Adiós Julio.. adiós

Adiós Julio.
Yo no sé cómo ha sido que este mes ha pasado tan rápido.
Lo normal para ésta época del año, es que ya estuviéramos totalmente instaladas en NuestroNorte, disfrutando del viento típico de Julio, sin pasar ningún calor, y dándonos a la vida contemplativa.
Pero ya sabes, la vida te lleva por caminos raros..
Y este año en el que me convertiré en la señora de las cuatro décadas, estoy tomando serias decisiones que afectan mucho a cómo estamos pasando el verano.
Así que aquí seguimos, con una rutina de trabajo digna de un internado suizo. Estudiando, proyectando, planeando, educando. Sin descanso. El único descanso, es para convencerme de que el sacrificio tiene-tendrá recompensa.
La recompensa de la tranquilidad. La tranquilidad que ansío y que tanto necesito.
Ni que decir tiene que estos días, de agujas poco, y de lectura, entre cero y nada.
Sacamos ratos para ir a darnos un baño en la piscina, y para preparar la comida. Porque seguimos teniendo la costumbre de comer.
De entre esas cosas raras que me pasan, está la de tener antojo de piparras en pleno Julio con ola de calor incluida. Creo que llevo enchilándome todo el mes. No sé que tiene el calor con el picante, pero cuanto más calor hay, más picante me apetece comer. Supongo que algún gen absurdo y suicida tengo por ahí.
En momentos de lucidez, que alguno tengo, sigo preparando meriendas ricas los sábados por la tarde.
Desde que ví la receta de estos éclaires en Chez Thérèse tuve el deseo de hacerlos. Tengo que decir que de entrada pensé que eran complicadísimos, pero la receta está muy bien explicada, y siguiendo los pasos salen estupendos. De hecho este mes ya los he hecho tres veces. No se tarda tanto en hacerlos, y en cierta manera son adictivos.
Las constantes en estos días, siguen siendo el pan de los domingos, y las galletas del príncipe con leche fría algunas noches para cenar.
Y mientras, intento conjugar todo esto como una mujer orquesta que no pierde el ritmo ni el tono, voy rumbo al norte o al sur, dependiendo del proyecto que tenga entre manos, repasando decretos y artículos, mientras sigo la carretera, con John de fondo.

¡Ay  John! Tu siempre a mi lado.
Si un día te juré amor eterno, 
no fue por casualidad

Siempre vuelvo a este punto..

y, no pasa nada.

Y estoy cómoda, entre reglamentos, leyes orgánicas, y decretos legislativos.

La vida te lleva por caminos raros

.. siempre hay algún bar que se llama Las Vegas,
en alguna parte,
en alguna parte.

.. siempre hay algún trozo averiado del día,
que no puedes borrar, pero te gustaría.

.. la vida te mira con los labios pintados.

Gira roscas y cotufas 2015

Estoy en medio de un montón de normativa, decretos, y planos varios.
Mientras, pienso en el respiro que me voy a dar el viernes.. Este viernes, en el Canela (Lajares)
Donde voy a disfrutar un buen rato de mis tres amigos, y de sus guitarras.
La semana se me antoja eterna, esperando a que llegue el viernes, pero llegará.. sé que llegará.
Te vienes?

