Ahora que llega Septiembre, y a los que nos hemos pasado más de la mitad de nuestra vida estudiando, nos afecta como si fuera el comienzo del año, llega el momento de afilar los lápices y preparar los cuadernos.
Me gusta aprender. En el momento en que sienta que ya no me queda nada por aprender, sentiré claramente que ha llegado el momento de irse.
Por ahora siento que ese instante está lejano de mi presente.
Dentro de cómo aprendo, he llegado a ver las distintas formas que tengo tanto de estudiar como de aprender.
Cuando se trata de materia cultural, ya sea física o historia del arte, se me activa una parte del cerebro tremendamente disciplinada: presto atención, tomo notas, hago esquemas, y la información se queda retenida en mi cabeza por mucho tiempo.
Cuando se trata de materia técnica, mi parte aplicada se mezcla levemente con mi parte apasionada, y aparte de todo lo anterior, me involucro de forma activa en la explicación, haciendo preguntas, planteando posibles ejemplos, incluso enunciado hipótesis.
Cuando se trata de aprender de la vida, de amueblarme la cabeza, de lo que se llaman las relaciones interpersonales, o sociología humana, ahí la disciplina no está tan presente. Y aunque me considero con una inteligencia media, en este campo soy bastante lenta, torpe, obtusa.
Me cuesta aprender. La letra con sangre entra, sería la mejor definición para mi forma de aprender.
Me dejo arrastrar por la emoción, la pasión, la intención, la ilusión… y toda la parte disciplinada y buena estudiante se van al traste. Tengo que repetir la misma lección una y otra vez, repetir resúmenes, esquemas, apuntes… y la mayor parte de las veces debo volver al principio. Lo curioso es que repetir estas asignaturas, aunque me cueste, sigue teniendo interés.
Cuando vivía en Fuerte, durante la semana que no estaba en MiNorte, me metía en la piscina de LaHerbania. Siempre me llamó la atención los cursos de natación infantil.
Se pueden hacer fácilmente tres grupos:
– Los niños que no tienen miedo, y están deseando meterse al agua, que no les dicen ni adiós a los papás, se enfundan en su gorro, y sin mirar a ningún sitio se sumergen en la piscina.
– Los niños que tienen terror, y no soportan el cursillo. El miedo, la angustia, el terror, comandan el aprendizaje. Se agarran como garrapatas a las piernas de los papás, y son incapaces de hacer otra cosa que berrear. No consiguen entrar al agua, en todo el mes que dura el curso. Es un auténtico sufrimiento para ellos y para los papás.
– Y están, los que tienen miedo y ganas a partes iguales. Empiezan a llorar, pero se ponen el gorro. Siguen llorando, pero se meten al agua. Tragan agua mientras lloran, y ven irse a sus papis. Y comienzan a nadar, llorando. Llegan al otro extremo, llorando, pero nadando.
Las ganas y el miedo siguen, pero parece que ganan las ganas.
Al final del curso, saben nadar, y se puede decir que de cierta manera han disfrutado el cursillo. Han aprendido a dejar el miedo a raya.
Yo soy como estos niños. Y lo que me ha costado más, es eso, hacer un muro infranqueable al miedo.
Y creo, que es el mejor aprendizaje que he hecho.
Los estudios de nuevo con el otoño toda las puertas,.. suerte en tus estudios.. y enfrentarnos a esos momentos sin miedo..
Un abrazo
Con mis
Saludos fraternos de siempre..
Que tengas un día maravilloso.. mis mejores deseos con cariño.
Para mí tambien empezó un nuevo año con un nuevo trabajo, y como tu recuerdo mi aprendizaje de natación, no fué fácil despegarme de mi abuelita que era la que me llevaba todos los dias, recuerdo que me pegué a su cuello y cuando el professor me cogió le mordí en el dedo tan fuerte que le salió sangre 🙁
esa era mi defensa :-))))))))
¡Qué buena comparación el aprendizaje de la natación con el aprendizaje de la vida!
Espero que entres con gans en este nuevo curso, te deseo de lo mejor.
Saludos.
Siempre en este mundo, a punto de ahogarnos…
Saludos y un abrazo.
Me encanta esa analogía. Yo voy a aprender a nadar asi tenga que pasarme el curso entero berreando y tirandome de los pelos!
Besucos varios!