Hemos entrado en Noviembre, y con él en el nuevo bucle que va a ser nuestra vida los próximos años.
Ciclo de estornudos, mocos, toses, y catarros varios.
Emma no ha estado en guardería, y según la sabiduría popular, no está inmunizada. Lleva dos meses y algo en el colegio, y ha perdido dos días de clase, a razón de un día por mes.
No sé si tiene que ver con la interactuación con otros congéneres, con la actividad que desarrolla, con la autonomía que ya tiene y que hace que se ponga o se quite las chaquetas y gorros cuando le sale del moño, o que el tiempo está del revés. Pero la realidad es que está padeciendo los catarros que nunca padeció.
Y es que como dice la Dra Amalia, los mocos son muy pesados. No la dejan descansar bien, le producen tos, y la ponen de mal humor. Una de estas noches, y viendo que iban pasando las horas, y que la tos no paraba, hice caso a esa culturilla popular: la cebolla partida en trozos en la cabecera de la cama. Y no, no nos funcionó. Dejar un tufo considerable en toda la casa, y revolverme a mí el estómago sí, pero la tos: intacta.
Lo que sí funciona, es el jarabe (dice mi madre que mi abuela lo hacía siempre y le llamaban lamedor, vaya usted a saber por qué). Una cebolla morada cortada muy chica, el zumo de un limón y un buen chorro de miel. Y se deja macerar toda la noche. Al día siguiente se cuela y se toma cucharadas de este jarabe varias veces al día. Es asqueroso, no hace falta que lo diga, pero lejos de lo que esperaba, Emma abre la boca obediente y para dentro. La tos se va calmando, y parece que el pecho se va descongestionando. Tendremos que esperar unos días más para afirmar con rotundidad que funciona.
Pero mi atención, mis nervios, y mi histeria está toda concentrada en la última circular del colegio: atención padres y madres, ya hay piojos. Sí, piojos. Y solo de leerla me ha empezado a picar toda la cabeza. Tengo a Emma loca, revisándola cada día, y también apestada por el aceite del árbol del té. Es que es solo pensarlo y me entran los mil males. Y parece ser que no es solo en el colegio, estos días, lo he leído en muchos blogs. Madres contra piojos, esto es la guerra. Yo estoy preparada con escudo, armas, y camuflaje en la trinchera, cagada del miedo por si me toca salir a luchar.
Y qué hacer estos días, en los que parece que ha cambiado el tiempo, que cuando sales hacia el colegio a las 9:00 de la mañana, el termómetro ha superado mínimamente los 20º y sopla un aire fresco, pues te emocionas y enciendes el horno. Un pollo en cuartos, con papas, cebolla, bien de limón y alcaparras. Y al horno hasta que todo esté bien hechito y jugoso. Para esa hora, son las 12 del medio día, rozamos los 30º y vuelves a maldecir el no tener más tomates para hacer gazpacho. El tiempo te la ha jugado otra vez. Pero el pollo está rico, haga frío o calor.
Otra receta que hemos probado esta semana, y que es un win win, y además me va a servir para poner el enlace otra vez, de la autora de la receta. Laura Vitale, tiene recetas sencillas, habla muy rápido, y come con gusto. Tiene todo lo que una cocinera debe tener. Me gusta la forma exagerada que tiene de alabar los platos, y de saborearlos. He probado varias recetas ya, todas con buen resultado. Este caso, y para saciar esta necesidad de carne en guiso que llevaba arrastrando varios días, hice el Osobuco con risoto a la milanesa. La carne estaba buena, pero lo que de verdad me encantó fue el arroz.
Y como siempre, la barriga llena, la cocina recogida y esa necesidad de paz y sosiego que dan las plantas. Hemos cambiado las plantas de la ventana, porque los kalanchoes no daban más de sí ya. Ahora tengo esta nueva variedad, que no sé bien como se llama. Aunque por cómo están floreciendo deduzco que están a gusto.
A veces no hay que saber el nombre de las cosas para saber qué se necesita y cómo tratarlas.
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Oasis Park
El domingo pasado, nos fuimos de excursión al Oasis Park.
El Oasis Park, es una especie de parque zoológico, que hay en el sur de la isla.
