12 años y una escoba

Tal día como hoy, hacen exactamente 12 años, decidí abrir esta ventana.
Y mira, probablemente sea una de las cosas de las que más orgullosa me siento. Vengo aquí cuando me apetece, cuando siento la necesidad, y cuando quiero dejar algo en un sitio seguro, por si se me olvida. Sin obligaciones y sin expectativas.
Me encanta sentarme, y mirar atrás. Para mí es un ejercicio de toma de conciencia.
Porque con el día a día, a veces se me olvida por lo que pasé, por lo que reí, y todo lo que canté.
Han cambiado un montón de cosas, pero la esencia sigue aquí.
Sigo floreciendo cada primavera, sigo enredándome en ovillos de lana que terminan quitándonos el frío, y sigo volando en las notas de las canciones que escucho.
Como decía aquel libro que leí: ya no sufro por amor. Claro que, tuve que sufrir todo lo anterior para poder llegar a este estado, y como suelo pensar: benditos todos los fantasmas que me trajeron hasta aquí.
Ya no siento miedo, ya no me escondo.. Voy de frente, aceptándome como estoy y lo que soy. La comida ya no me quita el sueño, y los años y los kilos tampoco. Sigo teniendo un montón de proyectos a medias, otro buen montón de sueños, y un camino claro y definido.
Y en esta calma real, ha sido cuando por fin, he encontrado la escoba.

WWKIPD

Hoy es el día internacional de tejer en público (wwkipd o lo que es lo mismo world wide knit in public day). Recuerdo aquellos años cuando vivía en Gran Canaria, y este día lo celebraba en Las Canteras con mis amigas tejedoras. Saboreando la playa con gazpacho fresquito, ensalada griega y té con hielo.. Qué grandes veladas pasé así.
Desde que estoy aquí estas celebraciones son escasas, aunque siempre le pongo intención.
Hoy el día no ha dado para estar mucho por fuera, ni tampoco con compañía tejedora, así que me he traído a la mente el trabajo de campo que tuve que hacer esta semana.
Se avecinan nuevos e interesantes proyectos, que me han dado la oportunidad de volverme a calzar las botas, y próximamente el casco. No te voy a engañar, de vez en cuanto me entran ataques de nostalgia, y lo echo mucho de menos. Así que cuando salen proyectos de este tipo me pongo a saltar en una pata.
Estos días atrás hizo calor, un montón de calor. De ese que deja a todo el mundo lamentándose de lo malamente que se está con 30º. Yo hasta los 45º no empiezo a quejarme, así que estos días he estado perfectamente.
Me fui tierra adentro, subiendo media montaña y ubicándome en las coordenadas exactas donde debo emplazar mi nuevo proyecto. Desde esa poquita altura que subí, fui capaz de divisar un montón de costa, y de maravillarme de lo mucho que me gusta esta tierra, y de lo muy adentro que la tengo.
Y hoy, como no estaba en público ni tampoco afuera, me he puesto las fotos y he sacado las agujas.
Estoy a solo una manga de terminar mi Bloomsbury y ahora estoy con prisas porque, estos días me he hecho con un montón de patrones que quiero empezar a tejer ya mismo. Así que esta noche es probable que me haga un buen té y me ponga la última temporada completa de The Americans, y lo termine.
Mientras yo he estado tejiendo, Emma se ha dado a la lectura. Es lo que suele hacer mientras yo le doy a las manos.
Este libro fue un completo flechazo. Fuimos a nuestra librería habitual y al verlo Emma se tiró a él. Las plantas preferidas de Emma son los cactus. No me preguntes por qué. Pero lleva casi toda su vida diciéndolo. Le encantan los cactus, en cualquier variedad. Y encontrar en la librería un libro con cactus, le llegó al corazón. No me pude resistir a no comprárselo.
La sorpresa fue el cuento en sí. Es estupendo. Te recomiendo lo totalmente.

Tal que así..

