Durante un montón de tiempo estuve buscando el amor.
Así en negrita. El amor de los libros, de las películas, y hasta el de algunas telenovelas. Entendía el amor como momentos de romanticismo máximo, con pupilas en forma de corazón y música de violines, envuelto en un montón de drama y canciones cortavenas.
Y claro, con esa idea en la cabeza, buscaba el amor. Y eso era lo que encontraba.
Luego me lamentaba de lo mal que me iba, pero de lo que años después me di cuenta, es que soy realmente experta no solo en orden, también en manifestar. El amor tal y como yo lo concebía, con esa definición del principio, me llegaba. Manifestaba exactamente eso: un momento bonito, entre montón de momentos de angustia, ansiedad, y tristeza. No me daba cuenta de que la idea de base era la errónea. Y no fui consciente hasta que vino otro acontecimiento a mi vida que, me hizo cuestionarme lo anterior, a base de vivir el amor, en neón y mayúsculas, de forma muy diferente.
El 14 de febrero de 2011, fui a la primera ecografía. Los momentos previos a entrar a la consulta, estuvieron bien aderezados de esos momentos ansiosos, angustiosos, llenos de narcisismo perverso y tóxico.
Pero entré a la consulta, y me tumbé en aquella camilla donde te quedas a merced de la doctora y su enfermera, con bastante poquita dignidad y muchísima vergüenza. Después de una entrevista y recopilación de datos, lo escuché. Un corazón latiendo muy rápido, que me dejó como en trance. En aquel instante todo se fundió a la pantalla del ecógrafo donde era capaz de distinguir una cabeza muy grande, y un cuerpo de renacuajo. Ya no era solo un positivo en un papel. Aquello era real.
Salí de la consulta, deshaciéndome de todos los pensamientos tóxicos que me infundaron al entrar. Recuerdo ir caminando por toda Triana, rememorando el latido de aquel corazón. Llegué a casa. Cogí el coche y me fui al trabajo. Recogí mis cosas. Y firmé mi finiquito.
Durante los meses siguientes, me di cuenta de que todo lo que había vivido con anterioridad creyendo que era amor, era otra cosa, aún no sé qué fue realmente, lo que tengo claro, es que, al amor, con todas sus letras, lo conocí aquel 14 de febrero. Y esto me sirvió para definir de verdad qué era el amor para mí. Me atrevo a decir que, desde ese momento, quiero mejor a mi familia y a mis amigas, y a otras personas que van apareciendo y que me apetece que se queden, porque me siguen enseñando a querer bien.
Desde entonces lo vivo. Con todo lo que tiene, que a ver, hay momentos de violines, pero también muchos momentos de límites, de conversaciones incómodas, de bajada de muros, y de construcción de confianza. Hasta que no fui consciente de qué amor quería vivir, no pude realmente sentirlo. Y gracias a ello, hoy vivo con amor. Con muchos tipos de amor. Más del que nunca pensé.
¡Enhorabuena, felicidades, mucha felicidad, por haber encontrado el amor aquel 14 de febrero y que permanece ya para siempre!