Sueña conmigo

Tengo un trabajo tedioso, pero con muchas cosas buenas.
No tengo horario, ni tampoco tengo obligaciones más allá, del trabajo hecho en tiempo y forma. Cómo me gestiono el tiempo y cómo me organizo, es cuestión mía solamente.
Así, puede que esté trabajando un sábado por la noche, o cosiendo un lunes por la mañana.
Como todo en esta vida, tiene bueno y malo.
Yo hace tiempo que decidí ponerme las gafas de medio lleno, así que me gusta mucho mi trabajo.
Bueno, mucho.. tampoco nos volvamos locas. Me gusta. Punto.
Ayer martes, tenía la posibilidad de pasarme toda la mañana delante del ordenador, o salir a hacer una visita. Me desperté con el culo inquieto, así que fue fácil la elección.
Esta visita que tenía que hacer, no dependía de mí exclusivamente, así que me puse a hacer tiempo mientras llegaban los demás.
Me puse a dar vueltas por las calles que me traen recuerdos de una niñez no tan lejana (o sí?), de mano de mis abuelos, y mis primas. La Iglesia, el kiosko, la tienda de Carmencita, que ya no está.. Y de pronto me encuentro frente a esta maravilla.
Maldita sea, no tengo la cámara en el bolso. Me conformaré con el teléfono.
Es probable que le diera cuatro vueltas a la redonda, y que le hiciera 30 fotos, tal vez alguna más.
¿Podría ser más estupendiosa?
Es una construcción perfecta. Pura. Auténtica.
Todos mis anhelos de casa grande, jardín, huerto, y zona donde hacer grandes comidas e invitar a los que me quieren, estarían cubiertos.
Solo que ésta, es una Biblioteca Municipal.
Y en cuanto me di cuenta, quise ser bibliotecaria. Aquí, en esta biblioteca.
En lo que esperaba, construí cuatro o cinco posibles sueños en los que la casa era protagonista, y yo su afortunada habitante.
Sueño con una casa así, con una gran biblioteca, con un patio en el centro y una gran palmera, varios rosales y un trocito de huerto. Una cocina amplia con una mesa redonda, y una gran ventana por donde me entre la luz de la tarde, esa que todo lo pone dorado.
Un día, abriré una puerta como alguna de éstas, y detrás estará mi sueño.
Sueño.. Sueña conmigo.

