Hemos pasado las últimas semanas activando y desactivando la alerta meteorológica. Alerta por lluvia. Alerta por viento. Alerta por fenómenos costeros adversos.. De amarilla a naranja, y viceversa. Actividades extraescolares al aire libre canceladas, indicaciones, precauciones, advertencias.
Cuando ya parecía que íbamos a superar este mes sin incidencias, se hundieron unas gabarras en el muelle de Gran Tarajal, y aún está por verse el alcance del desastre.
Mientras, como siempre, mi protocolo de alerta se activa a la perfección. Básicamente consiste en atrincherarse en casa.
Yo no sé ciertamente si ser casero, se nace o se hace. Pero la realidad es que aquí somos muy caseras las dos. El viernes por la tarde, al término de la última obligación semanal, volvemos a casa contentas y cantando, pensando en que ya no tendremos que salir de casa más hasta el lunes.
No estamos acostumbradas a tanto frío, al viento sí, pero al frío no. Y salir de casa supone un esfuerzo considerable, con este aire helado dándote en la cara.
Así las cosas, con alerta de por medio, el fin de semana empieza el viernes por la noche, con la compra recién hecha, y con el propósito de darnos calor y amor.
También tengo que decirte, que algunas de estas alertas por tormentas, han sido una auténtica estafa.
Anyway, una vez metidas en el protocolo de tormenta, lo primero es encender la crockpot y preparar un buen caldo. Esta vez y rizando un poco el rizo, lo he hecho de diferente manera. Antes (y digo antes, porque después de esto ya no hay vuelta atrás), metía todo en crudo en la crockpot y a darle candela. Pero en esta ocasión metí la carcasa de pollo con una cebolla partida en cuartos en el horno. Y lo asé todo durante un ratito. Con el resto de las verduras, hice lo mismo, más o menos, y las salteé en el fuego. Y ya sí que lo metí todo en baja durante 12 horas. Lo que salió de allí, juro que es el caldo más maravilloso que he comido jamás. De verdad te lo digo. Tanto así que no le hice nada, solo lo serví en un bol y me lo tomé de cena. Reconfortante, y sabroso. Vaya, un auténtico “caldo de pollo para el alma”.
El segundo paso del protocolo tormenta, es tener un dulce para merendar. No tenía ganas yo de improvisar, así que fui sobre seguro. Nudos de cardamomo del libro Pan Casero de Ibán Yarza. Si no tienes este libro, no sé a qué estás esperando para hacerte con una copia. Es un básico.
En este punto de la vida cocinera, he logrado encontrar el tamaño exacto del bollo, así como la proporción de relleno. Otro detalle importante: no pasarse con el tiempo de horneado. Si te pasas, los bollos están buenos recién horneados, pero se pondrán duros en unas horas. Quedándote justo o corto de este tiempo de horneado, te aseguras unos bollos ricos más allá del día. Si es que llegan a superar las 24h desde que los sacas del horno. Aquí se comen solos prácticamente.
Y los últimos dos pasos del protocolo tormenta, se conjugan juntos: proyecto y serie.
Estoy en un momento histérico de rebajar stash, así que estos días he buscado un proyecto para acabar con todos los merinos classic, cascade yarn, rowan dk.. un montón de medios ovillos que tenía por aquí. Encontré el trabajo perfecto en una rebeca para estar en casa. El patrón es la cosa más sencilla del mundo, y como desde el principio me la imaginé para estar en casa, no he tenido muy en cuenta la mezcla de colores. El único objetivo que tengo en mente es acabar con todos esos ovillos huérfanos.
Y esta rebeca la he ido tejiendo viendo This Is Us. ¿Por qué nadie me había hablado de esta serie? ¿Por qué?. He terminado de verla justo anoche, y vaya. Me ha encantado, maravillado y hasta obsesionado.
Es dulce, y cotidiana, y me ha revuelto un montón de cosas e ideas que tenía vagando debajo del pelo.
Es harto probable que vuelva a verla en breve, así de corrido, otra vez. Anotando algunas cosas tal vez.
