Hace tiempo que me di cuenta de que lo único que me importa es lo que me llevo. Lo que me llevo vivido, que no puesto, ni acumulado.
La experiencia es lo que me importa. Cuando la agenda se me desborda, y me sale trabajo más del que creo que puedo manejar, vuelvo a las fotos, y a recordar por qué merece la pena el apuro, y ajustarme el cinturón.
Hacía tres años que no salíamos de la isla. Y lo hemos hecho por todo lo alto.
Desde enero se me planteó la posibilidad, y no lo pensé: Sí. Nos vamos.
El destino: Los Fiordos. El medio: un barco.
Si te digo la verdad, hasta que no me vi finalmente en el barco, no me lo terminé de creer.
Visitamos: Copenhague, Geiranger, Alesund, y Fläm. Y de vuelta Hamburgo.
Quedé sobrecogida por la geografía del lugar. Por los pueblos a pie del agua, que todos parecían Arendel. Por las casas. Las cascadas. El verde. La quietud del fiordo, y el brillo de la nieve.
El paisaje es espectacular, pero lo que hizo que el viaje fuera del todo inolvidable, fue la compañía. Viajar con la familia no tiene precio.
Quiero volver a Dinamarca. También a Noruega. Y a Alemania. Quiero seguir poniendo chinchetas en mi mapa del mundo. Quiero seguir llevándome experiencias. Y recordar que en Noruega nunca vi la noche. Que volvimos a juntarnos todos después de la pandemia. Que bailamos y reímos cada día, durante una semana. Que en proa, es donde más se nota el movimiento del barco; que una piña colada cada tarde podría convertirse en una norma de obligado cumplimiento; que en Noruega la luz te hace una piel espectacular; y que aunque veas el sol a toda hora, hace una rasca importante.
No sé hacer crónicas de viajes. Pero sí sé pasármelo muy bien. Porque tengo cristalino, que eso, es lo que me voy a llevar.
Que bonito!! Y que mejor crónica que relatar, no lo vivido,sino lo sentido. Ese destino está entre mis viajes pendientes, quizá no deba ya demorarlo tanto.
Gracias.