Afronté yo enero y este año con mucho optimismo y ganas. En serio, yo le eché ganas, pero enero, capricornio, Urano y toda la Vía Láctea, decidió fregar el piso conmigo. Un enero, por otra parte, que parecía no acabarse nunca.
Salí de las fiestas bien, sin ninguna sospecha de lo que venía. Siguiendo con mi agenda y mis metas y propósitos, según pasaron los tres Reyes Magos por casa y nos comimos el roscón, di por finalizada la Operación Navidad 2019, y me dispuse a sacarle punta a los lápices y colores con los que iba a ir tachando todo de mi agenda, según fuera cumpliendo entradas.
El mismo día de Reyes por la noche, MiMariposita empezó a sentirse mal. Lo achaqué a los nervios de la noche previa y al cansancio acumulado. Para hacerte el cuento corto, al día siguiente tenía 39,5 de fiebre intermitente que duró cuatro días. Yo, solidaria por naturaleza, a su segundo día de fiebre, caí.
Nos pasamos una semana entera vegetando en el sillón, interrumpiéndola solamente para tomarnos el antipirético o cambiar el sofá por la cama.
Pasada esta primera semana, nos recompusimos ligeramente. Pero solo fue un espejismo. Quince días más tarde, sentí que el oído izquierdo me iba a dar muy mala noche, día, y lo que viniera a partir de aquel momento. Un dolor de oído que no había sufrido nunca en mi vida, me amenizó el fin de semana. Me terminé llevando al Centro de Salud para que si lo creían necesario me cortaran la cabeza allí mismo.
Pasados los primeros cuatro días de tratamiento, fue MiMariposita la que decidió que me debía el acto solidario de compartir bacterias quince días antes.
Sí. Otra vez las dos compartiendo dolores y antibióticos.
La agenda se reía de mí desde mi mesa, y mis planes se habían ido todos por el desagüe. Me rendí. No tenía ningún sentido intentar sentirte bien y esforzarte por estar bien si en el fondo no puedes con tu alma.
Gracias al paracetamol, y al antibiótico que empezó a hacer efecto, pasadas las siguientes 48h de la primera toma, empezamos a levantar cabeza. Para este momento, febrero ya asomaba la patita.
Empezamos febrero haciendo una limpia de la casa y de nuestras auras. Palo Santo y Agua de Florida como si no hubiera mañana, como si fuéramos dos santeras certificadas en pleno ritual de exorcismo.
Mientras realizábamos tan importante tarea, puse la crokpott a toda mecha. Un caldo de huesos. Que justamente estos días por distintos me llegaba la información de lo nutritivo del asunto. Dos zanahorias, un ajo, un puerro, laurel sal, y un chorrito de vinagre; y los huesos, claro. Todo en crudo en la olla lenta, y 18 horas más tarde tenía el mejor caldo de huesos que he probado nunca.
Así que ahora, en lugar de tomarme un café o un té a media mañana, tengo aquí mi taza con un caldo de huesos, que no es nada cool, pero que me da una vidilla que no te imaginas.
Parece que el trabajo dio resultado, porque hemos empezado febrero con bien de energía, y aunque seguimos un poco sordas aún, al menos tenemos ánimo y ganas. Yo he vuelto a mi caminata, con un mar de plata que casi te dice que te lances, en lugar de que sigas andando. Esta temperatura y esta luz no es nada propia de este tiempo. No sé si es por la cantidad de días que he pasado recluida en casa, pero la luz me ciega estas mañanas. Las plantas son de un verde tan brillante que no parecen naturales.
Sigo maravillándome de ir encontrando matas y hasta flores en medio de tanto hormigón. En territorio súper hostil, crece y hasta florece. Me tengo que aplicar el cuento, voy pensando de regreso a casa. Se acerca la primavera, me tengo que preparar para florecer.