Hazte un regalo, y dale una oportunidad.
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Ponte tu mejor disfraz…
Abrigadas y orientadas
Estamos de batalla. Una grande, y dura. Queremos echar definitivamente los virus de nuestros cuerpos y nuestra casa, pero éstos malditos se agarran como garrapatas, y aprovechan cualquier rendija para volver a hacerse trinchera.
Estos dias soy como una marine, y voy cargando con agua, gorro, chaquetón, bufanda y hasta guantes. Tengo a Emma la mayor parte del tiempo como un muñeco michelin, y lo único que se oye cuando salimos/entramos de casa/colegio/actividades, es mi voz (al estilo Silvester Stallon): la boca cerrada Emma, que no entre aire!.
A veces dudo de la efectividad de todas mis estrategias, pero no puedo dejar de hacerlo.
Mientras, voy tachando los días, esperando con ansias la primavera. Y ya se nota, poquito, pero se nota.
Ayer veníamos en el coche, y se lo comenté a Emma: mira, ya los días se están haciendo más largos; la semana pasada cuando hicimos este trayecto a esta misma hora, ya era de noche; sin embargo hoy, aún no ha anochecido.
A lo que ella contestó: sí, aún se ve día por el oeste.
Literal.
Yo no sé orientarme si no es con un mapa. Y ella, ahí como si fuera girl-scout.
Cuando recuperé el habla, le dije: ¿tu sabes dónde está el oeste?.
– Sí, claro, es lo que está a mi izquierda.
Seguí muda, a lo que ella contestó, para darle mayor valor a sus conocimientos:
– Y por donde está la mar, es el Sur.
Casi freno en seco. Me demostró perfectamente que sabía orientarse. Y siguió explicándome.
– Me lo dijo abuelo.
Y ahí ya, lo entendí todo. El pobre abuelo, que tuvo que tirar la toalla conmigo, ante mi total incapacidad para aprender, se ha resarcido con la nieta.
Bueno, yo no sé orientarme, pero tengo otras capacidades en valor, como mantenernos calentitas a base de caldo y prendas de lana, lo que está muy bien, porque juntas completamos un equipo prometedor.
Tenía muchas ganas de enseñar estos jerseys. Tiene casi un año, los dos, y los hemos usado una barbaridad. De hecho creo que es mi jersey preferido estos días.
El patrón está muy bien explicado, y la adaptación a la talla de Emma fue bastante fácil, partí de un jersey básico, y acomodé el patrón a los puntos que tenía. Lo tejí con drops alpaca, que ha pasado a ser una de mis lanas favoritas. Y todos los detalles, ya sabes donde encontrarlos.
Sin miedo a volver a empezar
En la vida de una tejedora compulsiva, como me defino sin complejos, existen dos grandes problemas: donde guardar el stash lanero, cómo gastar los restos de lana.
El primer problema lo he ido solucionando comprando cajas de almacenaje, e inventariándolas cada tanto para saber qué tengo. Si, ese es un problema derivado del primero, llega un momento en que guardas tanto y tan bien, que pierdes la noción de lo almacenado.
El segundo problema requiere más atención. Las lanas que tienen un grosor intermedio, las destino a rebecas o jerseys de aprovechamiento. Y consiste en hacer un jersey o chaqueta con un patrón básico, normalmente top-down, multicolor y multicalidad (porque no tengo pudor ninguno en mezclar merino con algodón, con lana virgen). Tengo que reconocer que el resultado de estos aprovechamientos, suelen ser prendas imposibles, que pondrían a prueba el TOC de cualquiera, pero que por contra, se convierten en las prendas que más nos ponemos, que más usamos, y con las que nos encontramos extrañamente cómodas y felices. Misterios del mundo tejeril.
La otra solución a los restos, cuando éstos son más finos, son las mantas. Tengo una especial predilección por hacer grandes trabajos partiendo de la nada. Supongo que por eso me entusiasmó el patchwork desde el principio. Básicamente hago lo mismo con las lanas.