Más o menos este video podría resumir lo que me ha pasado durante este tiempo.
Mayo me estornudó encima, y salí volando en un vuelo con trayectoria desconocida y de complicado aterrizaje.
Pero una vez más, debe ser ya por la práctica, he caído de pie y sobre suelo firme.
En este mes, la cocina ha seguido echando humo, mis manos han hecho cosas estupendas para mi nueva sobrina (que ya está aquí), y por fin estamos dando paseos al sol.
Parece que ahora que la primavera se está despidiendo, yo vuelvo a mi huso normal.

Feliz día del libro

Tener una excusa, como que es el día del Libro, para ir a la librería del pueblo y darle brillo a la tarjeta, es uno de esos pequeños actos que reportan satisfacción de liberación lenta.
Es decir, te sientes bien durante días, o meses.
Desde que tengo el kindle acumulo menos volúmenes en papel, o eso es lo que yo pretendía. Pero no está muy clara la cosa, ahora que he descubierto que los libros infantiles tienen tan buenas ilustraciones, y que a Emma le vuelve tan loca como a mi, coger un libro nuevo y perderse entre sus páginas.
Estos días, Emma ha empezado a leer. Todavía no ha aprendido todas las letras del abecedario, aunque sí algunas: “m, t, n, p, y l”. Con estas cinco letras y las vocales,  es capaz de leer: mama, patinete, tomate, moto, pito, pataleta… Palabras muy necesarias, todas.
Sería difícil explicar lo que siento cada vez que la veo unir las letras y ver la cara de sorpresa y emoción cuando las sílabas que va uniendo tienen algún sentido para ella.
Estos son los libros que hemos comprado este año, todos.. anota bien, todos son necesarios.
El primero es para mí, y es un libro maravilloso, no sé qué haces leyendo aquí todavía en lugar de salir corriendo a comprarlo.
Los demás estaban en nuestra lista de deseos desde hace tiempo, y encontrarlos aquí en nuestra librería ha sido una emoción total.
He conseguido hacer fan de Alicia a Emma, y qué te voy a decir, no puedo estar más contenta.
De paso, he comprado unas cosillas, a ver si aprendo a carvar sellos, y unas pegatinas para hacer la agenda más bonita.

