Ha llegado el tiempo por el que más he suspirado en todo lo que va de año. Ha habido momentos durante este primer semestre en los que se me encogía el corazón pensando que este verano sería distinto. Y probablemente lo será, pero de momento vamos a poder disfrutar de nuestros placeres veraniegos cotidianos. Yo no quiero un verano de vacaciones de todo incluido, que por cierto, no hay vacaciones que me horroricen más que esas. No entiendo cómo alguien puede venir aquí, siendo foráneo, y encerrarse en un complejo con pulsera y no mover el culo del bar de la piscina. No voy a convertirme en muy popular diciendo esto, pero ojalá alguna cabeza pensante que cambie el modelo turístico de la isla. Mejor me callo y me salgo del bosque, que me pierdo muy fácilmente y luego no sé salir.
A mí, me gusta el calor, me gusta el verano, me gustan las tardes largas, y esa sensación de que todavía queda día, porque el cielo no esta negro aún siendo las nueve y pico de la noche. Encender una vela de jazmín mientras me leo con tranquilidad cualquier novela de las que voy acumulando durante el año, y que no las leo porque la atención no me da para mucho más en el trajín de los meses de rutina. Las siestas pegajosas que soy incapaz de echar el resto del año, y el viento fuerte que pega en MiNorte durante julio y agosto. Es una contradicción total, gustándome como me gusta tejer lana. Pero es así.
Durante el invierno sueño con meter la cabeza debajo de esa agua cristalina, y hundir los pies en la arena blanca que se sacude tan fácilmente. Volar hacia la buganvilla y el hibisco y quitarle todas las hojas pochas que voy encontrando, mientras cuento las flores nuevas que hay de un día para otro. Admirar el aloe y contarle de dos en dos, los hijos que ha sacado durante el invierno. Preparar una plancha de lapas y ver relamerse a los jóvenes que las degustan. Ahí también te das cuenta de que el tiempo está haciendo mella en ti. Cuando eres joven puedes comerte una, dos, o hasta tres planchas de lapas, con su mojo verde y su quintillo. En cuanto pasas de los cuarenta sientes lo indigestas que son, y las evitas a toda costa. Pese a que su olorcillo se te cuele por la nariz, y tus papilas empiecen a salivar afanosas.
El verano es mi momento favorito del año, sin ninguna duda. Y por fin está aquí. Abrazo con fruición la lentitud, la tranquilidad y todos esos cafés con hielo que voy a tomarme en los dos meses (mínimo) que tengo por delante.
Yo también necesito el verano, el calor, el no llevar capa sobre capa de ropa y q sean las 22 y casi sea aún de día.