Violeta y el Rosal

Tenemos en casa un libro que se llama “El viejo y la Margarita”.
Me encanta este libro. Y suelo leérselo a Emma con bastante frecuencia.
Es el tipo de cuento que va repitiendo lo de la página anterior.
El Viejo tiene una Margarita a la que no se cansa de contemplar y cuidar. Pero un día la flor le cuenta que está llena de pulgón. El Viejo se monta en la bicicleta y llega hasta la biblioteca para saber cómo puede limpiar a su Margarita de estos pulgones. Allí descubre que lo mejor para eliminar el pulgón son las mariquitas. Pero para eliminar una plaga de pulgón, necesitó una plaga de mariquitas.. y así sucesivamente.
El libro pasa mientras el viejo va descubriendo como ir deshaciéndose de la plaga anterior, ocasionando siempre, nuevas plagas.
Más o menos lo mismo me ha pasado a mí estas semanas.
Me gustan las rosas. Me gustan mucho.
Y siento en mi interior que mi vida no va a estar plena hasta que no tenga unos cuantos rosales.
Leo sobre estas fascinantes flores, y en todos lados dice: planta de EXTERIOR.
Lo que supone un grave problema para esta intención que tengo de tener una vida estupendosiosa.
Necesito un rosal en el que recrearme, pero no tengo ningún exterior en el que hacerlo.
Cada vez que voy al vivero, paso deprisita por la zona de los rosales, porque las ganas de traerme unos cuantos para casa son bastante incontrolables.
Pero hace unos meses fui al Lidl, y ahí estaban. En oferta. Fabulosos rosales Carcassonne.
Lo lógico hubiera sido leer dos veces la palabra Exterior que venía en negrita y bien grande, y pasar de largo. Pero no, yo lo miré levemente, vi el precio y lo metí en el carro.
Cuando llegué a casa, conté la cantidad de flores que tenía en promesa y se me hicieron los ojos chirivitas.
Lo puse en la mini terraza que tengo, con la ventana abierta. Sin duda alguna, esto es el exterior.
A los 15 días se le cayeron aproximadamente el 99% de las promesas de flores que traía, y 15 días más tarde, empezó a sufrir su otoño particular.  No me quedó otro remedio que aceptar que tal vez, el exterior era otra cosa. No sé, una maceta enorme, o directamente plantado en el suelo, con la bajada de temperatura de la noche, y el solajero del medio día; y no esta especie de invernadero que se crea en la terraza.
Dispuesta ya a asumir que en este piso, no hay exterior y no voy a poder disfrutar de un rosal y en consecuencia no tener una vida plena, (vaya tragedia la mía), me acerqué al rosal, por si tenía algo que decirme. Fue en ese momento de acercamiento, en el que me di cuenta. Miles, qué digo miles.. millones de bichitos paseaban campantes por sus hojas, las pocas que le quedaban.
Me vi totalmente reflejada en el cuento, y me dispuse rápidamente a buscar soluciones.
Yo no fui a la biblioteca, yo fui a Tuiter. Allí encontré varias soluciones.
Primero usé un producto específico del vivero, que no hizo absolutamente nada.
Después usé una infusión al 10% de tabaco. Al cabo de unos días los pulgones se habían reproducido, las hojas eran menos, y si me acercaba mucho, tenía la sensación de oír: danos más de esta mierda.
¡Maldita sea! Eran pulgones fumadores.
Por último, y ya pensando que tendría que llevar al rosal al contenedor, usé una disolución de alcohol de romero al 10%. Y ¡ajá! Los pulgones eran fumadores pero no bebedores.
Después de una semana pulverizándolo con la solución, el pulgón quedó completamente eliminado, y a los pocos días ya noté cómo el rosal empezaba a coger fuerza.
Ha pasado un mes desde que logré el exterminio de la plaga, y estos días luce así. Una flor completa, y varios capullos.
Sigo siendo consciente de que esto no es el exterior, pero mientras tanto, disfrutaré de las rosas que me de.

Realismo mágico pendejo

Hay días en los que me tengo que subir al coche, recorrer 38km, y hacerme una foto, para darme cuenta de que todo está bien, que todo está en orden.
Tengo suerte, mi aliviadero psicológico lo tengo a tan solo 38 km, y bueno, no tengo escoba, pero tengo un mililitro que me lleva donde quiero, o a veces donde quiere él.
Y así las cosas, después de una semana de ataques de ansiedad, de nervios incontrolables, y de noches de insomnio, llegar a MiNorte, respirar, dejar que el viento me revuelva el pelo, y cerrar los ojos… todo está en su sitio.
No es fácil tomar según qué decisiones, y mucho menos, impedir que en la cabeza los pensamientos se me hagan bola. Lo único que sí es asequible a mi alcance, es coger el mililitro y ponerme en MiNorte en 25 minutos, es mi digestión rápida de la bola.
Antes, me deshacía en llanto, y entonces era más bien como una gastroenteritis, porque salía todo en torrente.
Ya no, ya no me sale llorar.
Conmigo, mis padeceres han ido mutando, y por eso tengo que buscar otras formas de aliviarlos. No es fácil, nadie dijo que lo fuera, pero es cierto, que en esta época de realismo mágico pendejo, como dice Orín Dupeyrón, llega un momento que pierdo la perspectiva, y me creo que todo está al alcance de mi mano. Y no.. No todo está a mi alcance.
A veces, me tengo que poner frente al Atlántico y respirar para darme cuenta de lo insignificante que soy, y que aún así, todo está bien.