La pesadilla que se hizo realidad

Una de las cosas que me quita el sueño desde que Emma entró al cole eran los piojos. Bichitos insolentes, molestos y pesados que se niegan a extinguirse, que bien podrían.
Cada 15 días el cole manda una circular avisando del contagio.
El año pasado superamos el curso sin ningún problema y sin tener ningún avistamiento piojil.
Este año, al empezar el curso, yo volví a tener pesadillas con ellos. Solo pensar que un maldito piojo entraba en nuestra casa, hacía que estuviera rascándome horas. Sirva como información relevante que: tengo el pero rizado, a media espalda, y que Emma y yo todavía colechamos. Las posibilidades de que Emma me los pase son superiores al 100%.
En Septiembre volví a mis blogs de cabecera para informarme sobre el tema, aquí y aquí .
Mi operación prevención consiste en mantener a Emma con el pelo por el hombro, introducir unas gotas de aceite del árbol del té en el champú, y llevarla a clase siempre con el pelo recogido.
Aún tomando estas precauciones, el miedo al contagio aflora cada vez que llega una circular del colegio. Pero entonces, llegó el notición de Un Fonendo en Villamocos. Tarde tres minutos en ir a la farmacia y hacerme con el producto preventivo.
Desde octubre hasta febrero estuve usándolo a diario. Todo perfecto. Cabezas libre de invasores.
Y en Febrero se me acabó el bote. Y coincidió con las vacaciones de Carnavales.
Y… Me relajé! Y ese es el gran error de esta pesadilla. Porque amigas, esto es lo que una madre nunca debe hacer en esta cuestión, relajarse. Nunca hay que bajar la guardia con estos malditos parásitos.
Pasó la semana de vacaciones, volvimos al colegio, y yo seguí sin ir a comprar la reposición del liquido protector.
Quince días después del último uso, me llevo a Emma a la peluquería.
Y allí, mi amiga la peluquera me dice, mira, ven un momento.
Me señala una mota infinitesimal, de color grisácea, pegadita a un pelo. Y me dice: yo creo que esto es una liendre.
Se me paró el mundo. Un pitido sordo se instaló en mis oídos, y de pronto empezó a faltarme el aire.
La peluquera siguió mirando la cabeza, escudriñando rincones y raíces.
No le veía más, pero allí había habido un piojo, eso estaba claro.
Salimos de la peluquería, llevándome Emma a mí de la mano. Mis piernas flaqueaban, y mis pies daban pasos torpes por la acera.
En mi cabeza, el miedo y “el qué hago ahora” se peleaban por tomar la delantera.
Llegamos a casa, esperé a que abriera la farmacia, y producto que te pego.
Se inició la operación despioje. Coletas, peines, lendrera, y paciencia, mucha paciencia. La operación quedó concluída con éxito en unas horas.
Luego vino el temible momento de mirarme yo. Para eso solicité la inestimable ayuda de mi madre, que después de contarme las canas que me han salido en estos meses, enumerándolas seguidas de un chorrillo de risa, dictaminó que en mi cabeza no habían invasores.
Desde ese momento, me quedó cristalino que uno lo que no puede hacer es relajarse. Ese es el gran error en la batalla pediculicida.
Ahora sigo poniéndole el neositrín protect a diario, y paso la lendrera siempre después del baño. Es un coñazo, sí, pero es norma de obligado cumplimiento si tienes niños en edad escolar. Me parece una total irresponsabilidad saber que tus hijos (y probablemente tu misma) tienen piojos y no hacer nada. Vivir en sociedad nos obliga a pensar en los demás.
De esto hace ya dos meses, y desde entonces, ni un maldito bicho más ha decidido hacer excursión por la cabeza de Emma. Y yo ya me puedo tomar el aperitivo tranquila.

A lo mejor no es tan mala idea

Todo comenzó en el trayecto de vuelta a casa después de la Semana Santa.
Emma tuvo a bien, comunicarme que estaba pensando en adoptar una mascota.
Yo, para mí, pensé que, había llegado el momento de explicar los pros y los contras de tener mascotas. La responsabilidad que supone tener un ser vivo a tu cargo.
Parece que ésta parte la tenía clara. Ella lo que quería era hacerme partícipe de la mascota que había elegido.
Un baifito.
Sí, amigos, un baifito.
La semana pasó, y siguió con la idea erre que erre.
Cuando fuimos a la Alcogida vio estos estupendos ejemplares de baifitos crecidos.
Y ahí parece que la cosa se recogió un poco.
Una tarde me dijo algo así como que lo había pensado mejor, y que había visto que los baifitos se hacen cabras que dan patadas, y que igual no era buena idea tener una en casa. Así que mejor, un perro.
No, si de tonta ella no tiene un pelo.
Los días han ido pasando, y ayer, entre fiebres y apiretales, me dijo algo así como que si no podía tener dos mascotas. Un perro y un baifo.
Al parecer lo tenía todo pensado: nos cambiamos de casa, y nos vamos a una que tenga jardín. En el jardín colocamos una caseta para la cabra, y en la puerta un agujero pequeño para que el perro pueda entrar y salir.
Esta niña mía no deja cabos sueltos.
Y hoy, repasando las fotos de las cabras, pues oye, tan monas que son. Y tan identificada que me siento con ellas.

Las cabras tiran al monte.
Loca como una cabra.
Como una cabra harta de papeles.

