Mi carpeta de Fotos del móvil o del ordenador, está llena de un montón de fotos de lanas, capturas de pantalla de jerseys, de mis manos tejiendo y de cosas que acabo de tejer.
Ayer Siona en un post de IG, se preguntaba ¿qué hacía la gente que no tejía?. Y Aroa hace unos días también preguntaba si meditábamos.
Estas dos preguntas, en mi caso, se contestan igual: tejer tejer tejer.
Yo empecé a tejer cuando las agujas rectas eran casi tan largas como lo eran mis brazos en aquel momento. Me las colocaba debajo de las axilas y mi cuerpo se quedaba compactado, mientras tejía y tejía.
Recuerdo perfectamente lo primero que me tejí. Era una especie de jersey sin mangas y con cuello barca de color azul celeste y con tres rayas blancas en la parte del cuerpo. Lo tejí de abajo arriba, y por separado. En el cuello y la sisa, tenía menguados y luego hice una auténtica obra de ingeniería para coserlo todo y que quedara “bien”. Era de un acrílico finísimo que tejí durante todo un verano.
¿Qué me llevó a aprender? Supongo que mis abuelas, que las dos tejían.
Mi madre siempre fue de ganchillo. Con las agujas, aunque sabe tejer, no se termina de entender.
Recuerdo también dos vecinas mayores, con las que pasaba alguna que otra tarde, mientras mi madre hacía recados. Ellas también tejían, y ver cómo ellas se hacían sus propios jerseys o chaquetas, a mi me parecía lo más.
De hecho, recuerdo que a ellas fueron a las primeras a las que les insistí para aprender. A día de hoy me pregunto si ellas seguirán tejiendo.
Tejer me devuelve a mi centro. Tejer me da calma y me recuerda que tengo que respirar y soltar los músculos.
A estas alturas de la vida, en las que ya soy un tigre de muchas rayas, sé que si cada día no tejo, estoy guardando malhumor para el día siguiente. Es como la garantía de que el devenir diario se me hace llevadero. También hay épocas en las que me pongo una suerte de objetivos inalcanzables que me tienen tejiendo hasta la madrugada.
Ahora en verano, es como contradictorio, porque es más agradable hacerlo en invierno, con un ovillo de alguna lana calentita. Pero nada que ver, se puede (y se debe) tejer lana en verano, y bueno, si eres un poco así, pues tejes en algodón, que hay por ahí cada ovillo de algodón que es un espectáculo.
Si me preguntas, y no voy a ser nada objetiva por todo lo que te vengo contando, creo que todo el mundo debería aprender a tejer. Así como aprendemos a cocinar o a mantener la casa limpia. Vale que luego lo delegues y termines comprándote los jerséis en zara o en sitio similar, pero aprende. Vive durante algunos días enredada en la hebra y las agujas. De verdad, es meditar. Es abstraerte de todo lo que está a tu alrededor y entras en una especie de blandura cómoda y acogedora de la que no te apetece salir.
La verdad es que ya no imagino mi vida sin tejer, o sin ovillos en cualquier armario. Esto es un daño colateral. Llega un momento, porque llega, por mucho que te controles y te reprimas, en que tienes más lana de la que puedes tejer. Eso es así. Pero no importa, la lana no caduca, y supongo que mis ganas de tejer, tampoco lo harán.
A mí me enseñó mi abuela, no sólo a tejer, también a coser, bordar, ganchillo… pero estas actividades me estresan, me acabo poniendo rígida y con dolor de cuello y hombros.
Necesito acabar la labor enseguida, no tengo paciencia.
Yo leo, necesito leer cada día, al menos un rato antes de dormir, tumbada en la cama, saboreando el silencio q no he tenido durante el resto del día.
Leer para mi también es fundamental cada día