La filosofía del centro es la de recrear los hábitats naturales de las especie que aloja, aunque la realidad es que ninguno de los animales que están allí han vivido nunca en la sabana africana. Todos lo animales provienen de otros zoológicos, o han nacido y criado aquí.
Es cierto, que mientras paseas por el parque, no tienes sensación de barreras. Es decir, los animales están detrás de rejas, pero los espacios son tan grandes, que las barreras quedan semiocultas.
Hay una gran variedad de animales, y a algunos les puedes dar de comer, como a las jirafas, o a los elefantes.
Tienen, también, una granja de camellos. Hasta ahora no le había prestado especial atención a este animal, y eso que por las dos partes de mi familia ha sido un animal fundamental en la vida que llevaban. Mi abuelo materno, crió varios ejemplares, que utilizaban para transporte. Y mi abuelo paterno hizo lo mismo, con la salvedad, que cuenta la historia familiar, que mi padre se crió con un pequeño camello. Mi abuela paterna, tuvo seis hijos. Cada dos años uno, y así hasta seis. Les daba de mamar hasta que aparecía el siguiente bebé. De hecho, sé también que dio de mamar a mi padre y a un sobrino a la vez. No sé cuantas veces habré imaginado la conversación sobre lactancia y parto con ella, porque también era “partera”. Pues bien, mi padre, debió quedarse con ganas de seguir mamando, y no se le ocurrió otra cosa que mamar de la camella junto a su compañero de juegos, el pequeño guelfo. Me ha costado creer esta historia muchísimo, porque ¿cómo es posible que un niño de un par de años se metiera entre las patas de la camella y ésta no le diera un golpe?. Pero no, toda la familia tiene fresca la imagen de mi padre bebiendo la leche de la camella, que él mismo ordeñaba directamente, lo cual me indica que no fue solo una vez.
Este domingo pude comprobar que realmente los camellos no son tan hostiles como yo pensaba. De hecho, me han parecido super amigables. A las crías se las puede alimentar con biberón. Y se dejan observar y tocar sin problema, aunque esto último yo no quise comprobarlo.
Realmente, me quedé encantada con ellos, tienen una cara simpatiquísima.
Aledaño al zoo, hay un vivero de plantas, el único jardín botánico de la isla, y los domingos un ecomercado.
Dentro, hay tres restaurantes, y también merenderos para que puedas comer si decides llevar la comida tu.
Emma soportó la excursión de día completo, muy bien, caminó ella sola todo el tiempo, cargando su propia mochila. No hizo gran calor, porque las plantas refrescan muchísimo el ambiente.
Realmente, se pasaron las horas muy rápido, y salvo un solo detalle, que tengo que solventar (yo y mis fobias gatunas), todo fue genial.
Es un destino estupendo para pasar el día con niños. Y con esta excursión, hemos dado el pistoletazo para las excursiones domingueras.
39
39. Aquí están. Aquí los tengo. De momento se parecen a los 38, y supongo que también a los 40, a los que aún no conozco pero que ya estoy camino para ir a su encuentro, aunque falten aún bastantes días.
39. Y no están mal, y parece que me siento cómoda en estas primaveras.
Y aunque parezca que todo es igual, hay sutiles diferencias. Unas casi inapreciables, otras muy circunstanciales. Les quiero dar a todos estos cambios la misma importancia.
Mis 39 llegaron y yo los recibí con flores. Con clavellinas de color rosa empolvado. Algún día alguien tiene que decirme quién es el autor de todos los nombres de estos colores imposibles: rosa empolvado, rosa talco, gris marengo, azúl petróleo, verde musgo.. Me fascinan los nombres de los colores… Anyway, que me disperso, esto parece que sigue igual, con 20, con 30 y con casi 40..
Desde por la mañana me dediqué a encender el horno, mientras contestaba llamadas y mensajes. Es bonito sentirse tan querida y arropada.
Horneé unos bollos de canela, porque sé que cuando mi familia viene a merendar a casa, es lo que esperan encontrar, o galletas caseras o bollos de canela.
Días atrás, y mimándome haciéndome un par de regalos me hice con el libro de Alma Obregón, de tartas perfectas. Encontré una receta de la New York Cheesecake. Y la vi tan apetecible y con tan buena pinta, que me decidí a hacerla. Tengo que decir, que por fin, por fin, he encontrado la receta definitiva de la NYCheesecake. Es de-li-cio-sa.
