El pasado fin de semana, se celebraron las jornadas europeas de artesanía en mi municipio. El acontecimiento, que no fue mas que mucho bombo pero poco platillo, nos sirvió de excusa para ir a visitar el Ecomuseo de la Alcogida. Este museo se puso en circulación en la red de museos de la isla en la década de los 90, y ya a mí me cogió mayor para las visitas típicas que se hacen desde el colegio. Así que hasta este fin de semana no había visitado este singular museo.
El sábado hizo mucho frío y también viento, vamos, el tiempo típico de este tiempo en esta isla. Nos ataviamos con buen abrigo y pusimos Rumbo Norte. Ese rumbo que el mililitro coge solo.
El museo consiste en 7 casas que escenifican la vida de los majoreros hasta no hace mucho.
Hay artesanos haciendo demostración de cómo trabajan con las manos, una alfarera, una tejedora (que teje en un telar de más de 200 años!!), una caladora, una trabajadora de palma, y también hay un panadero, que justo el sábado no estaba.
Hay una tahona, y se puede ver cómo se molía el gofio. Un par de burros, otras pocas cabras, gallinas, perros, y una camella.
El entorno es árido, y con poco relieve. Todo está circundado por muros de piedra, tan clásicos aquí.
Estar allí y poder ver todo aquello, no me hizo descubrir la historia, más bien me hizo revivirla.
Lo que para mis tres acompañantes era todo un asombro, me refiero al ir descubriendo cómo se vivía aquí hace tiempo, para mí fue recordar muchísimas cosas de mi infancia y mi más temprana adolescencia.
Me vino a la mente las tardes en Las Pocetas con mis abuelos, y los tíos abuelos de mi madre. Todos eran agricultores y ganaderos. Vivían de la tierra y de vender lo que sacaban de ellas. Las casas eran de piedra, con techos de torta. Las cocinas de leña, las camas de hierro, y los primorosos bordados que habían en las mesillas o en los cojines de las camas.
También tengo recuerdos de la familia de mi padre, de todos esos primos y tíos que tiene diseminados por este norte. Mi abuela y su gran patio lleno de plantas. La gran capacidad que tenía para poder sacar cualquier labor con solo verla. Mi abuela paterna nunca leyó, ni tampoco escribió, pero era capaz de coser un traje de un trozo de tela y poco más.
Por ambas ramas familiares hay grandes e ilustres artesanos.
La semana pasada mi prima me hizo llegar la foto de un escrito de mi abuelo paterno, al que no pude conocer. Un trozo de una especie de diario. Parece que hubo alguien más en mi familia con necesidad de dejar testimonio escrito de lo que pasaba.
No debiera sorprenderme, pues, que tenga necesidad por mover las manos, y de escribir constantemente, todo esto lo traigo en el ADN.
Qué bellezones de casas! Por què dejamos de construir asi? Seguro que en ese patio se està genial pese al viento y al frio. Tanto predicar el slowlife y solo haria falta recuperar un poco de la vida de nuestros abuelos para ser felices. Yo a un sitio asi me mudaria sin pensarlo. Eso si, reconozco que echaria en falta el wifi. Artesanas sí, pero 2.0 al fin y al cabo.