Historia de una mariposita que no tenía claro que fuera una sirena

Todo comenzó hace un mes, cuando una mañana Emma, y sin venir a cuento, me dijo algo así como que ya nunca más quería ir a la playa, ni a la piscina, ni a ningún sitio que tuviera agua.
Sin motivo aparente, y tampoco con ningún hecho antecedente. No le presté mucha atención, la verdad.
A los pocos días fuimos a un cumpleaños donde había piscina. Le costó meterse en el agua más de tres horas. Esto sí que me llamó la atención. A mi cabeza venían raudos, momentos en los que he tenido que controlar a Emma porque era atraída por el agua como si de un imán se tratara. Me puse en alerta.
Los días siguieron sin pena ni gloria, pero haciendo referencia cada día que lo del agua no iba a ser buena idea. Pasada una semana, decidí coger el toro por los cuernos. Y la apunté a un cursillo de iniciación en la piscina municipal.
El primer día acudió más o menos contenta, y con mucha curiosidad. Todo cambió a los cinco minutos de estar en la piscina. Ahí empezó a llorar y no paró hasta que salió: cuarenta minutos más tarde. Yo, desde la grada, creí que me iba a dar un infarto.
Fueron los peores cuarenta minutos de mi vida como madre.
Verla sacudirse del llanto, entrar y salir del agua, estar muy junta a otros siete niños que parecían que en cualquier momento se iban a caer al agua… Mi valor de buena madre cayó en picado. Mi niña lo estaba pasando realmente mal, y era yo la que la había llevado allí.
Los monitores (a quien no me canso de darles las gracias) estuvieron todo el rato pendientes de todos los niños, pero especialmente de ella. No la dejaron sola en ningún instante.
Cuando la recogí, seguía llorando, y aún le duró un rato más. Emma es así, puede empezar a llorar en la hora del desayuno y seguir con el llanto hasta el almuerzo.
Y a partir de ahí, mi cabeza se convirtió en un martilleo constante del análisis de la situación.
¿La dejo o la quito?
Me pasé esa primera noche, mirando el cielo, buscando una respuesta divina.
Lo único que conseguí fue unas fotos, donde parece  que sí, que la divinidad estaba ahí, pero su respuesta no.
Me fui a la cama con la intención de darle de margen otro día más. Intentaría vislumbrar alguna señal que me diferenciara si la situación iba a ser favorable o totalmente traumática.
Y llegó el día siguiente y allá que volvimos. El inicio fue el mismo: llanto inconsolable.
Veinte minutos por reloj que pasó llorando. Pero de pronto había una sutil diferencia. Lloraba, pero hacía los ejercicios.
No sé explicar qué pasaba, porque yo lo estaba pasando muy mal (fatal fatal), pero había algo que de pronto sentí que me decía que debíamos seguir con el cursillo.
Miércoles: diez minutos de llanto, y parece, solo parece que algo de diversión.
Jueves: cinco minutos de lagrimeo. Es oficial: se estaba divirtiendo.
El fin de semana, lo pasamos repasando lo que había aprendido, y lo bueno que era su monitor.
El lunes, volvimos a la piscina, y ya no hubo llanto, pero tampoco había muy buena predisposición. Cara larga, pero se dirigió a la ducha. Este día fue el primero que hizo todos los ejercicios por su pie, buscando con la vista siempre a su monitor, y dedicándole muchas sonrisas.
El martes, y para mi asombro, se fue sola a la fila, estaba deseando entrar y meterse en el agua. Su profe le hizo la ola, y a mí me dedicó una mirada de total tranquilidad.
Lo que restó del mini cursillo, fueron dos días de total diversión y aprovechamiento. El último día, y con mi cara totalmente desencajada la vi saltar del podio que colocan delante de las calles. Dos veces. ¡Dos veces!, sin churro, sin tabla, y solo tirándole los brazos al monitor.
Se me saltaron hasta las lágrimas.
Me sentí bien, contenta por ella y por mí. Satisfecha por seguir mi instinto, y no darle rienda suelta al miedo que sentí las ocho benditas clases. Ella lo superó y yo también.
Hoy hemos ido a otra piscina. Y apenas le he dado el churro y se ha metido en el agua ha empezado a darle a los pies, y se ha puesto a mitad de la piscina.
Está claro, que la que tiene que ir al cursillo ahora soy yo.

