Sin golpe en la cabeza

El fin de semana dio para mucho.
Una demostración de un aparatito que será mi fiel compañera de lo que intuyo va a ser mucho tiempo.
Un Oktoberfest de mentira, y con resultado de fiasco fiasco. Buena excusa para conducir unos cuantos km y terminar compartiendo un café con 4 coetáneas más, hablando de cualquier cosa, y acabar en un McD’s.
Un domingo lleno de lana para calcetines, y tres calcetines tejidos. Aliñados con los nuevos capítulos de FlashForward.
Terminar en el cine, con unas gafas que dan un aspecto de 0 glamour, pero que te introducen por arte de magia en la película que estás viendo.
Hoy, lunes, a cinco días de lo que antes era un día de eliminar del calendario, me he levantado antes de tiempo. Con la sensación de haber dormido lo suficiente, con el ánimo de coger la semana con los dientes, y comérmela a mordiscos. Con las ganas de plantarme una sonrisa, y de reír a carcajadas al verme en el espejo con los rizos pegados a la cabeza como si hubiera dormido con los rulos puestos, con redecilla y todo.

Y no me he dado ningún golpe en la cabeza, ni ha tenido que venir ningún emisario del más allá para hacerme sentir así.
No sé qué ha pasado exactamente, pero hoy me he levantado como Mercedes Sosa, sintiendo que tengo que dar gracias a la vida, que no me había dado cuenta de todo lo que me está dando.
Siento que como las piedras en la arena, vienen las olas, me lavan, me refrescan, me renuevan la energía y me colocan donde tengo que estar, que hoy, es aquí, ahora, y dando gracias, que no suelo hacerlo habitualmente.

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