Hace ya unos cuantos años, cuando ya tenía una buena bolsa de restos de calcetines, empecé a hacer grannies a ganchillo. Aquí tengo que hacer un inciso, aunque puedo trabajar sin problema con el ganchillo, no me estimula de la misma manera que las agujas, sin embargo, de vez en cuando me gusta hacer algo de crochet. Pues bien, ahí que me puse a hacer cuadritos. Y uno, y otro, y otro más… y llegué a tener casi 150 cuadradillos. Y llegados a este punto, llegó la cuestión de cómo los iba a unir. Y entonces me desmotivé. No tenía ninguna idea de cómo hacerlo que quedara de mi gusto.
Así que tiré por la calle del medio: busqué una caja grande, los guardé, y quitándolos de mi vista, solucioné el problema. Por lo menos, de momento, ojos que no ven, corazón que no siente.
Y el tiempo pasó, hasta que hace pocas semanas mi queridísima Loli sacó la última manta que había hecho. Para la que usó la técnica del domino knitting square, y se me encendió la bombilla.
Corrí a buscar un resto, y veloz como un rayo hice los primeros cuatro cuadrados.
Descubrí lo bien que se unían, lo bien que quedaba, y lo mucho que me solucionaría el problema de unir tantos bloques para hacer la manta y gastar los restos.
Pero ahi llegó el gran dilema: empezar de cero con los nuevos restos, o deshacer todo lo hecho ya.
Y entonces me dejé reposar. Hice un caldo en crockpott. Es uno de mis técnicas para darme tiempo.
Metes todo junto, le das al botoncito, y esperas. Pero tienes que esperar de verdad. 12 horas haciendo chupchup. Y tienes que dejar pasar ese tiempo para poder saborear un caldo delicioso.
Ese tiempo de reposo me sirvió para tomar la decisión. Había llegado el momento de tirar de la hebra. Sin miedo, con decisión, y con mucha energía. Hay veces que deshacer es una gran victoria. Y emprender nuevamente la tarea con las ideas más claras, y con mayor optimismo, sabiendo que el resultado esta vez sí va a ser el bueno.
Y esto amigas, es aplicable a cualquier asunto de nuestra vida.
Así que ahí estoy, tirando de la hebra al mismo tiempo que voy tejiéndola nuevamente.
Adiós 2017
Se me hace raro hacer balance de este año, raro y complicado. Ha sido un año centrifugador. Por momentos ha parecido que era estupendioso para en apenas horas o días, convertirse en un tsunami.
Hace ya tiempo decidí que siempre, en medio de cualquier acontecimiento, tenía que centrarme en buscar el agujerito de la sonrisa. Así que aunque no ha habido grandes catástrofes este año, sí que ha habido momentos de pequeños terremotos emocionales… Pero, en medio de todo, he encontrado el motivo para justificar cada hecho. ¿He aprendido algo?.. Yo diría que sí, que algo he aprendido, aunque me temo que aún me queda mucho por seguir aprendiendo.
Este año han pasado not-so-bad-staff, pero he sufrido algunas decepciones. Decepciones con personas, que nunca dejan de mentir… la gente miente mucho. También alguna traición, un par de pequeños puñales traperos que aunque he conseguido quitarme, no he conseguido que cicatricen las heridas, y que aún, depende del momento (del tiempo, supongo) duelen un poco.
He tomado la decisión de alejarme de personas, por lo menos emocionalmente, porque por mucho que quieras, hay personas que no cambian, y que el contacto con ellas no me hace bien. Salud para todos, trae la distancia. Otras han decidido alejarse, supongo que pensarían que la tóxica para sus vidas, era yo.. bien. No hay rencor. Cada uno debe hacer lo mejor que considere para sí mismo.
He sido mucho Penélope este año, y aunque he trabajado como hormiguita, me ha tocado deshacer. Mucho. Más de lo que nunca pensé. Volver a la casilla de salida.