Rigidez mental y el horno encendido

Hace ya tiempo que me dí cuenta de que mi cerebro es poco dado a los cambios, y muy rígido para las rutinas.
Pueden ser cosas simples y sin mayor trascendencia, pero que alterarlas suponen un descoloque total de mi existencia.
Por ejemplo, siempre me siento en el mismo sitio en la mesa; las cosas en la nevera siempre están en la misma posición; abro los regalos buscando la cinta adhesiva, sin romper el papel; salgo de casa por la mañana a la misma hora (9:43). Cuando compro algo para ponerlo en casa, durante los primeros días lo voy moviendo sutilmente por varios sitios, hasta que encuentro el lugar adecuado. Me lo pienso un poco antes de ubicar cualquier cosa, pero es más que posible que ahí se quede por siempre jamás. Así, a grandes rasgos, se podría decir que tengo un TOC bastante acentuado, y bueno, no voy a ser yo quien lo niegue rotundamente.
Soy de esas personas que de forma espontánea no tiende al caos. Qué le voy a hacer.
Ya sé que está de moda ser un “desastrillo”, tender al caos, y no ser organizada. Es muy cool, en estos días.
Así que he asumido que de momento estoy old fashioned. Mi agenda tiene entradas diarias y prácticamente todos mis movimientos están cuidadosamente planeados, desde las cosas relacionadas con el trabajo a los menús diarios.
La cosa es que, a veces, me doy cuenta de que cuando las cosas no son como suelen ser, me quedo desubicada. Hace unos días, llegué a clase de yoga, y la profe había cambiado totalmente la distribución de la sala. Me quedé parada, intentando reprimir las ganas de volver a ponerlo todo como estaba. Respiré hondo y me dispuse a la práctica con cierta ansiedad.
Me vine a casa pensando que igual la rigidez me está ganando terreno, así que he tomado cartas en el asunto. Pequeños actos, grandes consecuencias.
Me he comprado el conocidísimo “Destroza este diario“. No sabes lo que me cuesta. Romper y destrozar por gusto es un esfuerzo titánico para alguien como yo. Sin embargo, después de destrozar algunas páginas, soy capaz de ver el lado positivo, incluso de encontrar satisfacción. Me ha servido para darme cuenta de lo mucho que tengo recortada la espontaneidad, y por extensión la creatividad.
Otra cosa que he hecho es un asado, un martes. Porque en mi cabeza los asados se hacen los domingos, como que las lentejas se comen los lunes. ¿Por qué? pues ni idea, pero así esta fijado en mi cerebelo.
Y ya para rematar, he hecho un roscón de reyes en febrero! En plenos carnavales.. Vamos, un despiporre.

Sal pa’la calle, dile a la gente…

.. que esta noche hay fiesta!!!