Y los invitados dieron fe de ello, porque no sobró ni una miguita.
Llegada la noche, en silencio y sola, me dediqué a evaluar el día, y a darme un pequeño homenaje, sintiéndome tranquila. ¿Cuántos años soñé con sentir esta tranquilidad?. Tenía tan poca fé en que llegara el día en que me sintiera tranquila, en paz, feliz… Y llegó. Claro que me la tuvieron que traer. Siempre pienso que Emma no trajo ese pan que dicen que traen los niños bajo el brazo. Emma se lo comió antes de llegar (doy gracias por su apetito), pero a cambio me trajo esta maravillosa paz interior que tengo.
Y para darle las gracias por ello, nos fuimos a ver a Peppa Pig, que estuvo de visita por aquí. Este es otro pequeño detalle que me acompaña con el cambio de edad. En todos los saraos infantiles que llegan o pasan por la isla, hago check-in. Y sin complejos.
Pero donde hay notables diferencias desde mi cambio de cifra es en mis rutinas faciales. He decidido que ha llegado el momento de usar carmín rojo, de ese de señora, de ese de mujer sin complejos. Y a juego las uñas.
Para la cara, tengo una crema con color de La Roche Possay, para atajar la rosácea que también me acompaña desde hace poco (pronto post sobre tan desanimante y angustiante tema); y para evitar el sol Heliocare 50 (mi imprescindible, en verano e invierno). De noche, he empezado a usar la crema antiwrinkle de La Prarie. Y por fin, he encontrado algo para mis escaramujos que me los deja de manera aceptable: una crema de peinado de Sebastian, es cara, pero por fin mis rizos lucen como a mi me gusta. Del maquillaje en sí, hablamos otro día, cuando me decida a hablar de la rosácea, que en mi caso, llevo tiempo sufriéndola en silencio.
Y después de cuidarme con estas nuevas rutinas faciales, no tengo miedo a decir que sí, que ya tengo 39 años. Que aquí los llevo, con un corazón que tiene cicatrices que ya no duelen, y que late tranquilo y acompasado. Y que vaya, que me sientan bien estos 39!
Whatever
Casi un mes sin tener más de diez minutos para sentarme aquí y escribir unas letras.
Mes que he estado sumergida en un montón de trabajo (léase con tono contento e ilusionado…). Una vez más las expectativas me han hecho pasar este mes con el humor un poco más bajo de lo normal.
Cuando Emma empezó en el cole, pensaba que tendría tiempo para hacer un montón de cosas, a saber: leer, limpiar, cocinar, tejer, nadar… Ahora lo escribo y todavía me da la risa.
El Universo hizo acuse de recibo a todas esas peticiones que yo había mandado, solicitando trabajo, y decidió enviármelo todo junto. Con resultado de no solo no poder hacer todo lo que me apetecía, sino que he estado hasta durmiendo una cuarta parte de lo que lo hago normalmente.
Ayer por fin, pude ir aclarando la mesa, e ir terminando con todo lo que tenía pendiente. Hoy me he sentido igual que cuando estaba en la Universidad y hacía el examen final. Al menos hasta que empezaban los nervios por ver la nota, tenía unos días de total relax y tranquilidad.
Este mes pasado, hemos hecho algunas cosas, y hemos aprendido otras.
Soy, por naturaleza, una persona poco paciente. Cuando iba empezando el verano, y después de algunos incidentes por culpa de mi poca paciencia, decidí que tenía que hacer algo. Mis formas de aprender no son lógicas para todo el mundo, así que bueno, lo explico. El 23 de Julio puse en remojo tres pipas de aguacate. Leí un poco en la red, y descubrí que es relativamente fácil sacar esta planta, solo que el ingrediente principal es la paciencia… justo lo que yo no tenía, y lo que más necesitaba. Supe que era mi MasterClass. Puse, como escribo, tres pipas en remojo, sujetas por sendos palillos. Durante el primer mes, aparentemente no pasó nada. El segundo mes ya habían claros indicios del desarrollo de las raíces. Y así han seguido pasando los días. Lentamente.