Y lo he hecho. Casi con el piloto automático. Como con la lana: he cerrado los ojos y he tirado del hilo. Luego, tomando distancia, he visto como los acontecimientos tenían un sentido, y se iban armando como un puzzle. He entendido lo de los tres puntos no conectados de Steve Jobs.
También he callado. Mucho. Hasta quedarme afónica, parece una paradoja, pero no lo es. Cuando guardo demasiadas palabras, éstas se convierten en astillitas que se me clavan en la garganta, y me dejan afónica.
Durante la mayor parte del año he tenido la sensación de “oye qué fácil”, para momentos más tarde darme cuenta de que solo había visto la superficie del asunto, y que lo que inicialmente parecía easy-peasy, no lo era para nada en realidad. Y la mayor parte de las veces me quedaba parada con cara de WTF.
Pero en medio de todo esto, ha habido muchos momentos familiares de gran disfrute. Mucha playa, muchas excursiones, cielos espectaculares…
Mucha música y baile, casi cada domingo, después de la plancha, nos hemos dado nuestra sesión de baile dominical. Bailar hasta perder la respiración casi. Qué gran ejercicio.
Hemos cocinado y comido riquísimos platos. Algunos los hemos compartido con gente que queremos, otros los hemos disfrutado en la intimidad de nuestro piso… el piso… ese que pronto dejaremos. Porque creo que lo más importante que ha pasado este año es que hemos encontrado nuestra casa. Queda mucho aún por dejarla como nos gustaría, pero ya la tenemos. Y con ella hemos cerrado un capítulo largo y doloroso, y que muchas veces no he llegado a entender.
Yo volví a yoga y encontré una maravillosa coach. Conocí a Ana Albiol, y también a Diana13soles.
Y ambos encuentros me ayudaron a pararme y volver a revisarme.
He leído muchísimo. 43 libros. Estoy muy contenta de haber encontrado el tiempo para leer tanto. También he escrito, cada día. Inicié el año con varias libretas para agradecer, desear, y resumir… y hoy escribiré en ellas la última página.
He repartido pocos pero sabrosos abrazos, y me he sentido muy abrazada también.
Lo mejor de este año es que hemos tenido una buenísima salud.
Estos últimos días, como es habitual, los he dedicado a poner en orden mis listas, a preparar nuevas libretas para este año, y a sacar los proyectos parados a los que les quiero dar prioridad. Como el Centennial Quilt, que lleva a medio hacer 10 años. Estos días lo he retomado con gusto, descubriendo cuanto me gusta coser a mano.
He tejido, no tanto como me gustaría, pero he conseguido acabar un par de chales, otros pocos pares de calcetines, y unas rebecas para Emma y para mí. Y todo esto lo he hecho viendo series. Este año he amortizado muy bien Netflix y Movistar+.
2018 te espero tranquila, paciente, y con el deseo de seguir encontrando ratitos para hacer y dar lo que más nos gusta. Trátanos bien.
(Si quieres traernos dinero-trabajo-abundancia económica, no nos va a importar)
Ja!
Naranja de noviembre
Primer fin de semana de noviembre, y tenemos ya el final del año en pista.. tempus fugit
Ayer de pronto, sentí frío. Algo que no sentía desde yo que sé, ¿Abril?. Pues ayer, después de comer me senté a leer un rato, (Diana Gabaldón está teniendo la culpa de que teja poco y de que no cosa nada), mientras Emma iniciaba uno de sus múltiples juegos de pinypones. En eso estábamos, cuando de pronto me dio un escalofrío, suave, leve.. pero lo suficiente para echar de menos una mantita ligera. Me fui al armario y saqué una. En cuando me la eché por encima vino Emma a cobijarse conmigo. Supongo que esto es el otoño aquí.
En estas latitudes no podemos esperar más que un poco de frío (poco) y ¡ojalá! algo de lluvia. El resto va a tener que correr de tu cuenta, o de tu imaginación más bien.