El café nunca solo

Debería estar planchando, pero no encuentro las ganas.
Es mi cita ineludible de cada domingo: la plancha y John.
Cada domingo tengo una cita con ambos, John me hace más llevadero el momento. Pero hoy, ni eso.
Puede ser que las cuatro horas que he pasado en la cocina en labores de intendencia, tengan algo que ver.
La cosa es que aquí estoy, tomándome un café y escuchando Born and Rised, y dejando que mis pensamientos hagan su tarea favorita: encadenarse.
Así y sin saber cómo, llego a la cuestión de la compañía del café.
¿Te digo un secreto? No me gusta compartir el café. Me encanta sentarme sola delante de mi taza, y hacer justo lo que hago ahora, dejar fluir los pensamientos.
Sin embargo, aunque no me guste la compañía humana en el café, sí que me gusta acompañarlo de algo más que disfrutar.
Unas galletas de avena, chocolate y frutos secos, son una gran elección para un domingo por la tarde, o cualquier mañana. Pero si tienes más bien prisa y poca hambre, sólo el gustillo por masticar algo, una granola casera podría satisfacer ambas necesidades.
¿Sabes cuál es una de mis palabras favoritas?: Atorrijarse.
Y esto me recuerda a la cantidad de cosas con las que acompañé el café esta pasada Semana Santa.
Torrijas en todas sus versiones.Torrijas típicas, que saben mejor si las hace mamá. Pudin de pasas o fresas, del libro de Ibán Yarza y Alma Obregón. Aunque claro, el primer puesto de postres que se atorrijan, lo tiene el semla.
Otra de las cosas de las que me gusta acompañar el café, es de lectura. Ahora mismo, Julio Basulto es una lectura obligada para todos aquellos que nos hemos reproducido, y que queremos saber un poquito más sobre lo que le damos de comer a nuestra descendencia.
Y con el gusto dulce en la boca aún, y arañando los minutos de descanso, las agujas.
Estoy haciendo un boceto de París, de mi propio París. Porque hay sitios, que sin saber cómo forman parte de nuestro día a día.

La genética es ineludible

El pasado fin de semana, se celebraron las jornadas europeas de artesanía en mi municipio. El acontecimiento, que no fue mas que mucho bombo pero poco platillo, nos sirvió de excusa para ir a visitar el Ecomuseo de la Alcogida. Este museo se puso en circulación en la red de museos de la isla en la década de los 90, y ya a mí me cogió mayor para las visitas típicas que se hacen desde el colegio. Así que hasta este fin de semana no había visitado este singular museo.
El sábado hizo mucho frío y también viento, vamos, el tiempo típico de este tiempo en esta isla. Nos ataviamos con buen abrigo y pusimos Rumbo Norte. Ese rumbo que el mililitro coge solo.
El museo consiste en 7 casas que escenifican la vida de los majoreros hasta no hace mucho.
Hay artesanos haciendo demostración de cómo trabajan con las manos, una alfarera, una tejedora (que teje en un telar de más de 200 años!!), una caladora, una trabajadora de palma, y también hay un panadero, que justo el sábado no estaba.
Hay una tahona, y se puede ver cómo se molía el gofio. Un par de burros, otras pocas cabras, gallinas, perros, y una camella.
El entorno es árido, y con poco relieve. Todo está circundado por muros de piedra, tan clásicos aquí.
Estar allí y poder ver todo aquello, no me hizo descubrir la historia, más bien me hizo revivirla.
Lo que para mis tres acompañantes era todo un asombro, me refiero al ir descubriendo cómo se vivía aquí hace tiempo, para mí fue recordar muchísimas cosas de mi infancia y mi más temprana adolescencia.
Me vino a la mente las tardes en Las Pocetas con mis abuelos, y los tíos abuelos de mi madre. Todos eran agricultores y ganaderos. Vivían de la tierra y de vender lo que sacaban de ellas. Las casas eran de piedra, con techos de torta. Las cocinas de leña, las camas de hierro, y los primorosos bordados que habían en las mesillas o en los cojines de las camas.
También tengo recuerdos de la familia de mi padre, de todos esos primos y tíos que tiene diseminados por este norte. Mi abuela y su gran patio lleno de plantas. La gran capacidad que tenía para poder sacar cualquier labor con solo verla. Mi abuela paterna nunca leyó, ni tampoco escribió, pero era capaz de coser un traje de un trozo de tela y poco más.
Por ambas ramas familiares hay grandes e ilustres artesanos.
La semana pasada mi prima me hizo llegar la foto de un escrito de mi abuelo paterno, al que no pude conocer. Un trozo de una especie de diario. Parece que hubo alguien más en mi familia con necesidad de dejar testimonio escrito de lo que pasaba.
No debiera sorprenderme, pues, que tenga necesidad por mover las manos, y de escribir constantemente, todo esto lo traigo en el ADN.