Mientras tanto, hice natillas y bollos de canela. Creo que voy a pasar a la historia de mi familia, como la hija, hermana, tía, algún-día-espero-abuela que siempre tenía natillas y bollos de canela. Y es que la vida es más llevadera con estos dos platos. De hecho, creo que van a formar parte de mi recetario contra el desánimo, la apatía, y la depre.
Es un gran momento del día, merendar un bollo de canela, y aprovechar ese momento para leer. He vuelto a la biblioteca de mi pueblo, y dejándome llevar solo por las portadas saqué este libro. Han pasado 15 días y sigo en shock. Es el libro más horrible que he leído en mucho tiempo, qué digo tiempo, en toda mi vida. Es triste, oscuro, incluso cruel. Menos mal, que Emma no pareció entender el mensaje del libro, y que yo, después de sacudirme el espanto de la cara, lo llevé corriendo a devolverlo al lugar de donde nunca debió salir. No sin antes hacerle una foto, por si algún día me olvido, y me vuelvo a fijar en la portada.
Ni qué decir tiene, que este mes no ha habido tiempo para amasar, ni levados largos. Pero como pan seguimos comiendo, probé el pan sin amasado, sin levado, y sin casi trabajo, que se hornea en bolsa en horno frío. Es un auténtico descubrimiento, y el pan queda bastante bueno.
Por supuesto, tampoco ha habido tiempo para tocar las agujas, pero después de un sábado sin casi dormir, el domingo se hizo necesario buscar una actividad que distrajera mi mente de cualquier cosa que fuera el trabajo. Y me dí a la tarea de bloquear el haruni. Puedo afirmar sin miedo a la crítica, que el trabajo del bloqueo es directamente proporcional a los resultados que se obtienen con él. Cuanto más me cuesta estirar, poner alfileres, volver a estirar, reposiciones alfileres.. mayor es la magia del bloqueo. De tener un guiñapo de una lana suave, a tener un chal calado enorme y resultón. Contentísima con este resultado.
La semana pasada, donde ya tenía acumulado grandes dosis de sueño y malos humores, se hizo necesaria la vía de escape. El mar,.. para alguien que ha nacido en una isla, asomarse a ver la mar, es como afirmarse en que todo sigue en su sitio, que todo sigue girando, que todo pasará.. Y aunque no pude meterme en remojo, solamente tener dos minutos para contemplarlo en silencio, perdiéndome en el horizonte, fue suficiente para recargar las pilas y seguir adelante con el resto de semana.
El remate a la semana, la puso la merienda con mis chicas del Centennial. Para agasajarlas, hice un Banoffee Pie (cuando tenga más rato, voy a tener que hablar de Laura Vitale, que si no la conocen, se las voy presentando.. Gracias Loli, como siempre, por traer gente tan guay a mi cocina). Fácil, rápido y súper rico.
Esa tarde tuvimos overbooking de visitas, y de la tarta no quedó nada para la noche.
Y, casi tres meses después de haber puesto las pipas de aguacate en remojo, siguiendo con su vigilancia y sus cuidados, las raíces son ya patentes, se empiezan a multiplicar, y hay una clara muestra de actividad.
La paciencia es el ingrediente clave, y no olvidar que some things take time.
Gracias por todo, hasta por las letras tristes de las canciones
Si el otro día me cargué con las vitaminas que traen las aguas cristalinas de las orillas de la isla donde habito, hoy traigo cielos.
Cielos azules, nublados, nubosos, despejados. Cielos infinitos, cielos.. Sobre nosotras.
Y miramos hacia arriba, y mientras Emma busca formas, (juego que le divierte muchísimo), a mi me da por pensar, en lo grande que es el cielo, y en lo chica que soy yo.
Se hace raro, que todos los días lo tengamos encima de nosotros, y casi no lo miremos.
Y caigo en la cuenta, porque Emma (una vez más: Emma..) la semana pasada, descubrió que las nubes se ponían naranjas. Y se quedó parada en seco, imposibilitada para andar.
Con cara de asombro me preguntó qué era lo que estaba pasando, con mezcla de susto y sorpresa.
Pero durante la semana vamos deprisa, porque llegamos tarde a todo o a nada que realmente tenga importancia, pero corremos, porque si no no llegamos.
Y cuando me hizo esa pregunta, y ya era tarde para ir a no me acuerdo dónde, yo también me paré.