En esta casa no podemos quejarnos de la dotación de imaginación que nos tocó. Y pensando en noviembre y en pintar nuestro otoño, el color estaba claro. Todo al naranja.
Lo primero, la corona de la puerta. Aprovechando que la saqué, hice una breve ordenación en la caja donde las guardo, y pude comprobar que tengo 6 coronas adornadas, y la estructura de otras dos a la espera de ideas felices. Me puse contenta pensando que nuestra nueva casa tendrá al menos dos puertas donde poder colgarlas al mismo tiempo. Punto más para la casa nueva!
Lo segundo, pasar por la frutería y comprar kakis. En serio, ¿hay en este tiempo una fruta mejor?.
Días atrás compré dos calabazas para poner en casa por Halloween, que no es que haya demasiada celebración por aquí, pero cualquier excusa me vale para adornar la casa un poco y vestirnos de fiesta.
Pasado el día, las abrí, las limpié y al horno. Ahora tengo boles de puré de calabaza asada, para unas cremas, y para un par de pumpkin pies. Es probable que intente incluso, algún pumpkin latte.
También saqué nuestro tablero de dar gracias. Y empezamos a llenar los sobres desde el día uno. Este año hay una grandísima novedad, y es que Emma está escribiendo ella misma sus tarjetas. Yo, para mí, que esto es ya un motivo suficiente para dar gracias por todo el mes. Pero, le paso su tarjeta y disimulo, mientras me limpio las lagrimillas. Es el tercer año que hacemos este ejercicio, y es divertido, necesario, y muy enriquecedor. Pruébenlo!
De último, retomé unos calcetines que casualmente tienen muchos naranjas. Estoy leyendo muy despacito la Making de este trimestre, porque intento alargar lo posible este placer.
Y para placer, las duchas con gel de vainilla y calabaza de TheBodyShop, que terminan con una bodybutter de la misma línea (Loli infinitas gracias!). Cómo huele señoras, cómo huele. Hasta Emma me ha pedido que se la ponga algunas noches. Es un olor de ahmmmmmm. Si tienen una tienda cerca, entren y dense un capricho (por cierto, que no me patrocinan ni nada).
Y con esto y poco más, no albergo duda alguna de que nuestro otoño es posible que sea corto, pero será muy anaranjado.
Mañana
Mañana cumplo 42. Y es algo bastante extraño, porque tengo la sensación de no haber tenido 41. Todo este año, he dicho tengo 42, y luego rectificaba: ¡ah, no no, que son 41!, es como si algunos números no terminara de asociarlos con mi persona. No tuve 41 y voy a estar dos años teniendo 42.
Por ahí, en alguna de mis múltiples libretas tengo una lista con 42 deseos por cumplir, pero hoy me bastaría con poder sentarme delante de la mar y dejarme ir. Necesito recargar pilas, con urgencia. Y tu pensarás que decir esto un lunes, es una total incongruencia. Pues no, porque me he pasado el fin de semana trabajando ¡ay! la vida del autónomo. Venga va, que no me quejo, que por lo menos, lo que hago me gusta bastante.
Recargar pilas para mí es sinónimo de agua. Baño de mar, observación de la mar, respirar mar.
Ayer por la tarde, después de estar todo el día sentada, puse música y me levanté. Emma como siempre que oye salir música del ordenador, sabe que mi jornada laboral ha terminado, y viene corriendo a unirse.
Sin hablar y sin estar premeditado, salimos saltando por el pasillo al ritmo de Estalactitas.
Por la noche, cuando ya estaba metida en la cama, y me puse a pensar en lo que realmente quería para este próximo año, me di cuenta de que era justamente eso, que no se nos quiten nunca las ganas de bailar. Porque esto también me recarga pilas.
Y hoy, es el último día que tengo 41.
Siéntate porque la historia es larga
Un llavero con dos llaves es el final de una historia que empezó hace un poco más de 27 años. Pero para llegar a este final, mejor vamos a empezar por el principio.