Se me ha roto la radio del coche, y ahora mismo solo puedo escuchar la autonómica.
La sintontía del Carnaval, es esta.. Y claro, estas canciones están hechas con mucha idea. Se te quedan instaladas de forma permanente en el cerebelo. La radio contribuye poniéndola cada media hora… En fin, un despropósito general. Perdóname por ponértela, que ya sé que esta música no me representa en absoluto, pero oye, si yo estoy aquí sufriéndola, ya sabes también, que soy generosa, y pues eso, que aquí te la comparto.
La cosa es que así estamos ya, en plenos Carnavales.
Mira que lo intento, pero no. No me termina de enganchar. Y pensar en disfrazarme y que me empiece a dar un parraque es todo uno. Pero esto es de los últimos 20 años, que también tuve un tiempo allá por los 18-20, en el que nos reuníamos todas las amigas, en una casa, con un montón de cosas cogidas cada una de la suya, y nos arreglábamos unos buenos disfraces… Parece que fue en otra vida, y casi que así es.
Para Emma el Carnaval es lo más, en eso sale a las tías y los padrinos. La batucada, la purpurina y los tules le parecen algo maravilloso.
Este año no hubo disfraz común en el cole, así que nos tuvimos que poner a improvisar.
Porque que no me guste el Carnaval a mí, no significa que Emma no lo vaya a disfrutar. Nada más lejos de mi intención. Es más, si algo tengo muy claro en este viaje que estamos haciendo, es no trasladarle nada de mis fobias-miedos-dislikes que dirían por allá..
El tema del Carnaval local es “Mitos y leyendas”. Así que después de intentar explicárselo a ella, decidió que iría de hada de las hojas. Ajá.
Con estas premisas nos fuimos al chino del barrio y compramos goma Eva, un tutú, y silicona para la pistola.
Recorta por aquí, pega por allá y listo. Lo hicimos entre las dos, y la verdad, lo pasamos estupendamente.
Eso me gustaría inculcarle, porque en casa siempre ha sido así: el Carnaval es para reciclar, pasarlo superbien mientras se idea un buen atuendo, y salir pa’la calle.

Y tu qué? Ahora te toca ponerte el antifaz o quitártelo?

El miedo

Ayer tuve un ataque de miedo. Y desde anoche casi no he podido parar de pensar en todo lo que pasó.
Hace menos de un mes en mi isla hubo un asesinato.. ni violencia de género ni otras cosas: a-se-si-na-to.
Un tipo con una mala mezcla de química cerebral mató a su ex pareja.
Igual ni siquiera tenía mal la química, y solo era mala persona.
La realidad es que asesinó a sangre fría a una chica, y ha dejado huérfano a un niño de 6 años.
Ayer, mientras Emma y yo bailábamos como locas en nuestro estudio, empezamos a oír gritos.
Gritos pidiendo ayuda en la escalera del edificio.
Tuve un ataque de inmovilización de mis extremidades inferiores.
Quería salir a prestar ayuda, pero el miedo no me dejó.
No sabía qué estaba pasando realmente, pero solo se me venía a la cabeza la chica asesinada hace un mes.
Sentí un miedo horroroso a que estuviera pasando algo similar a medio metro de mí, y no hacer nada.
Entonces oí la voz de otro vecino, que mide 1.80 y es un tío.
Él si salió de su casa.
Y ya cuando lo oí a él, salí yo.
Un chico del edificio estaba sufriendo un ataque de.. “algo”, estaba semi inconsciente, rígido y no parecía reaccionar. Su madre no sabía qué hacer. Solo gritaba. Tenía miedo. De ese miedo paralizador de todas las extremidades, en su caso.
Llamé a Emergencias, me acerqué al chico, que ya el otro vecino tenía acomodado de lado en el suelo del zaguán del edificio.
Me atendió un médico, me dio las primeras indicaciones, y el chico reaccionó. Respiró, volvió a abrir los ojos, aunque parecía desorientado.
Los minutos pasaron, 15 exactamente, la ambulancia que tenía que llegar no llegó, y tuve que volver a llamar para anularla, y trasladar nosotros mismos al chico al hospital (Esos recortes que dicen que no eran nada).
La mamá del chico, seguía en estado de absoluto pánico.
Yo me volví a mi casa, a abrazar a Emma y a hacerme una tila.
Más tarde el chico volvió a casa, con su madre aún temblorosa, y dándome las gracias por haber llamado a emergencias. Me sentí cobarde y miserable.
Yo antes no tenía miedo. Hace cinco años no me hubiera pensado lo de abrir la puerta o no.
Nunca antes había echado tanto de menos, medir 20 cm más.
Y justo ayer leí esto, igual va a ser eso.. Ser madre me ha hecho cobarde.