Bienvenido verano

Ya sé que hace rato ya que llegó el verano, pero parece que yo estos días voy llegando tarde a todo.
También sé que esto que acabo de escribir no es real, es una sensación que me acompaña últimamente, solo una sensación. Producida por la necesidad de hacer un montón de cosas que llenan las listas que hago cada domingo, y que me producen un total agotamiento físico el lunes por la noche.
Igual estaría bien que dejara de hacer listas, yo que sé.
La cosa es que ya estamos oficialmente en verano. Con niñas sin obligaciones escolares y con necesidades lúdicas diarias. Con un apetito voraz, y con ideas extraordinarias y no siempre recomendables. Lo que no consigo lograr es hacer que Emma no madrugue. No hay forma, y como muy tarde, a las 8 está en planta, diciendo buenos días a pleno pulmón o cantando como un gallo, dependiendo del cable que tenga cruzado cuando abre los ojos.
Me parece increíble que haya pasado el primer año escolar.
Un año escolar llenísimo de acontecimientos y aprendizajes, tanto para ella como para mí.
La diferencia en el nivel madurativo de la niña que entró con la que ha terminado el curso es tremendo. Ya no hay una niña pequeña en ningún sitio de esa persona que me acompaña día y noche.
Habla, razona, se ríe, se enfada.. Pero ya no hay rastro de niña pequeña. Es una niña, con cara e ideas de niña mayor.
Lo mejor, con total diferencia de este primer curso, ha sido la profesora que tiene Emma. Cuando elegí el colegio para Emma, lo hice pensando en el proyecto global, en el proyecto escolar del colegio, el programa y el sistema de enseñar. También me dí cuenta muy rápido, que por muy bueno que fuera el colegio, si la profesora no se hacía con Emma y ella con la profe, todo iba a dar igual. Afortunadamente, la profe de Emma, es genial. No creo que hubiera podido tocarle una mejor. Es respetuosa, paciente y a la vez firme, y es capaz de sacar de los niños lo mejor de ellos. Sabe como motivarlos, y como hacerlos sentir responsables e importantes.
Este primer año también ha sido muy importante para mí. He tenido que socializar con todas las madres de los compañeros de Emma, ir a los cumpleaños, los actos que se han celebrado en el colegio, y he aguantado todo el curso, sin abandonar el grupo de whatsapp.
Me ha servido para ser más empática. He procurado ponerme en los zapatos del otro antes de lanzarme a hacer un juicio sobre cualquier situación que estuviera aconteciendo, y también a callarme cuando la ocasión lo meritaba. No ha sido fácil, para qué nos vamos a engañar.
Hemos acabado el curso, las dos, con buenas notas. Ella lo ha logrado académicamente, y yo socialmente.
Y ahora nos esperan dos meses de mucha agua, mucha arena y sol moderado.

La mejor manera de celebrar los 11 años de blog

11 años con esta ventana abierta.
11 años de un montón de letras, canciones, comidas y puntos.
11 años de sueños… 11 años.
Abrí este blog para sacar afuera la cantidad de cosas que se me acumulaban en la garganta. Hoy sigue abierto con la misma intención, aunque le ha ganado terreno la necesidad de dejar testimonio de las cosas que van pasando por mi y nuestra vida. Esas pequeñas cosas que no son grandes logros pero que juntas hacen que nuestra vida sea llevadera y feliz. Sobre todo feliz.
Tengo muy interiorizado la afirmación de que la felicidad está en las pequeñas cosas.
Abrí este blog cuando me asomaba muerta de miedo a la treintena, y lo continúo hoy con un pie casi puesto en los cuarenta. La realidad es que por fin he asumido la alegría de cumplir años, y de celebrar. Qué necesarias y estupendas son las celebraciones. He aprendido a diferenciar lo necesario de lo accesorio. Y también he aprendido a valorar lo realmente importante. Y que lo más importante que tengo es el tiempo.
El tiempo que le dedico a las personas que quiero, y las cosas que me gustan, y a disfrutar de esas pequeñas chispas que la vida te pone en el camino cada día.
Viajo, 11 años después, muy ligera de equipaje. Sigo oyendo música en mi cabeza cada día, aunque ahora cante menos; sigo subrayando los libros que leo, aunque ya no tenga los bolsos llenos de servilletas con cosas escritas. Y sigo necesitando el silencio por la mañana, por eso me despierto una hora antes de que lo haga Emma, para poder disfrutar de ese tiempo en completo silencio.
Sigo teniendo sueños, muchos sueños. Tengo ilusiones, y tengo la necesidad de dar gracias a diario, por las bendiciones que la vida me ha dado en estos 11 años.
He concentrado mis inquietudes, porque otra de las cosas que he asumido en este tiempo, es que no me va a dar tiempo a hacer todo lo que me gustaría, y por eso me concentro en lo que realmente no quiero dejar de experimentar.
Estos días, pensando ya en la celebración que tenía por delante, hice tres de mis cosas favoritas: tejer, estar entre flores y cocinar.
He terminado el bloomsbury para Emma, he vuelto al jardín municipal para coger unas ramitas de lavanda más, esta vez me llevé ayudante y la tarea resultó mucho más fácil. Y al llegar a casa, preparamos un one-pot-pasta. Hace tiempo que veo estas recetas por pinterest, y tenía ganas de probar. Seguí mas o menos la receta, pero como no tenía champiñones, le puse unas habas y unas judías verdes. Bien de queso y nata. Tomillo y pimienta al servir. La verdad es que es un buen plato. Seguiré probando nuevas mezclas.
Y sí, la vida ahora, parece que me trata bien. Y yo me doy cuenta, y lo valoro.
La vida, cuando te limpias las gafas de ver, mola.