Le expliqué que era la hora en la que el Sol se iba, y por eso todo se ponía naranja.
¿Y a dónde se va?. Fue su respuesta-pregunta. Seguí explicándole, pero por las caras que ponía, me di cuenta de que no terminaba de entenderlo.
Este fin de semana, en MiNorte, sabía que tenía una tarea ineludible: enseñarle la puesta de Sol a Emma.
Nos sentamos en primera fila, y el cielo nos regaló una puesta de Sol limpia, naranja, con un Sol redondo y perfecto. 18 segundos de despedida. Emma quedó totalmente satisfecha, y sus dudas totalmente resueltas. La mejor foto de ese momento la tenemos en nuestro disco duro mental, porque la cámara se quedó sin batería.
Da igual, porque MiNorte es el mejor sitio para poder ver la puesta de Sol. Al día siguiente disfrutamos de otra, incluso más impresionante.
Y vuelvo a lo grande que es el cielo, y lo impresionante que son los espectáculos que nos brinda. Y de pronto, me dan ganas de abrir mucho los ojos, mirar al cielo, y dar gracias. Siempre gracias. Por el Sol, por la Luna, por el mar que nos baña cada fin de semana, por poder disfrutarlo llenas de salud.
Y entro casi en comunión con la naturaleza donde todas las gracias que doy me parecen pocas.. Y me hago el propósito de ser más agradecida, no solo de corazón, sino también de palabra. Me prometo decirlo más.
Y así, me encuentro saboreando un salmorejo de melón, y una ensalada de pimientos asados. Y siento la necesidad de buscar a las personas a las que un día, se les ocurrieron semejantes platos. Porque como ya he dicho infinidad de veces, uno de los ingredientes contra la depresión es el salmorejo. No existe un plato más simple y más mágico que el salmorejo.
Y a su altura está la ensalada de pimientos asados. Simples pimientos rojos, untados con aceite, un diente de ajo, sal y una hoja de laurel, asados durante casi una hora a fuego medio alto.
Ventresca de atrún, un huevo duro, unas aceitunas.
Y termino de limpiar los platos, y me siento totalmente en paz con el cielo, con el Sol, con mi estómago. Pongo el aleatorio del ipod, y suena: La vida aparte de Paco Cifuentes. Hacía años que no la escuchaba. Y es triste, y dura, y ahora mismo no me reconozco en la letra… pero sigue siendo una canción bella, por la que siento también la necesidad de dar gracias.
Cuídame
Hace unos años, cuando era una persona sola, que leía mucho, tomaba té constantemente, y sufría muchísimo (pero mucho mucho) por amor, me pasaba la semana esperando y deseando que llegara el viernes para salir corriendo hacia MiNorte.
Casi cinco años más tarde, hago lo mismo. Pero ya no sufro, ni bebo tanto té.
Todo ha cambiado, y en el fondo todo sigue igual.
Ya no estoy nunca sola. MiNorte sigue siendo mi refugio y mi fuente de energía.
El viernes, después de la primera semana escolar de Emma, la recogí del colegio y tal como hacía entonces cuando salía de trabajar, pusimos rumbo Norte. La comida en tuppers, el bolso de la playa, unos juguetes y el punto.
Me hace tremendamente feliz que Emma se sienta tan bien allí, y que siempre tenga ganas de ir.
Este fin de semana, fueron las mareas del Pino. Siempre en esta época se llena la marisma, y convierte la playa, en el mejor sitio del mundo para estar con un niño.
Fue la primera vez que Emma vio la marisma. Su cara al verla fue un puro poema. La marisma tiene una altura de entre 30-50 cm, lo que la hace perfecta para un niña de un metro. No existe casi peligro, y la sensación de poder ir y venir al agua ella sola, no tiene precio.
Retomando mis rutinas de entonces, el desayuno lo tomamos fuera. Esta vez fuimos al Mentidero Café. Una cafetería recién abierta, por una pareja conocida y encantadores. Nos tomamos un estupendo café y colacao y un pastel de chocolate con almendras delicioso. Todo casero, y todo agradable. Se convertirá en uno de nuestros sitios de desayuno.
De vuelta a casa, descubrimos que teníamos visita. Dice mi madre que este perenquén (al que ella odia abiertamente, por el miedo que le da) lleva ahí todo el verano, yo no lo había visto hasta este fin de semana, y por la tranquilidad con la que dejó hacerse la foto, creo que está medio domesticado ya.