Hace 35 años alguien muy apegado a mi familia, y a mí en concreto, compró una casa. Para ello, nos solicitó ayuda económica. De forma que la casa finalmente la compró mi padre y ellos vivían en ella.
En esa casa se hizo una obra importante, y de ser una casa, se convirtió en dos. Ambas casas habitadas por un señor y su hermana, cada uno en su espacio, aunque las casas se comunicaban por una escalera interior.
Este señor, era soltero y sin hijos. Y supongo que la relación laboral que lo unía a mi padre, me convirtió en su ahijada. La cosa es que en casa, mis tres hermanos le decíamos Padrino, aunque padrino solo era mío. Ella, su hermana, soltera y sin hijos, nos adoptó como ahijados también.
Tengo muchísimos recuerdos de él. Me enseñó a llevar un libro de cuentas, a hacer nóminas, a rellenar cheques, y a controlar pagos y cobros. Era alto, socarrón, bromista.
Llamaba a mi casa por teléfono, y yo contestaba: Diga. A lo que él siempre respondía: Digo.
Tengo el teléfono ahora conmigo, y cada vez que lo veo, me acuerdo de ese saludo inicial.
Recuerdo el día de reyes con ellos. Cómo se esmeraban en hacernos unos regalos estupendos, que yo supongo que compraba la hermana. A ella la traté menos, aunque lo poco que la traté, hoy mirando atrás, puedo decir que marcó muchísimo quien soy, casi sin darse cuenta. Ella fue la primera que me habló del yoga, cuando yo apenas tenía 10 años. Me acuerdo de estar con ella viendo un libro en blanco y negro con una señora en posición, haciendo el árbol o el guerrero. No conservo ese libro, pero sí un guarda agujas de punto, que un día me regaló cuando le dije que me iba a hacer un jersey. Un tubo lleno de agujas de punto rectas. El yoga y el punto, dos pilares fundamentales en mi vida. Me regalaron la primera guitarra que entró en casa. En la que yo difícilmente saqué una isa, pero que mi hermano aprendió a tocar, y con la que mi hermana quedó seducida completamente por la música.
Unos pocos años después enfermó, también fue él el primero que me enseñó los efectos de la quimioterapia, que casi lo mata, pero que le dio una tregua de unos pocos años más.
Tenía tan solo 63 años cuando murió, la hermana unos pocos años menos. Hace 27 años de eso.
Y entonces vino lo que suele pasar cuando las personas no hablan, no expresan sus temores, y encima ese momento lo viven envueltas en el duelo de haber perdido a alguien a quien se quería mucho.
Hubo carrera de papeles, y abogados que redactaron documentos, y hasta un notario que dio fe de que un señor bajo la morfina (el día antes de morir) estaba en su plena facultad para cambiar su testamento. Y todo eso fue para dejar las cosas como estaban porque no podían ser de otra manera.
Solo hubiera hecho falta hablar. Sentarse y hablar. Pero no se hizo. Ella se asustó, se imaginó sola y en la calle, y prefirió cerrarse en banda.
Ella lo contaba a amigos y vecinos: la casa no es mía, pero yo voy a vivir aquí hasta que muera.
Y así fue.
Nunca la molestamos, nunca nos molestó. Y en abril de este año, también se fue.
Cada vez que pasaba por la puerta, tenía ganas de tocar y preguntarle cómo estaba. Pedirle permiso para entrar, y ver la casa de MiPadrino. Yo tenía 14 años cuando se murió. Me acuerdo perfectamente de él, pero había un huequito ahí que no he sabido rellenar. Hoy pienso que si yo hubiera sido un poco más mayor, y ella hubiera estado menos asustada, hubiéramos mantenido el trato.
Pero no fue.
Yo he seguido teniéndolo presente a él. De hecho, lo vinculo a mi trabajo. Cada vez que sueño con él, me llega algún cambio laboral importante. Y las vueltas de la vida, la penúltima vez que soñé con él, me llamaron para ofrecerme un trabajo peculiar, que consistía en revisar el estado del cementerio donde está enterrado él. Si esto no es coincidencia, no sé yo.