¡Cuidado! Fermentación en proceso

Yo no sé dónde y cuándo fue la primera vez que vi/leí algo sobre los fermentados. La cuestión es que este invierno por IG tres de cada cinco personas que sigo, estaba comprando botes y haciendo chucrut como si no hubiera mañana. Y yo que soy así, un poco culoveoculoquiero, me puse a investigar, al tiempo que salivaba.
Encontré buena información aquí y aquí. Y aquí un montón de recetas interesantes.
Empecé muy tarde a envasar. Allá por abril de este año, casi cuando las bajas temperaturas nos abandonaban. Decir bajas temperaturas aquí, es decir 15-20ºC, que a uno de Bilbao le va a dar la risa si lo lee. Pero es lo que tiene vivir en un clima subtropical.
La cuestión es que un día, a lo tonto, encontré en un supermercado local, una col china, y no me lo pensé.
Lo primero que preparé fue kimchi, con una receta inventada porque me faltaban la mitad de los ingredientes, y como olía tan bien, casi no lo dejé fermentar. Creo que me lo comí antes de tiempo, solo porque no podía aguantar las ganas de probarlo.
Ya en el carro me animé a hacer chucrut básico. Y me hice el firme propósito de no abrirlo al menos, hasta que pasaran 4 semanas. No sé cómo aguanté.
Entonces empecé a pensar que ya que estaba, debía hacer chucrut de col lombarda, y ketchup, y kimchi de nuevo.. Total, por ir teniendo la despensa llena.
El chucrut normal, fue perdiendo el tono verde para volverse algo más amarillo y se fue llenando el bote de jugos. El chucrut de col lombarda también fue perdiendo la intensidad de color, aunque no fue ganando tanto líquido como el otro. El ketchup lo tuve unos días a temperatura ambiente, y luego ya lo pasé a la nevera. Y el kimchi.. ¡ay! el kimchi. Los tres primeros días iba todo muy bien. Pero el cuarto día, un domingo por la mañana, empecé a oir un pssssssss, primero tímido, pero luego mucho más intenso. Me puse a caminar por la cocina aguzando los sentidos para identificar de dónde venía el ruido, hasta que me dí cuenta de que el sonido procedía de los botes fermentados. Con sumo cuidado levanté el paño que tenía puesto por encima. El bote que despedía aquel ruido era el de kimchi. Como si manipulara una bomba de protones, lo cogí y lo puse sobre el fregadero. El sonido cada vez era más fuerte. Respiré profundo, y agarré el cierre. Al intentar abrirlo, el bote me saltó de las manos. Y su interior se desperdigó por toda la cocina. Había kimchi en el fregadero, en la ventana, en el stor, hasta en el techo. Y por supuesto en mi cara, manos, cuerpo y pies. Todo era kimchi aquel domingo por la mañana.
Desde entonces no lo he vuelto a hacer, le he cogido como miedo. Y he aprendido una lección muy muy importante: no se debe llenar el bote hasta el borde, hay que dejarle hueco a los gases que desprende la fermentación, o en su defecto, abrir el bote cada tanto, para que no se acumulen esos gases.
Otra cosa que he aprendido, es el punto de fermentación. Con la temperatura que tengo en casa, el punto de fermentado que me gusta, se alcanza a las 4-5 semanas. Cuando ha pasado ese tiempo, lo he cambiado a botes más pequeños y los guardé en la nevera.
Quitando este incidente, el resto de fermentados ha sido un éxito.
He añadido el chucrut a mis perritos, a las ensaladas y a los sandwiches. Los beneficios los he notado bastante pronto. Normalmente ceno muy ligero, porque tengo digestiones muy lentas, que me provocan malestares nocturnos. Sin embargo, cenando cualquier cosa con chucrut, siento que digiero rápido y que mi estómago trabaja a buen ritmo. Vaya, que desde que lo como, me encuentro mucho mejor del estómago.
La terrible noticia, es que estoy llegando al fin de mis existencias, y ya hace demasiado calor para una buena fermentación. Así que tendré que esperar al próximo invierno para llenar mi despensa de botes.
Instragram me trajo los fermentados, y Twitter la limonada. ¡Pero qué útiles son las redes sociales!.
Cogí la receta de unos tweets y tengo que decir que es un win win.
Se infusiona un palo de canela y unos clavos, y azúcar al gusto. Se deja enfriar. Se exprime un limón (o varios, dependiendo del gusto personal, a nosotras nos gusta con uno), y se añade a la infusión anterior. En una jarra se pone el hielo, y el jugo del limón con la infusión. El toque de canela y clavo le da un gusto espectacular.