Historia corta de un jersey deforme

Hace ya más de un mes que disfruto de mi último jersey tejido.
Es el Outer space de Stephen West. Me encanta este diseñador loquísimo.
Estos diseños son un ejercicio increíble para mi necesidad de saber siempre hacia donde voy y querer controlarlo casi todo. Meter las agujas en uno de sus diseños, significa tener que leer mucho las indicaciones y confiar. Dejarte llevar (a ciegas) por las instrucciones que te va dando sin cuestionar ni una coma.
Estuvo prácticamente un año en la cesta de las lanas a medias. Esa cesta que tiene un montón de lanas con agujas, en un estado intermedio entre seguir siendo un ovillo o convertirse en algo estupendioso.
No recuerdo por qué lo aparté, pero a finales de enero lo cogí y en un par de tardes le di finiquito.
Está hecho de sobras. Merinos, cashwool, pure yarn,.. De Katia, Rowan, Manos del Uruguay y Cascade yarn.
Con este jersey he reducido mi stash en 9 ovillos!. Ha sido todo ventajas.
Pero lo mejor, sin duda alguna, es usarlo.
Es calentito, vistoso, y  genera esa satisfacción interna de usar algo que ha salido de tus manos.
Como digo, hace más de un mes que lo estoy usando, y quería un sitio bonito para sacarme unas buenas fotos y poderlo lucir.
Nunca voy a encontrar un sitio mejor para sacar fotos, para pensar, para respirar y para sentirme a salvo como ese risco.
En medio entre el Charco y Piedra Playa, entre el Castillo y los Hornos de Cal.
Sin duda alguna, ese es mi rincón en el mundo.

Encadenando cosas

Solo estamos a martes, y yo ya estoy agotada.
No sé qué pasa algunos días, que tengo la sensación de haber levantado yo sola el país, y apenas he hecho gran cosa. Lo curioso es que me suele pasar después de un fin de semana de hacer nada, y teóricamente debería estar descansada y con la energía a tope. Pero no.
La conclusión es que hacer nada también cansa.
Este fin de semana, hice cosas estupendas que me alegran el espíritu.
Hice mermelada de frutos rojos, que casi me la como a cucharadas, para evitarlo, también hice pan.
Me senté en mis dos sillas nuevas, mientras esperaba a que levara el pan.
No son nuevas, eso ya lo sabes, pero ahora lo parecen. Les di una manita de chalkpaint, y oye! qué descubrimiento. Ha sido totalmente terapéutico.
Cuando ya estaba el pan horneado, me preparé un buen almuerzo, para tener algo con lo que acompañar el pan.
He vuelto a hacer chucrut en vista de que las reservas van mermando. Esta vez con hinojo y alcaravea. Me parece que el proceso de fermentado es más rápido con el hinojo, a pesar de las bajas temperaturas.
La temperatura y el tiempo. Ese tema de tertulia inevitable. Que hartura.
¡¡Estamos en invierno!! Y lo normal es esto, coñoya!
Y como el aire está fresco y violento, nos hemos quedado en casa, echando unas partidas al juego de Emma, en el que siempre sale triunfante. No sé cómo lo hace que me gana en cualquier circunstancia.
Y la victoria suele dar hambre, y también deseos caprichosos. Pero como ganó todas las rondas, no me quedó otra que satisfacer sus deseos: tortilla para almorzar.
Estoy pensando, que tal vez, esto concretamente tiene poco de nada, y que el cansancio que acumulo, igual es más real que imaginario. La cosa es que no me queda otra que seguir acumulándolo en la bolsa que llevo colgada a la espalda, hasta encontrar otro sitio donde poder dejarlo descansar.