Hace tres años, conseguí la llave de la casa de él. Y no te puedo contar todo lo que pasó en ese momento de abrir la puerta. Todo en estado lamentable. 27 años cerrada, una casa de hace 40. Creo que puedes imaginártelo. Pero allí había parte de sus cosas. El teléfono por el que me llamaba, entre otras. Y pequeños detalles: el llavero que llevaba siempre en el cinturón. Sus libros de cuentas. Sus papeles con su letra.
Hace tan solo quince días que tengo la llave de la casa de ella. Está mucho mejor, ya que ha estado habitada hasta hace poco. Aún así, necesitan obra de reforma y abrir mucho las ventanas para que se renueve la energía.
Ahora tengo dos casas unidas que me llenan la cabeza de proyectos y posibilidades. Es muy posible que me pase los próximos meses cargando materiales y volviéndome loca con instalaciones y revestidos, porque la reforma es de tamaño considerable. Es muy posible que se intuya en el horizonte una mudanza.
Las obras empiezan el viernes, y ya sí que se acaba esta historia.
Yo no quería, no todavía, pero ya que estamos…. Bienvenido Otoño
Son las casi ocho y media de la tarde. Es viernes. Y en casa estamos ya cenadas, duchadas y con el pijama puesto. No es de noche, pero ya está oscurecido. No hay manera de evitarlo, así que llegados a este punto, me hago como rama de árbol y me vuelvo flexible. De nada vale cuadrarse.
Si, ya sé, la mayoría está contento con eso de la llegada del Otoño, bueno, más que del Otoño, la bajada de temperaturas, aunque sea unos graditos, y si puede ser, algo de fresco con lluvia.
Pero mira, qué quieres que te diga. Yo no. Que sí, que el Otoño es bonito (aquí nos lo imaginamos) y que qué bien que llega octubre, y con él mi cumple y bla bla bla..
Pues no. A mi me gusta el calor, y andar con las piernas al aire de día y de noche. Y las cholas. ¿Se ha inventado un calzado mejor que unas cholas?
Llevo desde mayo sin ponerme un vaquero o unos zapatos cerrados, y solo de pensar en ese momento me dan ganas de llorar. Seguiré resistiéndome a ello unas semanas más.
En fin.
Tendré que conformarme con seguir yendo a la playa cuando me apetezca, que nunca hará tanto frío seguido como para no poder hacerlo y por lo menos no estarán llenas de gente. No tenemos árboles naranjas, pero tenemos playa todo el año, algo es algo.
Esta semana, por ir metiéndome en situación y que el trance fuera más llevadero, encendí el horno. Que aquí el termómetro apenas ha bajado, se nota algo por la mañana, pero poco.
Este verano, volví a hacer acopio de nata de leche de cabra. Mi tío estuvo todo el verano trayéndonos lechita recién ordeñada, que Emma bebió con gusto cada día. Después de hervir la leche retiraba la nata y la fui congelando. Estos días cuando la saqué del congelador tenía casi medio kilo de nata.
Las galletas de esta nata son simplemente un manjar. Me puse a amasar y cuando fui a darme cuenta tenía un kilo de masa de galletas. Pura felicidad.
Dividí la masa en tres partes. Una para la hornada en curso y las otras dos para el congelador.
Las galletas son tamaño galleta maría, y con los recortes, hago otras chiquitas, para el café a media mañana.
Y me pongo la novela, que no hay nada más motivador que las malas de las novelas. Estoy enganchada a la novela de la primera. Bueno, igual enganchada es mucho… pero eso, que pongo un capítulo tras otro mientras cocino o limpio. Y está bien, porque no pasa nada si pierdes el hilo durante minutos, todo sigue más o menos igual.
Y ya que tengo el horno encendido, aprovecho y hago granola. La granola casera es otra de esas cosas que una vez que las empiezas a hacer, es para toda la vida. Y ya con esto, tienes la casa oliendo a canela y a especias, y bueno, vale… igual no está tan mal el Otoño.