Apuntes para el próximo invierno

Dice mi queridísimo Jabicombe, que aquí las bobas se acabaron, y tiene razón.
Este invierno que se acaba de ir, ha sido con diferencia uno de los más frescos que yo recuerdo. Puede que sea el cambio climático, o que mi termostato interno esté cambiando, que una ya se va a acercando a una edad más que comprometida; pero el caso es que frío, he pasado más que una tonta.
Y hasta aquí, miniño, a mí el año que viene no me coge igual.
Cuando me quedé embarazada (diciembre del 2010), hice una compra de lanas online, en la que estaba este ovillo amarillo mostaza, chillón donde los haya. La idea siempre fue hacerme estos maravillosos calentadores. Se me dio el momento propicio cuando tuve una amenaza de aborto, que me mantuvo 10 días de la cama al sofá y del sofá a la cama. Y los empecé, pero el patrón se me atragantó.
La amenaza pasó, la mudanza siguió, nació Emma… y el resto es historia. Y el calentador empezado se quedó perdido en una bolsa. Desde entonces, cada vez que he ido al cajón de las lanas, he tropezado con él. Pero me hacía la interesante y miraba hacia otro lado, como si no lo viera.
El lunes pasado decidí dejar de mantener estos incómodos encuentros. Tiré del hilo, y me dispuse a buscar otro patrón que me motivara más. No lo encontré. Así que volví a montar puntos, y me puse a tejer sin otro horizonte que acabarlos.
Una semana me han durado en las agujas. Mientras los tejía, dudé un momento si llevarlos a término y hacer calcetines realmente, pero el calado es muy grueso, e iban a quedar unos calcetines bastante bastos. Así que desistí de la idea, y los terminé tal y como aconsejaba el patrón.
La cuestión es que ahora al verlos acabados, he vuelto a sentir el flechazo que sentí la primera vez que vi el patrón original. Y siento que el tejido frenético de una semana ha valido la pena.
En otro orden de cosas, hemos estado de comida familiar, y de pronto mi padre ha descorchado este vino, que hasta hoy yo no conocía.
Ha sido otro flechazo.
Disimuladamente me he traido el culín que quedaba en la botella a casa, y a la que Emma se ha dormido, me he puesto a escuchar el disco de Marwan, y me lo he servido. Sí que está bueno, sí.
El vino y la música son los dos ingredientes que necesito para hacer profundas reflexiones.
Me pongo a pensar y me entra la risa. Y me rio yo de esos ladrones que van robando todo lo que encuentran, pero que luego lloran porque otro más listo, les hizo lo mismo.
Gracias querido Karma, por hacer el trabajo tan bien.

Grandes chascos del año

Empecé este año con la idea de ir terminando las cosas que tenía pendientes, como cada año.
Y de momento, casi llegando al término del primer semestre, voy cumpliendo.
En la cajita de los esquemas de punto de cruz, tengo patrones que quería bordar desde hace mucho tiempo, probablemente años. Así que cada mes voy escogiendo uno, y lo voy bordando a lo largo del mismo mes. El mes de mayo, se me hizo un poco cuesta arriba, porque empecé muy tarde. Pero lo logré. Saqué uno de los bordados de corazones, y elegí uno de los hilos que traje de Estados Unidos (2008). Y ahí que me puse a darle a la aguja.
Elegí un lino blanco, porque todos lo que he bordado últimamente lo había hecho en linos oscuros, o tostados. Cuando acabé el esquema, el lino estaba arrugado y muy manoseado.
Ni corta ni perezosa, y como suelo hacer normalmente, pulvericé con agua, y dejé secar.
Qué terrible sorpresa me llevé cuando lo recogí para plancharlo.
El hilo, que es algodón teñido a mano, se había desteñido completamente. Y el lino que era blanco, blanquísimo, se quedó completamente emborronado.
Estos hilos, como bien ponen en la etiqueta, están teñidos a mano, pero no pone en ningún sitio que destiñan. Yo estoy acostumbrada a usar lanas teñidas a mano, e incluso telas. Normalmente no sueltan color, y si hay alguna duda de que lo hagan, viene bien advertido en la etiqueta. Igual soy una ingenua, pero esperaba lo mismo de unos hilos que cuestan casi el doble de los DMC que uso normalmente.
Ni que decir tiene que una y no más Santo Tomás.
Lo que me queda ahora es preparar un té cargado y darle un baño, a ver si se disimula un poco este desaguisado. Seguiré teniendo un bordado bonito, pero ya no será el que era inicialmente. Será otro bordado, distinto. Con un apaño, como cuando le pones un parche a algo que se ha roto.
Algo que me sucede con cierta frecuencia en estos días: poniendo parches en cosas que están rotas, y me pregunto si no me saldría mejor, asumir directamente que hay cosas que no se arreglan, que hay algunos rotos que ya no admiten más parches. Como aquel anuncio que decía que una vez que se pierde la confianza, la situación es irreparable. Podría añadir a la confianza, el respeto.
Si pierdo confianza y respeto, no hay perdones ni losientos que vuelvan a recuperar lo que había.