Las mañanas pasan tranquilas entre el punto, y el jardín. He descubierto que Emma puede pasarse más de una hora regando, quitando hojas secas, mirando, e incluso hablando con las plantas. Lo que nos da cierta independencia a las dos.
Y las tardes después de la playa, son perfectas para dar paseos, por sitios que yo reconozco y que Emma descubre por primera vez.
Y así con tranquilidad, con paz y con alegría pasa el fin de semana. Y yo que sigo siendo la misma pero distinta, hay veces que me paro, y que me cuestiono si todo va realmente tan bien o es un espejismo, si estoy donde y como tengo que estar.. Y así, con la misma impronta con la que llegan las dudas, llegan las señales. Ayer, en uno de esos momentos de ¿es aquí y así donde tengo que estar?, en medio de una reunión en la que me sentía parcialmente ajena.. Sonó “Cuídame” de Pedro Guerra con Jorge Drexler.
Una señal clara y contundente.
Y las dudas, todas, se despejaron, porque en su momento, supe huir de quien maltrataba mi fragilidad.
Vitaminas a media semana
Emma y la Educación infantil
Cuando tienes una certeza, hay que seguirla como a un faro. Cuando tienes una idea clara de algo, también.
Hoy era el día marcado en nuestras agendas, el primer día que Emma iría al colegio, a estar con personas que no conoce, con niños que tampoco conoce, en un ambiente que tampoco conoce.
Bueno, realmente esto no es del todo correcto.
En abril se abrió el plazo de matrícula, y aquí la que escribe, estudió con detalle la oferta académica a la que teníamos acceso. De esa primera cribada, quité de en medio 4 colegios. Con la niña de mano, nos dimos una vuelta turística por los otros 5 que habían superado la primera fase. Después de la visita, y con las condiciones de cada colegio, nos quedamos con 3.
Y tuvimos la grandísima suerte de que Emma fue admitida en el colegio que fue nuestra primera opción.
Por cosas del azar, o de esas coincidencias de la vida, en Junio, cuando hacíamos las fotos para entregar la documentación, conocimos en el propio estudio fotográfico a la profesora de Emma. Y fue un amor a primera vista, tanto por parte de Emma como por la mía.
El colegio, una vez que publicó la lista de admitidos (a finales de Junio) nos convocó a los padres y a los futuros alumnos a una primera reunión, para que los niños se conocieran y para que conocieran el colegio. Ese fue el segundo día que me llevé a Emma llorando de allí. El primero fue al ir a formalizar la matrícula, que tampoco quería irse.
Después de eso, hemos ido varias veces, a entregar algún papel más, a ver las listas de la adaptación, y por último a llevar el material escolar.
Todas y cada una de las veces, se ha ido llorando.
Hoy, era el día C. Desde temprano andaba trasteando con la mochila, con el uniforme, con la botella del agua.
A media mañana, llegamos al colegio, ella dando saltitos, yo expectante.
Habían otros niños por allí, con los que se puso a correr en cuanto llegó. A los pocos minutos, la profesora abrió la puerta para hacerles entrar, y los 8 niños entraron casi sin mirar atrás. A Emma la cogí de pasada por la mochila (por fin le veo gran utilidad a la mochila de la cerdita rodaballo), para que me diera un besito, y decirle adiós, al menos.
Las mamás que allí estábamos, pusimos cara de asombro-desconsuelo-risa.
No nos dijeron ni adiós. Estaban como locos por entrar.
Una hora más tarde, los recogimos. Con la misma cara de felicidad con la que entraron.
Cuando nos íbamos Emma tenía cara de disgusto, aunque no lloraba. Al preguntarle qué le pasaba, me dijo muy seria: mamá no me puedo ir todavía, no he estudiado nada.
Creo, que después de esto, poco puedo añadir a lo que ha sido su primer día de colegio.
Ha sido un éxito total. Ella no ha llorado, y yo tampoco.
Y todo esto me hace pensar, y me hace reafirmarme en el camino que me ha traído hasta aquí.
