Cerrar una puerta, abrir nuevas ventanas.
Ese ha sido mi mantra la mayor parte de mi vida. Bueno, en honor a la verdad, tengo que reconocer que hubo un tiempo en el que no solo cerraba las puertas, también las ventanas, y me quedaba perfeccionando el modo mejillón. Se me dio muy bien, y gracias a él, superé un montón de trances bastante complicados. Muchos de los que me rodearon en aquella época, y lo siguen haciendo hoy, no lo entendieron. Siguen sin entenderlo.
El modo mejillón quedó en desuso desde que me reproduje.
Nunca más he conseguido estar completamente sola desde ese momento, que es el primer requisito para que este modo se implante de manera efectiva.
Así que ahora, después de cerrar puertas, lo que hago es abrir ventanas. Unas que ya estaban, otras he abierto hasta el hueco y colocado el marco.
Ventanas a nuevos paisajes, y a nuevos caminos. Nuevos contactos, nuevos espacios, nuevas personas.
Estas tres semanas de cierre, he conseguido vivirlas mejor encerrándome en un nuevo proyecto. He estado escribiendo mi nueva novela.
Creo que nunca he estado demasiado cuerda, pero después de este libro, no sé ni como sigo escribiendo. Ha sido intenso, apasionante, revulsivo y sanador. Todo al mismo tiempo. He estado comiendo, cenando, respirando y durmiendo con Sonia, Tía Enriqueta y Pedro. Los cuervos, la casa del Roque, y un par de cosas más. Pero ya está. Seguirán conmigo porque ya he entendido que no se van a ir jamás, pero ahora se quedarán quietos hasta que toque volver a sacarlos a pasear.
Las nuevas ventanas siguen dejando ver al Manual de Primavera, hasta que llegue el Manual de Verano y le acompañe. Todavía falta un poco, pero ya huelo la tinta de la imprenta.