Está siendo un mes de marzo regular. Sí, ya sé que debería darle un poco más de margen para saber, que solo han pasado unos días desde que llegó, pero qué quieres que te diga. Este 2020 venía cargado de grandes expectativas, y la cosa va tal que así: pasamos un enero infinito, que parecía que no se iba a acabar nunca; febrero fue como un tiro y pasamos la peor calima que recuerdo en toda mi historia; y viene marzo, y pasamos la primera semana, y lo único que se oye es coronavirus aquí, coronavirus allá.
Y estoy un poco harta, la verdad.
Menos mal que los días tienen ese color de quiero ser invierno, pero no me sale. Están oscuros y con algo de brisa. Si sales con una chaqueta gorda, vas a asarte en tu jugo, si no llevas abrigo, vas a resfriarte. Supongo que esto es típico de la primavera, pero así es el invierno aquí. Al menos hay algo bueno, y es el color del mar. Salgo a caminar y la playa urbana tiene un color de cuento. Es como si hubieran puesto una fotografía ahí, retocada con Lightroom.
No sé si es Saturno, Mercurio Rx o no sé qué suerte de cuadratura, pero me cae mal todo. Por momentos me caigo mal hasta yo.
Por eso he decidido ponerme a salvo. Esto es, activar el modo mejillón disimulado. Que es algo como de super pro. Es un modo mejillón al uso, o sea, aislarse del entorno, pero sin que se note. Es decir, aislarse en el tumulto. ¿Ves?, es que no sé ni explicarme ya.
De entrada estoy en casa, declinando amablemente cuanta invitación me llega. Que me llegan, no te vayas a creer, desde quedadas para un café casual, hasta la solicitud de trabajos de juntas de vecinos que no me corresponden, porque yo estoy más acostumbrada a estos trabajos. Claro, es que es mi trabajo, y pretendo cobrar por ello, algo que así de entrada, quieren pasar por alto. Me ha recordado la situación por la que pasan ciertas personalidades y marcas en Instagram. “Mencióname que te pago con zumos”. A todo digo: no, pero ¡gracias!.
Me quedo en casa, y me pongo al día con las tareas domésticas diarias.
Normalmente, las comidas las tengo organizadas mensualmente. Cada primeros de mes, hago la lista de la compra y los menús a la inversa. Esto es mirar lo que tienes en la despensa, y el congelador, y ver qué cosas puedes cocinar con lo que tienes. Entonces solo compras lo que realmente necesitas. Así hago el menú mensual.
Una de los platos que siempre caen una o dos veces al mes, es el Chicken over the rice. La receta original la tienes aquí, que fue el sitio donde la vi la primera vez. Después yo he ido adaptándola a mis gustos y a lo que tengo en la nevera. Es un plato que me pone contenta, y que disfruto mucho.
Utilizo siempre contramuslos deshuesados, porque efectivamente son mucho más jugosos. Yo los pongo en un adobo de aceite (poco) y Ras-el-hanout. Aquí lo consigo bastante fácil en los locutorios que suelen tener cosas morunas. El que yo uso es un poco picante. Dejo el pollo toda la noche en este mejunjillo. Luego hago un arroz blanco normal, y una ensalada de lo que tenga. La ensalada siempre la aliño al menos con aceite y vinagre. Si me siento más inspirada, le hago un aliño más elaborado.
El pollo lo cocino al horno, porque el rollo de la plancha a mi no me motiva. Todo lo hago al horno. Y emplato poniendo primero el arroz, encima la ensalada y por último el pollo. Cuando está todo en su sitio, le hecho un buen chorro de salsa de yogur. La mía la hago con un yogur griego (desde que uso la yogurtera uso uno de los míos) una cucharada de mayonesa, el zumo de un limón, pimienta molida y eneldo picado. Mucho eneldo. Tanto como si no hubiera un mañana en que lo volvieras a probar. Y listo. Esta es mi versión del chicken over the rice.
Ayer, cuando me disponía a hacer la ensalada para mi chicken, abrí el aguacate, pensando que el mismo estaría como yo, cayéndole mal a todo el mundo, y ¡oh sorpresa! No recuerdo el tiempo que hacía que no encontraba un aguacate tan en su punto. Esto hizo que recuperara un poquito la esperanza en que esta energía antipática que voy sintonizando va a ir desapareciendo, y que marzo va a traer un giro de guion que me va a poner con los ojos en blanco.
Por si acaso me he preparado con sonrisa, y le doy la bienvenida al martes.
Claro, dale a la sonrisa, Violeta!
Yo me jubilé, como sabéis y, siempre guardo como un tesoro, que siempre tuve una sonrisa, siempre y siempre me lo recuerdan.
Yo decía que la sonrisa no me costaba nada y que siempre era bien recibida…
No tenía, no tengo, mucho para dar a la gente, pero sí una sonrisa, grande, sincera.
Siempre, peleo por no perderla nunca, ni en las situaciones más adversas, como ahora, donde me encuentro, por temas de salud pública.
abrabesos desde la distancia.