Emma pasó de mi barriga a mis brazos siendo un bebé indefenso, con solo 37 semanas. Han pasado estos tres años en los que la he acompañado muy cerquita, pero dejando el espacio suficiente como para que ella sola vaya descubriendo el mundo. Le he quitado alguna piedra del camino, y otras veces la he levantado para que alcanzara lo que quería. Le he dado teta hasta hace solo 4 meses. Hemos tenido noches en vela, comida hasta en el pelo, pises por muchos sitios… Al mismo tiempo, he tenido que ser firme y no prestar atención a las muchas frases de: uy! cuando se separe de tí, lo que van a llorar… uy! cuando la destetes lo que les va a costar… Seguimos durmiendo juntas.
Crianza con apego, crianza respetuosa… Pues no sé, yo solo sigo mi instinto, y trato de ponerme en su cabeza de 3 años en cada situación. Sigo este principio como si fuera mi faro. Escucharla, entenderla, atenderla.
Yo lo que sé, es que Emma es independiente, valiente, razona, y aunque esto le cuesta un poco más, también escucha.. Y otra cosa que sé, es que me siento tremendamente orgullosa de ella, ayer, hoy, y seguramente mañana.
Mi repro de los años ’30
Ya está terminado. Por fin. 10 años desde el momento en que corté la primera tela, hasta que dí la última puntada.
En el año 2004, en un grupo de yahoo, descubrí a un grupito de mujeres que tenían la misma pasión por el patchwork que yo en aquel momento. De ese grupito, me traje a MiColegui, y a otro montón de mujeres con las que sigo manteniendo contacto.
Este proyecto surgió en ese grupo. Una de las integrantes había visto un quilt en un museo, y se decidió a reproducirlo, animándonos a hacerlo en diferentes estilos. Yo, me decidí a hacerlo en telas de reproducción de los años 30.
El 2004 fue un año de muchísimos cambios para mí, así que me dispuse a dibujar y cortar los primeros bloques en medio de una mudanza entre Gran Canaria y Fuerteventura. En esos momentos, las telas y las agujas se convirtieron en una maravillosa trinchera en la que esconderme, y durante el último semestre del año, le di bien duro a las manos. Y cosí gran parte de los bloques.
Seguí con ellos durante el 2005, y era el proyecto que llevaba conmigo, cuando me inicié como profesora en clases de patchwork.
A mitad de ese año, terminé de coser los bloques. Los 99 bloques que forman el top.
Seguí con el sashing. En el quilt original estaba compuesto por tiras de 2 pulgadas de ancho. A mí me parecieron muy grandes, y por mi cuenta y riesgo lo reduje a 1 pulgada.
Según mi diario de labores, a finales del 2005, estaba cosiendo el top. Y aquí vino otra mudanza, por fin a mi piso. Desde ese entonces hasta el año 2008 le di una puntada aquí y otra allí, y no me decidía a elegir ningún borde.
En 2009 me volví a mudar a Gran Canaria, y el top quedó olvidado en el armario de proyectos, en una bolsita. En el 2011, mientras preparaba el nido, para la llegada de Emma, hice inventario de proyectos a medias, para darme cuenta de que podía esconderme detrás de la gran vergüenza que me daba tener tantas cosas a medias. Hice una lista de prioridades, y fue entonces cuando este quilt tuvo la fortuna de subir un par de puestos y colocarse en una posición de preferencia.
En el 2013 (parece que la prioridad no fue tanta), elegí los bordes, y pude ponerle fin al top.
En mis propósitos del 2014, era el número uno. Empecé enero acolchándolo. Y llegué a Junio con el acolchado. Llegó el calor, y aunque solo faltaba ponerle el binding, se me hacía muy pesado ponerme con él.
Al venir de MiNorte, a finales de Agosto, ya no tuve más excusas. Sin casi darme tiempo a pensarlo, lo cosí, en dos noches, y bordé la etiqueta.
Es curioso, que cuando fui haciendo los bloques, había algunos que no me gustaban, pero como me decidí a hacer una réplica exacta del original, los cosí. Así hay bloques de lo más extraños en el top, como el de la piña, el de la gallina, el de la mano… las dos cruces.
