Se acabó la semana de descanso que nos dimos. Una semana entera sin horarios, sin agendas y sin planes. Lo primero y lo segundo por decisión propia, lo último por imposición.
Digo que pierdo la cuenta de los días que llevamos aquí, pero es mentira. Lo digo y lo escribo, básicamente para hacerme creer a mi misma que no le echo cuenta a los días. Pero llevo la cuenta precisa como si fuera un reloj suizo. Treinta y un días exactos. Sin previsiones de cambio, sin horizonte. Solo esperar. Y no es que me importe mayormente, quiero decir, estamos bien, todos lo que quiero están bien. No puedo sino dar gracias. Tenemos casa, comida, y suficientes recursos como para no aburrirnos. Sin embargo, estoy echando en falta algo que para mí es importante: planificar. No puedo hacer lo que más me gusta porque tengo demasiadas variables y pocas ecuaciones. Los primeros días seguía optimista, y planifiqué e hice listas. Pero ahora no tengo fecha de inicio de actuaciones porque no sabemos cuándo podremos salir a la calle con normalidad, y no puedo seguir haciendo planes, porque así lo único que consigo es aumentar las listas. Las listas de la tonta.
Esperar, solo queda esperar.
Emma el domingo, con una depresión post vacacional de manual, me decía, ojalá fuera lunes ya, pero el lunes de la semana pasada. Para estar otra vez descansando y sin obligaciones. No sé si es que está cansada o es que es gandulita. Entre las muchas frases que me soltó en la cena del domingo, me dijo: pero qué le voy a contar a mis hijos que hice en la Semana Santa de los ocho años, que estuve encerrada en casa durante un mes por un virus, porque éramos unas cobardicas.. ¿por qué no salimos a lucharlo?
No supe si reírme o llorar. Después de una charla que consideré importante, haciendo hincapié en las razones por las que nos quedamos en casa, le desvié la conversación a la botella medio llena. Porque es imposible sentir agradecimiento e infelicidad al mismo tiempo. Este truco siempre sale bien.
Esta Semana Santa hemos tomado todos los días el aperitivo, en la miniterraza, con un libro y todos sus muñecos. Y hemos amasado, como si no fuéramos a conseguir harina nunca más, que esto puede materializarse aún, según las últimas noticias recibidas sobre la escasez de harina.
Amasé un pan especial para torrijas, con la receta de la Señora Webos, y luego hice torrijas a mi manera, con leche infusionada con naranja y canela. Hicimos magdalenas con la receta del Gurú, que pasa con salvoconducto preferente a la libreta de recetas. Y también, y para no perder las costumbre, horneé semlor, que como marca la tradición, nos comimos atorrijados.
Y se pasó la Semana Santa y volvimos a la rutina, y yo vuelvo a enredarme para perder la cuenta de los días.