Estaba de parranda

Eso es.. Mucha parranda ha habido este último mes.
Diciembre nos devoró el tiempo entre las actividades del calendario de Adviento, las comidas, las meriendas y los paseos.
No he tenido tiempo de sentarme con tranquilidad a dejar constancia de todo lo que estábamos viviendo, ni tampoco para hacer el balance final de año que tanto necesito hacer. Bueno, necesitaba.
Porque esta vez, la falta de tiempo para estas pequeñas cosas, no me ha estresado.
Hemos pasado las fiestas nosotras, y todos aquellos que son imprescindibles para nosotras. No ha faltado ninguno. Y ahora tenemos casi otros 366 para cruzar dedos y pedir que para las próximas estemos los mismos, y los que llegarán pronto.
En medio de la preparación de la cena  de fin de año, conseguí apartar el tiempo justo para hacer los propósitos de año nuevo, porque la cabra tira para el monte, y porque para mí los propósitos son más importantes que las uvas.
Este año tengo tres modelos de organización entre manos, a saber: la agenda (donde anoto todo lo referente a lo laboral y escolar de Emma), un BulletJournal (donde anoto los propósitos mensuales, los menús, y todo lo relativo a la casa y a las cuestiones personales), y también tengo un cuaderno Kakebo (este año pretendo hacer varias inversiones, y este método de ahorro me va a ayudar).
Y de todos los propósitos que tengo, que como la hoja no se acababa y la letra la hice chica, son muchos, hay tres que voy a involucrarme a fondo por verlos materializados.
1.- Muchos cafés, tés, infusiones. Que traducido no es más que tiempo compartido con los que están cerca o lejos, y con los que tan bien sienta hablar. O tiempo a solas, para oír el silencio.
2.- Excursiones. Ver atardecer o ver amanecer. Deleitarme con la naturaleza. Conocer más a fondo el lugar que me ha visto nacer, y que me sorprende en cada esquina.
3.- Bailar. Bailar y cantar. Como dice mi padre: romper los zapatos bailando.
Y ya de último, venir a contártelo todo aquí.

Se abrió la veda

Llegó diciembre como una exhalación, aunque estaba esperándolo como loca. Llegó y casi me cogió desprevenida.
Pero nada que no se arregle con una madrugada delante de la agenda, y del ordenador. Se hace un planning mensual en un periquete, y se arma el calendario de Adviento con la ligereza propia de una bailarina.
Este año me hice con las velas de Adviento de Ikea, y ya el domingo pasado encendimos la primera, como marca el calendario. Ese mismo momento fue también el propicio para encender el horno. 
Sospecho que este mes de Diciembre, estaré trabajando para pagar el recibo de luz que ha de venirme en Enero, al precio que está la energía eléctrica, y dada la intención que tengo de prácticamente hornear todo el día, no me va a quedar otra. Pero me va a dar igual, hornear en Diciembre es norma de obligado cumplimiento, casi como poner el árbol, y mandar postales.
Lo primero que horneamos, fueron una buena tanda de galletas de mantequilla. Encontré un sello de estampar galletas, y la verdad, estaba deseando probarlo. No contaba con que fuera tan complicado estampar, la verdad. Pero aún así, quedaron una galletas monas (palabra que ahora usa Emma cada tres frases), aunque lo mejor es que están muy ricas.
Por otro lado, hacía tiempo que quería profundizar en las masas y repostería nórdica, y ya sabes, cuando se desea algo, el Universo conspira.. Un día, no sé bien cómo, descubrí esta página, y cuál fue mi sorpresa, al ver que tenía talleres de masas y reposterías varias, on line. La verdad es que no me lo pensé mucho más, y me inscribí.  No pude haber acertado más. Recomiendo con pasión desaforada estos talleres. 
De momento he hecho dos de las recetas que nos han explicado. Ambas, con nombres impronunciables. 
Karjalanpiirakka o pasteles de Karelia, fue la primera, un pastel salado que se acompaña con una especie de toping llamado Munavoi (mantequilla de huevo), que preparé y dejé al alcance de una niña de 4 años. Cuando vine a darme cuenta se había comido más de la mitad. Así que los pasteles se quedaron con un discreto toping. Los cené con unas piparras dulces que he encontrado en mi nueva tienda preferida de mi pueblo. Es un entrante muy rico, y más fácil de hacer de lo que realmente parece. Así que es más que probable que vuelva a hacerlo próximamente, en los agasajos a familiares y amigos que tengo planificados.
La segunda receta que he hecho son los Lussekatter o bollos de Santa Lucía. Esta receta tiene dos cosas que me llamaban mucho la atención, primero que la masa lleva azafrán, y segundo que hay que hacer un amasado francés, al que le tenía el mismo respeto que ganas.
Prueba superada, y definitivamente, he encontrado el tipo de repostería que más pega conmigo. 
Voy a tener que amasar mucho, para ir sacando unos buenos brazos y para gastar un mínimo de todo lo que me estoy zampando.
Como el año pasado, estamos otra vez disfrutando mucho de nuestro calendario de Adviento de actividades. Con una niña mas mayor, es más divertido. Ella pinta, recorta, pega… Yo me dedico a hacer fotos y a mirar. Y apuntar todo.
Me he comprado una libreta y un juego de bolígrafos monismos, para dejar constancia de todo lo que nos traerá este diciembre.

