Un llavero con dos llaves es el final de una historia que empezó hace un poco más de 27 años. Pero para llegar a este final, mejor vamos a empezar por el principio.
Hace 35 años alguien muy apegado a mi familia, y a mí en concreto, compró una casa. Para ello, nos solicitó ayuda económica. De forma que la casa finalmente la compró mi padre y ellos vivían en ella.
En esa casa se hizo una obra importante, y de ser una casa, se convirtió en dos. Ambas casas habitadas por un señor y su hermana, cada uno en su espacio, aunque las casas se comunicaban por una escalera interior.
Este señor, era soltero y sin hijos. Y supongo que la relación laboral que lo unía a mi padre, me convirtió en su ahijada. La cosa es que en casa, mis tres hermanos le decíamos Padrino, aunque padrino solo era mío. Ella, su hermana, soltera y sin hijos, nos adoptó como ahijados también.
Tengo muchísimos recuerdos de él. Me enseñó a llevar un libro de cuentas, a hacer nóminas, a rellenar cheques, y a controlar pagos y cobros. Era alto, socarrón, bromista.
Llamaba a mi casa por teléfono, y yo contestaba: Diga. A lo que él siempre respondía: Digo.
Tengo el teléfono ahora conmigo, y cada vez que lo veo, me acuerdo de ese saludo inicial.
Recuerdo el día de reyes con ellos. Cómo se esmeraban en hacernos unos regalos estupendos, que yo supongo que compraba la hermana. A ella la traté menos, aunque lo poco que la traté, hoy mirando atrás, puedo decir que marcó muchísimo quien soy, casi sin darse cuenta. Ella fue la primera que me habló del yoga, cuando yo apenas tenía 10 años. Me acuerdo de estar con ella viendo un libro en blanco y negro con una señora en posición, haciendo el árbol o el guerrero. No conservo ese libro, pero sí un guarda agujas de punto, que un día me regaló cuando le dije que me iba a hacer un jersey. Un tubo lleno de agujas de punto rectas. El yoga y el punto, dos pilares fundamentales en mi vida. Me regalaron la primera guitarra que entró en casa. En la que yo difícilmente saqué una isa, pero que mi hermano aprendió a tocar, y con la que mi hermana quedó seducida completamente por la música.
Unos pocos años después enfermó, también fue él el primero que me enseñó los efectos de la quimioterapia, que casi lo mata, pero que le dio una tregua de unos pocos años más.
Tenía tan solo 63 años cuando murió, la hermana unos pocos años menos. Hace 27 años de eso.
Y entonces vino lo que suele pasar cuando las personas no hablan, no expresan sus temores, y encima ese momento lo viven envueltas en el duelo de haber perdido a alguien a quien se quería mucho.
Hubo carrera de papeles, y abogados que redactaron documentos, y hasta un notario que dio fe de que un señor bajo la morfina (el día antes de morir) estaba en su plena facultad para cambiar su testamento. Y todo eso fue para dejar las cosas como estaban porque no podían ser de otra manera.
Solo hubiera hecho falta hablar. Sentarse y hablar. Pero no se hizo. Ella se asustó, se imaginó sola y en la calle, y prefirió cerrarse en banda.
Ella lo contaba a amigos y vecinos: la casa no es mía, pero yo voy a vivir aquí hasta que muera.
Y así fue.
Nunca la molestamos, nunca nos molestó. Y en abril de este año, también se fue.
Cada vez que pasaba por la puerta, tenía ganas de tocar y preguntarle cómo estaba. Pedirle permiso para entrar, y ver la casa de MiPadrino. Yo tenía 14 años cuando se murió. Me acuerdo perfectamente de él, pero había un huequito ahí que no he sabido rellenar. Hoy pienso que si yo hubiera sido un poco más mayor, y ella hubiera estado menos asustada, hubiéramos mantenido el trato.
Pero no fue.
Yo he seguido teniéndolo presente a él. De hecho, lo vinculo a mi trabajo. Cada vez que sueño con él, me llega algún cambio laboral importante. Y las vueltas de la vida, la penúltima vez que soñé con él, me llamaron para ofrecerme un trabajo peculiar, que consistía en revisar el estado del cementerio donde está enterrado él. Si esto no es coincidencia, no sé yo.
Hace tres años, conseguí la llave de la casa de él. Y no te puedo contar todo lo que pasó en ese momento de abrir la puerta. Todo en estado lamentable. 27 años cerrada, una casa de hace 40. Creo que puedes imaginártelo. Pero allí había parte de sus cosas. El teléfono por el que me llamaba, entre otras. Y pequeños detalles: el llavero que llevaba siempre en el cinturón. Sus libros de cuentas. Sus papeles con su letra.
Hace tan solo quince días que tengo la llave de la casa de ella. Está mucho mejor, ya que ha estado habitada hasta hace poco. Aún así, necesitan obra de reforma y abrir mucho las ventanas para que se renueve la energía.
Ahora tengo dos casas unidas que me llenan la cabeza de proyectos y posibilidades. Es muy posible que me pase los próximos meses cargando materiales y volviéndome loca con instalaciones y revestidos, porque la reforma es de tamaño considerable. Es muy posible que se intuya en el horizonte una mudanza.
Las obras empiezan el viernes, y ya sí que se acaba esta historia.
¡¡Menuda historia!! da para un libro…¡piénsalo!
Las obras me agobian hasta niveles inimaginables, pero seguro que son el principio de otra historia.
Guau! Hasta me has emocionado contando la historia. Ahora viene la ilusión de ver tu proyecto realizado. Las obras, siempre asustan…pero creo que en eso tienes ventaja…nadie mejor que tú para emprenderlas. Un besote!!
Ay, las herencias que se dilatan en el tiempo y dejan las casas inhabitables… siempre me ponen triste. Pero creo que tu historia va a tener un final feliz. Yo ya te imagino viviendo en una de las casas y alquilándome la otra a mi cuando venga de visita. Je, je, soñar es gratis. Las reformas, por desgracia, no. Pero coje al toro por los cuernos y no lo dejes para más adelante, que el tiempo corre veloz.
Y el teléfono ha acabado en tu casa.
Vicente.
Y los tés que nos tomaremos en ella???
Augurio tiempos felices…