el viento me revuelva el pelo, y cerrar los ojos… todo está en su sitio.
No es fácil tomar según qué decisiones, y mucho menos, impedir que en la cabeza los pensamientos se me hagan bola. Lo único que sí es asequible a mi alcance, es coger el mililitro y ponerme en MiNorte en 25 minutos, es mi digestión rápida de la bola.
Antes, me deshacía en llanto, y entonces era más bien como una gastroenteritis, porque salía todo en torrente.
Ya no, ya no me sale llorar.
Conmigo, mis padeceres han ido mutando, y por eso tengo que buscar otras formas de aliviarlos. No es fácil, nadie dijo que lo fuera, pero es cierto, que en esta época de realismo mágico pendejo, como dice Orín Dupeyrón, llega un momento que pierdo la perspectiva, y me creo que todo está al alcance de mi mano. Y no.. No todo está a mi alcance.
A veces, me tengo que poner frente al Atlántico y respirar para darme cuenta de lo insignificante que soy, y que aún así, todo está bien.
Rigidez mental y el horno encendido
Hace ya tiempo que me dí cuenta de que mi cerebro es poco dado a los cambios, y muy rígido para las rutinas.
Pueden ser cosas simples y sin mayor trascendencia, pero que alterarlas suponen un descoloque total de mi existencia.
Por ejemplo, siempre me siento en el mismo sitio en la mesa; las cosas en la nevera siempre están en la misma posición; abro los regalos buscando la cinta adhesiva, sin romper el papel; salgo de casa por la mañana a la misma hora (9:43). Cuando compro algo para ponerlo en casa, durante los primeros días lo voy moviendo sutilmente por varios sitios, hasta que encuentro el lugar adecuado. Me lo pienso un poco antes de ubicar cualquier cosa, pero es más que posible que ahí se quede por siempre jamás. Así, a grandes rasgos, se podría decir que tengo un TOC bastante acentuado, y bueno, no voy a ser yo quien lo niegue rotundamente.
Soy de esas personas que de forma espontánea no tiende al caos. Qué le voy a hacer.
Ya sé que está de moda ser un “desastrillo”, tender al caos, y no ser organizada. Es muy cool, en estos días.
Así que he asumido que de momento estoy old fashioned. Mi agenda tiene entradas diarias y prácticamente todos mis movimientos están cuidadosamente planeados, desde las cosas relacionadas con el trabajo a los menús diarios.
La cosa es que, a veces, me doy cuenta de que cuando las cosas no son como suelen ser, me quedo desubicada. Hace unos días, llegué a clase de yoga, y la profe había cambiado totalmente la distribución de la sala. Me quedé parada, intentando reprimir las ganas de volver a ponerlo todo como estaba. Respiré hondo y me dispuse a la práctica con cierta ansiedad.
Me vine a casa pensando que igual la rigidez me está ganando terreno, así que he tomado cartas en el asunto. Pequeños actos, grandes consecuencias.
Me he comprado el conocidísimo “Destroza este diario“. No sabes lo que me cuesta. Romper y destrozar por gusto es un esfuerzo titánico para alguien como yo. Sin embargo, después de destrozar algunas páginas, soy capaz de ver el lado positivo, incluso de encontrar satisfacción. Me ha servido para darme cuenta de lo mucho que tengo recortada la espontaneidad, y por extensión la creatividad.
Otra cosa que he hecho es un asado, un martes. Porque en mi cabeza los asados se hacen los domingos, como que las lentejas se comen los lunes. ¿Por qué? pues ni idea, pero así esta fijado en mi cerebelo.
Y ya para rematar, he hecho un roscón de reyes en febrero! En plenos carnavales.. Vamos, un despiporre.
Sal pa’la calle, dile a la gente…
.. que esta noche hay fiesta!!!
Se me ha roto la radio del coche, y ahora mismo solo puedo escuchar la autonómica.
La sintontía del Carnaval, es esta.. Y claro, estas canciones están hechas con mucha idea. Se te quedan instaladas de forma permanente en el cerebelo. La radio contribuye poniéndola cada media hora… En fin, un despropósito general. Perdóname por ponértela, que ya sé que esta música no me representa en absoluto, pero oye, si yo estoy aquí sufriéndola, ya sabes también, que soy generosa, y pues eso, que aquí te la comparto.
La cosa es que así estamos ya, en plenos Carnavales.
Mira que lo intento, pero no. No me termina de enganchar. Y pensar en disfrazarme y que me empiece a dar un parraque es todo uno. Pero esto es de los últimos 20 años, que también tuve un tiempo allá por los 18-20, en el que nos reuníamos todas las amigas, en una casa, con un montón de cosas cogidas cada una de la suya, y nos arreglábamos unos buenos disfraces… Parece que fue en otra vida, y casi que así es.
Para Emma el Carnaval es lo más, en eso sale a las tías y los padrinos. La batucada, la purpurina y los tules le parecen algo maravilloso.
Este año no hubo disfraz común en el cole, así que nos tuvimos que poner a improvisar.
Porque que no me guste el Carnaval a mí, no significa que Emma no lo vaya a disfrutar. Nada más lejos de mi intención. Es más, si algo tengo muy claro en este viaje que estamos haciendo, es no trasladarle nada de mis fobias-miedos-dislikes que dirían por allá..
El tema del Carnaval local es “Mitos y leyendas”. Así que después de intentar explicárselo a ella, decidió que iría de hada de las hojas. Ajá.
Con estas premisas nos fuimos al chino del barrio y compramos goma Eva, un tutú, y silicona para la pistola.
Recorta por aquí, pega por allá y listo. Lo hicimos entre las dos, y la verdad, lo pasamos estupendamente.
Eso me gustaría inculcarle, porque en casa siempre ha sido así: el Carnaval es para reciclar, pasarlo superbien mientras se idea un buen atuendo, y salir pa’la calle.
Y tu qué? Ahora te toca ponerte el antifaz o quitártelo?