Noviembre y ser agradecido

Se celebra en Noviembre el famoso Thanksgiving en el país de los estates.
Y mira, es otra de esas celebraciones que molaría mucho copiar, copiar su filosofía y su finalidad, se entiende. Porque me parece un ejercicio estupendo para poner los pies en el suelo y darse un baño de realidad. Tenemos un montón de cosas por las que sentirnos agradecidos cada día, pero es mucho más fácil dejarse llevar por lo que no tenemos, y porque lo que parece que no termina de llegar. Esta majadería de ver siempre el vaso medio vacío. El ejercicio de agradecer es siempre mucho más satisfactorio que el de pedir.
Desde que Emma llegó, tuve una imperiosa necesidad por acotar los regalos, (tarea muy ardua con dudoso resultado), aún así, sigo erre que erre, en que lo importante no son los regalos sino el tiempo.
Hay un vídeo maravilloso de José Mujica, que lo explica estupendamente. Y eso es lo que intento explicarle a Emma cada día.
Pero llegó su cumpleaños y aunque yo actué intentando frenar la marea de regalos, fue agotador y poco efectivo.
He aprovechado noviembre para intentar concienciar de todo lo que tenemos y por lo mucho que debemos sentirnos agradecidas. Me di una vueltita por Pinterest, y ahí encontré algo que me podía ayudar en mi idea.
Me puse manos a la obra con lo que tenía en casa. Solo compré una pieza de cartón piedra de color negro.
30 sobres de los marrones, papeles de scrap, imprimí los números, y un poco de cordoncillo rojo.
Y con estos materiales, un buen té, mucho pegamento, mucha tijera y manos a la obra.
Tengo que decir que estoy super contenta con el resultado. Y es algo que vamos a usar cada año, como el calendario de Adviento. Además, será genial, ir guardando todos esos papelitos de agradecimiento de año en año.
Luego vino la tarea de explicarle a Emma qué teníamos que hacer con este tablero.
Le expliqué, y aunque inicialmente me dio la sensación de que no entendió mucho de qué iba esta vaina, la lección me la llevé yo desde el primer día.
El primer día, cogí mi bloc de notas, y le dije que tenía que decirme algo que hubiera hecho/sentido en el día, por lo que daba gracias. Se quedó muy seria, y a los pocos segundos me dijo: Mamá yo sonrío hoy por el rato que he pasado jugando con mi prima Olivia.
El segundo día me dijo: Mamá hoy sonrío porque tengo una madre estupenda.
Yo aquí, imagínate, casi exploto.
Me hizo mucha gracia el cambio de frase, en lugar de dar gracias, ella sonríe.
Y me pareció algo muy gráfico, siempre sonreímos cuando damos gracias desde el corazón.