El Baile de Taifas, y puede que un poquito de madurez

Hace ya 15 años que se celebra el Gran Baile de Taifas en mi pueblo, para festejar el día de Canarias.
En sus primeras ediciones, me pareció  ridículo. Me encerré en mi postura de grinch, y no fui a ninguna de las ediciones. Mi primer Baile de Taifas fue cuando estaba esperando a Emma, hace cuatro años, y por cuestiones de causa mayor que hoy prefiero almacenar en esos cajones que anualmente sufre una borrada masiva de datos, como los Ayuntamientos en estos días. Total, que hasta este año no me había ni planteado volver a vivir la experiencia.
Este año, me prometí a mí misma, ir desmenuzando prejuicios y ver el origen real de éstos, entre otras cosas por no hacerlos extensibles a Emma. Así que aquí ando, en pleno trabajo de análisis, rompiendo barreras y saliendo de mi zona de confort.
Con el Baile de Taifas, creo que lo que era ridículo en estos días, era mi postura. No tenía una razón real más allá del sentido del ridículo que me afloraba al pensarme vestida de algo que no sentía ser yo. De hecho, siempre dije que ponerse esos trajes era disfrazarse. Es maravilloso ver que pasa el tiempo, y va cambiándome mi forma de pensar. Madurez, se le puede llamar a estos cambios.
Este año, después de darme cuenta de ésto, me planteé seriamente ir.
Las condiciones de asistencia para esta fiesta, es ir ataviado con la indumentaria tradicional canaria.
Ni que decir tiene que la gente, busca, rebusca, hace y rehace unos trajes espectaculares. También tenemos la versión exprés que es pasar por el comercio adecuado, dejar 30-60€ y componerte un traje en un dos por tres.
Los trajes majoreros, tanto el de campo como el de gala, son espectaculares. Y hacerlos lleva su tiempo, su inversión, y su trabajo.
Mi propósito es ir componiéndolo poco a poco, aportando cada año algo nuevo a nuestra indumentaria. Este año fue la camisa, espero que el año que viene pueda tener la falda de paño, plisada en la cintura hasta la cadera. Que pesa un quintal, pero que por su caída merece la pena llevarla. En el caso de Emma, nos inclinamos por la versión exprés hasta que deje de crecer, porque de momento, de un año a otro el traje completo, le queda pequeño.
Aprovechando que mamá tenía el telar puesto, porque estaba calando un mantelito. Me la camelé ligeramente para que nos calara unas cositas a Emma y a mí.
Para Emma un denlantal, y para mí, el canesú de una camisa.
Así también aprovechaba el momento y sacaba las reglas de patronaje.
Mamá es una artista. Verla calar es como entrar en una especie de trance, donde solo eres capaz de seguir la aguja arriba y abajo, y tus chakras se alinean por obra y gracia del subir y bajar de esa aguja. Un espectáculo.
El calado estuvo listo en una semana, y el resto de las piezas en apenas tres días más tarde.
Tengo que decir, que mi camisa es la camisa más bonita que he tenido nunca. Y me están entrando unas ganas infinitas de ponerme seriamente con un telar y calarme un par de ellas más.
El Baile fue un completo éxito, con varias parrandas, mesas llenas de comida, y familias enteras ataviadas y disfrutando.
Emma disfrutó muchísimo, primero comiendo y luego bailando. Aunque a medianoche y como Cenicienta, el sueño la venció. Todavía ayer, me decía: me gustó muchísimo la fiesta de ayer mami.
Así que hasta el año que viene, que volveremos con mejores trajes y las mismas ganas.