Historia de una mariposita que no tenía claro que fuera una sirena

Todo comenzó hace un mes, cuando una mañana Emma, y sin venir a cuento, me dijo algo así como que ya nunca más quería ir a la playa, ni a la piscina, ni a ningún sitio que tuviera agua.
Sin motivo aparente, y tampoco con ningún hecho antecedente. No le presté mucha atención, la verdad.
A los pocos días fuimos a un cumpleaños donde había piscina. Le costó meterse en el agua más de tres horas. Esto sí que me llamó la atención. A mi cabeza venían raudos, momentos en los que he tenido que controlar a Emma porque era atraída por el agua como si de un imán se tratara. Me puse en alerta.
Los días siguieron sin pena ni gloria, pero haciendo referencia cada día que lo del agua no iba a ser buena idea. Pasada una semana, decidí coger el toro por los cuernos. Y la apunté a un cursillo de iniciación en la piscina municipal.
El primer día acudió más o menos contenta, y con mucha curiosidad. Todo cambió a los cinco minutos de estar en la piscina. Ahí empezó a llorar y no paró hasta que salió: cuarenta minutos más tarde. Yo, desde la grada, creí que me iba a dar un infarto.
Fueron los peores cuarenta minutos de mi vida como madre.
Verla sacudirse del llanto, entrar y salir del agua, estar muy junta a otros siete niños que parecían que en cualquier momento se iban a caer al agua… Mi valor de buena madre cayó en picado. Mi niña lo estaba pasando realmente mal, y era yo la que la había llevado allí.
Los monitores (a quien no me canso de darles las gracias) estuvieron todo el rato pendientes de todos los niños, pero especialmente de ella. No la dejaron sola en ningún instante.
Cuando la recogí, seguía llorando, y aún le duró un rato más. Emma es así, puede empezar a llorar en la hora del desayuno y seguir con el llanto hasta el almuerzo.
Y a partir de ahí, mi cabeza se convirtió en un martilleo constante del análisis de la situación.
¿La dejo o la quito?
Me pasé esa primera noche, mirando el cielo, buscando una respuesta divina.
Lo único que conseguí fue unas fotos, donde parece  que sí, que la divinidad estaba ahí, pero su respuesta no.
Me fui a la cama con la intención de darle de margen otro día más. Intentaría vislumbrar alguna señal que me diferenciara si la situación iba a ser favorable o totalmente traumática.
Y llegó el día siguiente y allá que volvimos. El inicio fue el mismo: llanto inconsolable.
Veinte minutos por reloj que pasó llorando. Pero de pronto había una sutil diferencia. Lloraba, pero hacía los ejercicios.
No sé explicar qué pasaba, porque yo lo estaba pasando muy mal (fatal fatal), pero había algo que de pronto sentí que me decía que debíamos seguir con el cursillo.
Miércoles: diez minutos de llanto, y parece, solo parece que algo de diversión.
Jueves: cinco minutos de lagrimeo. Es oficial: se estaba divirtiendo.
El fin de semana, lo pasamos repasando lo que había aprendido, y lo bueno que era su monitor.
El lunes, volvimos a la piscina, y ya no hubo llanto, pero tampoco había muy buena predisposición. Cara larga, pero se dirigió a la ducha. Este día fue el primero que hizo todos los ejercicios por su pie, buscando con la vista siempre a su monitor, y dedicándole muchas sonrisas.
El martes, y para mi asombro, se fue sola a la fila, estaba deseando entrar y meterse en el agua. Su profe le hizo la ola, y a mí me dedicó una mirada de total tranquilidad.
Lo que restó del mini cursillo, fueron dos días de total diversión y aprovechamiento. El último día, y con mi cara totalmente desencajada la vi saltar del podio que colocan delante de las calles. Dos veces. ¡Dos veces!, sin churro, sin tabla, y solo tirándole los brazos al monitor.
Se me saltaron hasta las lágrimas.
Me sentí bien, contenta por ella y por mí. Satisfecha por seguir mi instinto, y no darle rienda suelta al miedo que sentí las ocho benditas clases. Ella lo superó y yo también.
Hoy hemos ido a otra piscina. Y apenas le he dado el churro y se ha metido en el agua ha empezado a darle a los pies, y se ha puesto a mitad de la piscina.
Está claro, que la que tiene que ir al cursillo ahora soy yo.

5 opiniones en “Historia de una mariposita que no tenía claro que fuera una sirena”

  1. Uf uf uf!!!
    Yo tengo q poner a j en un cursillo d estos. Yo lo sé. Pero no acabo d atreverme. Mantiene con el agua una relación d amor/odio. Y si se le moja la cara ya es la repanocha…
    Un dia d estos… seguro…

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