La excursión del Domingo, el Sábado (IV)

Desde el jueves se está celebrando en el Norte  de la isla, el festival de Cometas. Ya hace algunos años que se celebra, pero aquí la menda lerenda, no había pisado la arena durante el festival ni había disfrutado de ese espectáculo.
Este año no dejamos escapar la oportunidad, y allá que nos fuimos. Tres madres, tres niños.
Ha sido uno de esos días de comprobar que disfrutar de la vida es bien, pero hacerlo en compañía es mejor.
Yo no me creo mucho eso de la necesidad de los bebés por socializar, y que esa sea la razón principal por la que llevarlos a la guardería. Pero sí que he comprobado que llegado a los 3-4 años, no existe necesidad, pero sí mucho disfrute al compartir el tiempo y las experiencias con otros niños. Así que esa sí que es una de mis principales razones por las que moverme.
Lo tengo asumido, me cuesta moverme. Me gusta mi entorno, mi zona segura. La actividad fuera de mi casa me cuesta, aunque una vez en camino, soy consciente de lo bien que me sienta.
Echamos rumbo norte, con la cámara en mano, y disfrutando de la música infantil y una conversación a cuatro voces.
Inicialmente el cielo se presentaba gris, con nubes espesas que nos hizo coger chaquetas, y que presagiaban viento y frío.
Pasado Parque Holandés, ahí se alza Montaña Roja. Que según las niñas, no es roja. Sus cabecitas están amueblándose con las particularidades del lenguaje, todavía no entienden los matices, y las acepciones de las palabras. Y es toda una experiencia verlas argumentar.
Las lluvias pasadas, una vez más, ya han dejado presencia, y un manto verde se empieza a ver por todos los bordes de las carreteras de la isla. La magia del agua en esta tierra es ya en sí, un auténtico espectáculo.
Pasada Montaña Roja, ya se ve Isla de Lobos y un poco más allá: Lanzarote. Qué complejo explicar que en la isla no hay ya Lobos, y que a Lanzarote no podemos llegar en coche.
En cuanto llegamos a las dunas, ya se veían las cometas. Muchas cometas que surcaban el cielo. De todas las formas y tamaños. De miles de colores.
Pudimos aparcar sin demasiada dificultad. Y en cuanto pusimos a los niños en el suelo, fue como si hubieran estado atados mucho tiempo y de pronto pudieran echarse a correr sin ningún tipo de impedimento. Correr duna abajo, correr duna arriba.
Recuerdo hacerlo de pequeña, y la sensación de libertad es absoluta.
Recomiendo esta experiencia a cualquier niño, adolescente o adulto.. Echarse a correr por la arena es terapéutico.
Las nubes fueron despejándose, y el cielo se presentó limpio y azul. Entre eso y la carrera, entramos todos en calor rápido, y nos deshicimos de chaquetas y zapatos. Tuvimos la oportunidad de construir nuestra propia cometa, y de echarla a volar.
Emma tomó su cometa, su cuerda, y solo necesitó una escueta demostración gráfica para hacerlo ella misma. Y de ahí se lanzó a correr, a seguir corriendo por toda la arena. Solo paraba para coger aire, verificar que la cometa seguía en el cielo, e intentar hacer unas pocas volteretas.
Pasamos el día entre arena, cometas y el alisio.
A la vuelta a casa, el Sol se iba poniendo e iba bañando de esa luz dorada tan típica de esta tierra en esta época del año. Las niñas venían ya quedándose dormidas con el ronrroneo del coche en la carretera. Las madres, también cansadas, pero con cara de felicidad.
Ciertamente el día no podía haber sido mejor.
Es fácil ser feliz así. Es fácil ser feliz aquí.