Sin embargo, 10 años después, la composición se ajusta perfectamente a lo que he vivido en este tiempo. Tuve que decirle adiós a mis abuelos y a mis perrillos, mientras lo cosía (las dos cruces), hay un ancla: la gran importancia que tiene mi padre en mi existencia; la piña es de mi madre, que quiere comer piña constantemente porque “es muy digestiva”; el águila: la valentía; la gallina: la maternidad; la mano: saber decir stop…
Me encanta mirar ahora mi quilt, y buscar todas estas relaciones… Se ha convertido en un buen diario.
El top está compuesto por 99 bloques, y dos tiras de bordes. Es rectangular, y la medida final está en torno al 2.00×2.40. Está cosido y acolchado a mano. La trasera es una tela de algodón de Ikea del año 1996 (cuando empecé a hacer patchwork).
Ahora está colgado en la tienda de MiColegui, y en unos días, lucirá estupendamente en nuestra cama.
Empezamos Septiembre con una cosa menos en mi lista de pendientes.
Del carnero a las cardas
En Abril, visité la feria agrícola ganadera de la isla, y sufrí un love-crash con este precioso carnero.
Le hice una foto, y me fui a casa sintiendo mariposas en el estómago pensando en nuestro posible idilio.
Esperé al lunes siguiente, y yo seguía con la imagen de aquel sedoso carnero en mi memoria. No me contuve, y llamé a mi primo, el que tiene relación con la parte ganadera de la isla. Me prometió un par de llamadas y que me diría algo.
A la semana, me mandó un mensaje diciéndome que había localizado al ganadero, y por extensión al carnero. Y que tenían previsto esquilarlo en los próximos meses.
La semana pasada mi primo volvió a llamarme. La lana de mi amado venía de camino a mi casa. Esta semana me hice con ella. Dos sacos de lana sedosa y maloliente. Cuando vi tal cantidad me quedé en shock, ¿qué iba a hacer yo con tanta lana?. La metí en el coche, y puse destino MiNorte.
Por la tarde, y después de estudiar algunas páginas de cómo lavar y cardar, y también de pedir consejo a Piruleta y a Silvia, me puse manos a la obra.
Cogí una buena cantidad de lana, y le fui quitando la mayor porquería que le veía. Al manipularla, tuve la sensación de que se me deshacía entre los dedos, y tuve la brillante idea de meterla en una bolsa de red, de las que se usan para lavar, para que me la contuviera un poco. Hice un primer lavado, con agua solamente y a temperatura ambiente. El agua salió completamente marrón. Saqué y metí la bolsa dentro del agua, intentando no removerla mucho. Deseché el agua y repetí el mismo proceso, hasta dos veces más, hasta que el agua salío bastante clara.
Repetí el mismo lavado, pero ahora con agua templada y con un chorro de champú. La dejé en reposo algo más de media hora.
Luego aclaré todo el champú y dejé la lana sobre una toalla para que se secara. Y aquí fue donde tuve el primer disgusto. Al sacar la lana de la bolsa, descubrí que aún tenía muchas impurezas, y lo peor, es que por parte estaba totalmente apelmazada. El fantasma del afieltrado se posó en mi pensamiento.
Dejé que la lana se secara totalmente, para poder confirmar que por muchas partes, efectivamente, la lana estaba afieltrada. Sin embargo, la parte que estaba suelta, estaba muy sedosa y gustosa al tacto.
Estoy convencida de que el error fue meter la lana dentro de la bolsa, lo que hizo que la misma no se lavara de forma suelta, sino que al limitarle el espacio al interior de la bolsa, tendió a afieltrarse. En ese momento, sentí alivio por no haber lavado toda la lana de una vez, y por tener mas.
Esta mañana, ví este video, y me dispuse a peinar la lana lavada.
Hay que tener paciencia, y también algo de ritmo. Y después de un rato de cardado.. tacháaaan!!! Ahí tengo mi primer experimento lanero.
Tengo que decir, que ha sido más fácil y menos tedioso de lo que imaginaba. Cada vez que abría la bolsa de la lana, y los olores impregnaban todo, sentía que era una empresa muy difícil de acometer. Pero la realidad es que en el patio, y una vez que te haces al olor, es más llevadero y sencillo.
Ahora probaré a hacer lo mismo sin bolsa, para ver si estoy en lo cierto en mis conclusiones sobre el afieltrado.
Todavía me quedan dos experiencias por vivir: el hilado y el teñido. Suerte que aún tengo lanas para seguir experimentando.